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Y, me siento tan fría,

esta casa ya no se siente como un hogar.

—Ben Cocks, So cold.

A L I Y A H

—¡Mamá! ¡Papá! —sollocé tosiendo por el humo, apenas me dejaba respirar, caminé como pude por el pasillo sin saber qué dirección coger. La intensidad en aumento del fuego fue suficiente guía para llevarme hacia su habitación. El caos había empezado en mitad de la noche, el calor abrasador y el olor a quemado habían sido la alarma perfecta para que mi cuerpo se despertara. Fue entonces que me dí cuenta de que la casa estaba ardiendo.

Al llegar por fin a su habitación, me sorprendí al ver como mis padres aún yacían en sus camas,  ajenos al humo y a el calor, las imágenes que vi poco después quedaron grabadas por siempre en mi memoria. Con dieciséis años no sería precisamente una buena experiencia. Ahogué un grito seco al ver las entrañas de mi padre en su boca. La sangre salpicaba todo su cuarto gris, impecable hace tan solo unas horas atrás, ya no había rastro de ese color. Todo es rojo mientras ese todo poco a poco va ardiendo ante mis ojos, mi casa, mi hogar, se había convertido en mi propio infierno.

Corro inmediatamente hacia mi padre, le quito sus propias entrañas de la boca y lo abrazo. Eché a llorar como no lo había hecho en años. Sé que estaba en una pesadilla pero no se quien de nosotras es la que llora, si la niña o la mujer.

—¡Papá! ¡Mamá! —volví a sollozar al darme cuenta de que una vez más había llegado tarde. Incluso en mis sueños no podía vencerle. Entonces, recordé cómo sentí las manos asquerosas de ese hombre agarrarme por mi coleta alejando mi cuerpo así del de mi padre.

—Aliyah, has sido mala—susurró haciéndome voltear y por primera vez puedo ver su rostro cubierto por una máscara siniestra que me sonreía. Sentí como mi cuerpo se estremeció al máximo. Tragué saliva y sollocé, no sirvió de nada.

Sin querer me dí cuenta de que había pisado algo, al bajar la mirada, descubrí que era el cuerpo de mi madre, al parecer había caído al suelo. Agradecí a dios que no estuviese muerta, tan solo inconsciente. Intentó levantarse y en menos de lo esperado, ahí estaba, de pie, luchando. Tenía la cara sangrado, moretones en la mejilla y lágrimas secas por toda la cara, incluso así, pudo coger el revólver y apuntar al psicópata.

Escucho, aunque ya es costumbre en mis pesadillas, como de nuevo me vuelve a susurrar...

—Cariño, mamá está aquí.

Me hubiera gustado decir que las cosas hubieran salido bien, que mi madre me hubiese salvado. Que mi vida no se hubiera convertido en un caos. Me gustaría decir que así fue... Pero eso sería mentir. Después de eso, tan solo puedo afirmar que el fuego arrasó con mi vida.

—¡Mamá! ¡No! —empecé a golpear al monstruo—¡No! —volví a sollozar cuando empezamos a alejarnos lentamente de mi propio hogar.  Tan solo quedaban cenizas. Sé que es una pesadilla pero no podía evitar luchar contra lo inevitable aún sabiendo el resultado—¡No! —grité de nuevo, abriendo los ojos de golpe con las mejillas empapadas y sintiendo el frío abrasador envolviendo mi cuerpo. No tardé en empezar a llorar y a dar golpes de impotencia. Estaba despierta pero deseaba estar muerta.

Entonces, me doy cuenta de que había algo diferente esta mañana, el ambiente, el olor, la sensación en si es diferente, había algo que me hacía sentirme diferente. No se sentía como la cama de mi apartamento, cama que compartía con Carlos, y que siempre había apestado a viejo por la cantidad de detergente que le ponía su asistenta...No, esta vez era todo diferente.

Pero eso era imposible. Entonces es cuando me doy cuenta de que no me encontraba en casa, sino en otra. A mi lado descansaba un rubio dormido en paños menores. Un momento...¿Qué hacía un hombre prácticamente desnudo durmiendo a mi lado en una cama que no es la mía? Decido levantarme de forma brusca y me doy cuenta de la última noticia cuando observo de reojo mis manos. Había un jodido anillo de oro con un pedrusco gigante.

No tenía ni idea de que expresión ha tomado mi rostro pero os aseguro que no es digna de halagos. El hombre a mi lado entreabre los ojos levemente, frunciendo el ceño, supongo que intentando acostumbrarse a la luz.

—Soy Keegan—sonríe y se vuelve acomodar en la cama—, tu marido, ahora vuelve a dormir—añade despreocupado, mis ojos se salen de sus órbitas quedándose más desorbitados que al principio, si eso era posible claro.

—¿Kee...Keegan Ross? —pregunto entre tartamudeos como una auténtica tonta, como si no lo hubiese escuchado la primera vez y en verdad era así...No podía procesarlo. Keegan Ross, apodado como «el príncipe de la Mafia» ha dicho que es mi marido, lo cual me convertía en su esposa, lo cual era un jodido y gran desastre.

—En carne y hueso, ¿Quieres un autógrafo o que, nena? —pregunta arqueando sus cejas de forma divertida.

Lo miro de mala manera y siento mis mejillas hervir de la rabia. Lo señalo con el dedo acusador, pero tan solo me salen tartamudeos, nada claro.

—Me lo suponía—habla irónico tapándose con el edredón blanco para dormirse otra vez.

—¡Oye, sabes que te pueden detener por secuestro y por...Por violación! —declaro mirándolo de mala manera en un intento de intimidar su enorme y detestable ego. Entonces él después de blanquear los ojos divertido saca un papel de uno de sus cajones negros—Ya quisieras que te hubiese tocado de esa manera, biscochito. —añade mientras acto seguido, me lo pone en frente de la nariz. Aparto su mano y me llevo el papel. Me ha llamado «biscochito»...¿Qué clase de broma es esa? Aún sintiendo unas ganas inmensas de matar a ese hombre con mis propias manos decido leer el papel primero.

Era un maldito certificado de matrimonio. Anoche después de evitar que cinco borrachos me violasen en un callejón, había decidido casarme con Keegan Ross...

—¡Es imposible! Yo nunca haría eso...

—Querida, cálmate, que es nuestra luna de miel y sirve para relajarse y hacer otras cosas que más adelante y si te apetece haremos—me guiña un ojo seductor—Vuelve a dormir. Soy un mafioso, por lo que veo ya me conoces, entonces, ya sabrás que no soy conocido por mi paciencia...—afirma de mala manera, hace una pausa cambiando su expresión seria y letal a una más tranquila—Por cierto, ¿tú a qué te dedicas, biscochito? Creo que sería bueno conocernos ahora que somos marido y mujer—añade acortando la distancia entre nuestros cuerpos como si de verdad sintiera interés en conocernos, como si supiese un secreto que yo no.

Le muestro el dedo del medio.

—Vuelve a llamarme biscochito, una vez más y verás—le amenazo fría.

Después, poco después tragué saliva nerviosa para mis adentros. ¿En qué lío me había metido esta vez?

Tenía dos claras opciones: Golpearlo, buscar un arma para salir corriendo de aquí o podría fingir desmayarme, hacerme la víctima y dejar que me llevase a un hospital del que tranquilamente podría fugarme. Lo sé, ambos planes son una b****a, pero... Ahora según el estado este personaje y yo éramos marido y mujer. ¿Cómo habrá hecho para convencerme? ¿De dónde habrá sacado los testigos y un juez que ignorase que estuviese ebria? Blanqueé los ojos ante mis preguntas. Es apodado el príncipe de la mafia no por ser una María Teresa de Calcuta. Aún me acuerdo de su expediente. Nada bueno, un surtido de delitos de lo más variado, para todos los gustos. La prensa no sacaba mucha información de el y cuando lo hacía precisamente provocaba el efecto contrario en la población.

—Oye, biscochito, te he hecho una pregunta—dice él moviendo su mano de un lado a otro en frente de mi rostro como si yo estuviese en trance y él me estuviera ayudando a volver.

—Tengo novio.

Hasta ayer lo tenía luego decidió ponerme los cuernos en una discoteca justo antes de prometerme que no volvería a hacerlo y jurarme amor eterno. Incluso teníamos planes de boda. Pero fue lo único que se me ocurrió decir. Tal vez sea algo bueno y al menos tenga la decencia de respetar a mi novio ficticio.

—¿Cómo se llama?, ¿No será un tal Carlos?...—por la expresión de mi cara puede adivinar que así es, así que agrandando su sonrisa suelta—Porque ese mismo me ha colgado asustado como si quisiese ir a la falda de su mami a llorar cuando he respondido tu móvil.

—Mi novio es el hijo de un ministro...—respondí con agilidad, de hecho no lo era, me dolía demasiado defender a ese cerdo, pero más me molestaba convertirme la esposa del príncipe de la mafia siendo yo una agente de la ley.

Aunque en verdad no lo era realmente pero eso él no lo sabía. Tan solo era un hijo de papá, mimado y refinado.

—Y yo soy el hijo del rey de la mafia—mencionó con una sonrisa orgullosa.

El sonido de un bebé llorando nos hace callar y a él lo hace ir a una habitación que había contigua a la nuestra.

K E E G A N

Flashback.

—¿Se puede saber por qué debo salir a estas horas a dar un paseo? — pregunté de mala manera mientras encendía un cigarrillo, mi nana me observaba seria, y no entendía el porqué.

Ya se había hecho de noche, y todos los invitados al funeral se habían ido ya, ya nadie debía fingir tristeza o preocupación, menos aún estar conmigo. Y francamente no me importaba una m****a. Lo único que quería era beber y olvidarme de mis problemas. A mis treinta y uno, no pensaba fingir preocupación o pánico por el hecho de que nadie soportase mi mal carácter, si algo había aprendido era que estando solo, se trabajaba mucho mejor y algo clave siendo el don de la mafia, mis enemigos tenían menos puntos débiles por los cuales atacarme. De hecho la única persona que me preocupaba era mi hija.

—Tú necesitas una nueva esposa ¿No? Sal a que te dé el aire... Junto al club nocturno Neferna, hay muchas chicas...—argumentó ella.

—¿Por qué de repente te interesa mi vida personal? Siempre has estado en contra de Jessica y de todas las mujeres de mi vida porque no eran lo suficientemente decentes. Además tenía pensado en que Dylan fuese al prostíbulo y me trajese alguna chica para hacer el paripé y listo—respondí confundido ante su actitud cambiante.

Ella sonríe mientras se acerca a darme un abrazo.

—¿Keegan, recuerdas cuando vivías con tus tíos?—preguntó, en sus ojos pude ver dolor y tristeza. Sigo confundido ante esta mujer. Clava sus ojos azules en mi, puedo ver que estaba realmente rota.

¿Que sí lo recordaba?, no podía dormir por las noches... Gracias a ellos soy lo que soy así que en parte estaba agradecido. Aunque la pregunta real era...¿Cómo demonios sabía eso?

—La chica que te salvó a los quince y a los dieciocho tú hiciste lo que hiciste, cariño, no te culpo. Pero...

Siento como las lágrimas amenazan con salir, por un momento me permití el lujo de llorar ante la mujer que me había criado e intentado unir mis piezas, después de que ellos me hiciesen el huracán de odio y destrucción que estaba hecho.

—Yo la violé. No pienso negar un acto tan vil. Ella...M*****a sea, sino lo hacia yo, lo iban a hacer otros y en grupo hasta saciarse. No podía dejarla ahí y marcharme. A mi no me hubiese importado morir pero ella era una niña de dieciséis y mis tíos no son precisamente amigos de los Rosemonde.—sentí casi la obligación de dejar ir todo, de derrumbarme. Se sentía tan bien.

Vi como la castaña, ya entrada en años, teniendo los ojos completamente empapados decidió envolverme en sus brazos.

—Mi pequeño...—susurro ella conmocionada—Aliyah estará ahí, ve, tal vez consigas sanar lo que un día rompiste, pase lo que pase no las vuelvas a dejar ir aunque sea tu peor enemiga...—no la dejé terminar. No entendía su actitud.

—¿Una poli? — pregunté divertido, mi diversión se fue al garete al ver que su expresión seguía siendo una seria y llena de afecto—¿Estás loca? —añadí con dureza.

—Eres igual que tu padre, Kee... Antes de conocerme... —declaró ella cabizbaja, antes de marcharse dejando abierto el misterio que sus palabras suponían.

Después de eso, y aún sigo sin explicar el porqué, decidí hacer caso a mi nana, mis guardaespaldas y yo, en mi caso, amigos más cercanos, nos dirigimos en dirección al club nocturno. Entonces fue cuando la ví, era ella y al hacerlo lo supe, ella era la chica por la que recibí una de las mayores palizas, la chica que me salvó y a la que salvé, para después joderle la vida. Era Aliyah Mendes, aunque su apellido verdadero era Rosemonde. La mujer de la cual hablaba nana era la mujer de la cuál debía vengarme y destruir, o al menos eso es lo que afirmaba mi deber como Ross, eso era lo que me habían enseñado mis tíos. Traté de sonreír pero me salió una sonrisa amarga, igual de amarga que los planes que escondía para nosotros el destino.

Rápidamente les ordené aparcar aún estando lejos del club. Estaba seguro de lo que mis ojos habían visto. Finalmente, después de aparcar, Matt y Dylan, me miran esperando órdenes.

—¿Es esta Aliyah Rosemonde? —pregunta Dylan señalándola. Aunque veía confusión en su mirada, el eslavo no entendía muy bien la situación.

—En carne y hueso—respondo apagando el cigarro que tenía entre las manos.

—No puede ser. Nana te ha dicho que estaría en el club no tan lejos, mira su estado—apuntó Matt intentando entender la situación. La castaña realmente estaba destrozada, tenía el maquillaje corrido y sus zapatos estaban rotos.

—Podría reconocer a esa mujer incluso después de mil años—le respondo con una sonrisa de oreja a oreja. Lo que realmente quería decir era que era capaz de reconocer a la mujer a la cual mi familia y yo habíamos jodido la vida tan solo por llevar un apellido.

—De todas formas...Deberíamos espabilar parece que la tal Aliyah está en problemas. Mirad a esos capullos. —habló Dylan señalando con la mirada al grupo de borrachos rodeándola en un callejón.

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