—Está bien, no molestaré. Ahora baja eso que me pones nervioso –dijo volviendo al pasillo y cerrando la puerta con el pie, profiriendo una protesta—¡Qué amargado!
Santiago le miró marcharse, dejó el abrecartas de nuevo en la gaveta y volvió a su estado de ensimismamiento absoluto. Por lo menos en esos escasos momentos de paz, como ese instante, podía permitirse volver a pensar en sus dilemas personales. Había estado cavilando casi toda la noche, recapitulando el asunto y acomodándolo de la manera en que podría ocurrírsele alguna alternativa; todo era referente a lo que harían Diana y él de ahora en adelante.
La respuesta de ella resultaba más que obvia y él mismo no lo había negado en ningún instante. Tampoco lo expresó con las palabras exactas; decir un escueto "te amo" hubiera sonado demasiado pronto e impertinente. Eran palabras muy grandes.
Seguir las cosas paso por paso era lo más lógico y eso, precisamente le conducía al mismo dilema; Luca había termina
—¿Así que ese es el tal Santigo? –profirió una voz desde el interior de un auto negro. Los vidrios ahumados sólo dejaban entrever unos cuantos atisbos de una cabellera rubia y el brillo de unas frías pupilas azules—No se ve que sea la gran cosa. Era la voz de un muchacho, cargada de un extraño y sutil acento sagaz e impertinente. Procedía del asiento interior del vehículo. —Para ti nada es gran cosa salvo esa bazofia que estallas y que llamas arte –espetó alguien desde el asiento del copiloto. Lo único visible era una mata de pelo rojo encendido y una expresión hastiada en un semblante de jóvenes facciones. —¡Ey, vuelve a llamar bazofia a mis esculturas y te haré ver a tus antepasados! ¡Artesano de segunda! —Lo que digas,niña…—el "pelirrojo" portaba unos binoculares, develándolos con sigilo a través de una de las rendijas de la ventanilla. No prestó atención a las amenazas del "chico" rubio. Su interés estaba concentrado en su
Números rojos. El término no estaba exagerado como lo supuso. Tecleó la clave por milésima vez desde las cuatro de la tarde, y ahora ya pasaban de las ocho de la noche. Índice de cuenta…Monto acumulado, todo igual a….CERO. M****a. Había sido la tarde más horrible que había tenido en mucho tiempo, satíricamente después del almuerzo más maravilloso de su vida. La vida era irónica y cruel. Números rojos, bancarrota, quiebra total. Esas palabras despertaron un temor antiguo y profundo en su ser; un sentimiento que hacía mucho que no se había permitido desde el día del accidente de su padre. Y ahora, en éste momento, anhelaba más que nunca retroceder en el tiempo y volver si pudiese al instante que había pasado con Diana, inclusive la corta despedida en la entrada de su casa. Tenía pris
La luz mortecina del interior del automóvil brillaba temiblemente en el reflejo de las pupilas de cuatro hombres totalmente desconocidos, ataviados con trajes negros.¿Qué demonios quieren de mi?La pregunta se formuló en la mente de Santino por décima vez, sin emerger de sus cuerdas vocales.No había sido el único en acallarse los comentarios, sino que sus inmisericordes acompañantes también permanecían en silencio, de un modo más amenazador que expectante. La velocidad del vehículo era moderada y debido a los vidrios polarizados, la vista hacia el exterior era completamente nula. Aun más en estas horas de la noche.El permanecía rígido en el asiento trasero. Su mirada, nerviosa y aturdida escrutaba a detalle lo más que podía el físico y los rasgos de aquellos sicarios.
—¡Alexa!Alguien llamó estruendosamente, golpeando repetidas veces la puerta del domicilio Bell.Eran las ocho y media de la noche, cuando a Jax se le ocurrió la conveniente idea de hacer una de sus cordiales visitas a casa de su mejor amiga. Siempre ignoraba el momento o la hora propicios, simplemente porque creía que para un consejo o plática entre amigos no había mejor tiempo que el presente...aunque el presente fuese después de las ocho de la noche. Además de que la razón que lo había motivado era la preocupación que no manifestó hacia ella, respecto a la peculiar ocasión en que la había visto tomada del brazo de aquel tipo que no era otro más que el hermano mayor del idiota.Jax era curioso y entrometido por naturaleza, y estaba acostumbrado a que todos los "porqués" deberían ser respondidos de una manera u otra. Y desde ese día
—Definitivamente no puedo creerlo —Shis había tecleado nuevamente la clave, encontrándose con los remanentes completamente intactos. No había números de más ni de menos—¡Maldita sea y fuese cierto! ¡¿Cómo demonios fue que ocurrió lo de ayer, entonces?!—Lo más probable es que hayas bloqueado la cuenta cuando te dio tu ataque de pánico –resolló Santino a sus espaldas.—Ataque de pánico….bah –Shis imitó el tono de voz de su primo, y le dio un codazo en las costillas, haciendo que éste casi derramara parte de su rutinario café de las diez de la mañana sobre el escritorio—Para ti es fácil decirlo, ya estás acostumbrado a los rugidos de mi tío. Si lo hubieras escuchado ayer, carajo, te juro que de haber estado aquí pudo ser capaz de arrojarme a mi y a Tobi a la
—Te noto fatigado —Alexa rozaba con el dorso de su mano la mejilla de Santino. Un trato cálido y suave—¿Pasa algo?Esta permanecía sentada en el extremo izquierdo del diván para invitados, que casi nunca se usaba en la oficina salvo por el haragán de Shis, quien solía tomarse sus "siestas intermediarias" allí. Santino estaba junto a ella, rodeándole con su brazo.—No es nada –murmuró, tratando de emular una expresión un poco más serena. Degustó el último bocadillo de los panqueques caseros que le había preparado—Sólo una temporada estresante para las compra-ventas de acciones. Nada que no se pueda respaldar.A pesar de la afirmante expresión de confianza reflejada en ella, aun percibía la exigua mortificación por él.Santino tampoco podía fingir del todo la inseguridad de sus palabr
—Shis, deja de hacerte el idiota y respóndeme ¡¿Dónde diablos está Santino?!Fugaku Lux, anteriormente conocido como el gerente general de Lux Ad Worx, permanecía de pie, con las manos en los bolsillos de su distintivo traje ejecutivo. Miraba con aire displicente a un Shis de apariencia fingidamente tranquila.—Pues no contesta y no le he visto en toda la mañana –éste continuaba obstruyendo el paso del corredor que daba hacia el ascensor. Emuló una sonrisilla pérfida—Quizás no vino a la oficina.
El resto de la mañana transcurrió tranquilamente, por lo menos más calmada y lenta de lo que ella esperó. Después de haber regresado de con Santino, sintiéndose un poquito apenada por lo que pudo haber ocurrido, tuvo la latente idea de quedarse en casa un rato.Llegó, encontrándose el interior del domicilio en soledad absoluta. Lógico, su madre trabajaba de lunes a sábado como auxiliar de ventas en una de los tantos expendios comerciales del centro y regresaba hasta en la tarde. No podía negar que la casa se había tornado más solitaria y sombría desde la ausencia de su padre.Ya habían pasado casi doce años desde entonces. Ella sólo contaba con cinco solamente; el día en que se presentaron dos individuos del sistema de correos, con un telegrama con el remitente de una de los desolados pueblecitos del País de la Nieve. Su padre trabajaba c