En la acogedora cafetería, Sofía se encontraba sentada frente a Álex y entrelazaba nerviosamente los dedos sobre su regazo."Álex", comenzó con voz suave. "Quiero disculparme por todo lo que te he hecho".Él la miró con amable curiosidad. "¿Por qué?"Ella respiró profundo. "Me di cuenta de que sufro porque me aferro a cómo quiero que sean las cosas, en vez de aceptarlas como son. Ojalá hubiera escuchado a mi abuelo cuando pude".Él le ofreció una sonrisa tranquilizadora. "Está bien".Reuniendo valor, confesó: "En realidad... nunca legalicé los papeles del divorcio"."¿A qué te refieres?"Ella se mordió el labio, dudando antes de continuar: "Cuando iba a casarme con Chris, él me dijo que se ocuparía de todo lo relacionado con el divorcio y los papeles para el matrimonio. Después de lo que pasó, imaginé que ya no los habría mandado, además, nunca me llegó nada, ni un mensaje de confirmación".Álex permaneció en silencio."O sea que todavía estamos casados". Susurró Sofía, con las mejilla
"¡Sofía! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?" Olivia Lancaster irrumpió en el café. "¡Todo el mundo te está buscando!"Antes de que Sofía pudiera responder, Olivia la agarró del brazo con impaciencia y exigió con un tono irritado. "La abuela quiere verte ahora mismo".Sorprendida por la brusquedad de su prima, Sofía liberó su brazo. "Olivia, ¿qué pasa? ¿Por qué actúas así?"Olivia se burló mientras cruzaba los brazos. "No te hagas la inocente. ¿Desapareces cuando la familia más te necesita? Tan típico de ti"."¿Desaparecer?" Repitió Sofía confundida. "No sabía que me necesitaban"."Quizás si dejaras de pensar solo en ti misma, lo sabrías". Le espetó Olivia.Álex miró de una a otra. "Tal vez deberías explicarnos qué está pasando".Olivia le fulminó con una mirada. "Oye tú, perdedor, esto es un asunto familiar. No te metas".Sofía se irguió con determinación. "Álex es mi esposo, así que mis asuntos son sus asuntos"."Bien", resopló Olivia. "Pues apúrense. Estás haciendo esperar a todos".A
"¡Rápido, Sofía! Kelly Kingston solo nos dio diez minutos". Amelia tomó la mano de su nieta y la empujó hacia el pasillo.Minutos atrás, Amelia había logrado que un ejecutivo del consejo retuviera a Kelly, quien accedió a esperar un poco más. Pero al entrar al salón, Kelly ya se preparaba para irse."¡Señorita Kingston!" La llamó Sofía con urgencia. "Mi abuela me pidió que le comunique que ahora soy la CEO del Grupo Lancaster y yo misma manejaré la alianza con el Grupo Kingston. Ojalá pueda darnos otra oportunidad".Kelly se giró y respondió: "Bueno, si tú diriges el Grupo Lancaster como CEO, entonces todo bien, p ero que quede claro, si alguien más toma tu lugar, el acuerdo se termina. Esta alianza no es un juego donde puedes poner a cualquiera sin capacidad al mando". Kelly dirigió una mirada severa hacia Amelia y la familia Lancaster, advirtiéndoles claramente con sus ojos."Muchas gracias, Señorita Kingston", respondió Sofía con sinceridad. Parecía que el Grupo Kingston la apoyaba
"Lyra, ¿adónde fuiste? Hace mucho tiempo que dejaste la mesa".La voz de Oscar interrumpió el suave murmullo del salón de banquetes. Al acercarse, recorrió con mirada suspicaz el espacio entre Álex y ella. La proximidad entre ambos, ese sutil acercamiento, le provocó una visible tensión en la mandíbula.Lyra giró para mirarlo de frente, transformando en un instante su expresión sensual en una indiferencia. "¿Acaso tengo que contarte cada paso que doy, Oscar?"Él se erizó y su tono delataba sus celos. "Pero vinimos juntos, ¿no?"Durante años, Oscar había perseguido a Lyra, obsesionado con conquistar a quien todos consideraban una de las mujeres más hermosas de Vancouver. La relación entre ambos avanzaba favorablemente, en especial cuando él decidió invertir capital en el emprendimiento de ella.Álex observó el intercambio con atención. Le sorprendió cómo Lyra había cambiado en un instante: de una mujer seductora a una reina elegante de impecable frialdad frente a Oscar. Ahora entendía p
"Está funcionando". Susurró Lyra, su voz apenas era audible.Su padre, Joe Thompson, logró incorporarse con cierto esfuerzo, luego balanceó las piernas sobre el borde de la cama y murmuró. "Es como un milagro".Lyra grabó cada instante, con su mente girando entre las posibilidades. La recuperación de su padre sobrepasaba cualquier esperanza que hubiera albergado. Al fin y al cabo, para los ricos, la salud era el tesoro más preciado."Padre, iré a llamar a mamá". Dijo Lyra, poniéndose de pie antes de salir silenciosamente de la habitación, con el corazón desbordante de emoción.Mientras tanto, Joe observó el celular junto a su cama. Tras meses de confinamiento, sentía un torbellino de ideas en su mente, tomó aire profundamente y marcó un número al que no había llamado en años."¿Alfred Kingston?" Preguntó cuando la línea conectó."¿Joe Thompson?" Alfred contestó con asombro. "Me enteré que estabas en cama, recuperándote de un ataque cerebral"."Mi hija consiguió un remedio creado por La
Josefina estaba de pie frente a la estufa en la cocina del restaurante, el familiar aroma de vegetales salteados y especias llenaba el aire.Al volver a contratar al antiguo personal, ya no tenía que cargar con todas las responsabilidades ella sola. A su alrededor se movían cuatro trabajadores dedicados, incluidos dos cocineros experimentados de la gestión previa.En ese pequeño pueblo minero en crisis, conseguir empleo resultaba casi milagroso, así que Josefina sentía que la camaradería en la cocina le reconfortaba el alma."Oye, Jose, ¿adónde fue tu guapo ayudante? No lo he visto estos últimos días". Le preguntó Shirley, con un brillo juguetón en sus ojos cuando limpiaba el mostrador."Qué sé yo", respondió ella encogiéndose ligeramente de hombros. "Su exesposa apareció y se fue con ella"."¿Dijo si va a volver?" Insistió Shirley."No dijo ni una palabra", respondió Josefina con irritación. "La verdad es que estoy pensando en despedirlo"."¡Ay, no te apresures!" Protestó Shirley. "No
Alex se detuvo frente a la fachada desgastada del antiguo edificio de apartamentos de ocho pisos, aferrándose a la postal gastada que Ruth Everheart le había entregado, la única pista de su pasado olvidado. Las letras descoloridas mostraban el número "813".Alex subió por las escaleras crujientes hasta el octavo piso y se detuvo ante la puerta marcada con el mismo número. Tocó firmemente, pero no recibió respuesta.En ese momento, la puerta de la casa de al lado, la 812, se abrió con un chirrido y un anciano se asomó, con los ojos nublados por la edad."Hace años que nadie vive ahí", dijo con voz ronca. "Ese apartamento lleva desocupado desde que tengo memoria"."Gracias". Respondió Alex, ofreciendo un educado gesto con la cabeza.Cuando el anciano desapareció arrastrando los pies, Alex regresó su atención a la puerta del apartamento. Tras respirar hondo, manipuló con destreza la cerradura hasta abrirla y entró sigilosamente.Partículas de polvo flotaban en los rayos de sol que atraves
Josefina sostuvo la mirada del oficial, conteniendo la furia bajo su aparente calma."Sé que Carlo les paga a todos ustedes para callar a quien se atreva a hablar contra esa mina suya que está matando nuestro pueblo y dejando a la gente enferma"."Cuidado con lo que dices, señorita", se burló el oficial. "Céntrate en los cargos y deja de inventar cosas sin pruebas".Todo el mundo sabía que cada policía del pueblo minero era sobornado por Carlo, ignorando sus fechorías a cambio de sobres llenos de dinero y promesas de más beneficios.Ella enderezó los hombros, negándose a retroceder. "Mejor me enfrento a cargos inventados que dejarme manipular por ti o por Carlo".El rostro del oficial se endureció con ira. Se acercó a ella y le sujetó el pelo con tanta fuerza que le echó la cabeza hacia atrás. "Mejor acepta la oferta mientras estoy siendo amable". Siseó, apretando cada vez más, hasta hacerle daño.En lugar de acobardarse, Josefina lo miró fijamente a los ojos y le escupió en la cara.