En tanto, en la biblioteca, Liliana tomó el sobre entre sus manos. Mientras Emma miraba con curiosidad lo que podía estar oculto en aquel pequeño envoltorio.—Bien, creo que es hora de retirarme —informó el abogado, tomando el maletín en su mano y se dispuso a salir. Justo en ese momento, Elena regresó a la oficina. El abogado se topó de frente con ella y dio un par de pasos hacia atrás.—Veo que ya te retiras, Estefano. —dijo con voz calmada.—Sí, así es Elena. Tengo otros asuntos que resolver. —respondió con severidad.Elena dirigió la mirada hacia su hija y su nuera. Con un movimiento de cabeza le indicó a la pelirrubia que debían salir.—Ve y acompaña a Liliana a su habitación, querida. Tengo un asunto que conversar con Estefano.Emma asintió y le cedió el paso a Liliana, quien mantuvo la carpeta con el documento pegado a su pecho, ocultando debajo de éste el sobre, resguardándolo como si se tratase del más preciado tesoro.Al salir de la habitación, el guardaespaldas las custodió
Liliana metió la mano dentro del sobre con suavidad, extrajo el pendrive negro del que le había platicado el abogado. Siguió revisando y encontró un papel doblado, lo tomó y desdobló, sintiendo ansiedad por lo que pronto descubriría. Era una segunda carta de Enzo o quizás la continuación de la anterior, pensó. Respiró profundamente antes de comenzar a leerla. Sólo el saber que era de él ya provocaba en ella una serie de emociones diversas: alegría y tristeza, miedo y dolor por su ausencia. —Querida Liliana —leyó en voz alta.— Sé que debes estar haciéndote infinidad de preguntas sobre lo que está ocurriendo y también sé que no estás preparada para esto. Mas, comenzaré diciéndote que no soy quien pensaste que era todo este tiempo, te mentí y lo hice porque desde el primer momento en que te vi, me embrujaste no sólo con tu mirada, sino con tu sencillez. Eso realmente me cautivó de ti. Sin darme cuenta me fui enamorando aun sabiendo que no era yo el mejor hombre, no el que tú merecía
Liliana salió de la habitación y se dirigió a la biblioteca, mientras se dirigía hacia allá en busca de una PC para revisar la información grabada en el pendrive, se encontró en las escaleras con el guardaespaldas. —¿A dónde se dirige Sra Santos? —preguntó Franco en un tono más leve al usual.—Necesito un computador —respondió con firmeza. —Bien, en su habitación tiene uno para su uso. —indicó. —No he revisado esa habitación —contestó. —Esa no es su habitación, Sra Santos. —dijo y ella frunció el entrecejo.— A partir de hoy será aquella —señaló al final del pasillo, justo frente a la habitación de Alessandro. —¿Allí? —preguntó algo confundida. —Sí. El Sr Enzo lo dispuso antes de… —Guardó silencio. —Entonces lléveme hasta allá. —ordenó.—En seguida señora. —El guardaespaldas terminó de subir y se dirigió con ella hasta la habitación. Por primera vez, el guardaespaldas caminó delante de ella, abrió la puerta y se encendieron las luces de forma automática. Liliana quedó
Mientras Liliana decidía sobre su nueva vida. A unos cuantos kilómetros de ella, Nicollò Mastrofilipo se encontraba reunido con uno de su consigliere. —¿Qué crees que hará, ahora? —preguntó. —Posiblemente huya, es una mujer. No será una rival para mí. —respondió con suficiencia. —No deberías subestimarla. Si fuese tan tonta, Enzo Fiorini no la habría dejado en su lugar. —Esa fue una estupidez, producto de su venganza contra su hermano menor, prefirió dejar a una mujer que saber que Alessandro ocuparía su lugar. —soltó una carcajada mientras fumaba su habano. —Esperemos que sea eso y no una trampa de los Fiorini. —Estoy seguro de que no habrá nada que temer, no hay nada tan sencillo como doblegar a una mujer, un ramo de rosas y unos cuantos halagos serán suficientes para conquistarla. El consigliere sonrió levemente. A diferencia de su jefe, no se sentía tan seguro de su hipótesis. Aunque Enzo era un hombre arrogante y excesivamente autosuficiente, no era para nada tonto.
Su corazón comenzó a latir con rapidez, caminó cuidadosamente hacia la habitación cuando sintió una mano cubriendo su boca y lanzó un grito ahogado dejando caer la toalla al piso. Sintió como la otra mano de aquel intruso la rodeaba por la cintura presionando su cuerpo contra su virilidad. —¡Shhh! —susurró a su oído. Liliana podía escuchar los latidos de su pecho resonando en su interior— voy a soltarte, pero no grites —advirtió y lentamente descubrió su boca, mientras la hacia girar de frente hacia él. Acto seguido, Liliana inició un grito que fue callado por los labios de Alessandro cubriendo los suyos con un apasionado beso. Aunque ella intentó resistirse experimentó una rara necesidad de someterse a sus instintos sexuales. Repentinamente y tal como ocurrió la noche anterior en la habitación de su cuñado, este se apartó abruptamente de ella dejándola aturdida y visiblemente perturbada. Con el reverso de su mano limpió sus labios.—¿Ves lo que me haces, hacer? —replicó en u
Minutos más tarde, Liliana bajó hasta el comedor. Los tres miembros de la familia Fiorini estaban presentes en la mesa, sólo faltaba ella. Alessandro levantó ligeramente la mirada al escuchar el sonido de los tacones, su rostro se llenó de asombro cuando vio a su cuñada vistiendo un hermoso vestido blanco de manga larga y un acentuado escote en V que resaltaba su estrecha cintura y sus amplias caderas. Elena observó con detalle la reacción de su hijo, cuando vio entrar a la mujer que se había apoderado de gran parte del imperio que ella, junto a su primogénito, habían amasado luego de la muerte de su marido. Aún sentía el sabor amargo de la traición de Enzo. —Buenas tardes —dijo Liliana, acercándose a la mesa. Se detuvo frente a la silla situada en la cabecera de la mesa, esperando un gesto galante de su cuñado, quien al contrario de lo que ella pensaba, permaneció inmóvil en su asiento. El guardaespaldas dio un par de pasos con grandes zancadas para aproximarse y retirar la s
Alessandro entró a su habitación con el rostro crispado, echando espumarajos por la boca de la ira contenida. La revelación de que su hermano Enzo había dejado a Liliana a cargo de la organización lo había dejado atónito, nuevamente Enzo se había burlado de él.Sin embargo, no era el mejor momento para actuar de forma irracional, debía calmarse, controlar su ira y actuar de forma inteligente. Pasó su mano por el cabello tratando de asimilar la situación:—Cuñadita, ¿de verdad crees que podrás manejar esto sola? —murmuró. Aquel pensamiento lo irritó aún más, no podía concebir que una mujer suplantara su lugar como líder de la organización.—No puedo dejar que la emoción me ciegue. —frotó su rostro. De la nada, aparecieron en su mente las palabras de su madre como un susurro controlador que lo hizo estremecer: “Sedúcela, desarma su confianza, y déjala sin nada.”A pesar de su negativa en un primer momento, repensó aquella idea. Era poco lo que podía hacer para quitar a Liliana de s
Liliana permaneció durante un buen tiempo en su oficina, viendo los videos grabados por Enzo, donde él mismo le daba información de cómo manejarse frente a sus socios y enemigos declarados. Ver su imagen frente a ella, y no poder abrazarlo le generó una profunda tristeza. Mas, a ratos, esa misma tristeza se transformaba en enojo sólo con ver como su esposo le daba toda aquella explicación como si se tratase del profesor de la facultad de Derecho, enseñándole la pirámide de Kelsen. Sin embargo, el hecho de que Liliana hubiese estudiado derecho y conociese las leyes, se convertía en una ventaja para ella, pues nadie mejor que un buen abogado para interpretar las leyes a su conveniencia. En ese instante, se preguntó si Enzo, consciente de las habilidades y conocimientos de ella, consideró que sería perfecta para ese rol o si por el contrario, sólo lo hizo para humillar a su hermano y al resto de su familia. Lo que su guardaespaldas le había contado, abría muchas puertas y cerraba otr