Capítulo doce

No te olvides de Angélica 

El cielo azul se iba opacando por las intensas nubes grises que se acercaban a lo lejos. Él sabía por qué eso sucedía, y últimamente estaba pasando demasiado seguido.

No podía apartar la mirada del cielo, intentando descifrar si realmente llovería aquella tarde.

Suspiró, algo cansado por tener que controlar y ver todo aquello. No sabía que pasaría, pero por algo los arcángeles estaban llegando desde sus nubes, prometiendo algo grave que pasaría sobre la tierra.

Las contaminaciones en todos lados, ese era el motivo de su llegada...o eso creía él.

Cada vez que llovía o el cielo se nublaba, significaba que ellos estaban vigilando la tierra. Si el cielo estaba completamente despejado, eso significaba que hoy no se haría vigilancia.

Era sencillo de explicar, claro, si le explicabas eso a un ángel. Pero, la mayoria de los seres humanos, no creían en eso.

Pobre de los ateos que no creían ni siquiera en los milagros. Quizá su motivo de falta de creencia podría llegar a ser porque vivían en continua desgracia.

Sólo Dios ayudaba aquellos que realmente lo necesitaban..., solo si lo llamabas, solo si le suplicaras...

Eso decía continuamente la iglesia.

Ethan no era creyente, ya que su mala suerte era continua y la vida lo castigaba seguido. Pero todo eso había cambiado cuando el arcángel Gabriel—mensajero celestial— había pisado el patio de su casa. Al principio creyó que era una especie de broma de un hombre pasado de copas, pero cuando le demostró que eso no era así; dibujando una nube en el cielo, creyó inmediatamente.

Aquel recuerdo siempre le ponía la piel de gallina, y cada vez que el cielo se nublaba de tal manera escalofriante, tenía la ilusión de que Gabriel llegase con una nueva noticia.

Y su ilusión se cumplió.

Las nubes se transformaron en un intenso remolino frente a sus ojos, y cuando la capa espesa de la niebla se disolvió un poco, pudo ver la particular figura de Gabriel.

Sus intensos ojos azules parecían irreales, y hasta podría decirse que parecían falsos. El cabello castaño ruliento le caía por la frente y tenía unas patillas bastante gruesas en las orejas. Su vestimenta era anticuada, hasta parecía una sabana sólo sostenida con broches de oro. No era tan alto, pero tampoco demasiado bajo. Era una estatura promedia, casi como la de Ethan.

Pero no se dejen engañar por la altura de Gabriel, ya que su estatura no se parecía a su gran poder.

—Me gustaría saber que te trae de nuevo por aquí. —le dijo Ethan, con voz nerviosa.

Gabriel entrecerró los ojos y sacudió algo de polvo sobre su brazo.

—Cada vez falta menos para que ella arruine todo y por lo que veo continuas siendo el mismo chico tímido. Tienes que convertirte en un hombre. —le aconsejó, amigable.

¿En un hombre?¡Pero si tan sólo tenía trece años! Madurar era para frutas, y él quería continuar siendo el chico que siempre jugaba a las escondidas y al fútbol con sus amigos.

—Déjame disfrutar de lo que me queda de infancia. —soltó Ethan, frustrado y sintiendo una gran carga sobre sus hombros.

—Por supuesto. —aclaró el arcángel—Pero tienes que estar preparado para lo que se avecina.

—No tengo miedo, yo soy fuerte. —le aseguró, con seriedad y con el pecho al frente.

—Mmmm, bien. —titubeó, pensativo—No te asustes si los dolores de espalda son más frecuentes de lo habitual.

Ethan quedó anonadado. 

¿Cómo sabía de sus dolores de espalda? Duh, era un arcangel y él lo sabía todo. Le daba un poco de miedo con tan solo pensarlo.

—Tengo que irme. Cuídate y por lo que más quieras no te metas en líos. Recuerda que desde allí arriba te estamos vigilando.

La neblina volvió a reaparecer, disolviendo a Gabriel hasta no quedar nada de él.

Años después...

—Ángel deja la computadora y ayúdanos a preparar la mesa por favor. La cena está lista. avisó, mamá.

Me levanté con pereza de mi escritorio y cerré mi cuenta de F******k.

Bajé las escaleras y Dylan estaba comiéndose parte de la ensalada de tomate, procurando no ser visto por mamá.

Le lancé una mirada de advertencia, y él me sonrió con sus dientes rojizos.

Papá se encargaba de colocar los cubiertos mientras que mamá ponía los platos. Ella vio a mi hermano y le dio un manotazo en la espalda.

—¡Deja de comer como si no hubieras comido por una semana! —lo regañó mamá, sacándole el recipiente de la mano.

—¡Es que tengo hambre! —protestó, sentándose en la mesa.

—¿No conoces la palabra "esperar"? —le pregunté, poniendo cinco vasos a cada costado de un plato.

—Es porque es un tonto. —respondió Olivia por él, que con demasiado entusiasmo miraba su plato recién servido con pollo al horno con rodajas de patatas fritas.

—Tú cierra la boca y come. —dijo mamá, también sentándose junto a ella.

—Tú eres una tonta. —contraatacó Dylan, haciéndole burlas y muecas como un niño de cinco años.

—Los dos son tontos y se acabó la discusión. —dije yo, con la esperanza de terminar su pelea.

—Tú eres tonta, Angélica. —dijo Olivia, con comida en su boca.

—Mis tres hijos son unos idiotas ¿felices? A comer. —soltó mi padre, tomando una pata de pollo con la mano y llevándoselo a la boca.

Mi madre rió y miró a Dylan.

—¿Tienes que ir a trabajar mañana?

—Tengo el día libre pero, saldré con Cleo y Taylor a caminar y a tomar algo.

—¿Por qué no me avisaste? —pregunté, con un hilo de voz.

Ellos también eran mis amigos, y mucho más amigos que mi hermano.

—Porque te lo iba a decir mañana, ya que quedaron en confirmarme.

Dylan y yo eramos hermanos mellizos. Eramos idénticos físicamente: Ojos marrones, cabello castaño y de estatura alta, bueno en realidad él era el más alto, y yo apenas llegaba hasta su hombro.

Teníamos diferencias acerca de nuestros gustos, pero no variaba tanto. Solíamos pelear muchísimo, pero a medida que fuimos creciendo, lo tomábamos como algo estúpido y antes de recurrir a los gritos e insultos, preferíamos hablar con calma hasta encontrar la solución.

Compartíamos varios de nuestros amigos, y no nos importaba eso en absoluto ya que, siempre la pasábamos bien con ellos.

Olivia era la más pequeña, tenía seis años y ya iba a primero de primaria. Su cabello negro le llegaba hasta por los hombros y sus ojos oscuros intimidaban a cualquiera, claro, siempre usándolos a su favor cuando consistía en una travesura o convencer a mamá de comprarle dulces de los más caros.

Tenia una mirada dulce y angelical, pero si te descubría haciendo algo que le parecía incorrecto era capaz de delatarte y disfrutar de cualquier regaño que viniese de papá o mamá.

—No vuelvan tarde ¿bien? —dijo mi padre, en tono autoritario.

—Ya estamos grandes. —recalcó Dylan.

—Sólo tienen diecisiete años, todavía están un poco inmaduros como para salir tan tarde. —agregó mamá, masticando pollo y limpiándose la boca con una servilleta.

—Se, se claro. —carraspeó mi hermano, llevándose un tomate en rodaja a la boca.

—¿Tú iras a trabajar mañana, Angélica? —preguntó mi padre.

Dejé el tenedor al costado de mi plato y apoyé mis codos por encima de la mesa, dedicándole la mirada, y tomando valor para lo que estaba por decir.

—Me han despedido de Cumbey.

Cumbey era un local de comida rápida y trabajaba ahí desde hace ya rato.

Mi padre tosió, escupiendo el resto de comida que le quedaba en la boca. Mi madre abrió los ojos de tal manera que me intimidó.

—¿Pero qué has hecho para que eso pasara, Angélica? —preguntó mi padre, asombrado.

—Le pegué a una clienta por tirarme salsa de tomate en la cara, ya que me había olvidado de traerle la sal para su ensalada.

Dylan y Olivia estallaron de risa, y se callaron rápidamente por la mirada de advertencia que les dirigió mi madre.

—¿Qué? Tú no eres violenta ¿por qué hiciste eso? —estalló mi madre.

—¡Porque la salsa me pegó en el ojo y me ardió como el infierno! —me defendí—, y ella no tenia necesidad de hacerme eso, así que simplemente le pegué en el ojo.

—No puedo creer que hayas hecho eso. —espetó ella, llevándose de mala gana un pedazo de patata a la boca.

Miré a mi padre y estaba en silencio mirando su plato de comida, al igual que toda la mesa.

¿Me arrepentía de haberlo hecho? ¡No, jamás! No me iba a dejar humillar por esa chica así que me fui con la frente en alto y con una sonrisa en el rostro.

Después la sonrisa se me disolvió porque había caído en la cuenta de que me había quedado sin trabajo.

No siempre el cliente tiene la razón...

—¿Intentaron levantar cargos contra ti? —preguntó mamá, claramente molesta conmigo.

—No, a la chica sólo le bastó con que me despidieran. Era una clienta que recurría mucho al lugar y dejaba buen dinero para la casa.

Otro silencio más, y sólo se escuchaba la respiración agitada de mi madre. Me coloqué en una postura defensiva, ya que eso sólo prometía una fuerte discusión.

—¿Dónde están los modales que te hemos enseñado tu padre y yo? —carraspeó, limpiándose la boca con la servilleta y dejándola en la mesa con su puño cerrado.

—¡Fue un instinto, mamá! Si te preocupa mi desempleo, buscaré otro para no ser una carga más para los dos.

Dicho esto, me eché hacia atrás con la silla y me levanté, lanzándole una mirada fulminante a ella.

—¡Vuelve aquí y compórtate como una persona de tu edad, Angélica! —gritó ella, detrás de mí.

No me importó, subí las escaleras y me encerré en aquel refugio en donde siempre me sentía a salvo: mi habitación.

Siempre siendo presionada por ella, siempre intentando manipularme para que sea perfecta. Pero yo no era así.

¿Por qué tenía que hacer tanto drama sólo porque me echaron del trabajo? Podía conseguir otro y ¡ya! Mi vida no dependía de servir comida como camarera, mi vida servía para algo más. A pesar de que ganaba una miseria, el dinero en varios ocasiones cubría las salidas con mis amigos o cuando necesitaba comprar algo para la escuela. Sólo me servía para eso. Ropa no necesitaba, ya que tenia más que suficiente y me conformaba con mis camperas grandes y sudaderas que me llegaban hasta por arriba de la rodillas. Mis dos pares de zapatillas estaban gastados, pero no significaban que estaban rotos, y ropa interior...mmm...¡lo importante es que seguían sanos para el uso diario!

Así que si su problema era no mantenerme más ¿por qué no me lo decía de una vez? No me ofendería...bueno sí, lo haría, pero me gustaba que sean sinceros conmigo, como a todo el mundo ¿no?

Sólo tenia diecisiete años y me faltaba un año para ser mayor, así que, su obligación como madre y tutor, era mantenerme hasta cumplir los veintiuno.

¡Era ley, señores!

Me dejé caer en la silla del escritorio y encendí el computador portátil otra vez. Solté el aliento, esperando a que cargara la pagina de F******k.

Apoyé mi mentón sobre la palma de la mano, y fui bajando con el cursor, viendo imágenes y publicaciones de personas que no recordaba haber agregado o aceptado su solicitud de amistad.

A un costado de la pantalla, me llegó un mensaje y no era de Cleo.

Leí el nombre de la cuenta.

—¿Sin vida?

—dije, extrañada.

¿Qué clase de persona se pondría un nombre así? De seguro debía ser esa típica persona que sufría de depresión y se lo demostraba a medio mundo con imágenes de cortadura de venas o amenazaban con suicidarse y nunca lo hacían. No tenía nada en contra de ellas pero, lo supuse.

Fruncí el entrecejo y leí su mensaje.

-Hola.

No me gustaba hablar con desconocidos, así que cerré su chat y seguí mirando el inicio, sin realmente prestarle mucha atención.

Otra vez el chat de aquella persona se había abierto.

Sin vida (21:45 p.m)

-Visualizado a las 21:45 p.m ¡Auch!

Ignoré nuevamente su mensaje y volví a cerrarle el chat. Abrí la pagina de YouTube y me coloqué los audífonos.

Snow Patrol sonaba a todo volumen luego de haberlo buscado, y era una especie de escape de la realidad en la que me tocaba vivir todos los días. Cuando la musica sonaba, la vida misma se olvidaba. Incluyendo problemas familiares y todo lo que involucrara el último año escolar.

Volví a visualizar F******k y abrí los ojos como platos cuando tenia dos mensajes más de aquella persona que comenzaba a fastidiarme.

Sin vida (21:47 p.m)

-¿No te agotas de ponerme en visto?

Eres una persona perversa.

Lo tomé con calma y decidí responderle, sólo quizás así se cansaría de hablarme.

Angélica Williams (21:48 p.m)

-No hablo con extraños, lo siento.

Sin vida (21:49 p.m)

-Y está muy bien que hagas eso, pero resulta que no soy un extraño.

Fruncí el entrecejo. Sin pensarlo dos veces, ingresé a su perfil.

No tenia fotografías, ni tampoco compartía imágenes, como crei. No vi un estado publicado, y había iniciado la cuenta...¿nueve meses atrás?

Me resultó extraño, ya que no recordaba haber aceptado su solicitud de amistad.

Salí de su perfil y contesté su mensaje.

Angélica Williams (21:51 p.m)

-No sé quién eres, quizá te has confundido de persona.

Sin vida (21:52 p.m)

-Créeme que siempre le hablo a la persona correcta, DIABLILLA.

Angélica Williams (21:53)

-¿Diablilla?

Sin vida (21:52 p.m)

-Te llamas Angélica, y no tienes absolutamente nada angelical en tu ser. Me has clavado el visto.

Angélica Williams (21:53 p.m)

-No me conoces como para decirme algo así.

Sin vida (21:54 p.m)

-Entonces...¿me permites conocerte?

Me encontraba algo confusa, pero, por alguna extraña razón, me resultaba divertida la situación. La típica frase de "no hables con extraños" fue eliminada de mi cabeza por un buen rato.

El reloj de la computadora marcaba las veintitrés y treinta y cinco minutos de la noche y yo seguía en linea, hablando con Sin vida.

Lo consideré una manera de pasar el rato.

Sin vida (23:35 p.m)

-¿Ya adivinaste quién soy?¿puedes acertar u algo así?

Angélica Williams(23:36 p.m)

-¿Eres de mi clase de literatura o cualquier otra materia?

Sin vida (23:36 p.m)

-¿Sabes? Voy hacer esto un poco más complicado. Tus mejores amigos son Cleo y Taylor. Por cierto, Cleo es muy bonita.

Angelica

Williams (23:37 p.m)

-Toda la escuela lo sabe, y siempre estoy con ellos. Así que eso quiere decir que podrías ser de la escuela ¿no es así?

Sin vida (23:38 p.m)

-Usted ha dado en el blanco, señorita Williams.

Sin vida se ha desconectado.

Su sorpresiva desconexión me asombró.

¿Quién era? Ahora me había dejado con la intriga de saber más. Me hubiese encantado que continuara hablando conmigo.

Apagué la computadora y me eché hacia atrás con la silla para levantarme.

Mientras buscaba mi ropa para dormir, tocaron la puerta con puñetazos seguidos.

-Si eres Olivia, la respuesta es no. -dije.

-Dylan también está conmigo. -protestó, con su voz chillona.

-Pueden pasar.

Abrieron la puerta y los dos ingresaron. Olivia corrió hacia mi cama y se acobijó en ella, fingiendo ronronear como un gatito mientras se metía entre las sabanas. Dylan cerró la puerta y se sentó en mi escritorio, comenzando a teclear la pantalla táctil de su celular con los dedos.

-¿Pero qué demo...? ¡Esto no es un cuarto de juegos! -me quejé, cerrando el ropero de forma brusca.

Dylan y Olivia intercambiaron miradas, como si estuviese loca.

-Te he visto fumar. -me reprochó ella, cruzándose de brazos.

Sentí como si me hubiesen tirado una cubeta de agua helada.

Tragué saliva.

¿Qué?

Miré a Dylan y se encogió de hombros, dándome a entender que él no había dicho nada al respecto.

-Yo no fumo. -mentí.

-Te he encontrado un paquete de cigarros en tu chaqueta de cuero. -continuó ella, muy segura de sus palabras.

-No era mía, le hice un favor a Taylor y los guardé para que sus padres no lo descubrieran. -insistí.

Sabía que si Olivia me delataba con mis padres, ellos le creerían y me matarían.

-No te gastes, sé qué son tuyos. -concluyó ella, encogiéndose de hombros.

-Son mios.

Las dos nos volvimos hacía Dylan, con los ojos bien abiertos.

Él se levantó y me guiñó un ojo, con disimulo.

-¿Qué?¿Tú fumas? -saltó Olivia, sorprendida.

-Sí, y Ángel me ha guardado el secreto. -dijo, tratando de convencerla.

Olivia me miró, y arqueó una ceja. Era claro que se había ofendido por su "error" al echarme la culpa.

-Ve y dile a mamá y a papá. -incitó él, señalando la puerta con la cabeza.

Ella lo miró con el entrecejo fruncido.

Salió de mi cama a tropezones y se marchó de la habitación con velocidad.

-Vaya...te lo agradezco. -dije, aliviada llevándome una mano al pecho-, pero papá y mamá te mataran.

-Olivia no les dirá nada. Ella me tiene como su hermano favorito, así que sabe que me molestaré mucho si cuenta algo sobre mí.

Me mordí el labio y sonreí, realmente relajada, aunque sentí una punzada de celos porque él era su hermano favorito.

-Y creo que ya tienes demasiado por hoy. -agregó.

-Gracias.

Me dio un golpecito en el hombro, en forma de cumplido y se marchó. Dejándome sola.

Sí, fumaba y sólo cigarros, nada de otro mundo. Sólo lo hacia cuando me encontraba nerviosa o estaba demasiado alterada. No era una viciosa compulsiva, casi siempre eran dos por semana y nada más.

No le veía nada de malo, mientras que mis padres no se enteraran, estaba todo genial.

Me coloqué la ropa de dormir, y lo último que hice fue dormir porque no pude olvidar otro día espantoso de mi vida.

Como todas las mañanas, todo siempre era un caos; Mamá vistiendo a Olivia para la escuela, Dylan convenciendo a papá para que le preste su coche para ir al instituto y yo levantándome un poco tarde, pero siempre llegaba a tiempo.

Prendí mi teléfono, y tenia dos W******p de Taylor.

Taylor

Pasaré a recogerlos a ti y a tu hermano.

¡Levanta tu culo plano de la cama!

Sonreí. Taylor siempre mandaba el mismo mensaje cada mañana, era como una especie de despertador automático.

Luego de darme una ducha, me coloqué mi sudadera azul, unos leggins negros, los calcetines de la noche anterior y mis zapatillas.

Me peiné el pelo con los dedos, y al encontrarlo tan inflado y revolucionado, decidí recogerlo en una cola de caballo. Me delineé los ojos después de hacer mis necesidades, y ya lista con mi mochila en mis hombros, bajé las escaleras.

- ...te juro que si Merlina me molesta, le daré un fuerte puñetazo en la cara. -escuché que le decía Olivia a mi madre.

-No puedes ir por la vida golpeando a tus compañeras de clase. -la regañó ella, untándole una tostada con mantequilla de maní.

Fui directo a la nevera y me serví un vaso con leche. Cuando lo llené hasta el tope, me senté con el resto a desayunar.

-¿Y por qué Angélica si puede? -continuó Oli.

Le lancé una mirada de advertencia a mi hermana, y ella lo captó rápidamente como para no seguir hablando del tema.

Aquella pulguilla malévola era peor que cualquier villano.

- Ni tú y ni Angélica pueden golpear a alguien. -contestó mamá, mirándome de reojo y claramente lanzándome una indirecta.

Bebí un poco de leche y le pegué un mordisco a la tostada, de mala gana.

Nada como empezar el día, pensé.

-Taylor pasará a buscarnos. -le avisé a Dylan.

-Pero papá me prestaría el auto. -dijo entre dientes, y dándome a entender sus planes ocultos.

-Yo no te presté nada. -negó papá, con la mirada fija en el periódico.

-Tendrás que hacerlo algún día. -soltó mi hermano, molesto.

-Cuando Angélica deje de vestirse como vagabunda, quizá te lo preste. -se burló Olivia.

-Sigue así de molesta, y te estamparé una tostada en la cara. -le gruñí, advertente.

-No tienes el valor de hacerlo. -me desafió.

En cuanto levanté mi mano con la tostada en ella, mamá me tomó de la muñeca y la depositó rápidamente arriba de la mesa.

-Compórtense. -bufó.

La bocina de Taylor se hizo escuchar, y esa fue la campana de mi salvación.

Tomé mi mochila, le di una palmada en la cabeza a Olivia, y cuando estuve a punto de cruzar la puerta, alguien tomó mi brazo.

Era mi madre.

-Toma -me tendió dinero, y en cuanto estuve apunto de negárselo, lo guardó en mi bolsillo trasero del pantalón-, ve a la biblioteca por un libro nuevo.

Plantó un beso en mi mejilla, y yo me la quedé mirando, congelada.

¿Qué hizo esa mujer con mi madre?

-Gracias. -le dije, realmente agradecida.

Estaba llenando mi estantería hace ya varios meses, apenas tenía libros, y el dinero que gastaba (cuando tenía mi trabajo) siempre le compraba regalos a Olivia, y cada tanto un obsequio a Dylan. A veces me permitía comprarme libros, pero estaban taaaaan caros los desgraciados.

Dylan tiró de mí y me sacó de la casa, impaciente.

-No iremos a la escuela hoy. -dijo en susurro en cuanto mamá cerró la puerta de la casa.

Fruncí los labios y lo quedé mirando, intrigada.

-Tengo las faltas hasta el tope, tengo que cuidar mis asistencias, Dylan. -me quejé, deteniéndolo en medio del camino hacia el auto gris mal cuidado de Taylor.

-Por favor. No te volveré a pedir algo así otra vez. -insistió, tirando de la manga de mi sudadera-. Iremos al centro comercial.

-¿Para qué necesitas ir allí? -quise saber.

-¡Por favor!

Solté el aliento, frustrada.

-Bien lo haré. -acepté, liberándome de su agarre y vi como sonrió lleno de satisfacción-, sólo porque me has ayudado con lo de los cigarros.

Comencé a caminar en dirección al coche de Taylor, le hice señas para que bajara la ventanilla de su asiento y lo saludé con un beso en su mejilla completa de barba.

-¿Otra vez te saltaras las clases? -adivinó Taylor, clavándome sus ojos color café.

-Emm, sip. Sólo es para hacerle un favor a mi hermano ¿Podrías dejarnos en el centro comercial de pasada?

-Claro.

Dylan y yo subimos al coche que olía demaciado a exceso de aromatizante a rosas, porque el coche no era de Taylor, sino de su madre.

-Taylor, esto huele horrible. -se quejó Dylan sentado en el asiento del acompañante, con la nariz arrugada y abriendo la ventana con desesperación exagerada.

-Por lo menos mi madre si me presta el coche. -se defendió él.

-Taylor uno. El estúpido de Dylan, cero. -solté con gracia, mirando por la ventanilla.

Dylan no respondió a su comentario.

A medida que avanzábamos, los inmensos arboles se hacían más extensos, dejando a la vista el bosque más famoso de Climothy, mi ciudad.

Solíamos ir con mis padres y mis hermanos a pasar los domingos y jugar al Monopolio en plena primavera, en donde el aroma a flores era maravilloso y relajante.

Se me vino a la mente la viva imagen de Olivia corriendo con su pelota de goma y lanzándosela a papá con muy mala puntería, pero para ella, todo era diversión y sonrisas.

Ahora el invierno se había apoderado de la ciudad, con su frío estremecedor y las chimeneas encendidas con el feroz fuego consumiendo la leña en cada hogar.

Amaba el invierno, era una de las estaciones en las cuales podías abrazarte con alguien sin quedarte pegoteada a él por el calor corporal de ambos. El invierno era más que nada, una caricia fría que te daba en la piel, recordándote que estabas vivo.

Y eso es lo que sentía ahora, el frío recorrer mi rostro...¡Por culpa de Dylan!

-¡Dylan, sube ya la ventanilla! -le dije, abrazándome a mi misma tras recibir otra ventisca en la cara que me congeló por completo.

-Te hubieras abrigado más.

-¡Hace frío, sube la ventanilla!

De mala gana, la cerró.

Sonreí, victoriosa.

-¿Ustedes no pueden estar en paz? -preguntó Taylor, reprimiendo una risa.

-Es una malcriada, estoy acostumbrado a lidiar con ella. ¿No crees Ángel? -espetó.

-No soy una malcriada -protesté, extrañada-, tú eres el terco.

-¿Terco? Consíguete un novio, solterona que vive a base de libros. -contestó, volviéndose en su asiento para clavarme sus ojos cafés idénticos a los mios.

-Prefiero vivir a base de libros que andar buscando novios por I*******m, F******k, Twitter y todas las redes sociales que quiera y publicar cosas como "Necesito que me abracen" o "Me gustaría recibir un beso de una chica". Oh, espera... -hice una pausa- ¿Ese no eres tú?

Taylor estalló de risa y rápidamente se calló la boca en cuanto Dylan le pegó un manotazo en la cabeza.

-Esas publicaciones, si que ayudan. -admitió mi hermano, tras largar un suspiro.

-Te hacen quedar como un desesperado. -dije.

-Para ser sinceros, ese tipo de publicaciones les encanta a las chicas. -comentó Taylor, mirándome por el espejo retrovisor.

-A mi no me gustan.

El rigtone de Centuries sonó dentro del pequeño bolsillo de mi mochila, poniéndole fin a nuestra conversación.

Saqué mi teléfono móvil y el pequeño logo de F******k apareció en la pantalla, avisándome que tenía un nuevo mensaje.

Lo abrí, y por alguna extraña razón, su mensaje no me sorprendió en absoluto.

Buenos días diablilla ¿asistirás a la escuela hoy?

-¿Quién es? -preguntó, Dylan.

-Una amiga. -mentí, titubeante.

Coloqué mis dedos sobre la pantalla táctil y le respondí a aquel chico que aún insistía en entablar una amistad conmigo.

-Eso no es de tu incumbencia.

Puse en modo vibración al teléfono y lo guardé nuevamente en mi mochila, algo confusa.

Tenía cierta intriga de quién podría tratarse.

-Aquí termina mi viaje turistico. -concluyó Taylor, frenando el coche frente a la entrada del centro comercial-. No se metan en líos y pórtense bien mis pequeñuelos.

Dylan y yo reímos al mismo tiempo, mientras bajábamos del coche.

-Oye, Angélica.

Me volví hacia Taylor, con un pie en la acera y dispuesta a salir.

Nuestros ojos se reencontraron por el espejo retrovisor.

-Que tengas un bonito día y cuídate. -dijo, con una media sonrisa en los labios.

Asentí con una media sonrisa.

Taylor y yo eramos como hermanos, siempre dispuestos a cuidarnos el uno al otro.

Salí del coche y éste se alejó a toda prisa.

Era obvio que Taylor no quería llegar tarde a la escuela.

Dylan me tomó del brazo, mientras ingresábamos al centro comercial. En cuanto pusimos un pie en el gigantesco lugar, me soltó.

Los alta voces informando los descuentos en diversas tiendas me aturdían, y más la gente que pasaba a mi lado, riendo y libres de preocupación.

Prefería aguantar aquello, que estar un día en la escuela.

-¿Me puedes decir qué estamos haciendo aquí?

-Necesitamos charlar un poco.

Su tono seco no era típico de mi hermano, así que lo único que intuí, era que algo raro traía entre manos pero no pude descifrar por qué lado iba la cosa.

Me tomó del brazo una vez más y me condujo hacia una mini cafetería en donde el olor a galletas recién horneadas rosaba mi nariz.

-¿Quieres que pidamos otra taza de café? -me ofreció él, tomando asiento al igual que yo.

-Recién acabamos de desayunar, estoy satisfecha. Ve al grano.

Dylan colgó la chaqueta en el respaldo de su silla, y se volvió a mí apoyando sus codos por encima de la mesa. Acto seguido, largó un suspiro y me miró con una sonrisa de oreja a oreja.

¿Pero qué demonios le pasaba?

-Estoy saliendo con una chica y en sólo... -se interrumpió así mismo, tras mirar la hora en su teléfono- veinte minutos la veré por aquí.

Fruncí el entrecejo, confusa.

-¿Y era necesario que yo venga contigo?

Empezaba a irritarme y él lo detectó al instante, ya que había tomado una postura alarmante.

-Es que...aquella chica, viene con su hermano mellizo y pensé que seria buena idea de que ya conozcas a alguien antes de que te quedes sola para siempre, rodeada de gatos y libros.

-¿Pero qué demonios tiene de malo estar soltera? -espeté, completamente ofendida.

¿Desde cuando estar soltera era una situación fuera de lo común? Me agradaba estar sola, realmente era algo genial que nadie estuviese pendiente de mí, que no me empalagara con su amor cursi, con cartas románticas y mensajes las veinticuatro horas del día.

Tenía tiempo para mí, y eso, era lo único que me importaba.

-No, no tiene de nada de malo. -dijo Dylan, rápidamente, y supe que estaba reprimiendo la risa-, pero, quizá, te de curiosidad conocer a alguien. Oye, no lo tomes a mal, simplemente estoy haciendo un buen gesto para ti.

-¿O para ti? -corregí, cruzándome de brazos-Dime por lo menos que ese chico es lindo, porque te juro que...

-¡Oh Dylan!

Mi hermano y yo levantamos la vista al mismo tiempo en dirección de aquella voz femenina.

Mis ojos cayeron primero en la joven de cabello claro y ojos turquesas, de estatura mediana y silueta llamativa. Llevaba puesto un abrigo de lana gris y un gorro del mismo material le tapaba hasta las orejas.

A su lado, estaba un chico del mismo color de ojos y su cabello claro también estaba cubierto por un gorro de lana gris.

Era más alto que ella, y tenía las manos metidas en los bolsillos de su vaquero, haciendo que sus brazos se ensancharan en su ajustado camperon de cuero negro, dándole un aire más atractivo.

Aquel chico pareció palidecer en cuanto me vio. Lucia como si estuviese apunto de desmayarse y se veía como si estuviese mirando a un fantasma.

Antes de que alguien pudiese decir algo como algún saludo amable, hablé.

-¿Te encuentras bien? - le pregunté, levantándome de la silla, cautelosa.

Mi hermano y aquella chica lo miraron rápidamente, extrañados.

El chico abrió la boca para decir algo, pero de ella no salió nada.

-Hey, Simón ¿Estás bien? -le preguntó su hermana, tocandole el hombro llena de preocupación y buscando sus ojos que estaban pegados a mí.

Tragué con fuerza.

¿Por qué me miraba de aquella forma?

-Lo siento, debo...debo irme. -tartamudeó, pegando la media vuelta y caminando a toda prisa.

Todos nos quedamos de piedra, y la primera en reaccionar fue su hermana, quien nos pidió disculpas y se echó a correr esquivando a las personas que se cruzaban en su camino para poder alcanzar a Simón.

Me había quedado sin habla.

-Creo que está demás decir que se asustó por tu fealdad. -comentó Dylan con voz queda, rompiendo el silencio entre los dos y viendo como los otros se alejaban.

Le propiné un puñetazo en el hombro.

-Soy idéntica a ti, y si me dices fea, es porque tú también lo eres.

-Yo soy el mellizo sexy. Y cierra la boca, ya me arruinaste una cita. -soltó, cascarrabias.

Se encaminó a su silla para tomar su chaqueta, y yo me lo quedé mirando, ofendida.

¿Mi culpa?

-¿Yo tuve la culpa? -carraspeé, molesta-Aquel chico raro fue el que arruinó tu "cita".

Me miró de arriba a abajo, y soltó una sonrisa irónica, comenzando a torcer su mandíbula.

-Ya te lo dije, fue por culpa de tu fealdad. -dijo, con gracia.

¿Ahora estaba de humor?¿Quién lo entendía?

-¿No iras tras ella?- le pregunté, atónita.

-Luego la llamaré para ver como se encuentra su hermano. Arreglaré otro día para quedar con ella.

Me rodeó con su brazo mi hombro y me miró de forma cómplice.

-Vamos a la sección de juegos. Quizás así conozcamos a alguien -dijo -.Si ves alguna tipa rubia y sexy, no dudes en decírmelo.

Fruncí el entrecejo, y para decir verdad, no sonaba mala idea ir a entretenerme un rato con mi hermano.

-Y si de camino encuentras algún descuento en la vidriera de la librería, tampoco dudes en decírmelo.

De camino, no pude olvidarme los ojos pasmados de aquel chico de cabello claro. Y me pregunté, si su perplejidad, realmente se debía a mi presencia.

-Muy bien, ahora desliza la garra hacia la derecha con lentitud, a la altura de aquel panda. -me ordenó con suavidad Dylan, que parecía muy nervioso ante cada movimiento que hizo-En cuanto te diga, aprietas el botón rojo y ¡bang! Tenemos un ese jodido peluche.

Con mucha concentración y lentitud, dirígete a la mediana palanca grisácea hacia la derecha, apretándola con mi mano. La presión que tenía gracias a mi hermano, hizo la cosa un poco más difícil.

En cuanto la garra estuvo a la altura, el grito de Dylan no se hizo esperar.

-¡Aprieta el botón! -Gritó desesperado contra mi oreja, haciendo que me sobresaltara del susto.

La garra bajó y tomó entre sus ganchos la cabeza del panda que se burlaba de nosotros con una sonrisa diabólica.

Prácticamente, Dylan y yo experimentaron mordiéndonos las uñas por la emoción de sable si ese oso por fin serio recogido, pero empezamos a lanzar insultos contra la máquina, el oso, la garra y el universo completo, en cuanto los ganchos no lo reconocieron.

-¡Oh maldición! -exclama, molesta.

-¡Haces todo mal, Ángel! -bufó mi hermano-Yo de verdad quería ese peluche.

Lo miré de arriba a bajo, con una sonrisa irónica en los labios.

-¿Disculpa? Ese peluche iba a ser mio.

-No, yo desde el principio te dije que ...

-¿Hola otra vez?

Los dos fuimos interrumpidos por una voz femenina, que ya consideraste familiar. La chica que mi hermano estaba ligando estaba nuevamente con una sonrisa nerviosa, pero sin su hermano mellizo junto a ella.

-¡Lirio! -se sorprendió a mi hermano, quien recibió con un breve abrazo y un beso en la frente.

-Siento mucho lo que pasó con Simón, realmente no sé que le pasó. -se disculpó.

-No te preocupes, Angélica está acostumbrada a que la gente se asuste con tan sólo verla y salga corriendo.- comentó mi hermano, irónico.

-Los veo luego. -solté, dándole un puñetazo a mi hermano y fulminándolo con la mirada-Un gusto conocerte Lily.

-¿A dónde vas? -preguntó él detrás de mí.

-¡A gastar mi dinero en libros! -le grité por encima de mi hombro.

Comencé a caminar en dirección a la pequeña librería que estaba ubicada en el segundo piso del centro comercial.

Ahora el lugar se encontraba más lleno, y eran más adultos charlatanes que otra cosa. Supuse que la mayoría de los adolescentes y los niños estarían en horas de clase.

Subí por las escaleras mecánicas mientras golpeteaba con mi dedo la barandilla fría de esta.

En cuanto estuve frente a la librería, sentí como mis ojos se iluminaron ante tanta belleza.

Ingresé con una felicidad inmensa, sin despegar la vista de los nuevos libros en vidriera y como estos me decían a gritos "¡hey, cómprame y llévame contigo!"

Y yo les respondía en mi mente: No tengo tanto dinero mis queridos amados, pero el día en que sea millonaria, los salvaré de esta cárcel.

-Tanto tiempo, Angélica. -me saludó Eli, la vendedora detrás de su mostrador.

Eli tenía alrededor de treinta y algo de años, y su cabeza estaba llena de rulos rojizos incontrolables que convidaban a la perfección con sus pecas salpicandas en su rostro.

Ella y yo ya nos habíamos tomado cariño por las tantas veces que venía a ver los nuevos libros.

Y eran más visitas que compras.

-Tengo dinero - le dije con ánimos- ¿Hay nuevos libros?¿Qué me recomiendas? -pregunté, apoyando mi codo en el mostrador de madera.

Se llevó su pluma a la boca, pensativa.

-Mmm, creo que deberías fijarte por tu cuenta, linda. No he estado leyendo libros en estos meses. La falta de tiempo me lo impide.

-Vaya, que feo. De todas formas, gracias pelirroja.

Eli me guiñó un ojo en modo de saludo y como de costumbre, chocamos puños.

Me adentré entre las hileras de libros, y sentí por un momento como mis ojos parecían salirse de orbita en cuanto veía el precio de cada uno de ellos.

Mientras caminaba, pasaba mis dedos sobre el titulo de los libros, hasta que me topé con uno que me llamó la atención.

Saqué el dinero de mi bolsillo trasero de mi pantalón de forma torpe y conté la suma,en el cual, coincidia con el precio del libro Carrie de Stephen King.

¡Necesitaba tenerlo en mi biblioteca, m****a!

Estaba por tomarlo entre mis manos, hasta que una voz masculina me habló.

-Excelente elección.

Me volteé a mi derecha y para mi sorpresa, me encontré con Simón, mirándome de una forma inescrutable.

Tenía en sus manos, dos libros que no pude llegar a verles el titulo y eso me causó algo de intriga.

Tomé el libro que iba a comprar, sin despegar mis ojos de los de él.

-¿Lo leíste? -le pregunté agitandolo levemente, y mi voz sonó casi como un pitido.

-Sí y es bastante recomendable. -admitió, y su tono era frío, cosa que me estremeció un poco.

¿Podría decir que lucia enfadado o algo así?

Fruncí el entrecejo y el ambiente entre los dos se volvió tenso e incomodo.

Asentí con lentitud y me llevé el libro al pecho, y entre el puño de mi mano llevaba el dinero apretujado.

-Debo irme, adiós Simón. -saludé, con una mueca instintiva en mis labios.

Comencé a caminar en dirección a la caja de Eli, y una mano acorraló mi hombro, congelándome en el lugar.

-¿Te apetece ir a tomar un café conmigo?- se aclaró la garganta, soltandome- Bueno, ya que mi hermana y tu hermano están algo ocupados, podríamos hacer algo ¿no?¿Aceptas?

Los ojos se me abrieron de par en par por su invitación tan imprevista.

Ahora Simón yacía frente a mí, con una media sonrisa en sus labios humedecidos y sus ojos grises parecían ansiosos por mi respuesta.

Aún seguía intrigada por lo sucedido hace pocos momentos cuando Dylan me presentó a su chica y a él, y éste había salido casi huyendo cuando me vio, quise saber por qué había actuado así.

O eso es lo que me había dado a entender en cuanto me vio.

Pero, después de todo, no parecía mal tipo y no me quedaría sola mientras mi hermano se divertía con aquella chica.

-Bien, vamos. -acepté tras lanzar un suspiro.

Simón pareció relajarse.

-¿Eres de leer muchos libros? -le pregunté, de camino a alguna cafetería del centro comercial que quedara más cerca.

-Sólo he leído unos cuantos de Stephen King. Gracias a él me sumergí en el mundo de la literatura. Es más - continuó, agitando levemente la bolsa que contenía los libros que había comprado-, llevo conmigo: El resplandor y La cúpula.

-No aparentabas ser un chico que leyera. -admití, con humor.

-Y dime Angélica ¿quién lo aparenta?

Su pregunta me desconcertó.

-Em, no lo sé. Sólo decía.

Vi como apretaba los labios, y pude descifrar que se estaba burlando de mí.

-¿Puedo preguntarte por qué te pusiste así cuando nos viste a mí y a mi hermano?

Yo tenía la mirada al frente, pero lo miré de reojo para ver cual era su expresión ante mi pregunta.

La curiosidad me estaba matando.

-No.

¿Qué?¿No? Auch. Eso había sonado muy cortante.

-De todas formas ya te lo he preguntado, seria de muy mala educación que no contestaras.

Simón me dedicó otra sonrisa burlona.

-No insistas -espetó-, no es asunto tuyo.

Levanté las manos en forma de rendición.

-Ok, ok, no insistiré.

Por supuesto que continuaría insistiendo, pero por ahora me mantendría con la boca cerrada.

Con Simón llegamos al café más cercano, y sinceramente, no tenía demasiadas ganas de tomar uno.

Aquel chico lucía extremadamente sombrío a todo, y con todo, me refería a su mirada, a sus gestos y cada paso que hacía, podría decir que me sacaba el aliento.

Era un bonito chico, no podía negarlo, pero algo en él no me cerraba.

-¿Y por qué tomas pastillas? -me preguntó él, ya sentados en una mesa y cuando había sacado un pequeño frasco anaranjado.

-Sufro de problemas en la espalda -expliqué-. Es para cesar el dolor molesto.

El doloroso malestar, había comenzado alrededor de los trece años. Mi madre y el doctor decían que era parte del crecimiento, pero eso había dejado de ser una suposición en cuanto vieron que el dolor permaneció hasta hoy.

Realmente, no me interesaba ir a ver al doctor Milencia por mis malestares en cuanto estos podían cesar con un pastilla.

Para mí, era una perdida de tiempo.

Me llevé una píldora blanca y redondeada a la boca, tragándola junto al café que Simón me había invitado.

Por un momento, se me vino a la cabeza que podría ser una muy mala combinación.

-¿Son muy constante esos dolores? -quiso saber él, apoyando los codos por encima de la mesilla alta y posando su mentón en sus manos entrelazadas.

-Más o menos. Creerás que deliro, pero cuando hay días nublados, los dolores aumentan a montones. Tanto que tengo que mantenerme en cama como para poder soportarlos. -contesté,rodando los ojos.

-Hermoso sufrimiento. -dijo con sarcasmo.

-Ni te lo imaginas. ¿Y bien?¿Vas a contarme por qué reaccionaste así cuando me viste?

Apoyó la espalda contra el respaldo del taburete y desvió la mirada, tomando una postura incomoda.

No me importaba en absoluto su incomodidad.

-Simplemente me sentí mal en el momento. ¿Sí?

Ahora parecía molesto.

Tampoco me importó.

-¿Por qué presiento que fue algo más? -insistí, inclinándome en el taburete.

Simón me imitó, haciendo que nuestros rostros estén casi demasiado cerca. Tanto, que su aliento chocaba contra mi cara.

-Porque estás loca. -siseó en un tono burlón y arqueando una de sus ceja.

Me eché hacía atrás, cruzada de brazos.

Tomaría aquello como un desafío. Un desafío bastante peculiar.

-Me tratas de loca, como si aquello fuese a despistar mi interés con saber el por qué de la situación. Eso es de una persona muy chiquilina Simón.

Me llevé la taza de café a los labios y bebí tan sólo un sorbo, ya que estaba concentrada en intimidarlo con la mirada.

Bueno, por lo menos lo intentaba.

Simón me imitó y apenas mojó sus labios con el café cuando se llevó la taza a los labios.

-¿A qué juegas, Ángel? -preguntó, dejando la taza sobre el platillo.

-No juego a nada -contesté, fingiendo inocencia-, sólo, quiero calmar a mi curiosidad, que por el momento, se encuentra muy hambrienta.

Simón desvió su mentón para crear una magnifica sonrisa que ya comenzaba a agradarme.

-Eres una diablilla. - murmuró, con humor.

De golpe, aquellas palabras suyas me resultaron familiar. Tanta familiaridad como para acordarme de Sin vida de una forma fugaz.

Ahora todo comenzaba a encajar.

-Ahora no me sorprende por qué reaccionaste así cuando me viste. -solté, algo molesta, algo confusa.

Simón me miró como si estuviese loca.

-¿De qué hablas, diablilla? -se burló una vez más, sabiendo exactamente a lo que me refería.

-Hola, Sin vida.

-Hola, Angélica. -saludó, mordiéndose el labio inferior.

Su mirada se oscureció una vez más.

La mirada inescrutable era lo que definía a Simón en aquel momento. Sus labios se curvaron hacia arriba, dándome a entender que se estaba divirtiendo con nuestro asunto.

Y supuse que "nuestro" era demasiado exagerado como para llamarlo de aquella forma. Simplemente lo llamaría asunto. Realmente me encontraba sorprendida. No me lo hubiese imaginado nunca que él fuese sin vida.

¿Cómo definiría mi sorpresa en una palabra? Eso era muy fácil. Seria algo como: ¡Wow!

—¿En qué piensas? —me preguntó, curioso.

—Si debo salir corriendo o quedarme para preguntarte cómo demonios terminé conociéndote.

—¿Por qué no te quedas con la segunda opción? —incitó, pasando lentamente su dedo por encima de la mesa y creando círculos imaginarios.

—Era lo que tenía pensado hacer.

Simón sonrió, burlón.

—Tu hermano nos invitó a mí y a mi hermana a pasar el día en el centro comercial. Dylan nos dijo que tenía una hermana melliza, la cual, me causó intriga y busqué su perfil en F******k. Comencé a hablar con ella, sólo por una noche muy corta y al día siguiente del inicio de aquella charla, no respondió mi mensaje. Y mira nada más, estoy frente a ella sonriendo como un estúpido por su rostro angelical —sonrió nuevamente—. Déjame decirte que tu nombre encaja a la perfección con tu personalidad.

Me quedé pasmada, y no supe si era por sus dulces palabras o porque sabía como desviar el tema hacia otro lado.

—Vaya. —mi voz sonó más a un suspiro inaudible— Quiero que sepas que yo no estaba al tanto de este encuentro. Dylan me lo comentó apenas ingresamos al centro comercial. Pero, eso no contesta a mi pregunta. Si sabías que me verías...¿Por qué reaccionaste así?

—Porque, recordé una urgencia, nada más.

—Me estás mintiendo.

Simón se frotó la barbilla.

—¿Y por qué mentir? Te estoy siendo sincero.

—Mejor olvídalo.

Supe que no llegaria a nada con todo aquello.

—Y dime: ¿fue una sorpresa haberme conocido?

Genial, ahora estaba sonriendo como una estúpida y sentí como mis mejillas comenzaban a ruborizarse.

—Supongo, no lo sé. Aun no lo he deducido.

—Entonces eso quiere decir que...¿pensaras en mí luego de que te vayas para deducir nuestro encuentro inesperado?

Maldición.

—Oh por favor. —solté exasperada entre risas, ya que fue lo único que pude decir.

Se hizo silencio.

Simón me miró con aquellos ojos grises que ya comenzaban a intimidarme, y no cualquier chico podía transmitirme eso.

—De verdad, me interesa muchísimo que continuemos en contacto, Williams.

Por más que la situación era algo cómica, lo había dicho muy en serio.

—Suenas muy profesional cuando dices mi apellido. —me burlé.

—Es que lo soy. —recalcó con el mismo tono.

—Entonces, chico profesional, me mentiste.

—¿Por qué? —preguntó consternado.

—Me dijiste que asistías a la misma escuela que yo, y hasta nombraste a mi amiga.

No pude evitar sonar algo confusa y aterrada.

Simón se aclaró la garganta.

—Sí, es verdad, te mentí —admitió—.Trabajo en la ferretería de la esquina —contestó—, siempre las veo a ti y a Cleo pasar de camino a la escuela, y una vez, gritaste su nombre en una charla que mantenías con ella. Sí, lo sé, soy muy atento a todo lo que sucede a mi alrededor.

—Confieso que nunca te he visto trabajar allí.

—Será porque renuncie hace ya tres meses. Terminaré mis estudios y seré profesor de Literatura.

—¿Por qué renunciaste?

Simón resopló ante la continuidad de mi insistencia. Miró la hora en su teléfono, y apretó los labios.

—Debo irme ¿podemos seguir con esta charla por F******k más tarde? Estaré en linea a las ocho de la noche.—me informó con voz grave, poniéndose de pie y tomando su bolsa de libros.

Por alguna extraña razón, me frustró un poco que se tuviera que marchar justo ahora que nuestra conversación era entretenida.

—Claro. —dije apoyando mi barbilla sobre la palma de mi mano— me terminaré el café y luego iré a buscar a Dylan.

Asintió.

—Un gusto haberte conocido, Diablilla. —saludó, tras lanzar un guiño de ojo.

Regresamos con Dylan caminando a casa y nos encontramos con la sorpresa de que papá, mamá y Olivia habían salido. Olivia no asistió a clases y se fueron a patinar sobre hielo al parque Filiwood.

—Eso quiere decir que tenemos la casa para nosotros solos. —concluyó Dylan, abriendo el refrigerador y sacando una lata de Coca-Cola.

—Me disgusta que salgan sin avisar. —dije, tomando asiento en la mesa y agarrando la nota que nos habían dejado.

—Nos avisaron chistosa, tienes la nota en la mano. —se burló Dylan.

—No me refiero a eso, sino que...mejor, olvídalo.

Me resultaba algo negativo que ahora sacaran a Olivia únicamente, y se hubiesen olvidado de nuestro acuerdo familiar, de un día para el otro: "Salimos los cinco o no hay salida".

Sabía que Olivia era la más pequeña, y que por eso, tenía más consentimientos que nosotros, pero...esperen un momento, eso ni siquiera era una escusa para que se olvidaran de Dylan y yo. Por lo menos, nos hubiesen esperado y habríamos ido todos juntos a patinar.

Dylan continuó bebiendo el contenido de la lata, mirándome de forma divertida.

—¿Qué? —carraspeé.

—Te he visto con Simón en una de los café del centro, y parecías bastante entretenida con él.

Tragué con fuerza.

—Me parece un buen chico. —solté, encogiéndome de hombros.

—¿Tanto como para ponerte de novia con él? —quiso saber, perspicaz.

—No digas idioteces, apenas lo conocí hoy.

—Vi como lo mirabas, Ángel. Estábamos caminando con Lily y los vimos justo a tiempo. Ella está de acuerdo conmigo, y hasta hicimos una apuesta de que terminarían juntos.

No podía creer la idiotez que había oído.

—¿Acaso ya están organizando una boda? —pregunté, sarcástica.

—Si eso te puede sacar del lugar llamado forever

alone, ¿por qué no?

—Vete a la m****a.

—Allí van las mejores personas, hermana.

Dylan subió las escaleras y se encerró en su habitación, dejándome sola con mis pensamientos.

Las ventanas de la casa estaban cerradas y el frío ya comenzaba a helarme los labios.

En cuanto encendí la chimenea, me senté frente a ella y me quedé hipnotizada viendo las llamas consumiendo la leña, mientras éstas chispeaban creando pequeñas estrellas que se elevaban hasta apagarse.

Mi teléfono sonó e interrumpió la calma de la casa.

Fui a buscarlo a mi mochila y volví a sentarme frente a la chimenea.

Cleo me estaba llamando.

—Mujer, si sigues faltando a clases, te darán una patada en el culo. —fue lo primero que dijo Cleo con su voz chillona.

—No volverá a pasar, sólo fue un favor que le hice a mi hermano.

Cleo siempre cumplía aquel roll de "te metes en problemas y te asesino".

La forma en la que me cuidaba, era de locos, pero no dejaba de ser una persona muy compañera en otras situaciones.

—Oye, te tengo un chismerio de muerte. —anunció.

—Suéltalo.

—Hoy el entrenador en clase de gym, ha llevado a su hijo...¿cómo se llamaba?¡Oh sí, Ethan! Y te juro que está guapísimo.

Fruncí el entrecejo.

—¿Pero por qué el entrenador llevaría a su hijo?

—Según él, se mandó un lío terrible en la escuela en la que asiste y ha decidido castigarlo dándole trabajos duros y humillándolo frente a nosotros con diversos ejercicios. El profesor Michigan es muy exigente y lo sabes, pero, nunca creí que tuviera la misma rudeza con su propio hijo.

Era cierto, el profesor Michigan era muy estricto y demasiado exigente, tanto, que disfrutaba vernos sufrir con sus complicados entrenamientos.

Dios santo, cuando me tocaba asistir a la clase de gimnasia, ya tenía ganas de echarme a llorar al saber lo que me esperaba: dolores insoportables de espalda y todo el jodido cuerpo.

—Vaya, que malvado. —dije, desinteresada.

—El lunes lo conocerás, y quiero ver tu jodida cara, Ángel.

—No veo la hora de conocerlo. —mentí.

—Oye, no seas así de fría. De verdad, es muy lindo chico, quizá puede llegar a interesarte y...

—No, no estoy interesada —la interrumpí rápidamente—. Porque creo...— suspiré, dudando si contárselo, ya que creía que era demasiado apresurado— que he conocido a alguien.

Cleo chilló como una loca que se hubiese sacado la lotería y tuve que alejar el teléfono de mi oreja antes de que su grito rompiera mi tímpano.

—¡Dios santo, mujer! —soltó, alegre—¿Cuándo?¿cómo?

Sonreí.

—Se llama Simón...y es, no sé, atractivo y me atrae su personalidad, es que yo...

Me vi interrumpida por el timbre de la casa.

—Te llamo luego. —le dije a Cleo y colgué.

Miré por el visor de la puerta, con la ilusión de que fuesen mis padres y Olivia, pero no había nadie.

Abrí la puerta con lentitud y bajé la mirada al suelo de forma instintiva, en donde había una pequeña caja negra.

La tomé, algo anonadada, y le saqué la diminuta tapa. En ella, había una nota con letras cursivas y negras.

Entré rápidamente a casa y la leí.

Cielo o infierno, tú ya estás en esto.

Me humedecí los labios resecos, y me había necesitado en silencio, mirando pasmada aquella nota.

—Debe de ser una broma, una estúpida e inútil broma. —Me aseguré a mi misma.

Fui hacia la ventana y corrí solo unos centímetros la cortina para echar un vistazo afuera.

La soledad consumía el vecindario por el frió que azotaba la acera y ni un suspiro se asomaba en la calle.

Colgué mi mochila sobre mi hombro y subí las escaleras.

Me encerré en mi habitación y me dejé caer sentado en la cama, colocando la cajita negra frente a mí.

Releí la nota más de diez veces, y no hay nada más que aquel papel grueso.

—¿Cielo o infierno, tú ya estás en esto? —Repetí en voz alta, pensativa.

Tenía que admitir que yo tenía aturdida.

¿Qué clase de nota era esa?

Sonaba a una amenaza, o tal advertencia, ¿pero de qué?

O tal vez, esa nota no era para mí. Quizá, era para alguien de mi familia.

Oh m****a

Me puse de pie rápidamente y fui a la habitación de mi hermano que quedaba al final del pasillo.

Golpeé de forma frenética, ya que de seguro se seleccionará con los audífonos a todo volumen.

—¡Maldición Angélica, ya voy! —Gritó al otro lado.

Aun así, seguí golpeando.

La puerta se abrió con brusquedad y Dylan parecía completamente frustrado.

Llevaba colgando en su cuello los cascos y la música que salían de ellos. Estaba al máximo.

Se había puesto ropa cómoda: remera negra giganteca de Nirvana y gastada por los años, y unos pantalones de algodón grises que combinaban con sus medias.

¿Qué sucede? —Masculló.

Le tendí la cajita, como forma de respuesta.

—Han tocado el timbre, que por lo que sé no lo ha escuchado y me ha encontrado esto en la entrada.

Dylan tomó la cajita con desconfianza y leyó la nota, con el entrecejo fruncido.

Acto seguido, volvió a posar la cajita en la palma de mi mano, con gesto desinteresado.

—De seguro es una broma, no te pongas paranoica.

Antes de que pueda decir algo al respecto o por lo menos, contradecirlo, cerró la puerta en la cara.

—¡Dylan! —Grité, enfadada.

El muy inmaduro me ignoró.

Volví a mi habitación y me encerré en ella.

Guardé la cajita en el cajón de la mesita de noche y me obligué a olvidarme de aquella cosa, que solo me traería preocupaciones.

Eran las ocho de la noche, y supongamos que mamá no me llamó para la cena, así que decidí bajar a la primera planta.

Para mi sorpresa, ya estaban todos sentados devorando el pastel de carne, y nadie me había avisado que la comida estaba lista.

—Gracias por avisarme. —Solté en voz alta, molesta.

Me quedé frente a ellos viendo como charlaban de forma animada y mamá fue la primera en mirarme.

—Oh, Angélica. ¿Por qué no ha venido a cenar con nosotros? —Preguntó, dándose vuelta en la silla.

El resto dejó de conversar para prestarme atención.

¿Me están tomando el pelo? ¡No me avisaron que ya estaba lista! —Miré en dirección a la mesa y yo percaté que faltaba mi plato. —¡Y ni siquiera pusieron mi plato!

Los cuatro se dieron cuenta al instante, y parecieron realmente sorprendidos.

—Lo siento hija, es que, no sé, se nos olvido. Casi rápidamente papá, poniéndose de pie.

¿Sé les olvido? ¿Qué?

Apoyé mi mano sobre su hombro, pidiéndole que se volviera a sentar.

- Olvídalo, ya no tengo hambre —me volví hacia Dylan, obligando a deshacer el inmenso nudo en la garganta que tenía—. Cloe y Taylor pasaran a buscarnos para ir a San Diego a las nueve y los medios.

Dicho esto, volví a subir a mi habitación, hecha una furia.

Me derrumbé en mi cama y tomé mi teléfono.

Simón cumplió con su palabra y tenía un nuevo mensaje de él.

Sin vida (20:13  pm )

-Buenas noches  diablilla . ¿Me tiene "deducido"?

Mi mal humor, se había esfumado un poquito.

Angélica  Williams  (20:13  pm )

-No, aún no, lo siento :(

Sin vida (20:14  pm )

-Usted es malévola. Déjeme decirle que yo si la he deducido, y fue la mejor deducción de mi vida.

Angélica  Williams  (20:15  pm )

-¿No crees que  exageras  un poco?

Sin vida (20:15  pm )

-Nunca exagero, Angélica.

Angélica  Williams  (20:16  pm )

-Ahora seré yo quien piensa fin a esta conversación. Debo ir a ducharme y luego a alistarme, hoy saldré con mis amigos. Buenas noches, Simón.

Sin vida (20:17  pm )

-Abrígate bien, hace frío.

Angélica  Williams  (20:18  pm )

-Sí , gracias por el dato.

Me desconecté y fui directo a la ducha, soportando el horrible ruido de mi estomago hambriento.

—... te juro que mi corazón se detuvo en cuanto lo vi, es que Ethan, es muy atractivo. De verdad, lo vi y dije: este chico es para Angélica. Cleo de forma animada y un poquito exagerada, mientras se apartaba sus mechones negros del frente y sus ojos azules parecidos ilusionados, como si esperara algún tipo de comentario aceptable que viniera de mi parte.

Nos encontramos en el Pool-Bar San Diego. Cleo y yo estaban ubicados en la mesa en la siempre solos sentarnos, mientras que Dylan y Taylor habían ido a buscar tres latas de cerveza y un agua mineral.

Sip, la era mineral del agua yo, y una conductora designada como en todas las salidas.

Claro, aunque corría el riesgo de que la policía me arrestara por no tener mi licencia de conducir.

El lugar estaba repleto de gente, y gracias al hermano de Taylor que era dueño del lugar, siempre teníamos la mesa reservada.

En el techo podría ver el humo debido al cigarro que la mayoría consumía, incluyendo a mí, y nadie respetaba el cartel llamativo en una de las paredes que claramente no fuma.

Me consideró malvada.

—Ya estoy conociendo a alguien, no molestes, Cleo. —Repetí por quintesima ves— Es más, quedatelo tú si tan lindo crees que es.

—Sabes que le pertenezco a alguien más. Específicamente ella, mirado a mi hermano a la distancia, quien se sintió demasiado ocupado charlando con Taylor sobre la barra esperando a que los atendieran.

Apreté los labios, apenada.

Cleo estaba perdidamente enamorada de Dylan, y no se animaba a decirle lo que había decidido porque no quería arruinar la amistad que tenía con él. Así que prefería mantenerlo oculto, ya que tenía ilusiones de que si Dylan tenía algo por ella se lo demostraría con facilidad.

No comprendía por qué mi hermano no se fijaba en ella, por todos los cielos, Cleo era preciosa.

Su sencillez, su inocencia y su carácter de chica fuerte, era lo que la hacia destacar, dejando en segunda base su cuerpo de modelo.

No quería decirle que él ya estaba conociendo a otra chica, eso le partiría el corazón.

—Y dime, ¿cómo conociste a ese tal Simón? —Quiso saber ella, embozando una sonrisa, intentando cambiar de tema.

—Es un viejo amigo de Dylan y ya nos veníamos viendo hace bastante tiempo. —Mentí.

Si le dije que había conocido hoy mismo por un plan que había hecho mi hermano para conocer también a otra chica, destrozaría a Cleo.

¿Y cuando pensabas contármelo? —Preguntó, ofendida.

—Ya te lo he dicho ahora, no te enojes. —Braveé, dándole una calada al cigarrillo.

Los chicos llegaron poniéndole fin al asunto, y Dylan me colocó el agua embotellada más una bolsa con maní tostado.

Lo miré, confusa.

No tiene cenado, por lo menos aliméntate con esto. Adecuadamente, sentándose junto a mí.

—¿Cómo un elefante?

—Como un elefante. —Afirmó, sonriente.

De fondo se escuchaba uno de los temas de Avicii, pero no pude adivinar cómo se llamaba la canción.

Los cuatro brindamos como de costumbre y luego llevamos nuestras bebidas a los labios.

—¡Dios, cómo extrañaba esto! —Exclamó Taylor, deslizándose la gorra al revés y mirando de forma enamorada la lata de cerveza.

—Nos merecíamos esto. —Agregó Cleo, dándole otro trago a su bebida.

—Me siento una chica muy sana ¿mirenme? ¡Estoy tomando agua y comiendo mientras todos se alcoholizan! —Dije, mirando a mi alrededor.

NecesariamenteSana? ¡Fumas! —Soltó entre risas Taylor.

—¡Pero no soy viciosa, una caja completa me dura uno o dos meses! —Les aseguré.

—Pasame un cigarro, Ángel. —Me pidió Dylan.

Saqué la cajita azulada de mi bolsillo y le tendí uno y también el encendedor.

—Moriremos juntos gracias a esto, no lo olvides. —Me recordó, mirando su cigarro.

Sonreí

Dylan y yo comenzamos a fumar juntos, hace tres meses, y cuando encendimos el primer cigarro cada uno, mi hermano, algo nervioso, yo dije ese llamativo "juramento": Moriremos juntos gracias a esto.

Pero, en el fondo, sabíamos que tarde o temprano dejaríamos aquel aquel visio tan estúpido en el que nos metimos.

¿Se podría decir que era una especie de pasatiempos? Mmm, tampoco lo justificaba, después de todo, fumar mataba.

Fruncí el entrecejo, mirando aquella cosa larga y pequeña que era consumida por el fuego.

¿Por qué estaba haciendo algo que me daña? ¿Tan poco valía cómo para ingerir el humo que torturaba lentamente a mis pulmones?

Rápidamente acerqué el cenicero y lo apagué apretándolo contra él.

—Lo siento Dylan, ya no puedo fumar más. —Dije, soltando el aliento y realmente decidida con lo que estaba haciendo.

Miré al resto y estos me miraron, casi asombrados.

—Vaya, eso no me lo esperaba en absoluto. —Taylor fue el primero en hablar.

—Entonces ...— dijo Dylan, aplastando su cigarro contra el cenicero— yo también dejaré de ... ¡No m*****a sea, yo no puedo! —Se contradijo a los gritos.

Dylan me arrebató la caja de cigarros que estaba encima de la mesa. Acto seguido, sacó todos los cigarros y comenzó a frotárselos por el rostro.

No pude contenerme y estallé de risa al igual que Taylor y Cleo.

—Esto se siente delicioso —decía Dylan, cerrando los ojos mientras se masajeaba las mejillas con los cigarros.

¿Eres idiota o viene papel de baño? —Soltó Taylor entre risas.

Dylan guardó nuevamente los cigarros en la cajilla, mientras reía.

—Yo continuaré fumando por un tiempo, me hace ver como un chico malo y rebelde —declaró mi hermano, guardando la caja en el bolsillo de su chaqueta—. Cada vez que fumo frente a Lily, se le iluminan los ojos, se los juro.

Trague con fuerza y dirigiendo la mirada hacia Cleo con disimulo, quien se siente algo aturdida por su comentario.

Quise decir algo para cambiar de tema, pero ella es mucho más rápido.

¿Quien es Lily? —Preguntó con un hilo de voz, y percibí aquel nudo en la garganta.

—Es una chica que pienso darle lo mejor de mí. Veras Cleo, ella es ... ¿Cómo decirlo? Es excelente y muy guapa, tiene todas las cualidades que me atraen. Seguro cuando la conozcas, se llevaran muy bien identificado mi hermano, esperanzado.

Vi el rostro de mi amiga y se tuvieron sin habla, y lo único que pudo hacer ante las palabras de Dylan, fue asentir, fingiendo ansiedad por conocerla.

El corazón de Cleo, se había derrumbado por completo.

—Te deseo lo mejor, Dylan. —Le contestó ella, casi con una voz inaudible.

—Gracias Cleo.

Mi hermano frunció el entrecejo, por su descompostura y el ambiente entre los cuatro se volvió tenso.

—Quiero maní. —Me dijo Taylor, tomando la bolsa plateada y llevándose un puñado de maní a la boca.

No presté atención a Taylor, ya que mis ojos estaban analizando a Cleo, quienes parecían resistirse para no llorar.

De pronto, sé rápido y rompió en llanto al salir corriendo en dirección al baño.

Taylor y Dylan se quedarán petrificados, sin comprender por qué estaba así.

Me puse de pie en un salto.

—¡Oye Cleo! —Le gritó Dylan, aturdido. Se volvió hizo mí— ¿Pero qué le pasa?

—Está enamorada de ti, idiota.

No me quedé para verle la cara, sino que salí corriendo detras de Cleo, sabiendo que me necesitaría más que nunca.

Pasé por el tumulto de cuerpos bailando y más de uno me hizo tropezar, pero por suerte no había caído al suelo.

Llegué a la puerta del baño sin aliento, y me encontré con ella, mirándose al espejo sucio mientras lloraba. Nuestras miradas se reencontraron en el reflejo y se derrumbó aún más en cuanto me vio.

—¡Salgan todas de aquí! —Les grité a todo pulmón a las chicas que estaban allí.

A regañadientes, las cuatro chicas que se encontraban maquillándose y riendo a carcajadas, salieron, dejándome sola con Cleo.

—¡Soy una estúpida! —Gritó, sollozando.

Me acerqué a ella, y la abracé con fuerza, sintiendo como sus lágrimas humedecidas mi hombro desnudo.

No, no lo eres —contradije— .Él está ciego por no darse cuenta de la joven bonita e inteligente que tiene cerca.

—Ojala esa tal Lily le de la felicidad que él se merece. Sino ... —murmuró, cabreada.

No dije nada al respecto.

—Debes dejarlo ir, se que encontraras a alguien que te corresponda —la aparté un poco para mirarla —Cleo, sé que lo encontraras, tienes dieciocho años, este año terminaremos la secundaria y comenzaras una nueva vida. ¿Acaso te olvidas de las personas nuevas que ingresaran a tu círculo social el año entrante? Tomate este año para olvidar a Dylan, y cuando te des cuenta, alguien ya te estará amando y tú lo amaras.

Ella me miró por unos instantes, analizando mis palabras, y asintió con lentitud.

Se lavó el rostro y tuvo papel de baño para limpiar el manchón negro de maquillaje que tenía bajo los ojos, mientras intenta no continuar llorando.

La puerta del baño se abrió bruscamente, y Dylan y Taylor se hicieron visibles frente a nosotras.

El rostro de mi hermano palideció en cuanto miró a Cleo.

—Angélica, déjalos solos. Taylor, en tono casi suplicante.

Miré a Cleo, y ella se miró mirando a Dylan, y presentí que se echaría a llorar de nuevo.

—Chicos, es mejor que vayan a hablar a otro lugar, ya que aquí no es el indicado. —Les aconsejé, acercándome a Taylor.

Él pasó su brazo por mis hombros y los dos dejamos a solas.

Ojala Dylan, a partir de hoy, la viera con otros ojos, como tanto soñaba Cleo.

La música Country era normal allí, y era lo que me gustaba. Con Taylor, decidimos sentarnos en el taburete de la barra, mientras él tomaba cerveza y yo comía maní.

Ya estaba por vaciar la bolsa de tantos que había ingerido por los nervios.

Había pasado bastante tiempo desde que habíamos dejado a solas a Dylan ya Cleo.

Me moría por saber, cómo continuaba su historia.

¿Desde cuando Cleo está enamorada de tu hermano? —Me dijo Taylor, inclinándose hacia mi oído, apoyando sus brazos sobre la barra y la mejilla contra sus puños.

—¡Desde siempre! —Contesté, a través de la música.

¿Y por qué nunca se lo dijo?

—¡Por miedo a perderlo!

Taylor asintió, reflexivo.

De pronto, verá la vista por detrás de mí y sonrió.

—¡Oye Ethan! ¿Cómo estás? —Gritó.

Miré hice mi costado y mi corazón se aceleró al ver a Simón, tomando asiento a mi lado y saludando a Taylor con una sonrisa en los medios.

Se me secó la boca, y en cuanto se acercó a mí, me plantó un casto beso en la mejilla en forma de saludo.

¿Él era el famoso Ethan?

Sus ojos grises me miraron con suspicacia, y su rostro aparentemente relajado, disfrutando de mi expresión sorpresiva. Teníamos los apoyos apoyados por encima de la barra, y su sonrisa se ensanchó aún más, demostrándome que nuestro encuentro no era para nada casual.

—Angélica, él es Ethan, el hijo de nuestro entrenador. —Nos presentó Taylor.

—Sí, lo conozco. —Musité, llevándome rápidamente el pico de la botella con agua a la boca y bebiendo como si no hubiera hecho hace años.

Deseé con mi alma tener más maní.

Tal vez ya sabes pero ... ¿cómo? —Preguntó Taylor, confuso.

—Nos conocemos desde antes. —Contestó Simón, sin ni siquiera molestarse en dar explicaciones.

Miré a Simón o Ethan (realmente no sabía cómo debía llamarlo a partir de ahora) y lo que era demasiado confiado con nosotros, cómo es toda la situación le resulta un chiste.

¿Has venido con tu hermana? - pregunté algo nervioso.

Quizá él podría tener un hermano con Cleo, podría ponerse hecho una furia por pensar cualquier cosa de ellos dos.

—¡No, ella ha preferido quedarse en casa! —Contestó, acercándose un poco más a mí porque la música estaba demasiado alta.

Me alivié

De pronto, las luces se apagaron y fueron remplazadas por la oscuridad del lugar.

Cuando marcaba la una de la madrugada, San Diego le daba la bienvenida a la noche de fiesta, convirtiéndolo en algo descontrolado.

Las luces de colores se hicieron presentes y la bola de disco apareció con sus espejos sobre el techo, girando con lentitud.

La música se rompe más fuerte con una de las canciones más reconocidas y pegadizas del momento.

Los cantineros, como de costumbre, comenzaron a bailar de forma sincronizada. Ya me sabía la coreografía de memoria por todas las veces que había venido.

Los gritos, y los aplausos estallaron a mi alrededor, creando un ambiente fiestero y libre de preocupaciones.

Sin haberme dado cuenta, mi cuerpo estaba moviéndose al ritmo de la musica por encima de la silla alta y delgada.

—¿Es así siempre? —me gritó Simón al oído, quien parecía horrorizado por la transformación de San Diego.

—¡Siempre! —solté, animada.

—¡Temo decirte que sino te vas de aquí antes de las tres y media, te volveras loca! —gritó.

—¿Qué?

¿A qué se refería con eso?

De pronto,atenta a cada uno de sus movimientos, sacó del bolsillo de su campera, una cadenilla y no pude distinguir si era de oro por la falta de luz blanca.

Me quedé tiesa en cuanto me rodeó el cuello con ella y sus dedos rosaron mi piel, haciendo que se me ponga de gallina.

Me estremecí.

No supe que hacer en cuanto sus ojos se quedaron mirando los mios, con cierta intensidad, con cierto misterio.

Sentí los labios resecos y me los humedecí con los labios.

Se apartó en cuanto me colocó la cadenilla. El dije era precioso: se trataba de una especie de ala abierta hecha de plata, con sus plumas muy bien detalladas y su frialdad contra mi pecho me había provocado escalofríos.

—Es hermosa —susurré mirando el dije, sabiendo que él no me escucharía. Lo miré—¡Muchas gracias!

Sonrió, satisfecho.

—¡Vaya, eso te habrá salido un ojo de la cara! —gritó Taylor, haciéndome recordar que él estaba con nosotros.

Lo miré de reojo e hice un gesto para que cerrara la boca.

—¡¿Qué?! —gritó, encogiéndose de hombros— ¡Ya lo sé, ya lo sé,estoy de sobra!

Rodó los ojos, se levantó de su butaca y se marchó, mezclándose entre la gente.

Por fin solos.

Me volví hacia Simón, y lo encontré pagando al cantinero un pequeño vaso, que supuse que contenía wisky.

Se lo llevó a los labios y echó la cabeza hacia atrás, para ingerir todo el contenido del vaso, cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza, dejando el vasillo en la barra.

Se secó el contorno de sus labios con el dorso de su mano y me miró, con gesto avergonzado.

—¡Prometo no beber otro wisky más! —prometió, divertido.

—¡No me ofende que lo hagas! —dije rápidamente—¡Pero sí me ha ofendido que no me hallas dicho tu verdadero nombre!

—¡Me llamo Ethan Simón, sólo mis familiares me llaman por mi primer nombre!

—¡Me gusta Ethan!

—¡Entonces vete con él, y déjame con el corazón hecho trisas! —bromeó.

De pronto, se puse de pie y tomó mi mano.

—¡Ven, baila conmigo!

No pude negarle su invitación, después de todo, era la persona más atractiva que me había sacado a bailar desde que tengo memoria.

Su enorme mano acorralaba la mía mientras nos introducíamos en el tumulto de gente bailando y la musica ayudaba a calmarme los nervios que sentía por su contacto.

Se volteó hacía mí y comenzó a moverse de forma lenta y sensual.

Atrajo su cuerpo contra el mío y mis mejillas se ruborizaron en cuanto nuestros ojos se cruzaron una vez más.

Me atreví a pasar mis brazos por detrás de su cuello, y él acercó más su rostro al mio, confiado y de forma coqueta.

Sus manos apretaron cada costado de mi cintura y sentí cosquillas.

Me sentía como una idiota.

Sin darme cuenta, estaba mirando sus labios gruesos y él, percibió mi rápida tentación. Sintiendo su aliento contra mis labios, me unió con los suyos y me dejé llevar por aquel beso, que para mí, era inalcanzable en mis pensamientos.

Los labios de Simón (o mejor dicho Ethan) eran suaves y delicados, y el beso era lento y dulce, haciendo que ese gesto diga mucho de él.

Me había olvidado por completo de la musica, en dónde estábamos y con quién estábamos.

Odiándome a mi misma, me aparté tan sólo un poco.

—¿Por qué debo irme? —quise saber, realmente intrigada.

La poca luz ocultó su expresión, y no pude saber si se encontraba algo enojado por interrumpir el beso por la culpa de mis dudas.

—Olvídalo, pero, prométeme que no te sacaras el collar. Ni siquiera para dormir.

Fruncí el entrecejo. ¿Por qué la insistencia?

—¿No crees que es demasiado pronto para decir algo así? O sea, quiero decir, ¿qué tan interesado estás en mí cómo para regalarme algo tan precioso?

—Tanto como para que no olvides este comienzo. Sé que nos conocimos ayer ¿bien? Pero enserio, con toda la sinceridad del mundo, quiero tener algo contigo.

A pesar del ruido, lo escuché claramente.

—Falta conocernos Ethan, pero no me importaría hacerlo.

Volvió a besarme y se apartó una vez más. Ahora fui yo la que se fastidió por su lejanía.

—Debo marcharme. No debo llegar tarde o mi padre me matara. —me dijo al oído, y percibí que estaba molesto.

Besó mi frente, y volvió a llevar sus labios contra mi oído.

Me hacía cosquillas, pero era una sensación rara y a la vez, deliciosa.

—No te olvides de mí, Angélica. —susurró, embozando una sonrisa más.

Me quedé plantada, pasmada, viendo cómo se marcha y se mezclaba con el tumulto de gente de camino a la salida.

Estaba aturdida por sus ultimas palabras. Quizás así, era una forma nueva de coquetear con una chica.

Sonreí como una idiota, y bajé la vista a mi collar, tocándolo con mis dedos.

—Muero por conocerte. —murmuré, pero mi voz fue opacada por la musica electrónica que sacudía a todos allí.

Eran las tres de la madrugada cuando llegué a casa con Dylan.

Mamá y papá se encontraban durmiendo al igual que Olivia. Dylan y yo nos encerramos en mi pieza, ya que sentía emoción por saber que había sucedido entre Cleo y él.

—¿Por qué demonios no me dijiste que ella estaba enamorada de mí? —explotó en un susurro, por miedo a despertar a mamá y a papá.

—Le prometí no decirte nada. —contesté, sacándome la chaqueta y arrojándola a la silla del escritorio.

Dylan se pasó las manos por el cabello algo aturdido, caminando de aquí a allá.

—La besé, y...ahora no sé que hacer. —soltó.

Sus palabras resonaron con la canción de "Aleluya" y campanas resonantes de fondo, que acariciaron mis odios.

Sonreí como nunca, feliz por el momento más deseado de Cleo.

—¡Dios mio! —exclamé, extasiada —¿Y ahora qué, son novios?

Me fui desanimando lentamente al ver que Dylan no compartía el mismo entusiasmo que yo.

—Estoy confundido. ¿Qué le diré a Lily? Y encima soy un estúpido por también besar a Cleo y hacer que se ilusioné aún más.

—Deja a Lily —contesté, encogiéndome de hombros—. Apenas conoces a esa chica, y a Cleo la conoces desde hace años. El amor que te tiene, es infinito. Te ama Dylan, no la dejes escapar. Ella es preciosa, tierna y muy buena persona, y sé que daría todo por ti. Y está de más decir, que sería la mejor cuñada del universo entero.

Dylan me miró, pensativo y analizando lo que acaba de decirle.

Ojala me hiciera caso y dejara de confundirse tanto con algo que tenía solución.

—Necesito dormir —bufó, caminado hacia la puerta—. Buenas noches, Ángel.

—Buenas noches Dyl.

Se marchó y quedé sola, mirando la nada una vez más.

Me desvestí y me coloqué la ropa para dormir. Mientras lo hacía, pensaba en Ethan y el collar que me había obsequiado.

Ahora me encontraba más ansiosa por conocerlo, y una parte de mí, confiaba que eso valdría la pena y la otra tenía temor a lo que podría llegar a conocer.

Tenía miedo de que esto fuese demasiado rápido, pero...quizá resultara divertido.

Me quité el collar con muchísimo cuidado y lo dejé prolijamente sobre la mesa de noche porque dormir con él me resultaría incomodo.

El reloj de mesa marcaba las tres y veintinueve A.M y agradecí que mañana podría levantarme más tarde, ya que al ser despedida del trabajo me daba más tiempo para mí.

Un sábado libre, que bonito, pensé.

Ya acobijada, cerré los ojos e intenté dormir, pero me daba la sensación de que aún seguía en San Diego, bailando junto a Ethan.

Tenía la sensación de que aún continuaba besándome sin principio ni final.

—¡Ayúdame por favor!

De repente, abrí los ojos y me sobresalté al escuchar el grito desesperado de alguien.

Mi habitación se encontraba en las penumbras de la noche, y el único sonido que se escuchaba, era el de mi corazón latiendo hasta más no poder por el enorme susto.

—¡Ayúdame, por favor, ayudame!

Me quedé petrificada, y apenas podía acostumbrar mis ojos a la oscuridad.

Juraba por mi vida entera que alguien estaba gritando en mi habitación, y que aquella voz, que parecía la de un niño, no provenía de la calle.

Los gritos desesperados aumentaron y no podía ni siquiera hablar. Era tanto el temor que tenía, que no podía mover ningún musculo de mi cuerpo para salir corriendo.

Me quedé tiesa y cerré los ojos con fuerza al sentir la respiración de alguien contra mi oreja.

Mis puños apretaron con desesperación el edredón de la cama y los dedos de mis pies se aferraron a las sabanas.

—¡Por favor, llévame con mamá! —gritó contra mi oído, haciendo que yo explotara en otro grito aún más fuerte.

De pronto, como si aquella fuese mi salvación, la puerta no tardó en abrirse y la luz iluminó la habitación.

—¡¿Pero qué sucede, Angélica?! —se espantó mi madre, quien fue la primera en ingresar.

Estaba agitada y sentía como mis párpados rogaban con unirse.

No, no podía desmayarme ahora. ¡No ahora!

No lograba hablar y de mi boca sólo se escapó un sollozo, que rápidamente se transformó en un interminable llanto. El susto me había ocasionado una sensación horrible.

El peso de mi madre hundió el colchón a la altura de mi cintura.

Me tapé el rostro con mis manos, sin poder dejar de llorar.

Tenía miedo de volver a escuchar el grito de aquel niño.

Mi madre me abrazó.

—¿Angélica?¿Qué sucede? —insistió papá, con un nudo en la garganta.

Hice un esfuerzo para contarles lo que me había pasado, pero, era tan difícil.

—¡Me han gritado! ¡Una voz de un niño me ha gritado, pidiendome ayuda! —mi voz sonó rota y destrozada.

Estaba temblando y mi cuerpo se sentía como gelatina.

Me aparté las manos de mi cara, y mis padres cruzaron miradas.

—¿Cariño, esta noche has bebido?

La pregunta de mi padre me petrifico. Acto seguido, le arrojé la almohada en la cara, llena de ira.

—¡No les estoy mintiendo y no, no he bebido!¡Yo no bebo alcohol y lo saben! —grité, furiosa.

Me arrepentía completamente por haber gritado, m*****a sea.

De seguro me veía como una loca.

La puerta se abrió nuevamente, haciendo que golpease la espalda de mi padre.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —carraspeó Dylan, refregandose los ojos y fulminando a todos con la mirada.

Detrás de él, ingresó también Olivia con su pijama blanco, abrazando a su oso negro y se aferró a la pierna de mamá.

Toda mi familia me miró automáticamente.

—Les juro que yo escuché la voz de un niño, se los juro —dije, suplicando para que me creyeran.

—¿Qué? —preguntaron Olivia y Dylan al mismo tiempo, atónitos.

—Olivia vete a la cama. —la regañó mamá despegándola de su pierna.

Olivia,desobediente, se subió a la cama y se acostó a mi lado.

—Mañana hablaremos mejor del tema —declaró mamá, acercándose un poco más y besándome la frente—. Sólo intenta descansar cariño.

Sequé mis húmedos ojos con el dorso de mi mano y asentí.

—Nadie te hará daño, cielo —me tranquilizó papá, tras lanzar un bostezo—. Estamos aquí, contigo ¿bien?

Asentí otra vez, intentando deshacer el nudo en mi garganta.

Papá y mamá se retiraron de mi habitación después de que Olivia los hubiera convencido para que durmiera conmigo y así, protegerme de los monstruos y del supuesto niño.

Dylan se acostó a los pies de la cama solo para verificar si también podríamos escuchar al niño gritar.

Olivia dormía plácidamente abrazada a mi estomago, olvidándose de su oso negro que yacía en el suelo, abandonado.

Dylan gruñía entre sueños, como si sus pensamientos estuviesen dominando su mente. Quiza soñaba que Lily y Cleo se enfrentaban y él era el premio más lujoso.

Y yo ... simplemente no puedo dejar de escuchar el llanto de aquel niño de cabello cobrizo y tez pálida, que yacía sentado en el asiento de mi escritorio, suplicándome que lo ayudara.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo