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Capítulo cuarenta y ocho.

Miles de lagrimas inundan mi rostro.

Y no las puedo frenar. Es como si por fin pudieron ser liberadas después de tanto tiempo siendo contenidas con toda la fuerza que me fue necesaria. Odio llorar. Lo detesto. Hace que me sienta débil, sensible y... Llorar no entra en las clase de cosas que suelo hacer cuando algo me duele.

Pero tal parece que está vez me traicionaron. No las culpo.

Porque me duele. Me duele muchísimo.

El agujero que todo estos días estuvo ahí, presionándome, ahora parece hundirse. Hundirme. Y me marea. Me deja atontada.

Me llevo la mano al pecho de forma instintiva. Me lo quiero arrancar, su presión es dolorosa y no lo soporto. No soporto sentirme así. Duele respirar, así que trago saliva, en busca de que el aire de afuera consiga entrar en mis pulmones y no dejarme al borde de la desesperación.

Joder, nunca me había sentido tan así.

Nunca me sentí tan traicionada como esta noche.

Mi parte racional quiere darme la cabeza contra la pared y hacerme entender que esto s
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