Respiro hondo y me obligo a centrarme en mi trabajo. Es absurdo quedarme enganchada a fantasías que no van a ninguna parte. Gabriel ya no está en mi oficina, y lo mejor que puedo hacer es avanzar con mis pendientes. Me sumerjo en documentos, informes y llamadas, permitiendo que las horas transcurran sin interrupciones. El sonido de las teclas de la máquina de escribir y el murmullo que proviene del pasillo son mis únicas compañías. Sin embargo, mientras el día avanza, una cosa comienza a inquietarme: Edward no ha aparecido con la dichosa caja de chocolates. ¿Será posible que me haya equivocado? Tal vez esa caja no era para mí. ¿Y si Edward tiene a alguien más en su corazón? Empiezo a hacer conjeturas, repasando mentalmente a las mujeres con las que se relaciona en la fábrica. ¿Podría ser Vanessa? Es bonita, con una personalidad vibrante y una risa contagiosa que siempre llama la atención. Tal vez sea Claire, con su elegancia natural y esa aura de sofisticación que parece atraer a c
La velada transcurre en un ambiente de lujo discreto, envuelto en la calidez de las luces tenues y el murmullo elegante de conversaciones ajenas. El restaurante, un emblema de la cocina inglesa, ofrece una selección de los mejores platillos nacionales, y cada detalle está cuidado con esmero. Frente a mí, Miriam deslumbra con su presencia, y no solo para mis ojos. Lo noto en las miradas de los demás hombres, esas miradas que se giran inevitablemente hacia ella cuando pasan cerca de nuestra mesa. No pueden evitarlo. Su elegancia, su porte impecable, la forma en que su vestido escarlata parece estar diseñado solo para su cuerpo.La observo mientras estudia el menú, con esa expresión de ligera curiosidad que la hace ver aún más atractiva. No es solo su belleza la que cautiva, sino la manera en que se desenvuelve con naturalidad, sin esfuerzo alguno. Pero, por encima de todo eso, su inteligencia es lo que más admiro. Ok, tengo que aceptarlo, todo en ella me parece fascinante.—¿Ya decidiste
Anoche fue una velada perfecta. No solo por el ambiente elegante del restaurante o la exquisitez de los platillos, sino por la compañía. Gabriel fue un caballero en todo el sentido de la palabra, atento a cada detalle, asegurándose de que disfrutara cada momento. Conversamos de todo un poco, reímos, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me veía más allá de mi pasado, más allá de lo superficial. Me sentí valorada, escuchada, importante. Hoy, al entrar a la fábrica, me recibe una escena inusual. Gabriel está de pie junto al escritorio de Vanessa, con una sonrisa radiante, como si el mundo entero le perteneciera. Su energía es contagiosa, y aunque no sé exactamente qué lo tiene tan animado, es fácil intuirlo. La campaña de San Valentín. —¡Buenos días! —Me saludan ambos, compartiéndome sus alegrías. —¡Buenos días! En el transcurso de la mañana, Gabriel no tarda en llamarme a su oficina. Apenas cruzo la puerta, me recibe con un abrazo cálido, lleno de emoción y felicidad
Me aseguro de revisar mis notas antes de levantarme de mi escritorio. La reunión con Grayish Hikari es clave para entender cómo podemos mejorar las ventas. Como directora de ventas, su perspectiva es vital para el crecimiento de la empresa, y aunque he intercambiado algunas palabras con ella en reuniones generales, esta será nuestra primera conversación en profundidad. Al llegar a su oficina, la encuentro revisando unos informes con una taza de café a medio terminar. Al levantar la vista y verme en la puerta, su expresión cambia por completo. —¡Miriam! —exclama con entusiasmo—. Justo lo que necesitaba, una mente analítica para ayudarme a descifrar el futuro de nuestras ventas. Pasa, siéntate. Su energía es contagiosa, pero puedo notar que detrás de esa sonrisa radiante hay una mujer que carga con muchas responsabilidades. Me acomodo en la silla frente a su escritorio y saco mi libreta. —Gracias por recibirme, Grayish. Quería hablar contigo sobre las estrategias de ventas y cómo po
Los días siguen pasando, y la frustración va creciendo en mi pecho. He intentado, una y otra vez, presionar a Gabriel para que me ayude a organizar un encuentro con Danna, pero parece que siempre hay una excusa nueva. Y aunque las razones que me da son lógicas, no puedo evitar sentir que son solo eso: excusas. Algo no me cuadra.Hoy, nuevamente, Vanessa ha encontrado un espacio libre en la agenda de Gabriel para permitirme entrar a su oficina y hablar con él. Le pedí a Gabriel que hiciera algo para facilitarme el contacto con Danna, pero su respuesta fue la misma de siempre:—El embarazo la tiene agotada, Miriam. La mayoría de las veces está dormida cuando llego a casa. A veces ni siquiera tengo tiempo de hablar con ella. Cuando no está descansando, sale con Murgos al club, y por más que lo intento, no coincidimos.Sé que Gabriel está ocupado y que la situación de Danna es difícil, pero algo en la forma en que lo dice me hace pensar que podría estar evitando que las cosas cambien. ¿Qué
Extiendo los papeles sobre mi escritorio y empiezo a repasarlos con detenimiento. Ya los he visto antes, pero esta vez intento prestar más atención a los detalles: los montos, las fechas, los nombres. Hay movimientos de dinero que no encajan del todo, transferencias cruzadas entre cuentas que, según los registros, no deberían tener relación entre sí. Todo parece legal a simple vista, pero hay algo… algo que no termina de cerrar.Han pasado varios días desde que empecé a revisar los documentos por mi cuenta. Busqué respuestas en balances, cruces de datos, hasta en correos antiguos. Nada. Todo parece estar en orden... demasiado en orden. Y eso me inquieta más.Me resisto a la idea, pero ya no tengo opciones. Si alguien puede aclararme este enredo, es el director de contabilidad. Me incomoda la idea de acercarme a él, no solo porque no confío del todo en su neutralidad, sino porque aún me queda el temor absurdo —pero persistente— de que me recuerde. De aquel lugar. De aquella otra vida.M
No logro concentrarme. Llevo más de media hora con la misma hoja en la máquina de escribir, los dedos suspendidos sobre las teclas sin atinar a presionar ninguna. Leo y releo el mismo párrafo del informe, no sé qué más escribir. Mi mente está en otro lado, atrapada en una sola pregunta: ¿Qué querrá decirme Gabriel?¿Será por el comentario que hice con Vanessa? ¿Lo escuchó todo? ¿O quizás es porque ya logró convencer a Danna de salir y quiere contármelo? Ambas opciones me revuelven el estómago.Intento aparentar que trabajo, mientras repaso por quinta vez el único párrafo que he logrado escribir en el informe. La hoja está limpia, sin errores, pero yo la escudriño como si necesitara encontrar algo. La ansiedad me aprieta el pecho. No me gusta sentirme así. No con él.Pasa una hora. La hora entera de su almuerzo.Mi teléfono suena. Es Vanessa. —Ya llegó —dice, en voz baja—. Y su cara no ha cambiado nada.—Ok —respondo, tragando saliva—. Ya voy para allá.—Suerte… —añade antes de colg
Tres minutos antes de que el reloj marque la hora de almuerzo, suena el teléfono en mi oficina. Lo contesto de inmediato, y al otro lado de la línea, la voz suave y cálida de David me dice:—Hola, Miriam. Estaré esperándolas en el vestíbulo.—Perfecto. Ya bajamos —respondo, haciendo un esfuerzo por mantener la voz casual.Cuelgo la llamada, me levanto del escritorio, tomo mi cartera y camino hacia la puerta. Me asomo y busco con la mirada el escritorio de Vanessa. Ella ya está atenta, con los ojos bien abiertos, esperando mi señal. Le asiento con la cabeza.—Nos está esperando —le digo.Apenas cierro mi oficina, veo que Vanessa se levanta enseguida, toma su abrigo con ese estilo suyo tan natural y elegante, y juntas caminamos hacia el elevador. Cuando llegamos al vestíbulo, lo encontramos de pie, recargado ligeramente sobre la pared, con las manos en los bolsillos de su abrigo largo color camel. El tono resalta sus ojos y armoniza con los matices neutros de su bufanda de lana clara y