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Agatha se dejó llevar por la emoción cuando él puso al recién nacido con sus grandes dedos dañados en su hombro. Tan formidable como una tormenta, como una criatura que emerge en la noche oscura, se impuso y dominó su espacio. Sintió como si estuviera siendo absorbida por la oscuridad de su mirada.

- Te lo dije Agatha, susurró con voz profunda. Extiendo mi mano, depende de ti tomarla.

Se humedeció los labios, desconcertada por esta sucesión de acontecimientos.

- ¿Puedo tener su palabra de que no corro peligro con usted?

Su pregunta existencial fue acompañada por un fuerte trueno ensordecedor. Ella saltó, mirando hacia el ventanal.

- Tienes mi palabra. Afirmó el hombre, quitando la mano de su hombro.

Convencid

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