Quería hacerla suya.

Draco agarró las cosas que llegaron a su mano, desde sus abrigos de pieles caros hasta camisas y ropa de la realeza. Salió del vestidor y la encontró allí parada sonriendo como un bufón con los brazos abiertos.

En lugar de dárselo, los arrojó sobre la cama y la forma en que ella miraba su ropa como si fuera una especie de comida lo inquietó.

Estaba boquiabierta ante la ropa como si fuera a abalanzarse sobre ella en cualquier momento y arrebatarle su inocencia, si eso tuviera sentido. La ironía que podía imaginar era una baba en la comisura de su boca por la mirada que tenía en sus ojos.

Ella trepó y los agarró a todos en sus diminutos brazos antes de caminar hacia su puerta.

—Gracias, mi rey —dijo y luego le guiñó un ojo cuando sus ojos se abrieron.

Abrió la puerta con dificultad antes de desaparecer dentro. Después de uno o dos segundos, asomó la cabeza afuera y lo saludó con la mano. Le dedicó una sonrisa impresionante y luego cerró la puerta y le puso el cerrojo.

Finalmente dejó es
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