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Una botella se volvió dos, tres, cuatro y no se sumó una quinta porque el bartender se negó a abrir la siguiente. La cabeza del hombre parecía separada de su cuerpo, ya no podía controlar sus manos ni mucho menos coordinar sus piernas. Su propia ida al baño la veía imposible y analizaba seriamente la idea de hacerse encima ante la urgencia que le pudiera aquejar.

El labio le temblaba, no se podía saber si de la ira o de la intoxicación de su sistema, pero a pesar del remolino de sensaciones que lo estaba destrozando por dentro su rostro continuaba estoico, serio y amargado.

Rememoraba el viaje a la mansión de los Keith, para su mala suerte se encontraba vacía, nadie había respondido y aunque el guarda de la unidad le había indicado que habían salido, además ante ver su insistencia le había amenazado con llamar a la policía, el no temía a nada, corrió y busco la vivienda con rapidez, al ubicarla entro y para su sorpresa lo golpearon fuertemente con un bate, el ama de llaves de esta cas
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