El día del cumpleaños de Lucy había llegado. Amelia sabía lo que eso significaba, por mucho que quisiera era inevitable no ponerse nerviosa. Edward seguramente iba a querer estar con ella, se lo había dejado claro las últimas veces que lo vio en el club. Siempre la invitaba a tomar algo con él y aprovechaba la oportunidad para dejarle ver lo muerto de deseo que estaba por su cuerpo. Amelia agradecía la manera con la que le pedía una noche de sexo, no era igual que Bruno, definitivamente no se comparaba con él. Edward era diferente le inspiraba confianza y seguridad todo lo contrario con aquel monstruo que atormentaba sus días y que le había hecho tanto daño en el pasado, monstruo que solo le provocaba repugnancia y miedo.
Con los cupones que tenía guardados se fue a una tienda para comprar ropa adecuada para la noche, esta vez sus amigas no pudieron acompañarlas; Rub&iacut
Amelia llegó de madrugada después de la fiesta en casa de Edward, sus amigas estaban en su habitación esperándola para que detallara los pormenores de su nuevo romance. Cuando ella entró en la casa le pareció lógico que Perla y Rubí estuvieran dormidas, no obstante, se sorprendió cuando ingresó en su habitación y las encontró acomodadas en su cama. Sonrió porque sabía de qué se trataba todo.—Oigan, despierten —dijo presionando el botón para encender la luz.Las dos dieron un respingo y se sentaron de golpe.—Hasta que llegas —replicó Perla.—Y ustedes ¿Qué hacen en mi habitación? —preguntó Amelia.—Pues nos invitamos solas a una pijamada contigo.—Entonces más vale que me ponga mi pijama —advirtió al mismo tiempo que buscaba en s
Amelia entró en su cuarto de cambios para vestirse y poder ir a casa, había tenido una noche muy intensa y diferente. Por más que lo intentaba no podía sacar a John de su cabeza, de pronto sintió miedo porque sabía que aquello que le estaba pasando solo lo había experimentado en la adolescencia con su primer gran amor. Quería verlo nuevamente, deseaba tenerlo cerca, le hubiera gustado retroceder el tiempo y apreciar por más tiempo su mirada y su sonrisa. Salió a toda prisa con la intención de volver a verlo afuera en el estacionamiento. Aunque fuera solo unos segundos.—¡Edward! —exclamó sorprendida cuando salió por la puerta trasera para encontrarlo cerca de la entrada.—Te estaba esperando —comentó él.—¿Me vas a llevar a casa? —preguntó inquieta al observar a John parado junto a la puerta de un auto q
Amelia volvió a su casa el lunes después de la cena. Sus amigas no estaban tan contentas, pese a que habían hablado por teléfono el día anterior y las dos sabían dónde estaba ella.—¿Dónde te habías metido? —cuestionó Rubí.—Como te dije ayer por teléfono, estaba con Edward en su casa de playa.—¿Qué rayos estás haciendo Amelia? —preguntó Perla con decepción.—¿Cómo así? ¿Qué rayos estoy haciendo de qué? —replicó sorprendida por la actitud de las dos.—Tu hijo es lo más importante ahora, pero parece que a ti ya se te olvidó que Mateo existe —Rubí estaba molesta, se notaba en cada palabra que mencionaba.—¿Cómo te atreves a decirme eso a mí? A mí que no hago m&aac
Cuando Amelia llegó a casa se dio cuenta que algo no estaba bien con sus amigas, la luz de la cocina estaba encendida y la de la habitación de Perla también.Entró rápidamente en su recámara y tomó un baño ligero, se envolvió en una bata y después se dirigió al cuarto que estaba entre abierto. Tocó con cautela y sus amigas le indicaron que podía seguir.Perla estaba acostada sobre las piernas de Rubí hecha un mar de lágrimas.—Que ha pasado? —preguntó—. ¿De qué me perdí? —indagó sorprendida pensando que debía ser algo complicado, de lo contrario sus amigas estuvieran durmiendo.—Perla no tuvo un buen día —dijo Rubí.—¿A qué te refieres?Amelia sabía perfectamente que no se trataba de algo sobre amor. Perla no tenía
Amelia quería renunciar a su trabajo, necesitaba hacerlo. No podía permitir que Bruno le hiciera daño nuevamente, por suerte ahora se sentía un poco más segura; John conocía su historia y ella estaba convencida que la iba a proteger. Los dos se habían dado cuenta de lo que sentían uno por el otro y estaban dispuestos a dejar florecer ese sentimiento. John tenía algo tan especial que hizo que Amelia desistiera de cerrar su corazón al amor de un hombre.Aunque ya había pasado una semana Ágata seguía aterrada después de lo que sucedió con Bruno y pese a que él no se había aparecido por el club ella sabía muy bien que lo haría en cualquier momento. Así que tenía que actuar con perspicacia, no podía permitir que otra vez ese monstruo encontrara su lado vulnerable. Pensando en el siguiente paso que podía dar, recordó
La mañana traía con sigo aroma a paz y a felicidad. La alegría de una amiga era el triunfo para las demás.Rubí estaba nerviosa porque su día al fin había llegado; por más que lo intentaba no dejaba de sentirse ansiosa, deseaba que las cosas salieran perfectas. Se sentó con sus amigas en el comedor a disfrutar de un rico desayuno antes de empezar con lo demás. De pronto se puso en pie de golpe y se movió hasta la sala. Perla y Amelia se miraron entre sí y caminaron en su dirección.—¿Qué te sucede? —preguntó Amelia intrigada.—Hoy me caso con el amor de mi vida —dijo con lágrimas en los ojos.—Es un verdadero motivo para estar contentas —comentó Perla.—¿No se dan cuenta? No tengo un papá que me lleve hasta el altar —se lamentó.—Y ¿Qu&e
John llevó a Amelia hasta su casa, ella no pudo conocer muy bien el lugar la primera vez que llegó, pero lo poco que estuvo al alcance de su vista le pareció hermoso y acogedor. La casa era pequeña, sin embargo, tenía un bonito y espacioso jardín.Entraron y se sentaron en la sala, era de madrugada y hacía frío. Amelia estaba temblando, pero John buscó una colcha pequeña para abrigarla y también preparó chocolate caliente.—¿Alguna vez estuviste casado? —preguntó ella con curiosidad.—Nunca —respondió él.—¿Has vivido sólo, desde siempre en esta casa? —cuestionó.—Sí, desde que la compré.—Ganas muy bien entonces.—Parte del dinero fue una herencia que me dio mi padre.—¿Él murió?—No, a&uac
John no se imaginaba la reacción de Amelia cuando estuviera frente a su niño. Tenía claro que talvez todo iba a llegar a su fin, en cambio estaba seguro de lo que quería y lo que más deseaba era hacer su vida junto a Amelia. No solo se había enamorado de ella, sino que también estuvo cuidando a Mateo como si fuera su propio hijo. —Me debes una explicación —dijo Amelia. —Y te la daré, por ahora disfruta de Mateo —sugirió él. —¿Nos regresaremos hoy mismo? ¿Está todo listo para llevármelo; ¿su ropa sus juguetes, todo? —preguntó Amelia. —No te lo puedes llevar —ordenó. —Es mi hijo. ¿Cómo te atreves a decirme eso? —Ahora también es mi hijo —comentó. —Mateo no es tu hijo, tú lo separaste de mi lado. —Le romperíamos el corazón si se entera que su padre es el maldito de Bruno y no yo —aseguró—. Sobre todo, porque yo si he cumplido con ese rol desde que él era un bebé hasta el día de hoy y quiero que sepas que lo hice con todo e