Avery dejó el teléfono en su sitio y volvió a la cama.

Su mente se sumió en el caos al descubrir que aunque Elliot le había prometido que no reconocería a la niña como suya, su mejor amigo estaba tratando de quitársela a Ruby en secreto.

‘Qué ironía’, pensó. ‘Es una pena que Ruby no quiera entregarle la niña. Me pregunto si cedería si fuera Elliot quien se lo pidiera’.

El corazón de Avery se sintió como si hubiera sido pinchado por innumerables agujas. Había pensado que ella y Elliot habían superado todas las dificultades y que, de la mano, no se romperían sin importar lo que les esperara. No había imaginado que todo era una ilusión y que estaban soñando con cosas diferentes.

Avery no podía dormir. Se quedó despierta mirando por la ventana hasta que el cielo oscuro como la tinta se volvió lentamente blanco. Le dolían los ojos, pero el dolor de su corazón no había disminuido. Cerró los ojos y se obligó a volver a dormir.

A las siete de la mañana, Elliot se despertó y miró a Avery