—¿Hola?—su voz con suavidad preguntó a la persona que había llamado.—¿quién habla?
—¿Layla? soy Lorenzo,su profesor me dió su número—la rubia fruncio el ceño,hablaría con su tutor luego.—Ya le dije que no iré con usted,no insista—la chica era seria,no tenía tiempo que perder en una empresa que no la favorecía.Colgó antes de que Lorenzo pudiera abrir la boca para deprecar una vez más,Layla se paró y tomó las llaves del Mercedes que esperaba por ella a sus servicios,tendría que hablar conese hombre antes de que lo arruine todo.Al llegar a la Universidad su profesor la recibió con una sonrisa.—Señor Lorens,no puede estar dando mi número así como así—habla con suavidad y firmeza la joven mujer.—Oh,lo siento—baja la mirada apenado.—Es solo que en verdad me gustaría que hicieras negocios con Lorenzo,lo conozco desde hace mucho tiempo y puedo confirmar que con él tendrias la vida resuelta niña—Layla negó.—No qLorenzo miraba a su amigo desde la silla frente al escritorio,Henry esperaba atento que el hombre soltara las palabras que tanto quería escuchar pero al escucharlas solo quiso saltar sobre la yugular de su amigo. —Me das esperanzas y luego me las arrebatas así—el castaño frota su propio rostro con frustración.—Ya,dime de que trata el proyecto y cuando hablaremos con esa persona para llevar a cabo la idea,necesitamos empezar lo antes posible. Lorenzo niega. —Me obligaron a firmar un pacto de silencio—Henry largó una carcajada en cuanto las palabras abandonaron la boca de su amigo. —¿Me estás jodiendo?—no podía creer las palabras de Lorenzo. ¿Para qué me dice que tiene información sí no va a soltar la sopa? Henry soltó un suspiro y Lorenzo sonrió. —Pero como soy un buen amigo te tengo otra forma de saber sobre ese bendito proyecto. El castaño sonrió ampliamente esperando la solución a sus problemas. <
Henry no dejaba de pensar en las palabras de su abuelo, había salido de su oficina con la mente en blanco para soportar los regaños que el anciano le dedicaba por largo rato, estaba bastante cansado de toda la situación en la que estaba envuelto, necesitaba despejar su mente, estar lejos de todos y cada uno de ellos pero, eso era lo último que él, Henry Harper, podía hacer. —Creo que si estuvieras aquí las cosas no serían así, tu esposo no sería la persona en la que se convirtió—susurra mirando la foto de su abuela que colgaba en la pared. Sacudió la cabeza sentándose finalmente en su silla giratoria, observó la hora en su reloj de muñeca y largó un pesado suspiro, eran cerca de las tres de la tarde y su amigo no daba señal alguna sobre la reunión con aquella genio, necesitaban ese proyecto lo antes posible, no soportaría otro discurso por parte de su abuelo. —Algunas veces no entiendo ¿por qué no le dió la maldita empresa a mi padre? me hubiera ahorrad
Layla llegó a su casa pasada la una de la madrugada, se encontraba demasiado cansada, su abuela la había arrastrado por toda la ciudad para comprar cosas nuevas para el " hogar " que compartía junto a uno de los desgraciados de los Harper, se tiró sobre el sillón boca arriba, cerró sus ojos un momento y dejó ir un pesado suspiro. Su cabello rubio caía sobre sus hombros y pecho, pronto debía de ir a la peluquería a retocarse el tinte, su color castaño empezaba a asomar por sus raíces y no tenía ganas de que le estuvieran preguntando por su color natural. Estaba a nada de quedarse dormida sobre el suave y cómodo sillón, el que fuera caro valía totalmente la pena, se sentía como en las nubes pero pronto su burbuja de sueño se rompió, mejor dicho una voz odiosa y bastante conocida la reventó. —¿Dónde estabas?—la rubia abre los ojos, mirando al hombre frente a ella. —Asunto mío. —habla con la voz algo ronca, el sueño comenzaba a afectarle. —Éstas n
Layla fue la primera en despertar, lo primero que sus ojos vieron fue el rostro de su esposo que dormía plácidamente, con total confianza a su lado, en su corto tiempo de casados no se había tomado la libertad de ver su perfecta cara, era un hombre tan odioso que algunas veces su simple presencia la hacía volverse loca, Layla no podía creer que la persona que descansaba a su lado era la misma que desde el momento uno la había tratado de todas las formas miserables posibles. —Maldito infeliz—piensa la rubia mientras da media vuelta para buscar su teléfono sobre la mesa de noche. Dos mensajes de Matías. Se sentó en la cama abriendo el chat de su primo, Henry dormía profundamente y eso molestaba un poco a la joven, él decía no confiar en ella pero dormía tan tranquilo a su lado, algunas veces le causaba escalofríos. Trató de ignorar la presencia masculina y volvió a su celular en mano, Matías la esperaba en la puerta para llevarla hasta la Universidad, luego de clases debería juntarse
Ambos celulares sonaban, ninguno de los dos contestó. Seguían discutiendo sobre sus problemas matrimoniales, Layla estaba desesperada por alejarse de Henry y él solo mantenía su firmeza en no dejarla ganar. La rubia se sentó en el sillón bastante cansada de discutir, había perdido una vez más su reunión con Lorenzo, pensarían que era una irresponsable de lo más grande. Henry se sentó frente a ella, justo sobre la mesa ratona de madera que era parte de la enorme y lujosa Sala de estar. —A partir de hoy yo te llevaré a tus clases, no confío en tí, sé que si te doy la oportunidad desapareces metiendome en problemas. —su voz era firme y la joven tragó. —Como quieras, seguiré siendo tu dulce y perfecta esposa.—Layla habló irónicamente y Henry sonrió de lado. —No me desafíes.—susurró entre dientes el hombre, observó los ojos negros brillantes. Esa mirada se lo decía todo, no tenía miedo y estaba a nada de saltar sobre su yugular, Henry se paró camino a la habitación y Layla caminó hasta
—Genial, es negativo. Layla abrió los ojos con rapidez, leyendo las grandes letras en color negro. Su alma se sintió liberada, la pesada carga de llevar a un ser humano en su vientre sin así quererlo se esfumó, sonrió de oreja a oreja y obviamente también lloró de alivio. —No digas nada a mi familia, si preguntan sobre esto cambia el tema, dejemos que piensen que traes a mi heredero en tu vientre. —¿Por qué haría tal cosa?—pregunta siguiendo los pasos de su esposo. —Solo hazlo, por una vez en tu vida haz lo que te digo.—La rubia hizo puchero, siempre tenía que estar siguiendo sus órdenes como si fuera un pequeño cachorro a su merced. —Solo dime la razón, no es tan difícil. —Claro que es difícil.—se detiene antes de abrir la puerta de su auto, observando por encima del techo a su esposa.—No confío en tí, lo único que puedo hacer es tratar de que obedezcas y cooperes. Layla se ofendió, creía que su esposo se estaba victimizando demasiado, él no era quien creyó estar embarazado por
—Disculpa, debo usar el baño—Layla le sonrió falsamente al hombre a su lado antes de pararse y alejarse de él. Pasó una hora caminando de un lado a otro, bebiendo una que otra bebida sin alcohol que encontraba en el camino, por momentos se sentaba a ver a los invitados en aquella reunión, se sentía tan ajena a todos, algunas personas se acercaban a ella para entablar una corta conversación, otros simplemente la miraban de lejos. Layla se sentía bastante incómoda sin su esposo en la casa, su suegro se acercó a ella. —Hija, ¿tu esposo tardará? —a la rubia le sorprendió la forma de ser llamada por su suegro pero, le sonrió. —No, no lo sé con exactitud. —susurra algo incómoda. —Él es bastante difícil. —el hombre bebe de su trago, la joven baja la mirada a sus propias manos. —Pero no es un hombre malo. Layla no pensaba igual, Henry había demostrado no ser de las mejores personas del mundo, era bastante cruel la mayor parte del tiempo y tenía un temperamento hostil para con ella, algun
Layla entró a su antigua habitación, la cama era lo único que ocupaba el cuarto, llorando corrió la manta y sábana que cubrían con firmeza el colchón, aún temblando se acostó y no podía parar de hipar, su llanto era fuerte y desgarrador, cuando estaba pensando en que su esposo no era de tal forma él le demostraba todo lo contrario, le confirmaba que era un ser humano sin corazón, que no piensa más que en sí mismo y no se detiene ni un segundo a pensar en el dolor ajeno, en los sentimientos que pueden ser heridos o en el corazón de su esposa. Cuando el sol golpeó de lleno en su cara ella abrió con lentitud sus ojos, aún estaban hinchados y algo rojos debido al llanto hasta tarde en la madrugada, le costó conciliar el suelo, tenía los nervios a flor de piel, estaba alerta a todo a su alrededor, a la defensiva ante cualquier ataque. No escuchó ningún ruido que le alertara la presencia de su esposo, se levantó y caminó con una nube negra sobre su cabeza, su espíritu se en