Capítulo trece

 Eran las ocho de la mañana cuando pude cerrar nuevamente los ojos. Pero las pesadillas estaban intactas en mi cabeza, torturándome de una forma horrible. Mi peor enemigo, era mi subconsciente.

Aunque costara asimilarlo, yo lo había visto y escuchado.

Soñé con sus ojos sin vida que no parpadeaban, soñé con sus lágrimas que pueden serpenteando por sus mejillas, soñé con su cabello cobrizo despeinado, soñé con su diminuta camisa blanca, soñé con sus manos y pies pequeños.

Simplemente soñé con algo que no tenía explicación alguna, y que buscaba con desesperación a su madre.

Jamás, en mis diecisiete años, había presenciado algo similar, algo que estremecía con tan solo pensarlo.

Nunca creí que esto me sucedería a mí.

¿Por qué solo yo podría verlo?

No era alguien que presenciaba a los muertos, no era alguien que tenía demonios o algo parecidos a estos, ¿pero por qué ahora?

Estaba aterrada, y más si mis padres no me creían.

Olivia se revolvió en la cama y abrió con pereza los ojos, tras lanzar un delicado bostezo.

—Te ves horrible pensado, espantada—. ¿No tiene dormido?

Negué con la cabeza tras darle un casto beso en su frente.

—¡LES JURO QUE YO SOY EL REY!

Olivia perdió una carcajada en cuanto Dylan gritó entre sueños, y acto seguido, cayó al suelo con un golpe seco.

En cuanto estuve apunto de ir a ayudarlo, él ya había levantado de forma brusca.

¿El rey de qué? - pregunté, horrorizada.

Dylan se acomodó como pudo su melena castaña y se frotó el rostro, antes de contestar.

—Cierra el pico, Angélica. —Contestó, malhumorado.

—El rey de los idiotas. —Respondió Olivia por él.

De pronto, él la tomó en sus brazos y ella lanzó un chillido de protesta para que la bajara, y comenzó a caminar directo hacia la puerta.

—Dejemos descansar a la demacrada de nuestra hermana. —le dijo somnoliento, tras darle un beso en la mejilla.

Los dos salieron de la habitación.

Lo último que haría sería descanzar.

Sin ganas, salí de la cama a rastras y fui al baño. Al chocarme con mi reflejo en el espejo, supe que mis hermanos tenían razón; tenía bolsas por debajo de los ojos, y la palidez consumía mi rostro, como si me estuviera muriendo.

Mi cabello era un desastre, más de lo normal, y parecía pajoso, sin vida alguna.

Mis labios estaban resecos y quebradizos, por la sed que tenía.

Abrí la canilla de lavabo y tomé un poco de agua de él, y comencé a lavarme el rostro, sintiéndome aliviada por la calidez del agua.

Tomé la toalla y me cequé. Luego hice mis necesidades.

Regresé a mi cama con un dolor punzante en mi espalda, y al ver que eran las diez de la mañana, fui en busca de mis píldoras que estaban en mi mochila y las ingerí con un poco más de agua.

Era insoportable el dolor, y suplicaba que las pastillas hicieran efecto y desapareciera por lo menos algunas horas.

Esponjé con las manos una vez más la almohada y reposé mi espalda contra ella, largando el aliento.

Hacía muchísimo frío y me acobijé un poco más con las frazadas en busca de calor.

El silencio de mi habitación fue el impulso a que saliera corriendo hacia mi armario y comience a cambiarme rápidamente la ropa que tenia puesta de pijama, con temor a que aquel niño volviera a reaparecer.

Metí cualquier libro de mi biblioteca personal en mi mochila y la colgué en uno de mis hombros.

Bajé por las escaleras y me encontré a todos (menos a Dylan) desayunando.

Papá,como lo habitual, tenia el periódico en la mano, en la sección de deporte y mamá miraba el noticiero que pasaban en la televisión mientras que Olivia le daba de comer a su muñeca con comida imaginaria.

—Buenos días. —dije, llegando al final de las escaleras.

Nadie respondió.

—¡BUENOS DÍAS DIJE!—repetí, aumentando aun más la voz.

Los tres se volvieron de forma unisona, y mi padre se llevó la mano al pecho, como si se hubiera asustado.

—¡Angélica no grites por favor! —reclamó él, acomodándose sus lentes.

—Eso les pasa por no oírme. — reproché.

—¿Cómo te encuentras, cielo? — me preguntó mamá, poniendo toda su atención en mí.

Me quedé parada frente a ellos, y largué el aliento.

Era una pregunta muy, pero muy, difícil de responder.

—Simplemente, no lo sé. —contesté con franqueza.

—Quizás continúes con temor a lo de anoche —adivinó papá—. Quiero que sepas que aquí no murió nadie cariño y que esta casa está libre de fantasmas.

¿Pero cómo explicar lo de anoche?¿Cómo convencerlos de que lo que vi no fue producto de mi imaginación?

—Lo sé. Me voy a caminar al centro, sólo para despejarme.

—¿Sola? —preguntó papá—Sabes que no puedes salir si no es acompañada de alguien.

—No voy sola, Cleo me espera en el parque y de allí iremos juntas al centro. —mentí.

Ojala Cleo se levantara un sábado a las diez de la mañana.

Al ver que mis padres cruzaban miradas de dudas, agregué en un susurro por si mi hermano lograba escucharme:

—Resulta que Cleo está enamorada de Dylan y anoche se besaron, y quiero ver si ella y él terminaron juntos, ya que el idiota de tu hijo no quiere contarme nada.

—¿Cleo y Dylan? —se sorprendió mamá—Vaya, eso no me lo esperaba...

—Yo sí —soltó papá, encogiéndose de hombros—. Dylan salió igual de galán que su padre.

Mamá lo fulminó con la mirada, echó la silla hacia atrás y se levantó a regañadientes.

—Ve, pero llévate el auto, no quiero que vayas caminando sola hasta allí —dijo, tendiéndome las llaves.

Las tomé rápidamente por si cambiaba de opinión, la saludé con un beso en la mejilla al igual que a mi padre.

Y por ultimo le apreté las mejillas a Olivia quien intentó morderme la mano con salvajismo.

En cuanto salí de la casa el auto ya estaba en la acera, ya que garaje no teníamos.

El cielo, prometía lluvia una vez más.

Subí al Falcon

de mis padres que ya tenía sus años, y apenas cuando encendí el calefactor pude sentirlo.

Con las manos en el volante lo puse en marcha.

A medida que iba avanzando por las calles ausentadas por la gente, me sentía perseguida por los ojos de aquel niño que me había atormentado la noche anterior.

Era imposible no imaginármelo sentado en el asiento del acompañante, mientras aún gritaba que lo ayudara con desesperación.

Necesitaba despejarme y eso no lo lograría en casa, y mucho menos en mi habitación.

Giré en dirección hacia la derecha, tomando por el camino de Pulderwood y me metí en la carretera, en donde los autos comenzaron a ser más frecuentes.

Pocos minutos después, ya estaba en el centro de Climothy.

La gente ahora era por mayores y por más que hiciera un frío de morirse no era impedimento alguno para salir a pasear.

Vivir cerca del centro de mi ciudad tenía sus ventajas: podía venir a caminar cuando me sentía mal y despejarme un poco, mientras veia vidrieras de las tiendas y cada tanto me instalaba en un café para leer un rato.

A pesar de que no tenía muchos amigos, estar con gente a mi alrededor no me hacia sentir tan sola.

Estacioné el auto con mucha suerte de haber encontrado lugar y bajé con mi mochila en el hombro.

Dios, que frío hacía.

En cuanto aseguré la puerta, guardé la llave en el bolsillo de mi campera de cuero y comencé a caminar en dirección al Freed, la cafetería a la que siempre solía ir.

Pasé por Cumbey, el lugar en donde los muy hijos de perra me habían despedido por defender mi postura y me mantuve con la mirada al frente por si por casualidad el dueño del lugar me veia.

Estaba segura de que continuaban buscando a alguien que fuera tan ágil y rápida a la hora de tomar ordenes.

Yo me calificaba como una profesional en ese casi año que trabajé allí.

Con mi café listo y el libro en mi mano, subí a la segunda planta de Freed.

En cuanto me instalé en una de las mesas, le mandé un mensaje a Ethan.

—Estoy en Freed, necesito verte. Ven con urgencia.

Al rato de minutos, él contestó.

—¿Sucede algo?

—¡Sólo ven!

—Espero que lleves el collar puesto, porque voy en camino.

Tragué con fuerza. Toqué mi cuello y no lo llevaba conmigo.

Le diría alguna escusa por el cual no lo tenía, quizás así me perdonaría por mi falta de atención.

Había terminado mi café y había leído alrededor de cuatro capitulos de Luces del sur de Danielle Steel cuando Ethan llegó.

—Hola preciosa.

Para mi sorpresa, depositó un casto beso en mis labios y se sentó frente a mí, dejándome sin aliento. Ese gesto tan intimo no lo había visto venir.

Llevaba una bufanda blanca rodeándole el cuello y tenía un enorme camperon negro que convinaban con sus pantalones de jeans,y su cabello dorado mezclado con mechones castaños le daba un aire más atractivo, resaltando a la vez sus hermosos ojos.

¿Cómo semejante chico podía fijarse en mí?

Al instante me sentí ridícula por lo desarreglada que estaba. Y más cuando no había dormido absolutamente nada.

—¿Te vas a quedar allí, mirándome sin decir nada? —su voz me hizo sobresaltar un poco.

Apretó los labios, esperando mi respuesta y parecía realmente inquieto.

¿Estaba enojado conmigo?

—Lo siento —me disculpé apenada y me preparé para decirle el motivo por el cual lo llamé—.Mira, sé que esto te sonara loco y que quizá quedes espantado con lo que te diré. Es más, ni siquiera sé por qué te lo cuento a ti, pero anoche...

—No llevas el collar, Angélica.

Su interrupción me fastidió como nunca, porque para mí era muy importante contárselo a alguien, y mis mejillas tomaron el color de un tomate porque se había dado cuenta a pesar de que mi campera tapaba mi cuello.

—Me lo saqué porque no quería entrar a la ducha con él —me excusé, largando el aliento.

—Pero no llevas el cabello mojado.

—Use el secador.

—Pero podrías habértelo puesto cuando saliste de la ducha.

—Salí a toda prisa.

—Claro, para beber un café en un lugar que es muy intranquilo y que hubieras estado mejor si lo bebías en tu ca...

—¡Simón! —lo interrumpí, fastidiada— ¿podemos discutirlo luego? De verdad, si te llamé es porque me pasó algo muy feo anoche.

Cómo si su enojo comenzara a cesar, aflojó los hombros y dedicó toda la atención en mí, esperando a que continuara.

—Anoche me pasó algo muy extraño . Un niño de alrededor de seis años apareció de la nada en mi habitación, mientras intentaba dormir después de regresar de San Diego. Me pedía ayuda a los gritos y...lo peor de todo es que, sólo yo podía verlo.

Bajé la mirada hacía mis manos entrelazadas, ya que no quería mirar su cara.

Ni siquiera sabía por qué se lo había dicho, es como si fuese una especie de necesidad.

¡Dios si hace apenas un día que lo conocía!

—Si hubieses llevado el collar puesto, ESO no hubiese pasado. —reprochó, pareciendo hablar consigo mismo.

Lo miré rápidamente, con los ojos bien abiertos.

—¡¿Te estás burlando de mí?!

—¡No, estoy tratando de protegerte! —miró en todas las direcciones antes de inclinarse sobre la mesa, como si tuviera miedo a que alguien lo escuchara—Tú eres lo más cercano a Dios, y es inevitable que las almas en pena se acerquen a ti en busca de ayuda. Tu nombre es la respuesta a tus dudas, Angélica.

Parpadeé más de la cuenta y tomé mi libro apenas lo escuché, levantándome de mi asiento completamente indignada.

No podría creerme que estuviese tomando el pelo y aprovechándose de mi situación para decir esas sartas de estupideces.

¿Cómo se atrevía?

—Eres un cretino. —Carraspeé, colgando mi mochila en el hombro y dispuesta a marcharme de allí cuanto antes.

Ethan se apresuró rápidamente y me arrepentí del brazo, obligándome a que lo mirara.

—Te estoy hablando con toda honestidad, Angélica —soltó con seriedad— .Sólo usa el maldito collar si no quieres volver a ver al niño.

Me liberé de su agarre, sintiendo algo de miedo por su insistencia con el collar.

¿Qué tiene ese collar, Ethan? —Pregunté, con un hilo de voz.

—Si vamos a un lugar con más privacidad, prometo contártelo todo.

Horas atrás me hubiera encantado estar a solar con él y que tuviéramos algo más que un simple beso, pero ahora ya no quería ni pensarlo.

—Cuéntamelo aquí. —Espeté, volviéndome a sentar.

Apoyé mi barbilla sobre la palma de mi mano, esperando a que hable.

¿No confías en mí? —Preguntó con sequedad.

—Hace solo un día que te conozco, y ahora te volviste paranoico porque no llevo el collar solo por el simple hecho de que lo olvidé. ¿Y ahora me planteas que soy alguien cercano a Dios y que por ese jodido motivo pude ver a un niño fantasma? —Volví a levantarme del asiento, dispuesta a marcharme una vez más—. Ve a burlarte de otra persona Ethan. Adiós.

Comenzó a caminar en dirección a las escaleras y su mano agarró la mía, insistente.

—Angélica usa el collar, no te lo volveré a pedir. Pero recuerda que el primero de diciembre, acudirás a mí.

Lo miré, ya harta.

—¿Por qué lo dices?

Él embozó una sonrisa sombría y con aire burlón.

—No te olvides de mí, Angélica.

Me soltó y comenzó a caminar, casi trotando. Cómo si intentara huir de mí antes de que lo llenara de preguntas.

Pero mis pensamientos fueron lo que pusieron una barrera para que no lo siguiera, ya que me dije a mi misma que era un completo idiota que solo quería asustarme más de lo que estaba.

Era lunes por la mañana y la hora de química pasaba con mucha lentitud. El profesor Dalton estaba explicando acerca de la estructura de Lewis y me pregunté de que me serviría eso cuando ingresara a la universidad de leyes.

Cleo estaba sentada junto a mí, y me había prometido contarme qué había pasado con mi hermano luego de que los habíamos dejado a solas.

Taylor se encontraba a dos mesas más adelante, prestando mucha atención a cada palabra que decía el profesor.

No había vuelto a ver al niño en todo el fin de semana, y aunque resultara ilógico, Ethan tenía razón. En cuanto me coloqué el collar aquella noche, aquel espectro no se hizo presente en mi habitación y llegué a la decisión de que ya no volvería a sacármelo.

Estaba algo nerviosa, ya que después de la clase de química tendría clase de deportes, y allí, seguramente, estaría Ethan.

Una parte de mí quería verlo,y la otra parte...también.

El timbre sonó y comencé a guardar mis cosas en la mochila al igual que el resto.

—Oye Cleo...

Levanté la vista y me encontré hablando a solas, ya que ella se había reunido con Taylor, y los dos caminaron en dirección hacia la puerta.

—¡Hey, no se marchen sin mí!—les grité, apresurada con alcanzarlo.

Ninguno de los dos me escuchó. Cosa que me molestó.

En cuanto pude ponerme a la par con ellos, le di un manotazo en la nuca a cada uno.

—¡Auch!—se quejaron al unisono.

—¿Qué demonios les pasa? Les dije que me esperaran.

—¿En serio? No te habíamos escuchado—contestó Taylor, confuzo.

Cleo me rodeó los hombros con uno de sus brazos y pegó su boca a mi oído.

—Adivina quién me ha pedido que sea su novia—susurró.

Olvidándome de mi enojo, miré a Taylor con una sonrisa en mis labios y él confirmó la obvia pregunta de mi cabeza con un guiño de ojo.

—¡Felicitaciones!—le dije a Cleo abrazándola con fuerza—Oficialmente somos cuñadas.

Ella se sonrojó aún más.

Nos despedimos de Taylor en cuanto fuimos al vestuario para prepararnos para la clase de gimnasia.

Todas las jóvenes estaban alistándose a toda prisa, ya que llegar tarde molestaba al entrenador.

—¡Hola perras!— saludé al resto de las chicas, que me correspondieron al instante con halagos e insultos.

Las conocía a todas, ya que nos graduaríamos juntas y eso nos obligaba a llevarnos bien.

Leila, también una de mis compañeras, se acercó a Cleo y a mí, mientras nos dirigíamos a nuestros casilleros.

—Angélica, sabes que nos caes fenomenal, pero si le echas el ojo al hijo del entrenador, tendrás problemas con Fatima—advirtió sonando lo más amable posible, mientras enredaba uno de sus rulos negros en su dedo y mascaba chicle ruidosamente.

Abrí mi casillero y saqué mi ropa del instituto, fingiendo estar lo más calmada posible.

—¡Fatima!—la llamé, manteniéndome firme.

Al instante, la preciosa Fatima Dylis se hizo presente con su ropa deportiva ajustada que hacia resaltar su figura y con su flamante cabello negro sujeto por una cola de caballo.

Cualquier chico mataría por una mirada suya.

—¿Cómo has estado, nena?—me saludó con un choque de puños.

—Bien, muy bien—respondí, caminando hacia un cubículo—. Sígueme preciosa.

Algo confundida, Fatima caminaba detrás de mí, mientras que el resto del vestuario había quedado en silencio, atentas a qué le diría.

Me encerré en mi cubículo y comencé a desvestirme.

—Oye, me han comentado que aquel chico Ethan es muy atractivo—fue lo primero que dije.

—Pero temo decirte que ya tiene dueña, cariño. Todas están de acuerdo a que yo lo vi primero y que será mi pareja en la fiesta de graduación. Se lo pediré muy pronto.

Fatima estaban a la defensiva, lo supe apenas escuchando su voz.

Maldije por mis adentros en cuanto escuché su planes acerca de la fiesta de graduacion. Y maldije peor las normativas del instituto por aceptar a una persona no perteneciente a éste.

Cambie mis pantalones por unos cortos rojizos con el logotipo del instituto y me coloqué una playera que me quedaba grande que estaba malgastada por los años y que también tenía el escudo de la secundaria.

—¿Cuando fue exactamente el día en que lo viste?—pregunté, pareciendo realmente interesada.

Sabía la respuesta: Antes de que Ethan presenciara la clase de su padre, él estaba conmigo tomando un café en el centro comercial.

—Viernes por la mañana. Clase de entrenamiento. Eso es obvio—contestó, desafiante.

Salí del cubículo con la mochila en mi hombro y me sujeté el cabello con una banda elástica, mientras Fatima me miraba desafiante.

—¿A qué quieres llegar con esto, Ángel?

Sonreí.

—Ya lo veras, cielo.—le lancé un beso invisible y me reuní con Cleo, quien parecía estar disfrutando del espectáculo.

Fatima, años atrás, se había acostado con la persona que amaba, Luke Dalas, quien compartía también mis clases de Historia y Literatura pero que jamás habíamos cruzado alguna palabra que no fuese sobre tarea.

Luke se había cambiado de institución después de lo que ocurrió con ella.

Fatima había sido una perra conmigo, ya que, sabía perfectamente que mis sentimientos hacia él eran muy fuertes y eso no fue impedimento para que lo hiciera.

¿Y ahora quería lanzarse sobre Ethan? No lo permitiría.

No cuando por fin alguien se estaba fijando en mí.

Cuando Cleo y yo ingresamos al gran galpón de gimnasia, mi ritmo cardiaco aumentó al verlo a Ethan, charlando con su padre y en cuanto él me vio a mí, sonrió.

Ya no tenía su chaqueta habitual, pero si su gorro de lana gris. Tenía el uniforme deportivo de la institución, a pesar de que no asistiera a la misma.

—¡Buenos días a todos!

El grito de Fatima fue lo que rompió aquel choque de miradas, y el resto de las chicas ingresaron con más energía de lo habitual.

Ahora sí veía lo que provocaba Ethan con su presencia.

Todos rodeamos al entrenador al instante.

—Señoritas, hoy haremos el doble de los ejercicios que hemos hecho la clase anterior—las quejas de todas, incluyéndome, lo interrumpieron. Pero al tocar el silbato, nos ensordeció y tapó nuestros hocicos—¡Silencio,parecen loros desquiciados!

—Es más papá, una de ellas realmente tiene plumas—añadió su hijo.

Todas nuestras miradas se posaron en Ethan, que rápidamente me miró a mí, sin ningún tipo de expresión que delatara de qué animo se encontraba.

La insistencia con su religión que ya comenzaba a incomodarme.

—No interrumpas la clase con frases de casanova, campeón—se molestó el entrenador, tras lanzar un chascarrillo—¡Niñas, a correr veinte vueltas alrededor de todo la cancha...AHORA!

El silbato volvió a aturdirme y fruncí al entrecejo al ver que Ethan se llevaba con lentitud la mano a su garganta y guiñando uno de sus ojos.

Estaba viendo mi collar.

Comencé a correr en cuanto Cleo tomó mi brazo.

—Oye, limpiate la boca que se te está cayendo la saliva—bromeó.

—Es el chico más raro que vi en mi vida—confesé—. Aun no entiendo como puede mirarme a mí y no a Fatima y a sus amigas. Es decir, las otras son más bonitas y...

—Zorras—completó la oración—. Escucha Angélica, eres bonita y tienes cualidades que atraen a cualquier chico, así que despreocúpate con que la idiota de Fatima le lanzará sus garras y...

—¡Bonito collar Williams!

De pronto sentí un enorme apretón fino en mi cuello y como la opresión en él me hizo caer al suelo, siendo ahorcada por el propio collar.

El tirón cesó, pero ya no lo tenía conmigo y ahora estaba en manos de Fatima, quien continuó corriendo como si nada hubiese pasado y haciéndome burlas a la distancia mientras lo agitaba entre sus dedos.

Cleo comenzó a insultarla y quice ayudarme a ponerme de pie.

Quise decirle un montón de groserías por sacarme el collar, pero lo que pasó a continuación, fue la peor escena que vi en mi vida.

Cómo si una especie de neblina los hubiese atraído, personas de todas las edades se hicieron presentes, caminando con lentitud hacia a mí.

Sin color en su piel y que parecían irradear frio.

Mucho frio.

Sus cuerpos estaban rasgados por heridas secas, y sus ojos eran blancos, que no parpadeaban en absoluto.

Sus rostros estaban demacrados y desnutridos, y a varios de ellos le faltaban brazos y piernas.

Me estremecí.

Su vestimenta era rasgada, y varios de ellos parecían esquelético. Hombres, mujeres y niños por montón.

Mi pulso se aceleró y Cleo continuaba tironeando de mí para que me ponga de pie.

El miedo me invadió y en cuanto largué el mínimo aliento, todo allí se volvió un caos.

Todas aquellas personas comenzaron a gritar de tal forma que tuve que taparme los oídos para que no rompiera mis tímpanos.

Me insultaban, y a la vez me pedían ayuda.

Estaban cada vez más cerca y avanzaban a paso lento, con sus brazos tendidos, como si quisieran agarrarme.

Estaba temblando del horror que me provocaba verlos.

Percibí la presencia de mis compañeras a mi alrededor, preguntándome qué demonios me pasaban, sin saber que sucedía en nuestro alrededor.

Los gritos de suplica aumentaban, más y más, iniciando una tortura que estaba consumiendo lentamente.

—¡Basta por favor! —Les grité entre lágrimas.

Pero no escucharon a mi suplica, continuaron avanzando y retornando cada músculo de su cuerpo.

Varios de ellos se arrastraban por el suelo y sus bocas se habían de tal forma que creían que no tenían mandíbula.

Mis ojos se cerraron de golpe y la calma llegó al fin.

Les juro que mi intención no era herirla. Ella y yo somos amigas, y...

El cierre brusco de la puerta, calló aquella voz que sonaba a la de Fatima.

Un abundante olor a alcohol inundó mi nariz, y rápidamente sentí el peso de mi cuerpo contra algo cómodo.

Mis ojos se abrieron con lentitud y lo primero que vi fue el techo de cemento ensuciado por los años y con telarañas en las esquinas de la pared.

Estaba en la enfermería.

—¿Cómo se encuentra?

Era la voz ronca de Daniel, el enfermero que llevaba muchos años trabajando en la escuela.

Lo miré con somnolencia mientras me apoyaba sobre mis codos contra la camilla, que rechinó por mi movimiento. Sus ojos avellanas parecían realmente inquietantes, y su expresión severa me provocó un leve escalofrío. Llevaba en su mano arrugada y venosa un pequeño algodón que explicaba el olor hediondo a alcohol.

Junto a él estaban mis padres.

—Oh cielo, ¿estás bien?

La voz chillona de mamá me hizo agarrar una puntada fuerte en la cabeza.

En cuestión de décimas de segundos, recordé lo que había sucedido en clase de gimnasia.

Palidecí.

Contraída por el pánico, mi cuerpo se manifestó temblando, y en mi mente sólo podía ver aquellas personas que se arrastraban y caminaban con lentitud hacía a mí.

—¿Angélica?

El miedo helado recorrió mis venas, contrayendo mi cuerpo por completo.

Los gritos se repetían...más, más y más.

—Llevémosla a casa, Kevin—le dijo mamá a papá.

¡Ayúdanos perra!

¡Te iras al infierno si te niegas a nuestras suplicas!

¡Te hemos estado esperado desde hace siglos, por fin estás aquí!

Una y otras vez se repetía aquellas palabras en mi cabeza, una y otra vez podía imaginarlos.

Mamá y papá yacían en los asientos delanteros del auto, con sus preguntas repetitivas que deseaba contestar para que no se preocuparan más de lo que estaban.

Cielo ¿qué pasó con exactitud?

Esa niña no volverá a molestarte.

Dinos que te preocupa.

¿Quien te ha regalado ese collar?

Angélica si no nos dices que pasó, no podremos ayudarte.

Estás muy pálida hija, por favor, dinos qué te ha ocurrido.

¡Angélica habla!

Moría realmente por responderles, pero ni siquiera tenía la fuerza para separar mis labios y hablar.

Con lentitud, llevé mi mano hacía mi pecho y tragué con fuerza al sentir el collar contra él.

Estaba frío y me hizo estremecer con su contacto.

¿Cómo había llegado nuevamente a mí?

Rápidamente me auto-respondí: Ethan.

Todo lo que me estaba pasando era algo horrible. Algo que no se le desearía ni al peor enemigo.

No tenía conclusiones de aquello, ni siquiera podía asimilarlo.

Me estaba volviendo loca.

Veía a personas que sólo yo podía ver, escuchaba gritos que yo solamente podía oír. Y hasta tenía miedo de volver a casa, porque estaba segura de que volvería a ver a aquel niño que me provocaba las peores pesadillas.

El auto frenó frente a casa, mientras mamá bajaba de su asiento a toda prisa.

Abrió mi puerta y me condujo adentro, mientras papá prendió el auto nuevamente, supuse para ir a recoger a Olivia a la escuela.

Mamá subió conmigo las escaleras.

Si mamá estaba conmigo, nada malo me pasaría. Los espíritus siniestros no se atreverían a reaparecer.

Mamá abrió las sabanas de la cama y me dijo que me sentara en ella, mientras desataba los cordones de mis zapatillas para luego dejarlas debajo de la cama.

— Angélica por favor, háblame.

Ayúdanos perra, aún sentía que gritaban en mi cabeza, tu deber es ayudarnos.

—Voy a dejarte tranquila. Estoy abajo, y si quieres hablar, solo llámame ¿sí?

Besó mi frente y en cuanto estuvo apunto de marcharse tomé su mano rápidamente, llena de temor.

—No me dejes sola, por favor mamá. —supliqué con una voz casi inaudible.

Se acostó junto a mí y me abrazó con fuerza, jurándome que jamás me dejaría sola mientras acariciaba mi cabello.

Sus caricias me ayudaron a conciliar el sueño.

Mis ojos se abrieron automáticamente al escuchar el cerrojo de la ventana destrabarce y me costó varios segundos sentir que mi madre ya no estaba conmigo.

La ventana se abrió y ahogué un grito en cuanto vi como una persona masculina intentaba ingresar.

Preparada para gritar, Ethan aterrizó de un salto en la alfombra de mi habitación, con exagerada agilidad.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabes dónde vivo? Si no te marchas, voy a llamar a la policía y a mis padres—carraspeé asustada y en voz baja.

Le echó un vistazo a su alrededor sin parecer haber escuchado mi amenaza y recién al rato me dirigió la mirada.

—Sólo quería saber si estabas bien, y si sé dónde vives es gracias a las indicaciones que me dio mi hermana. Recuerda que ella y tu hermano salían juntos.

Completamente indignada, salí de la cama y caminé hacía él, abrazándome a mi misma.

—No quiero volver a verte. Vete de aquí.

Mis palabras resonaron en su rostro como si hubiera recibido una fuerte bofetada.

—¿Estás segura...?

—Más que segura. Desde que te conocí, todo ha empeorado en mi vida.

Se lo dije sin vacilar, se lo dije sin arrepentimiento alguno. Sé que después me dolería no volver a verlo porque me había encariñado con él, pero lo que decía era verdad: desde que él se había presentado en mi vida, todo era una pesadilla.

—No me dejaste terminar —contestó con frialdad—¿Estás segura de que yo soy el culpable de tus desgracias o es tu propio destino el que está empezando a desatarte la venda que cubre tus ojos?

Me estremecí.

—¿De qué hablas?

—Nos vemos el primero de Diciembre, Angélica.

Y dejándome con la palabra en la boca, se escabulló por la ventana.

Era quince de noviembre cuando tenía mi cita con el psicólogo Duran.

Mis padres se habían encargado de quedar con él para tener mi primera sesión, ya que se habían quedado muy preocupados por lo que pasó en la clase de gimnasia.

Les había contado sobre las apariciones que había vivido y que solo yo pude ver y a pesar de que ellos no creían en esas cosas, harían lo imposible para que volviera a ser la Angélica despreocupada de antes.

Yo acepté ansiosa por buscar ayuda de un profesional.

—Buenas tardes señorita Williams. —me saludó él en cuanto ingresé al pequeño cuarto que solo tenía un escritorio muy bien organizado y dos sofás de terciopelo verde.

El psicólogo Duran era un hombre de baja estatura de cabeza pelada, y tenía unos llamativos ojos que me hicieron recordar a los de Ethan.

Rápidamente borré aquel nombre de mi mente.

—Tome asiento por favor.

Se sentó detrás de su escritorio.

—Así que te llamas Angélica. Es muy lindo nombre. Es más, mi hija pequeña se llama Ángel. Tiene mucha similitud ¿no crees?—comentó, mirando una de las fotografías que colgaban en la pared blanca de la habitación y una preciosa niña de ojos verdes sonreía de oreja a oreja con su vestido floreado de verano y estaba en un parque rodeado de arboles.

—Es preciosa.

—Sí ¿verdad? Le encanta ir a lugares llenos de arboles y caminar bajo el sol. ¿Y a ti? ¿Qué es lo que más te gusta hacer, Angélica?

—Me gusta leer libros y salir con mis amigos a caminar por el centro.

—¿De verdad? —pareció sorprendido, o quizá, estaba fingiendo sorpresa—. Sabes, quedan pocas chicas como tú que leen libros y lo hacen por placer. Y dime Angélica, ¿quiénes son tus amigos?

—Cleo y Taylor. Los conozco desde primaria.

—¿Y cómo son ellos? —quiso saber.

—Son divertidos, y me despejo mucho con ellos. Me hacen sentir bien.

Duran anotó algo en su libreta mientras asentía.

—¿Y en muchas ocasiones te has sentido mal?

—No, no tantas.

—¿Te gusta la vida que llevas?

—No me puedo quejar.

—¿A qué te refieres con que no te puedes quejar?

—Me gusta la vida que llevo. Mis padres me quieren, me llevo bien con mis hermanos y nunca me ha faltado nada.

Duran volvió a anotar algo en su libreta.

—¿Cómo te ha ido en la escuela últimamente?

—Vayamos al grano —solté, ya un poco cansada de tantas vueltas de su parte—.Necesito ayuda. Veo personas muertas que me torturan y me gritan que los ayude. Dígame que hacer, ya no quiero que me pase algo semejante, deme alguna pastilla o algo. Tengo mucho miedo. No estoy loca, de verdad, pero estoy asustada.

Duran no pareció sorprendido en absoluto y asintió con tranquilidad.

—Estoy aquí para ayudarla y vamos a avanzar juntos para que usted pueda volver a tener una vida libre de preocupaciones y no volverá a tener miedo.

¿Pero qué tan seguro estaba él de sus palabras?

Cuando finalizó la sesión y caminé hacía la puerta, él me dijo.

—Cuídese mucho de la espalda señorita Williams.

Fruncí el entrecejo.

¿Cómo sabía sobre mis problemas de espalda? Quizá mis padres se lo habían comentado.

—Gracias.

Mamá me esperaba afuera dentro del auto.

En cuanto subí al asiento del acompañante, ella sonrió.

—¿Cómo te ha ido?

—Bien. Necesito una pastilla. Me arde la espalda.

 Caminar por los pasillos de la escuela aparentemente más extraño que otras veces. Y más cuando estaba vacío. 

Había llegado tarde una vez. Mi despertador no había sonado y mi madre había olvidado de despertarme, cosa que había sucedido.

Dylan se había marchado con Taylor, sin haber tenido la amabilidad de avisarme.

Así que había venido con el auto de mi madre, de mal humor por supuesto.

Subí a la segunda planta del enorme y viejo edificio, y yo vigilé la vigilancia, aunque nadie se mostró a mi alrededor. Estaba perseguida desde los hechos.

Sentí la sensación de que estaban respirando en la nuca.

Si no hubiera sido por la luz del día que ingresó por las ventanas empañadas, el lugar habría a oscuras.

Subí escalón por escalón, y aferrando mi mano a la barandilla oxidado que me dio asco.

¿Por qué no la remplazaban? Cualquier corte por culpa de esta y podría provocar una infección peligrosa.

En cuanto subí el último escalón, caminé nuevamente por otro pasillo en dirección hizo la izquierda.

El salón de literatura estaba al final de los cursos.

¿No te da miedo caminar sola?

Di un respingo al escuchar la voz de Ethan. Miré hizo atrás y traía una mochila, colgando en uno de sus hombros. Llevaba su gorro de lana gris y un enorme camperon negro de invierno.

No responda a su pregunta y continúe caminando.

Avanzando un poco más el paso.

—Es de muy mala educación ignorar a otra persona.

—Te dije claramente que no quería volver a verte.

No me diste motivos.

No tengo por qué dártelos.

Ahora estaba a la par mía, y sentí su perfume de aroma muy fuerte impregnar mi nariz.

Asqueada por el exceso de colonia, me cubrí las fosas nasales con mi brazo.

—Dios, hombre, has exagerado con la colonia —me quejé, tomando distancia de él.

—Tú tienes el mismo olor.

—No seas idiota, no suelo usar perfumes.

—¿Será porque tu piel ya viene con uno incluido? Y si no me equivoco...—se inclinó hacía a mí y inhaló con profundidad— hueles a vainilla.

Olí la manga de mi campera y mis hombros, y...era verdad.

Yo no me había puesto ningún perfume y no tenía uno que oliese a vainilla.

¿Qué?

Avancé mi paso, y miré de reojo a Ethan, quien tenía una sonrisa picara en los labios. Como burlándose de mí.

Me paré en seco y me volví hacía él.

—¿Me estás siguiendo?

Él me miró de hito en hito y volvió a sonreír, pero esta vez de una forma sombría.

—No. Vine a hablar con mi padre, que supongo que se encuentra en la sala de profesores.

Asentí y continué caminando en dirección al salón.

Me sentía paranoica, y tenía motivos para estarlo.

Ni siquiera me despedí de él, e ingresé a mi clase.

—Espero que hayan leído Trust, el libro que les pedí, tomaré examen la semana próxima así que...

Toda la clase me dirigió la mirada apenas puse un pie allí.

El profesor Liberman, un viejo canoso y que llevaba anteojos de lectura en el puentesillo de la nariz, me miró de arriba a abajo.

—¿Y usted es...?

Fruncí el entrecejo, y apreté los labios.

Creía que era una especie de broma, como el siempre solía a hacerle a los alumnos, pero al ver que estaba hablando en serio esperando mi respuesta, contesté:

—¿Me está hablando en serio?

Arqueó una ceja.

—Sí.

Me quedé atónita.

—Soy Angélica Williams, su alumna desde hace ya cuatro años —contesté, perpleja.

Me miró de arriba a abajo, como si tratase de hacer memoria.

¿Pero que demonios le pasaba?

—Tome un lugar por favor —dijo, sonando no muy convencido.

Viejo idiota que de seguro sufre de amnesia, pensé caminando hacia las mesas del fondo.

Por suerte, había lugar junto a Cleo.

El profesor continuó dando la clase.

—Ese tipo está chiflado. —le susurré a ella, desviando la boca hacia un costado.

La miré de reojo, y tenía la vista al frente.

—Oye tontilla, te estoy hablando.

Cleo parecía no escucharme. O mejor dicho, me estaba ignorando.

Completamente ofendida, le di una pequeña patada en el pie y...tampoco me prestó atención.

Continuaba concentrada en lo que decía el profesor.

—Ok señorita ignorancia, la dejaré tranquila. —me resigné.

Después de dos horas de literatura, la campana sonó y todos comenzamos a levantarnos de nuestros asientos mientras el profesor se despedía de nosotros.

Me apresuré a tomar a Cleo por el brazo para que dejara de ignorarme.

Al tocarla, sentí mi mano congelarse en menos de un segundo y la aparté, horrorizada.

Miré a Cleo y esta continuó caminando como si nada hubiera pasado. Como si jamás hubiera sentido mi contacto.

—¡Cleo! —le grité, entrando en desesperación.

Ella se sobresaltó y miró hacía atrás, espantada.

—¡Mujer, avísame cuando aparecerás! —se quejó con una mano en el pecho.

Miré mi mano, moviendo con lentitud cada uno de mis dedos.

Volví a tocar a Cleo ahora con un poco más de seguridad y mi mano volvió a sentirse fría una vez más. Era tanto la frialdad que la retiré de forma inmediata y salí de allí corriendo a toda prisa.

Empujé a alumnos que se interponían en mi camino y sin despegar la vista de al frente.

—¡Angélica! —gritó Cleo detrás de mí, pero no fue impedimento alguno para escapar de todo aquello.

Continué corriendo, desesperada por respuestas.

Ya no aguantaba más.

Necesitaba saber que pasaba conmigo, y tenía la sensación de quién podía a llegar a tener todas las respuestas.

Giraba mi muñeca y mis dedos estaban fríos. Toqué mi otra mano, y esta estaba a una temperatura normal.

No hacía tanto frío en el edificio, pero sentía como si mi mano hubiese sido metida en un congelador.

Corrí en dirección a la sala de profesores y cuando la encontré vacía, carraspeé todas las maldiciones de universo entero.

¿Y sí Ethan ya no estaba en la escuela? O quizás estaría en otra parte con su padre. Dios, era un edificio enorme y me tomaría horas recorrer rincón por rincón.

Me pase las manos por la cabeza, exasperada y tratando de mantener la calma, decidiendo cual seria mi próximo paso.

Tomé mi teléfono, decidida, y marqué el numero de mi casa.

Al segundo pip atendieron.

—Familia Williams.

Era la voz de mi madre.

—Mamá, soy Angélica. Llegaré tarde hoy, iré a comer con unos amigos de la escuela, no me esperes.

—No llegues demasiado tarde, Olivia quiere que la ayudes a aprender a dibujar mariposas.

—Que extraño que no se lo ha pedido a Dylan.

¿Mi hermana quería pasar tiempo conmigo?¿Desde cuándo?

—No importa —dije—.Dile que estaré en casa en menos de lo que cante un gallo.

—Bien, te quiero, cuídate.

—Adiós mamá.

Colgué y guardé mi celular nuevamente en mi bolsillo.

Ahora iría por el idiota de Ethan.

En cuanto pasé por la sala de música, me paré en seco. Retrocedí unos pasos al escuchar cierta melodía que me cautivó por varios segundos.

Miré por el cristal de la puerta y alguien se encontraba tocando el violonchelo sentado y de espaldas hacía a mi.

Ingresé, olvidándome por completo a donde tenía que ir.

—...No tengo razones, no tengo vergüenza, no tengo familia y quién poder culpar. Simplemente no me dejes desaparecer...

Reconocía la canción, era Secret de One Republic.

Su voz estaba llena de angustia a medida que iba cantando y transmitía su tristeza en aquel violonchelo que lloraba junto a él.

Tenía la vista dirigida hacia la ventana, en donde el sol había aparecido para iluminar con su amarillenta luz la sala de música.

...No necesito otra mentira perfecta, no me importa si los críticos se ponen en cola, voy a revelar todos mis secretos...

Me acerqué un poco más a él, y cerré los ojos, disfrutando por varios segundos de su voz. Cantaba bellisimo.

Pero dejó de hacerlo y de pronto rompió en un llanto desgarrador que me hizo estremecer.

Me sentí fuera de lugar en cuanto me di cuenta que tenía que dejarlo solo, así que decidí salir de la sala para que no se percatara de mi presencia.

Di media vuelta y me llevé por delante el platillo de una de las baterías, provocando que éste cayera al suelo e hiciera un ruido espantoso.

Apreté los dientes y me volví hacia el chico, muerta de vergüenza.

—Lo siento, yo no quería molestarte es que me pareció tan bonito tu canto que...

Me interrumpí a mi misma en cuanto vi su cara de espanto, y como sus ojos café, que se encontraban rojizos por el llanto,se abrieron de par en par. Lentamente su boca se abrió, tomando una expresión de sorpresa.

Se puso de pie, y apoyó el violonchelo contra la pared, sin dejar de mirarme con una palidez terrible en su cara.

Era alto, delgado, y su cabello era completamente rizado y lo tenia por la altura de los hombros.

—¿Puedes...puedes verme? —balbuceó y vi como sus ojos comenzaron a humedecerse.

Fruncí el entrecejo, algo confusa.

—Por supuesto que puede verte.

Sin que me lo hubiese esperado, sonrió de oreja a oreja y comenzó a llorar una vez más...pero de emoción.

—¡Dios mio, esto es...hermoso! —exclamó, como si estuviese aliviado.

Me había quedado sin palabras.

Y caí en la cuenta que algo estaba mal rápidamente.

Me llevé la mano hacia mi collar y en cuanto lo sentí contra mi, me alivié.

Él no era un fantasma, y quizá era un loco, que, jamás había visto en mi vida.

—Otro ángel que continua sin saber de su verdadero destino.

Levanté la vista hacía él.

—¿Qué?

—Disfruta del tiempo que tienes con tu familia y con los seres que amas. Un día tienes su mirada...—hubo una pausa angustiante— y al otro día...luchas para obtener tan solo sus ojos posados en ti.

Tragué con fuerza, y ahora lo único que tenía en mente era salir de allí.

—No sé de qué hablas.

Fui directamente hacia la puerta, esta vez más atenta con no tropezarme con nada en el camino.

Tomando el picaporte, lo escuché decir:

—Solo quedan días, y me darás la razón.

Me volteé hacía él.

—Hablas del primero de Diciembre ¿no es así?

Su rostro se iluminó.

—¿Entonces lo sabes? —pareció esperanzado.

—No, pero estoy dispuesta a escuchar qué pasará aquel día.

 Me senté en el banco del piano junto con aquel chico que estaba tan pálido que parecía apunto de desmayarse.

No sé por qué, pero no sé qué diría yo lo que necesité saber y yo respondía a lo que Ethan no me había dicho aún más, a lo que el doctor Duran no podía analizar ya lo que no conocías ni sacar una conclusión definitiva.

El presentimiento, me estaba ayudando muchísimo en esos momentos. Y eso se había hecho aún más fuerte con el paso de los días, haciendo que ese fuera del camino a todas mis respuestas.

¿Me permiten hacer una cosa? —Pregunté.

Él asintió, respirando hondo.

Le mandé ONU Mensaje a mi madre, Y Cuando me respondio ONU de la e****a  si pero Que se una  Rápido  encendí el Skype.

El rostro de mi madre apareció en la pantalla, sonriendo como si no hubiera visto en meses.

-Hi Mom. Sólo quiero mostrar la sala de música —le dije, mirando de reojo a aquel chico que parecía intrigado con lo que estaba haciendo.

—Pero Angélica ¿no tendrías que estar en clases? —Se encandalizó.

—Tengo dos horas libres, el profesor de historia se ausentó —mentí—. Mira los instrumentos.

Respire hondo y lentamente comencé a recorrer la habitación con la cámara frontal.

—¡Pero está más equipado de lo que recuerdo! —Exclamó, sorprendida.

Continúe grabando hasta que llegué a dejarla frente al chico, qué se siente tieso y de brazos cruzados, mirando lo que hacia en silencio.

Dejé mi celular tieso por unos segundos, esperando a mi madre preguntara quién era él ... pero lo único que dijo fue:

—Me encanta ese violonchelo, no creía que la escuela estaría tan equipada con la música. Me parece excelente.

Palidecí y me concentré para mantener la calma.

Ella no podía verlo.

Con nerviosismo me despedí rápidamente de mi mamá y guardé el teléfono en mi bolsillo, prácticamente temblando.

Me llevé una mano al pecho y me sostuve de la pared, intentando mantener el equilibrio.

—Dios mio...¿qué eres?

Mi voz sonó casi inaudible, y él también se encontraba algo confuso, y ahora sólo tenía la mirada fija en el suelo, con sus manos entrelazadas de forma intranquila.

—¿Ella era tu madre?

—Sí. Por favor, responde a mi pregunta —supliqué, temiendo qué podría salir de su boca.

Di un respingo en cuanto la puerta de la sala se abrió.

—Oye Robert, he conseguido un par de libros para ti y seguro...—Ethan se interrumpió así mismo en cuanto me vio, y sin despegar sus ojos grises de mí, continuó con lentitud—te gustaran.

Ethan miró a Robert y luego a mí, y así unas cuantas veces, anonadado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, aumentando el tono de su voz—Tendrías que estar en clases.

No respondí, ya que me había dado cuenta que él si podía verlo al chico del violonchelo.

—¡Ustedes dos me van a explicar ahora mismo, qué demonios está pasando aquí! —estallé, furiosa.

Robert no pareció intimidado en absoluto ante mi enojo, y sólo miró al cielo por la ventana.

—Se está nublando, Ethan.

—No me sorprendería que lloviera también granizos.

—Tengo miedo de que llegue aquel día. Mis padres apenas recuerdan mi nombre.

—El miedo siempre te invade, y no te culpo—contestó Ethan, caminando hacia él y dándole una palmada en la espalda en forma de consuelo.

—¡¿Me van a ignorar?!¿Qué demonios pasa aquí?! —grité, perdiendo la paciencia.

—Yo que tú no digo la palabra demonio, preciosa —soltó Ethan con toda la tranquilidad del mundo, mientras apoyaba los libros encima del piano antiguo.

Froté mi frente y respiré hondo, intentando calmarme.

—Claro, y me dices diablilla como si no fuera la misma m****a —carraspeé—¿Cómo puede ser posible que lo veas a él—apunté a Robert—y mi madre no?

Se encogió de hombros, y le lanzó una sonrisa de burla a Robert, quien continuaba con expresión asustadiza.

—Es humano. —se limitó a contestar.

Lo miré con los ojos bien abiertos.

—¿Qué?¡No te burles de mí, y esto ya me está asustando demasiado!

—Quiero verle la cara cuando su imagen en las fotografías se vayan desvaneciendo. —le dijo Robert.

—No seas una basura, Robert. Eso es lo que más duele.

—No, duele más cuando tus propios padres se olvidan de ti. —corrigió él.

—¿De qué M****A están hablando?

¡Me estaba volviendo loca, ya no podía soportarlo más!

Ethan, por fin me dedicó la atención que les estaba pidiendo.

—Oye Robert, ¿se lo decimos o la hacemos sufrir un poquitin más?

No podía creer que se estaba burlando de mí.

¿Qué m****a le había visto a aquel tipo?

Su trasero, su espalda grande y firme, sus ojos que te hacen derretir con tan sólo tenerlos posados en ti, ¿quieres que continué?  Se burló mi subconsciente que rápidamente callé.

—Díselo, no seas estúpido. —soltó el chico del violonchelo.

—Ñe.

Ya harta de todo, me acerqué a paso veloz y le lancé un puñetazo a la cara, pero él fue mucho más rápido y atajó mi puño con una de sus manos.

Sin rendirme, intenté atacarlo con mi otra mano, pero la atrapó con facilidad.

—¡Wow tranquila, loca!

—Hay una cosa que siempre se olvidan de proteger los hombres. —dije entre dientes.

¿Qué cosa, preciosa? —Se burló, demasiado divertido.

—El amigo que cubres con el pantalón.

Y dicho esto, golpeé con mi rodilla su entrepierna.

Acto seguido, Ethan me soltó y cayó al suelo arrodillado, ahogando un grito y carraspeando maldiciones.

Miré a Robert y este rápidamente retrocedió, con los ojos bien abiertos.

—¡Eres un ángel! ¡Te juro que eres un ángel! ¡Por favor no me dejes estéril, te lo suplico!

Mi respiración se cortó.

Miré a Ethan, quien se vio fulminando a Robert por sus palabras.

—¡Juro ser yo mismo el que te deje sin herederos, idiota! —Carraspeó él, apretando los dientes.

Negué con la cabeza, mirándolos desconcertada.

Me fui rápidamente de allí.

Corrí a toda prisa hacia la salida de la escuela, con los pulmones quemándome a fuego lento.

Los gritos de los profesores no tardan en resonar contra mis oídos, gritándome "¿Señorita a dónde va?" o "¡Señorita Williams usted aún tiene clases!"

¡No me importó en absoluto!

En cuanto estuve afuera, un viento helado me congeló el rostro.

Habíamos tardado en llover.

Busqué mi auto en el estacionamiento y estaba allí, esperándome a que nos larguemos juntos de aquella cárcel.

Saqué las llaves de mi mochila y las coloqué en el cerrojo de la puerta con torpeza, ya que la lluvia difuminaba mi visión.

En cuanto ingresé, sospeché, tomando entre mis manos el volante.

Teníamos tantas cosas en la cabeza, tenía tantas cosas por asimilar que ... tenía que no hacerlo sin enloquecer en el intento.

Bien, ya estaba loca, pero aún no tenía el motivo y ... ¡Dios mío, ni siquiera comprendía por qué pensaba la sartas de estupideces en aquel momento!

Fantasmas, ángeles y personas que eran invisibles para algunos. Nada fuera de lo normal, se los juro.

Algo tan sencillo de aceptar y tomárselo con calma y ... ¡¿Qué m****a estaba pasando con mi vida !?

Cerré los ojos y yo obligué a calmarme.

Angélica, no seas idiota, todo tiene una explicación ¿alguna vez has creído en Dios? Sí, creía. Mamá y papá solían llevarme a la iglesia, pero dejamos de asistir porque ... no en realidad no tenía idea por qué habíamos dejado de ir pero bueno, cosas que pasan ¿no?

Tomé aire y lo solté. Necesitaba calmarme. Todo estaba bien. Todo tenía que resolverse. Solo eran cosas en mi cabeza ... solo era cosas con mucho sentido en mi cabeza.

Encendí el auto y me largué de allí, rogando que al día siguiente ya no me cruzara ni con Ethan y ni con el fantasma de Robert.

Estacioné el auto frente a casa, y bajé con un nudo en la garganta.

Estaba siendo acorralada por una angustia que había aparecido en pleno viaje. De seguro se debía a todo lo que estaba pasando.

Toqué el timbre con desesperación ya que la lluvia estaba empapándome y nadie me atendió.

Insistí llena de impaciencia, pero tampoco nadie salió. Con la lluvia mojando mi cara, busqué a regañadientes la llave de la casa.

—Soy una estúpida. Estúpida, estúpida, estúpida.

En cuanto di con ella, llena de alivio, ingresé a mi cálido hogar...vacío.

—¿Mamá?¿Papá?

Nadie contestó.

Revisé la hora de mi teléfono y marcaban las once y cuarto de la mañana.

Pensé en dónde podían estar, pero era poco probable. Quizás fueron a pagar algunas deudas al centro o quizás decidieron salir a pasear.

Claro, con este frío y la lluvia torrencial.

Colgué mi chaqueta mojada en el barandilla de la escalera y subí a mi habitación a cambiarme la ropa mojada que se pegaba a mi piel.

Papá de seguro se encontraba trabajando, y mamá...¿dónde podría llegar a estar mamá?

Tomé mi teléfono y llamé a su numero, frotándome la frente mientras aún continuaba la palabra Ángel en mi cabeza.

Dios, odiaba con mi alma cuando saltaba el buzón de mensaje.

Mamá, estoy en casa, me dejaron salir antes. Si quieres puedo ir a recoger a Olivia a la escuela o no sé. Sólo dime a dónde has ido con esta lluvia porque realmente estás loca con salir con este clima. Te quiero, adiós.

Cambié mi ropa y me dejé caer en la cama, mirando a algún punto muerto del techo.

Robert, podía verlo al igual que Ethan, pero mi madre no y supongo que otras personas tampoco.

Froté mi frente, intentando que la cabeza dejara de dolerme por lo menos un poco.

¿Un ángel? Absurdo.

¿Ver personas muertas? Sé lo que vi y no me mentiría a mi misma.

¿Ver a una sola persona que era visible sólo para los ojos mios y de Ethan? Era como si fuese sacado de un libro.

—Angélica.

Mi corazón se detuvo, y mi respiración se agitó.

Casi petrificada, giré lentamente la cabeza en dirección hacia el escritorio, de donde su voz había provenido.

No de nuevo, por favor, no de nuevo.

Abrí los ojos como platos y pegué el grito más fuerte, sintiendo como mi garganta se secaba por completo.

Salté de la cama y pegué mi espalda contra la puerta, alejándome lo más posible de aquel niño.

Estaba sentado en el asiento del escritorio, haciéndola girar, sin despegar sus ojos de mí.

—Extraño a mami, quiero a mi mami y también a papi.

Me llevé mi mano temblorosa al cuello. Tenía el collar puesto.

Palidecí.

¿Por qué podía verlo si se suponía que cuando lo llevaba puesto no podía ver fantasmas?

—¿Olivia y Dylan me extrañan? No los escucho nombrarme. Ya nadie me da abrazos, y ya nadie me da las buenas noches. Tampoco tengo mi habitación con mis juguetes. Ya nadie me quiere.

—¿Quién eres? —balbuceé, con lágrimas en mis ojos.

Rogaba con no desmayarme, no ahora por favor.

Estaba temblando.

El niño miró sus manos y se las llevó a los ojos, comenzando a frotarloselos.

Sentí un horrendo malestar en mi pecho al escucharlo llorar lleno de tristeza.

—Blenti, me llamo Blenti...,y me olvidaste.

Todo me dio vueltas al escuchar su nombre, y me sostuve de la pared para no caerme desmayada otra vez.

Lo miré, pestañeando más de la cuenta y mi cuerpo se sentía como gelatina.

Como olvidar aquel nombre. Cómo olvidarme de su pequeño rostro, cómo olvidarme de la personita que iluminaba mis días en el parque...

—Blenti. —jadeé, llevándome una mano a la boca.

Dos años atrás...

Angélica llevaba a Blenti entre sus piernas en el asiento trasero del coche, mientras que Dylan jugaba manitas con Olivia.

La familia Williams salia de paseo.

En la radio sonaba Welcome home, la favorita de los mellizos más pequeños: Olivia y Blenti.

Tenían cuatro años.Su cabello, sus bocas, sus ojos y sus expresiones eran tan similares que daba impresión.

Simplemente eran preciosos y adorables cuando estaban separados. Pero cuando jugaban juntos, terminaban peleando por algún juguete y era un verdadero batallon.

En cuanto sonó el estribillo, cantaron con fuerza y disfrutaban ansiosos para que aquel viaje no terminara jamás.

¿Cuántos arboles hay en el bosque? —preguntó Blenti, lleno de curiosidad.

Angélica acarició su cabello, mientras acercaba sus labios al oído de su hermano.

Son infinitos. —le susurró.

Blenti frunció el entrecejo.

Eso es una mentirita —protestó, cruzándose de brazos—. No hay infinitos, hay números. Y yo quiero números.

Angélica sonrió.

Entonces hay los números que desees. El mundo está lleno de arboles, y estos nos ruegan que vayamos a visitar cada uno de ellos, sólo para que no se sientan solos.

- Pero ...

La voz de Blenti desapareció y un horrendo rechinido resonó en los oídos de la familia Williams, incluyendo las ruedas frenando contra la calle, quemandose por completo.

Se oyeron gritos desesperados, que fueron silenciados por el impacto del coche contra un árbol, haciendo que los pájaros salieras revoloteando de las ramas muertas del susto.

Angélica ya no tenía en brazos a su hermano Blenti, ya que había salido despedido del coche poniéndole fin a su vida ...

Mi respiración, agitada.

Mi pulso, acelerado.

Mis piernas, temblaban.

Mi boca, reseca.

Mi mente, paralizada.

Blenti estaba llorando.

Era su llanto, era su mirada entristecida.

Eran sus ojos humedecidos, eran sus manos y pasteles frágiles.

Era la mirada de Olivia, era la mirada de Dylan, era mi mirada.

La mirada de mi padre, la mirada de mi madre.

Era mi hermano.

¿Cómo era posible? El accidente

El accidente de hace dos años.

Todos salimos lastimados por un ciervo que se atravesó en el camino.

Todos salimos destruidos por la muerte de Blenti.

Todos ... lloramos sin consuelo por la muerte de Blenti.

Me llevé las manos a la boca, sintiendo un horrible macho.

Dios, lo había olvidado.

En mi mente pasaban imágenes del accidente, la recuperación y el entierro de mi hermano.

Era como si estuviera despertando en la realidad que no recordaba. En la realidad que se había ido sin motivos.

Caminé hacía él, y en cuanto vio que me acercaba, se bajó de la silla y corrió hacia mí, con desesperación, como si lo necesitara.

Cómo si lo hubiera querido hacer hace años.

Lo alcé en mis brazos y lo abracé con fuerza.

No podía dejar de llorar.

Estaba frío, y no respiraba.

Su rostro pálido se acunó en el hueco de mi cuello, helándome la piel y sus piernas se aferraron a mi cintura, como un koala bebé.

No sabía que decirle. No tenía palabras.

Simplemente el llanto entre los dos lo decía todo.

—¡Angélica, ya estoy en casa!

El grito de mi madre no nos separó.

Me aferré con más fuerza a él, con miedo a que se fuera. Con miedo a que no volviera jamás, con miedo a perderlo una vez más.

La puerta de mi habitación se abrió y me volteé, aturdida.

—¿Se puede saber ahora por qué lloras? —preguntó mamá, cruzándose de brazos.

Blenti la miró entre lágrimas y rompió en llanto una vez más.

—No me ve. —me susurró al oido.

—¿Lo ves conmigo? —le pregunté a ella, con un hilo de voz.

Mi madre abrió los ojos de par en par, recorriendo la habitación con la mirada.

—¿De qué hablas?¿Otra vez viste algún fantasma o algo parecido? No tienes que comentarme ese tipo de cosas a mí, sino al psicólogo Duran.

Cerré los ojos con fuerza, destrozada por el llanto de Blenti.

—Tengo a Blenti en brazos, mamá. Te acuerdas de él ¿verdad? ¿Te acuerdas del accidente de hace dos años? Está aquí, conmigo.

Tragó con fuerza y me miró como si estuviera loca.

—Angélica me estás asustando. —su voz se volvió temblorosa.

Su mano estaba aferrado al picaporte y sus ojos se llenaron de lágrimas automáticamente.

Sus palabras me atravesaron como un cuchillo en el pecho.

Di un paso hacia adelante y ella retrocedió, asustada.

—¡Mamá, te estoy hablando en serio! —insistí, abrazando con fuerza a mi hermano—¡Blenti es el hermano mellizo de Olivia!¿Cómo es posible qué no te acuerdes de él y...?

Me cerró la puerta en la cara.

Caminé con desesperación hacia la puerta en cuanto escuché la llave ingresar por la cerradura.

—¡Mamá! —grité agitando el picaporte—¡¿Por qué me encierras?!¡¿Por qué llevas la llave de mi habitación?!

El pánico me invadió y los gritos de Blenti no ayudaban en absoluto.

—¡Cuando regrese tu padre hablaremos!

Estaba llorando.

—¡No me encierres, mamá!

Bajó las escaleras y mis gritos de suplica fueron en vano.

Habían pasado ya dos horas desde que estaba encerrada en mi habitación, y la única luz que ingresaba era la de la ventana que solo iluminaba la biblioteca y la puerta del baño, luego, todo era oscuridad absoluta.

—Siento cosquillas en la espalda. —se quejó Blenti en un susurro, acunado en mi pecho y jugueteando con mi collar.

—A mi me duele.

Era verdad. El dolor había aumentado y mis pastillas habían quedado en el botiquín familiar, ya que últimamente no las había tomado porque el dolor no era tan fuerte como ahora.

Las lágrimas habían cesado, era culpa del estado de shock y todo lo que pasaba.

Ya había dejado de luchar para que mi madre me abriera la puerta y en la planta baja sólo se escuchaba el ruido del televisor prendido.

Me estaba dando por vencida, no porque fuera una cobarde, sino porque era en vano que les dijera que pasaba conmigo y sobre lo que veía, ya que de todos modos nunca me creerían.

¿Para qué insistir con algo que sólo yo podía tratar?¿Para que insistir con algo que no tenía sentido y me dejaba como una loca?

Me dolía que mi madre no me creyera, me dolía que no tuviera paciencia conmigo.

Ella me prometió no dejarme jamás sola, y mírenme ahora: estaba sola acunando el alma de mi hermano, encerrada en mi habitación hasta que regresara mi padre y los dos decidieran qué hacer conmigo.

A veces las promesas sólo se dicen para complacer al otro, olvidándose del verdadero valor que se aferra a la otra persona.

Blenti se sentía igual de pesado desde la ultima vez que lo vi.

Tenía su camisa blanca y los mismos pantalones que cuando partió.

¿Cómo pude olvidarme de él?

Apenas formulé esa pregunta en mi cabeza, las palabras de Robert resonaron en ella:

Disfruta del tiempo que tienes con tu familia y con los seres que amas. Un día tienes su mirada...y al otro día...luchas para obtener tan solo sus ojos posados en ti.

Tomé mi teléfono que estaba encima de la mesa de noche y me puse en linea en F******k.

Ethan no estaba conectado, así que le dejé un mensaje, rogando que lo viera lo antes posible.

El reloj marcó las ocho de la noche y papá había llegado a casa. Lo había oído entrar, y Blenti me miró con tristeza.

Pensé con angustia: ¿Su sonrisa se había esfumado para siempre?

Escuché como la llave de la puerta era ingresada en el cerradura y pegué un respingo.

La luz se prendió y vi a mi padre ingresar con la peor cara de depresión del mundo.

Detrás de él estaba mi madre, quien no hizo contacto visual conmigo.

Eso me lastimó.

—Hola cariño. —saludó papá, como si tuviera un nudo en la garganta.

—Hola.

Ellos cruzaron miradas.

Papá se sentó con pesadez en la cama, hundiendo el colchón a la altura de los pies. Mamá tenía la vista en el suelo y se abrazaba así misma.

—Tu madre me comentó lo que te ocurrió...¿Quieres explicarme a mí con más detalles?

Apreté los labios y miré de reojo a mi hermano, quien yacía atento a cada movimiento de mis padres.

Algo no estaba bien, y Blenti parecía tener miedo ¿pero de qué exactamente?

—¿Para qué contarlo? —dije, a la defensiva—¿Te pondrás así cómo mamá, que no para de temblar y me encerraras en la habitación sin saber que hacer conmigo?¡Puedo luchar contra mis propios demonios papá, pero me encantaría que me apoyaran en esto!

Mi padre tenía sus ojos posados en mí y sus cejas se arquearon ante mis palabras que realmente me pesaban, creándome un horrible malestar en mi pecho.

—¡Somos tus padres y estaremos aquí para lo que sea!

—¡Genial!—solté irónica—¡Ahora explícame por qué no recuerdan que, en el accidente que tuvimos hace dos años, Blenti murió!

Sus ojos se abrieron, horrorizados. Miró a mi madre y ésta no supo que decir. Volvió a posar su atención en mí, anonadado.

—Hija...¿quién es Blenti? —preguntó con su voz apenas audible.

Miré a mi hermano en brazos y este se acurrucó en mi pecho, comenzando a llorar a gritos. Odiaba que tuviera que presenciar todo aquello, él no se lo merecía.

Cerré los ojos con fuerza y contuve las lágrimas.

Ellos no lo recordaban y eso me partía el alma. Era una situación desesperante.

—Blenti es el hermano mellizo de Olivia —expliqué con lentitud y midiendo lo que diría—.Murió en el accidente que tuvimos. Él estaba en mis brazos, mirando por la ventanilla,—por favor, no quería llorar—apoyando su manita en el vidrio empañado...hasta que él salió disparado. Ya no lo sentí junto a mí, ya lo había perdido—me quebré—¡Dios, si tan sólo hubiera llevado el cinturón de seguridad eso no hubiera ocurrido y él estaría aquí con nosotros en carne y hueso!

La expresión de mis padres no cambió en absoluto: era de puro horror.

—No sé que decirte —musitó papá, con los ojos llenos de lágrimas. Parecia preocupado, no por lo de Blenti, sino por mí—.Tengo que ser sincero contigo cielo, no es que no quiera creerte pero...es imposible que lo que digas es cierto. Eso jamás pasó. Las únicas personas que estaban en el auto eramos nosotros cinco: Tu madre, Dylan, Olivia, tú y yo. Salimos ilesos, sólo con cicatrices y recuerdos de un mal momentos. Nada más.

—Créeme que eso mismo pensaba yo hasta el día de hoy —dije con franqueza—. Por favor, ahora déjenme sola.

Era inútil seguir insistiendo.

Papá abrió la boca para decir algo, pero prefirió abandonar la habitación con mamá en silencio.

—¡Mamá y papá no me quieren! —gritaba Blenti.

Sus palabras me mataban.

—Ahora yo estoy aquí.

La ventana de mi habitación se abrió y me pegué un susto de muerte al ver que ingresaban dos sujetos encapuchados.

En cuanto uno de estos dejó su rostro al descubierto, solté el aliento, aliviada.

Ethan y Robert estaban en mi habitación.

—¿No tienen otra manera de ingresar sin provocarme un paro cardíaco? —solté, furiosa.

Ethan se encogió de hombros, libre de culpas, y Robert se ruborizó.

Los dos caminaron hacia la cama y sonrieron al ver a Blenti en mis brazos.

—¿Y este pequeñin? Hola campeón.—saludó Ethan, acariciándole la mejilla humedecida.

Blenti lo miró con el entrecejo fruncido, confundido.

—Es mi hermano fallecido.

Los dos pestañearon, perplejos.

No me sorprendía en absoluto que pudieran verlo. Ya no me sorprendía en ABSOLUTO todo lo que me estaba pasando.

—¿Qué?

—Se terminó todo el misterio. Ahora explíquenme qué pasa antes de que enloquezca. ¿Un Ángel?¿En serio? Entonces ¿Dónde están mis alas y mi arpa?¿Dónde está mi túnica y mi cabello dorado lleno de tirabuzones perfectos?

Ethan y su amigo se miraron una vez más, y ya estaba odiando que me dejaran hablando sola.

—Oye...eso no existe. Las alas crecerán el primero de Diciembre así que...

—Entonces es verdad...—interrumpí, con la voz apagada.

Así que era eso lo que pasaría el primero de Diciembre.

Miré a mi hermano que se encontraba en silencio, como si estuviera asimilando aún lo que había pasado con papá y mamá.

Tardé tanto en comprender que estaba pasando a mi alrededor, me sentía como si estuviera en un libro.

Maldición, tenia que dejar de comparar mis problemas con los libros. Todo aquello era tan confuso.

Ethan se sentó en la cama, soltando el aliento con pesadez.

—Cuando nacen mellizos y gemelos, estos no vienen en vano al mundo. Uno pertenece a la tierra y el otro a la Guardia Celestial. El mellizo o gemelo nace y se queda teniendo una vida normal, mientras que el otro nace para ser ángel guardián de alguna persona desgraciada y que lo salve para la nueva generación. Hay algunos que se vuelven arcángeles.

—¡¿Que tu guardia qué?!

—La Guardia Celestial son un conjunto de personas que nacieron solo para ese propósito. Todos los que tienen a un gemelo son los encargados de proteger la vida de alguien para la nueva generación.

—¿Qué es la nueva generación?

—Esa es la parte más triste de la historia, Angélica —se lamentó—. ¿Alguna vez escuchaste hablar del fin del mundo? Bueno, ahora quiero que sepas que eso no es una estupidez.

Se me hizo un enorme en la garganta.

¿El fin del mundo?

No naciste para ser humana Angélica. Ni yo, ni Robert, sino, para pertenecer a nosotros. Estos días serán muy duros para ti ... ya que tus ...

Sus palabras se interrumpieron con brusquedad, y miró con entretenimiento una fotografía familiar de marco de madera.

Me llevé una mano a la boca al ver que mi imagen, comenzaba a desvanecerse frente a mis ojos, hasta que no quede nada de mí en la fotografía.

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