7

Eres tan hipnotizante,

podrías ser el diablo,

podrías ser un ángel.

—Katy Perry, E.T

A L I Y A H

Habíamos hecho parada en el aeropuerto para coger el avión privado de los Ross. Había llegado a un punto en que ya no sabía que hacer ni que pensar, tan solo me dejaba arrastrar por Keegan. Él parecía tenerlo todo claro.

Estaba exhausta, así que cuando finalmente subimos a su avión, no pude evitar buscar la mejor postura para dormir. Mi vida se había convertido en un auténtico caos. Aún así, a pesar de mi cansancio, decidí entreabrir los ojos, teníamos una conversación pendiente. Debía aclararme mis preguntas. Debíamos aclarar lo que fuese que estuviesemos haciendo. Ahora que había tenido el atrevimiento de meter a mi familia en esto, no sería fácil olvidar el tema.

—Shh...Descansa...—parecía la voz de Keegan, sonaba tan dulce, de repente todas las cosas que quiero decir se desvanecen, estaba justo a mi lado, me ayudó segundos después a acomodarme en su pecho. Entonces, por cuestiones de orgullo, decidí hacerme la dormida, no fue muy difícil, estaba cansada, había sido un día largo. A pesar de ello en un millón de años, le haría saber a Keegan Ross, la calidez, seguridad y el agrado que sentía entre sus brazos. Así que finalmente decidí obedecer. Fuese lo que fuese que estuviera pasando, podría pararlo en tierra firme, ahora podría aprovechar para coger fuerzas y descansar.

K E E G A N

La observo dormir, su corona de flores, medio destrozada pero aún estaba adornando su cabeza, se veía como un auténtico ángel. Seguía teniendo la esencia después de doce años sin querer recuerdo las palabras de mi tío, después de todo tenía razón, yo no era mucho mejor que ellos. 

Ellos me habían hecho a su semejanza. Yo le había hecho igual o más daño, ella no recordaba nada porque su memoria le había bloqueado escenas, supongo que era su modo de protegerse, de mantenerse con vida.

De nuevo, el rostro de mi hija sujetada por Jessica, se coloca en mi mente. A lo que rápidamente escribí un mensaje a Tessa, para saber cómo se encontraba mi princesa. Al ver que todo estaba bien, decidí ignorar mis propios pensamientos y opté por finalmente cubrir a Aliyah con mi chaqueta para ir a hablar con el piloto, estábamos a punto de aterrizar.

Al llegar a la cabina, inevitablemente, me sorprendí al ver a uno de los trabajadores de mi tío Diego y no mi habitual piloto, aunque mi sorpresa fue mucho peor al darme cuenta de la ubicación que había tomado como destino. Estábamos aterrizando en el antiguo casco comercial abandonado, nada más ni nada menos, el lugar donde Aliyah había pasado los peores momentos de su vida.

—¿Por qué demonios no estamos yendo en dirección a mi casa de la montaña?—pregunto estallando de mala manera—¿Y por qué cojones estás tú aquí y no Jake?—inquirí intentando controlar la ira la cual a poco a poco estaba empezando a consumirme.

Mi plan era llevarme a Aliyah lejos de la casa Ross, lejos de la policía, lejos de todos, para que estuviese a salvo durante el período que yo la iba a usar como esposa, luego nos inventaríamos alguna excusa razonable y nos divorciamos. Pero al parecer, mi tío movió carta antes que yo.

Él me mira encogiéndose de hombros, luego al ver como a poco mi expresión neutral cambiaba a una mucho más violenta, tragó saliva. No debía tener más de los veinte, estaba rapado al cero, tatuado hasta las cejas, no tenía la pinta de que fuese obra suya. Parecía el típico peón que usábamos para los recados.

—Son órdenes de arriba—pronunció—Agarrase, señor—añadió. M*****a sea, ¿a caso nada podía salir bien?

No tardé en volver con Aliyah, esta ya estaba despierta. Me miró con una sonrisa agradecida por la chaqueta, no pude evitar devolverle la sonrisa. Juro por la vida de Lou que podría haberme quedado mil años en ese momento...

—Buenos días, dormilona. Espero que hayas dormido bien aunque sé que si no es en mis brazos es una tarea difícil y complicada—pronuncié con diversión a lo que ella blanqueó los ojos divertida.

—No ha estado tan mal como parece—hizo una pausa sonriente—Ahora podrías responderme con claridad, Keegan. ¿Por qué no me dijiste desde un principio que necesitabas a una esposa falsa para tomar ascender al puesto de don?—añadió cambiando finalmente su expresión a una seria.

—Porque no habrías aceptado, estando borracha eres mucho más fácil de tratar—le respondí con sinceridad.

—Buen punto—sonrío de lado—¿Cuánto durará esto?—inquirió aclarando la voz—¿Y por qué yo?—añadió haciendo la gran pregunta.

—Mira, ahora debo solucionar un tema pendien...—ni siquiera pude terminar la frase, el piloto y peón de mi tío Diego Ross estaba ante nosotros interrumpiéndonos, lo cuál agradecí infinitamente pues no sabría responderle.

—Señor, le están esperando—afirmó él. 

Quise matarlo con mis propias manos pero no lo hice, prefería asesinar a los verdaderos culpables de este desastre.

Lo miré fingiendo una enorme sonrisa, agarré la mano de Aliyah y la arrastré conmigo hacia fuera. No la dejaría sola ni un segundo. Ahora era mi responsabilidad. Era mi mujer. 

—Aliyah Mendes—mi tío Robert no tardó en abrazarme con una sonrisa enorme, para luego observar detenidamente a mi acompañante. Esta lo miró extrañada, parecía que hubiese visto un fantasma.

—¿Por qué has cambiado la ubicación?—pregunté de mala forma—¿Dónde está Diego?—añadí buscándolo con la mirada. No debería estar muy lejos, estaba seguro de que esto había sido ideado por él aunque sabía que Robert era mucho más mezquino y letal...

En el tejado estábamos sus hombres, Aliyah, él y yo. No había nada más. Todo eso acompañado por un cielo gris, lleno de niebla. Definitivamente, este no sería un buen día. Había sido tan tonto e ingenuo al dejar a Dylan y a Matt en casa, debería de haberlos traído. ¿En qué estaba pensando? Mi instinto me advertía del peligro, de que hoy caería sangre, y no dejaría por nada del mundo que fuese la mía o la de Aliyah.

—Que niño tan maleducado. ¿Esa es la imagen qué le quieres dar a tu mujer de nosotros?—preguntó negando con sorna Robert. Era un poco menos excéntrico que Diego, un sociópata de cuidado, egocéntrico y creído. Mucho más refinado que cualquiera de sus hermanos, adoraba verse en el espejo.

—Tío te recuerdo que ya no hay rastro del niño que vosotros mismos habéis matado—le respondí con amargura —Si me disculpas, mi esposa y yo volveremos a casa—afirmo tomando de nuevo el brazo de Aliyah, ella parece estar en trance. No reacciona lo cuál me alarma el doble.

—Tenemos que hablar—habló con seriedad él, cogiéndome por el brazo —No te importa, ¿verdad?—añadió, esta vez su mirada se posa en Aliyah la cual lo mira asintiendo dedicándole una de sus mejores sonrisas.

—No, claro que no—afirmó—¿Keegan, podemos hablar unos segundos antes de que te vayas, por favor?—su petición entre casi susurros hace que mi alma se derrita en cuestión de segundos, estaba prácticamente pálida. Sin fuerzas. Afirmo rápidamente alejándonos así del resto.

Al quedarnos a solas, veo como sus piernas empiezan a fallarle, así que rápidamente la cojo por la cintura, apretándola contra mi cuerpo. La observo preocupado, ella formula su mejor sonrisa.

—Debes saber que lo bueno de ser la esposa del príncipe de la mafia es que no puede haber nadie peor... Así que tranquilizate, sea lo que sea que estés sintiendo, estoy aquí, contigo—ella sonríe, mientras yo solo pienso que tenía la sonrisa más cautivadora del mundo.

—Yo creo que no eres tan malo—afirmó con demasiada seguridad—Mírate, el temido señor palo de hierro preocupado por mi...

—Nadie es tan malo. La vida nos hace gradualmente malos, biscochito—le respondo sin dejarla ir, ella enreda sus brazos a mi cuello, supongo que buscando un soporte.

—Pero para eso estamos nosotros para decidir... Luchar o dejarnos llevar por las desgracias—susurro prácticamente, parecía estar mareada.

—No todos somos tan fuertes—le respondo con una sonrisa amarga, el intercambio de miradas es tan intenso que había resistido con un esfuerzo titánico no tomar sus labios y hacerlos míos, costara lo que costara...Pero no debía, no. Aliyah siempre sería la fruta prohibida. La tentación del destino.

—Gracias—pronunció, habiendo captado el último mensaje como un halago para ella, y así era, admiraba a Aliyah. Todos tenemos cicatrices, nos hacen ser quienes somos, a otros en cambio les hace buscar su supervivencia. Observo como la castaña se separa de mi—El deber te llama—afirmó ella mirando hacia mi tío de forma desconfiada—Me se cuidar sola, tranquilo—añadió.— Te espero en el avión—me susurró finalmente.

Entonces entendí por su mirada tan distante, que estaba recordando cosas, debía estar pasándolo tan mal. Sentí impotencia y rabia por no poder ayudarla y lo que era peor, ser parte de su infierno.

—No tardaré, te lo prometo—le dediqué una de mis mejores sonrisas antes de marcharme sin ganas. No quería dejarla sola y menos en ese estado. 

Los hombres de Robert la miraba de forma tan descarada, sentí ganas de romperles la cara sin importarme nada más. No me explicaba mi rabia ni mi dolor, no es como si de repente tuviese sentimientos por ella, eso sería imposible. Tal vez simplemente mi sentimiento de culpa estaba actuando de nuevo, intento no pensar mucho más en ello, porque definitivamente me volvería loco.

Finalmente llego en frente de mi tío, nos alejamos a petición de él en busca de más privacidad. Aún así hice que Aliyah nos acompañase a bajo y se esperará a unos metros de distancia junto a sus hombres de confianza.

—Keegan, esa chica...No es buena para ti—afirma él a lo que yo suelto un gemido de rabia—Lo hago por tu propio bien, esa putita, es la hija biológica de Melanie Rosemonde, es Aliyah...Tú Aliyah. Aunque creo que eso ya lo sabes, pillín, ya la disfrutaste una vez y ahora vienes a por más, no sé que le veis, tu tío Diego también igual de obsesionado con ella—añadió, esas fueron las últimas palabras antes de ver como el fuego empieza a apoderarse del edificio donde estábamos, rápidamente, miro a mi alrededor intentando localizarla.

Sentí un enorme nudo en la garganta al ver un hilo de fuego separándonos.

Ella se había quedado en el otro bando de la línea, y yo quedé como simple espectador en medio del infierno que tenían planeado. Un plan perfecto. Había sido un idiota, había sido un perfecto peón. Las luces que alumbraban el lugar se apagan, dejando al fuego como la única iluminación. 

Tantas preguntas y solo una respuesta a todo esto, ella era una Rosemonde. Ellos solo estaban haciendo lo que debían hacer y yo no estaba haciendo, destruir a los Rosemonde.

—Todas acaban muertas ¿eh?...Hermanito... —declaró Alec con sorna, apareciendo por detrás, mi queridísimo hermano castrado. ¿Qué hacía él aquí?

Lo único que sabía con certeza en esos instantes era el hecho de que quería a Aliyah conmigo. No podía perder a una mujer más, no me lo podía permitir. Mi tío Robert me miró serio como si estuviese realmente decepcionado ante mis actos y en verdad una parte de mi también lo estaba. Me estaba ablandando. Por eso decidí no pensar en nada, no quería pensar en mis actos, ni en mis pensamientos, ni en mis deberes. Solo quería pensar en mi principal objetivo ahora mismo, salvar a Aliyah del fuego.

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