CAPÍTULO 5 RAPTADA
POV DE MAGNOS

Miraba a aquella cosa insignificante y me causaba gracia. Tuvo la audacia de amenazarme. Si supiera quién era, estaría corriendo por su vida. Cosmo estaba gruñendo por ser amenazado. Amelia miró, asombrada, a los lados y dijo irritada.

—¿Quién fue el loco que trajo un perro al hospital? —dijo la osada mujer.

—¿Quién es esta humana? ¿Cómo se atreve a amenazarnos y encima llamarnos perro? —preguntó Cosmo, irritado por las palabras de ella.

—Si no estuviera llevando a nuestro cachorro, ya la habría despedazado. —Le respondí través de nuestro vínculo mental. —Amelia aún me miraba con rabia.

—¿Acabas de amenazarme? —pregunté.

—Además de loco, ¿eres sordo? ¡Sal ahora de mi oficina! —gritó ella, furiosa.

Di una buena respirada para controlarme y salí de la sala, antes de transformarme allí.

—¿Vamos a dejar a esa humana y a nuestro cachorro? —preguntó Cosmo.

—Por ahora sí. No quiero llamar la atención. Y tampoco queremos que el vientre de alquiler de nuestro cachorro se sienta mal. Las humanas embarazadas son más sensibles. No quiero poner en riesgo a mi cachorro. —dije.

—Pero no podemos dejarla y si alguno de nuestros enemigos lo descubre. Quiero a mi cachorro seguro. —comentó mi lobo preocupado.

—No vamos a rendirnos, solo necesitamos llevárnosla cuando esté sola. No quiero que se levanten sospechas sobre nosotros. Aquí hay muchas cámaras de vigilancia y personas. No es el momento adecuado para un secuestro. —expliqué.

—Tienes razón. Ahora, ¿notaste algo extraño con esta humana? ¿Notaste que solo pudimos sentir el olor de nuestro cachorro? —preguntó Cosmo.

Yo lo había notado desde que ella entró en la sala. Olfateé a mi cachorro, pero noté que Amelia no tenía olor, lo cual era extraño.

—Me di cuenta. Y no me gustó, todos tienen un olor propio. Si esa humana no lo tiene, es señal de que lo está ocultando de nosotros. La pregunta es… ¿Por qué? —dije.

—¿Será que hay una bruja detrás de ella? —comentó Cosmo.

—Si la hay, lo descubriremos. —respondí, mientras caminaba saliendo del hospital.

Dos lobos me acompañaban, uno de ellos abrió la puerta del coche para que yo entrara. En cuanto me senté en el asiento, tomé la tablet que estaba a mi lado. Y comencé a mirar el archivo de Amelia Carter. Yo sabía dónde vivía e iba a hacerle una visita. Era una médica genetista muy famosa, así que tendré que tomar precauciones para llevármela.

Tenía que hacer que todos pensaran que salió de vacaciones. Mientras pensaba en mi plan para la señorita Carter, mi coche llegó a la empresa. Tenía algunos asuntos que resolver, hasta la noche. Salí del coche y fui golpeado por diversos olores repugnantes. Odiaba esos olores fétidos de los humanos, usan perfumes en exceso, sus alimentos eran llenos de productos químicos, que ninguno de mi especie comería.

Sus comidas envenenadas transpiraban por sus poros. Detestaba tener que interactuar con ellos, pero por mi capacidad de control era el encargado de tratar con ellos sin arrancarles la cabeza. Sin contar que tenía una manada que mantener, y eso costaba dinero. Así que estaba obligado a venir ocasionalmente para lidiar con mis subordinados.

Pasé por la recepción y la recepcionista, como siempre, me miraba como si fuera a devorarme. Eso era patético. Por el camino hasta el ascensor, todos se apartaban de mi camino. Yo no era un CEO amigable, y cuando aparecía todos se ponían temerosos, pues si el trabajo no estaba bien hecho, yo despedía sin pensarlo dos veces, no admitía errores.

No vine aquí para hacer caridad, solo trabajaban en mis empresas los mejores de los mejores. Entré en mi ascensor privado, seguido por mis dos guerreros y guardaespaldas. Nunca me quedaría confinado en un cubículo con varios humanos. Cosmo y yo no somos sociables.

Llegué al último piso de del edificio, solo mi oficina y la de mi asistente estaban en este piso. Contraté a un asistente hombre, para evitar accidentes. No lo pensaría dos veces en matar si alguna mujer ofrecida me irritara.

—Buenos días. Señor Veranis. —saludó mi asistente Ítalo.

—Buenos días. ¿Cuáles son mis compromisos para hoy?

Pregunté entrando en mi oficina. Mis guardaespaldas se quedaron parados fuera vigilando, mientras Ítalo me seguía, informándome de mi agenda. Me senté frente a mi computadora, encendiéndola y comenzando a trabajar. No tenía mucho tiempo que perder, necesitaba resolver todo rápido, pues aún tenía que secuestrar a Amelia Carter.

Solo de pensar en esa mujer, me enojaba. «¿Cómo mi diosa puede permitir que mi cachorro sea gestado por una humana?» Tendré que soportar hasta que nazca, después me desharé de ella. Mi día fue estresante y tuve que despedir a mi director de planificación. Si no fuera arriesgado, solo emplearía a mi gente en mis empresas. Los humanos solo dan problemas.

Cuando llegó la noche, salí de mi empresa y fui directo a la casa de ella. Yo sabía que aún estaba en camino a su residencia. Lo vi por las cámaras de vigilancia. Había invadido el sistema de monitoreo de la ciudad y observaba a Amelia desde que salió del hospital. No dejaría a mi cachorro desprotegido.

Después de media hora, llegó a casa y entró, yo estaba dentro de mi coche monitoreándola. Amelia vivía en una zona noble de la ciudad con seguridad y monitoreo. Así que tuve un pequeño trabajo para entrar en su condominio. Ya había cuidado de las cámaras de vigilancia y mis soldados se encargaron de los guardias.

Nada podía salir mal, hoy mi cachorro estará en mi manada. Después de veinte minutos, salí del coche y fui hasta la puerta de la casa de Amelia, mi plan era capturarla sin mucha conversación.

—Solo ten cuidado de no lastimarla, nuestro cachorro necesita que ella esté bien. —dijo Cosmo en mi mente.

—No te preocupes, no voy a herirla. —respondí.

—Eso espero, no te perdonaré si pones a nuestro cachorro en riesgo. —amenazó mi lobo se calló.

Bufé, aunque Cosmo tenía razón, debía tener cuidado. Las humanas eran frágiles y las embarazadas necesitaban más cuidados. Toqué el timbre y esperé, ella abrió la puerta y, cuando me vio, maldijo.

—¿Qué haces aquí, loco? ¿Me seguiste? —preguntó Amelia, irritada.

—No terminamos nuestra conversación. —dije. Ella intentó cerrar, pero impedí que lo hiciera y empujé la puerta.

—Voy a llamar a la policía, ¡loco! —gritó.

Amelia se apresuró para agarrar el teléfono. Fui más rápido y la agarré por detrás, girándola y poniéndola sobre mis hombros.

—Bájame al suelo, idiota. ¿Quién te crees que eres para hacer esto? —gritó de nuevo desesperada.

—Soy el padre del cachorro que estás esperando. Y por ahora tu dueño, mientras estés llevando a mi cachorro, harás lo que yo ordene. O sufrirás las consecuencias. —dije tranquilamente mientras cargaba a Amelia en mis hombros y salía de su casa.
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