Liliana salió de la habitación y se dirigió a la biblioteca, mientras se dirigía hacia allá en busca de una PC para revisar la información grabada en el pendrive, se encontró en las escaleras con el guardaespaldas. —¿A dónde se dirige Sra Santos? —preguntó Franco en un tono más leve al usual.—Necesito un computador —respondió con firmeza. —Bien, en su habitación tiene uno para su uso. —indicó. —No he revisado esa habitación —contestó. —Esa no es su habitación, Sra Santos. —dijo y ella frunció el entrecejo.— A partir de hoy será aquella —señaló al final del pasillo, justo frente a la habitación de Alessandro. —¿Allí? —preguntó algo confundida. —Sí. El Sr Enzo lo dispuso antes de… —Guardó silencio. —Entonces lléveme hasta allá. —ordenó.—En seguida señora. —El guardaespaldas terminó de subir y se dirigió con ella hasta la habitación. Por primera vez, el guardaespaldas caminó delante de ella, abrió la puerta y se encendieron las luces de forma automática. Liliana quedó
Mientras Liliana decidía sobre su nueva vida. A unos cuantos kilómetros de ella, Nicollò Mastrofilipo se encontraba reunido con uno de su consigliere. —¿Qué crees que hará, ahora? —preguntó. —Posiblemente huya, es una mujer. No será una rival para mí. —respondió con suficiencia. —No deberías subestimarla. Si fuese tan tonta, Enzo Fiorini no la habría dejado en su lugar. —Esa fue una estupidez, producto de su venganza contra su hermano menor, prefirió dejar a una mujer que saber que Alessandro ocuparía su lugar. —soltó una carcajada mientras fumaba su habano. —Esperemos que sea eso y no una trampa de los Fiorini. —Estoy seguro de que no habrá nada que temer, no hay nada tan sencillo como doblegar a una mujer, un ramo de rosas y unos cuantos halagos serán suficientes para conquistarla. El consigliere sonrió levemente. A diferencia de su jefe, no se sentía tan seguro de su hipótesis. Aunque Enzo era un hombre arrogante y excesivamente autosuficiente, no era para nada tonto.
Su corazón comenzó a latir con rapidez, caminó cuidadosamente hacia la habitación cuando sintió una mano cubriendo su boca y lanzó un grito ahogado dejando caer la toalla al piso. Sintió como la otra mano de aquel intruso la rodeaba por la cintura presionando su cuerpo contra su virilidad. —¡Shhh! —susurró a su oído. Liliana podía escuchar los latidos de su pecho resonando en su interior— voy a soltarte, pero no grites —advirtió y lentamente descubrió su boca, mientras la hacia girar de frente hacia él. Acto seguido, Liliana inició un grito que fue callado por los labios de Alessandro cubriendo los suyos con un apasionado beso. Aunque ella intentó resistirse experimentó una rara necesidad de someterse a sus instintos sexuales. Repentinamente y tal como ocurrió la noche anterior en la habitación de su cuñado, este se apartó abruptamente de ella dejándola aturdida y visiblemente perturbada. Con el reverso de su mano limpió sus labios.—¿Ves lo que me haces, hacer? —replicó en u
Minutos más tarde, Liliana bajó hasta el comedor. Los tres miembros de la familia Fiorini estaban presentes en la mesa, sólo faltaba ella. Alessandro levantó ligeramente la mirada al escuchar el sonido de los tacones, su rostro se llenó de asombro cuando vio a su cuñada vistiendo un hermoso vestido blanco de manga larga y un acentuado escote en V que resaltaba su estrecha cintura y sus amplias caderas. Elena observó con detalle la reacción de su hijo, cuando vio entrar a la mujer que se había apoderado de gran parte del imperio que ella, junto a su primogénito, habían amasado luego de la muerte de su marido. Aún sentía el sabor amargo de la traición de Enzo. —Buenas tardes —dijo Liliana, acercándose a la mesa. Se detuvo frente a la silla situada en la cabecera de la mesa, esperando un gesto galante de su cuñado, quien al contrario de lo que ella pensaba, permaneció inmóvil en su asiento. El guardaespaldas dio un par de pasos con grandes zancadas para aproximarse y retirar la s
Alessandro entró a su habitación con el rostro crispado, echando espumarajos por la boca de la ira contenida. La revelación de que su hermano Enzo había dejado a Liliana a cargo de la organización lo había dejado atónito, nuevamente Enzo se había burlado de él.Sin embargo, no era el mejor momento para actuar de forma irracional, debía calmarse, controlar su ira y actuar de forma inteligente. Pasó su mano por el cabello tratando de asimilar la situación:—Cuñadita, ¿de verdad crees que podrás manejar esto sola? —murmuró. Aquel pensamiento lo irritó aún más, no podía concebir que una mujer suplantara su lugar como líder de la organización.—No puedo dejar que la emoción me ciegue. —frotó su rostro. De la nada, aparecieron en su mente las palabras de su madre como un susurro controlador que lo hizo estremecer: “Sedúcela, desarma su confianza, y déjala sin nada.”A pesar de su negativa en un primer momento, repensó aquella idea. Era poco lo que podía hacer para quitar a Liliana de s
Liliana permaneció durante un buen tiempo en su oficina, viendo los videos grabados por Enzo, donde él mismo le daba información de cómo manejarse frente a sus socios y enemigos declarados. Ver su imagen frente a ella, y no poder abrazarlo le generó una profunda tristeza. Mas, a ratos, esa misma tristeza se transformaba en enojo sólo con ver como su esposo le daba toda aquella explicación como si se tratase del profesor de la facultad de Derecho, enseñándole la pirámide de Kelsen. Sin embargo, el hecho de que Liliana hubiese estudiado derecho y conociese las leyes, se convertía en una ventaja para ella, pues nadie mejor que un buen abogado para interpretar las leyes a su conveniencia. En ese instante, se preguntó si Enzo, consciente de las habilidades y conocimientos de ella, consideró que sería perfecta para ese rol o si por el contrario, sólo lo hizo para humillar a su hermano y al resto de su familia. Lo que su guardaespaldas le había contado, abría muchas puertas y cerraba otr
—Cuñadita, que elegante estás —Alessandro dijo en un tono burlón llamando la atención de Liliana. Ella soltó suavemente el picaporte de la puerta y con lentitud, mostrando una actitud segura y su elegancia, se giró hacia él. —Hola, cuñado. —Lo miró de pie a cabeza a él y luego dirigió sus ojos hacia su acompañante, una chica muy hermosa y de cabello negro lacio.— Un placer —extendió su mano con delicadeza.— Bienvenida a la larga lista de amantes de mi querido cuñado. —dijo en un tono provocador. La chica aplanó los labios con una sonrisa fingida, al igual que Liliana, ella también quedó impactada con la belleza que irradiaba aquella mujer. —No le hagas caso, amore mio. Liliana es muy bromista, sabes que eres la única —dijo mirando a la pelinegra con una mirada intensa. Luego en un acto impulsivo besó con pasión a la chica que tenía en brazos, metió su lengua con avidez mientras permanecía con los ojos abiertos, observando a su cuñada. Aquel gesto, dejó a Liliana visibleme
—¡Esta me la pagas, maldita perra! —gruñó apretando sus puños y su mandíbula con fuerza. Aterrada ante la reacción de su cuñado, Liliana tomó una almohada usándola como su escudo protector. Sin embargo y contradiciendo cualquier expectativa de la pelinegra, Alessandro salió de la habitación azotando la puerta sintiendo como la ira bombeaba dentro de sus venas. Liliana se mantuvo en silencio, llena de asombro y ligeramente confundida. Esperaba que la atacara. ¿Por qué no lo hizo? Se preguntó. La puerta sonó en ese momento, Liliana se incorporó rápidamente cubriéndose con la sábana. —Adelante —contestó con voz trémula. El guardaespaldas abrió la puerta y se paró delante de ella, al verla semi desnuda, Franco apartó la vista de encima de su jefa.—Disculpe, sólo quería informarle que ya confirmé su asistencia a la celebración. —Gracias, Franco. Puede retirarse. —Con permiso señora —Se dirigió hasta la puerta, pero luego se detuvo girándose lentamente hacia ella.— Olvidé deci