—¿Cómo te llamas niña?—preguntó Alan Kaiser a la niña tirada en el suelo del motel. Sus hombres pronto lo siguieron.
Ya no quedaba excepto la miseria.No respondió.Simplemente clavó sus ojos en los del hombre ya entrado en años.Él hizo una señal con la mano a sus hombres para que se fueran y los dejaran solos.Ella se encogió sintiendo su diminuto cuerpo temblar, se abrazó a si misma esperando lo peor. Ni siquiera sabía como había sobrevivido.—¿No tienes nombre?—preguntó el hombre incrédulo.—Se que ya lo sabe—respondió ella dándole la espalda.—Ah, por fin respondes—sonrió el hombre pasándose una mano por su corto pelo de color negro.—Quiero salir de aquí—susurró ella con la mirada fija en la pared.—HasEn otra habitación en la ala opuesta de esa misma mansión, se encontraba Adriano, moviéndose de un lado a otro inquieto en su cama. Hacia años que no dormía en esa casa…Aunque ese sitio ya no se sintiera como un hogar para él. Juró que no volvería a hacerlo de nuevo, que abandonaría la mafia, que se convertiría en un hombre de negocios normal y corriente y hasta este punto se había esforzó hasta llegar a serlo pero todo estaba empezando a temblar…Ahora existía un maldito pero, se dijo. Cuando justamente se prometió que no, que no volvería a haber un pero.Pero ahí estaba, pequeño y claro hecho de que…Había vuelto. Eso era suficiente para avivar fuegos que creía muertos. Extinguidos. Sus demonios no lo dejarían pegar ojo, reviviría una y otra vez sus pesadillas hasta que estas lo consumieran. Era un miserabl
La única persona por la que metería la mano en el fuego había resultado ser una estafa igual que todo lo demás. Se sentía sola y pérdida en un caos que parecía querer acabar con ella. Solo quería que todo volviera a la normalidad. Qué ingenua había sido pensando encima que ella vendría a salvarla… Finalmente decidió buscar las pantuflas de María, colocarselas, e ir a vestirse con algo mucho más decente. Caminó de nuevo hacia la mini habitación y entre la selección de vestidos que tenía esa mujer apostó por uno que probablemente María Gallieri jamás se había puesto, o al menos eso le hacía pensar que la etiqueta cuya marca era impronunciable y seguramente impagable estuviera puesta. No es que a Meredith le gustara la ropa negra, ya no era una adolescente que buscara llamar la atención de esa manera,
Adriano observó detenidamente los ojos de la gacela recordando viejas escenas del pasado, ese miedo, ese último grito, salto que se da por sobrevivir, también vio en los ojos del león a si mismo, la precisión, la brutalidad.Se preguntó si era verdad lo que le había enseñado su padre y los hombres de su padre, si realmente llevamos escritos desde que nacemos si somos leones o por lo contrario gacelas.Si eso fuera cierto a los Edinburg les tocó ser gacelas no debía sentirse culpable por lo sucedido, pero se sentía miserable así que dudaba que la teoría fuera cierta. Dudaba que esa teoría tuviese alguna validez excepto legitimar la opresión, la opresión de suponer que el destino es algo cerrado. No concebía mayor castigo para el ser humano que pensar que toda nuestra miseria ya ha sido escrita por alguien, mayor cárcel para el alma que suponer que nu
—¿Qué se supone que debo hacer yo con la principesa de los demonios?—preguntó Meredith incrédula mirando a los Cuervo y a Ezra pararse delante de su cama, ellos responden evadiendo la mirada.—Hacer tu papel—finalmente Ezra es quien responde, el rubio la mira serio como si temiera en cualquier momento que Meredith supusiera el fin de su carrera… ¿Y por qué no? Su vida. En la mafia no había segundas oportunidades.—¡Maldita seas Malak Kaiser!—gritó con fuerza Meredith desesperada como siempre hacía, la maldecía siempre que podía. Se había convertido en lo único que conseguía hacerla desfogarse.—Ten cuidado, sobre todo con Delilah, si ella no te traga ninguna del grupo lo hará—responde Ezra severo como si viera exactamente Delilah odiando a Meredith.—Ah, genial. ¿He vuelto a la universid
Hace diez años—Hermano…¿Qué has hecho?—preguntó horrorizado el niño de doce años mirando a Adriano con los ojos fuera de órbita.Dominik jamás se hubiese esperado ver a su hermano en ese estado, cargaba un bebé llorando con graves quemaduras, él también se había hecho una en el pecho, se notaba por la tela quemada de la sudadera de Iron Maiden que le había regalado su madre en un intento de mejorar la relación materno-filial, detrás de él la casa de los Edinburg ardiendo.El adolescente de diecisiete años años fue incapaz de gesticular palabra. Miró a su hermano sin entender muy bien la situación. Tragó saliva con fuerza para mirar al bebé en brazos, vio con horror como la ropa de Elías había sido manchada con la sangre de sus manos y tomó aire con fuerza cuando record&oacut
A Meredith ese escenario lleno de vestidos, mujeres desfilando de un lado a otro, le quedaba tan lejos como pensar que algún día tendría que mentir sobre su identidad para salvar el cuello. Pero ahí estaba. Fingiendo ser quien no era. Ni siquiera se reconocía a si misma. No pudo evitar sentir un nudo de garganta al pensar en Nueva York, en el dulce sabor de saber de su mejor amiga, su hermana prácticamente, de que está al fin conocía a sus padres y al mismo tiempo apreciar como se tornaba amargo y repulsivo al instante de saberla en parte raíz y culpable de su miseria.Ahí estaba, dejando que un modista cuyo apellido ni siquiera sabía la toquetease y hiciera algún otro comentario hiriente sobre el peso de las presentes sin rechistar. Eso último era la peor parte, ella bufaba y soplaba intentando no perder los papales. No quería que a la lista de problemas con Ezra se le añad
—Bianca—sonrió Adriano al verla restregando una mano contra la otra por lo fría que parecía ser esa mañana. Caminó entre los distintos coches hasta llegar donde ella. Ella le devolvió la sonrisa.—¿Cómo has venido tan rápido?—preguntó ella sorprendida.Él se quitó los guantes de cuero, tomó sus manos y en un intento de calentarlas se los colocó ante la sorpresa de la pelinegra.—¿Cómo has conseguido escapar de ahí siendo la novia?—le devolvió la pregunta divertido Adriano, junto a Bianca era imposible dejar que su malhumor la afectase. No entendía en que momento había sucedido, supongo que le ganaba el hecho de que Bianca hubiese conocido al anterior Adriano, incluso el anterior al de diez años.—Nadie notará mi partida—observando como los guantes le iban bas
Gateó junto al castaño entre vestidos, telas y espejos, observando como el salón, se había convertido en cuestión de segundos una tragedia. La mayoría de vestidos ya estaban más que tintados por la sangre de los primeros disparos a los trabajadores.—¿No se darán cuenta de lo del maniquí?—pregunta ella.—He apagado la luz expresamente—sonrió él volteándose, ella lo miró seria, finalmente ambos miran con horror como los hombres de ese nuevo amigo volver donde estaban para gritar horrorizados ante el maniquí.—¡No es ella!—gritaron poco después haciendo que ambos se miraran con miedo.—Debemos encontrarla, si la matamos lo debilitaremos, un rey no es sin su reina, ese cabrón sentimental de Dominik—habló uno haciendo que en los puños de Dominik se marcaran las venas y sus ojos ardie