Rafael no pudo contenerse y decidió salir del trabajo para verificar que todo estuviera yendo bien con Mónica. No le agradaba la idea de que su esposa viera a su ex. Cuando iba caminando, notó que esa calle estaba sola, no había ni un alma, hasta que se percató de dos personas peleándose cerca de la cafetería. —Mónica… —murmuró para él mismo. Corrió como nunca antes lo había hecho al ver que David quería maltratar a su esposa, así que se posicionó detrás de él para frenarlo y lo logró. Llegó justo a tiempo para evitar una tragedia. Rafael lo volteó para darle un puñetazo, se sentía culpable por lo que estuvo a punto de suceder. —¡Estás muerto, imbécil! David terminó cayéndose al suelo, y Rafael se sentó sobre él para continuar con la golpiza y dejarle en claro que nadie podía tocar lo que era suyo. Uno, dos, tres golpes seguidos. Su enemigo quedó con la cara llena de sangre, le había roto la nariz, y buscaba cómo cubrirse de los demás ataques. —R-Rafa, detente —Mónica lo tomó
—¡Un hermanito! —exclamó Victoria. Mónica la estaba bañando con mucho cuidado, mientras la niña jugaba con su pato de juguete en la bañera. —¿Un hermanito? —cuestionó, alzando una ceja. —Quiero uno —Arrugó la boca en un puchero. Victoria veía muchas caricaturas, en especial una en dónde los protagonistas eran dos hermanos, y se preguntaba por qué no tenía uno. —Ay, mi amor —sonrió, echándole agua en el cabello—. Es un poco complicado para mami. —¿Por qué? —Digamos que no puedo tener más hijos, es difícil… —Bajó la cabeza. Mónica ya cayó en cuenta de que jamás podría volver a tener otro hijo, durante los años que llevaba con Rafael, no había quedado en estado, y eso que no se cuidaban. —No entiendo —Se cruzó de brazos, lanzando el patito lejos—. Quiero uno. —Está bien —resopló—. Lo intentaré, pero no prometo nada, ¿vale? —Mami, también quiero ver a Mateo. —Falta poco para que vayas al preescolar, y creo que su padre lo inscribirá contigo porque tu abuelo se lo pidió —coment
—Es dinero suficiente para invertirle a la empresa —murmuró David, estaba reunido con su madre. —Esta casa es una pocilga —Arrugó la nariz—. Ni siquiera podemos tener sirvientas, y todo por tu incompetencia. —¿Ahora me vas a culpar a mí? —inquirió, con fastidio—. Creí que estabas de mi lado. —Estoy de tu lado —Se levantó del sofá, con firmeza—. Yo misma arreglaré tu cagada. David se extrañó, pues su madre no dejaba de insistirle en recuperar a Victoria, le contó que salió mal. —No fue mi cagada. Mónica se volvió una mujer tan terca, que ni siquiera desea que vea a la niña —bufó, jugando con un lápiz—. ¿Qué huele así? El olor que dominaba en el ambiente, era de putrefacción y cloacas. Esa casa había sido abandonada hace mucho, por eso les costó muy poco dinero, pero cada habitación estaba llena de telaraña, polvo, o animales muertos. —Hay una rata muerta en la cocina, ¿puedes creerlo? —informó su madre, asqueada. —¡¿Y cuándo piensas limpiar este lugar?! ¡Llevamos una semana y t
Mónica se quedó desnuda en el sofá cuando Rafael se marchó. Tomó el celular para comprobar qué lo había dejado mal, y lo que vio la sorprendió. —¿Qué carajos? Supo de inmediato que era una foto editada, porque ella nunca había besado a Miles, y en ese momento, se alegró por él cuando le contó que estaba conociendo a un hombre.¿Rafael se creyó esa farsa? Tenía que ir a buscarlo para resolver las cosas.Mientras tanto, Rafael llegó a la enfermería dónde Miles estaba todos los días, se preguntaba por qué Mónica besaría a Miles, ¿acaso él le había pedido ayuda? Se hacía fuerte, pero aun así, la inseguridad empezaba a consumirlo. No quería dejarla, tampoco creía que esa foto fuera real. —¿Jefe? —cuestionó, extrañado. No era normal que Rafael visitara la enfermería a menos que fuera estrictamente necesario. —El día de navidad, ¿qué hiciste con Mónica? —Fue directo al grano. Rafael tenía todas sus emociones mezcladas, él pudo haber hablado primero con Mónica y escuchar su versión, p
Elsa estaba tranquilamente trabajando, cuidaba de Victoria y ya era hora de su siesta diaria. —¡Sueño! —Estiró sus brazos, y bostezó. La niñera la cargó, se le hizo más pesada que de costumbre, y la llevó a su camita rodeada de madera para evitar que se cayera. —¿Quieres que te cante una canción hoy? —preguntó, arropando a la pequeña. —E-estoy… —No terminó de hablar, cerró sus ojitos. Victoria se había quedado dormida sin que Elsa tuviera que esforzarse, seguro estaba cansada de tanto jugar. La niñera inhaló hondo. Aprovechó ese tiempo libre para hacerse el test de embarazo que había comprado. Los nervios los tenía a flor de piel, porque se consideraba muy joven para ser madre. —Aquí vamos… —suspiró, sentándose en el inodoro. Al cabo de unos minutos, el resultado se vio reflejado en el plástico. El mundo de Elsa empezó a dar vueltas cuando vio las dos rayitas. Dejó caer la prueba de embarazo en el suelo, y salió corriendo de ahí. Su respiración estaba entrecortada, no sabía c
—Cariño, hay que intentarlo. ¿No eres el que más quiere tener un hijo? —Agarró el brazo de su esposo, David Lambert. Este se soltó del agarre de forma brusca, dejó a Mónica con los ojos abiertos y el ceño fruncido. Se preguntaba: ¿por qué su esposo no la amaba? ¿Por qué la evadía tanto? ¿Qué fue lo que cambió? —Me aturdes, Mónica. Vete a limpiar o a lavar, no lo sé —masculló, estresado—. No puedes tener hijos, esa es la verdad. Deja de esforzarte por algo que jamás se hará realidad. El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Llevó ambas manos al mismo, buscando el consuelo. Ella siempre había anhelado tener un bebé. Fue comprometida por obligación, la decisión la tomaron sus padres. Era la única manera de salvar a su familia de la ruina, si los Bustamante unían a su hija en matrimonio con el hijo de los Lambert. David era conocido como un poderoso empresario, dueño de una cadena de hoteles que le heredó su padre después de haberse jubilado. Famoso y millonario. —S-sé
Mónica ignoró las advertencias de su esposo y fue al día siguiente a ver al doctor que seguía su caso. Estaba sentada frente a él, mientras el especialista revisaba los resultados de varios exámenes que le había hecho a Mónica con anterioridad. —Doctor, ¿habrá salvación para mí? —preguntó, afligida. Ella deseaba con toda su alma ser madre, ver a ese pequeño retoño nacido de su amor… —Mmh —El pelinegro acomodó sus lentes y dejó los papeles de lado—. Mónica Lambert, usted ya no tiene necesidad de continuar con los tratamientos que hemos implementado hasta ahora. La expresión de Mónica se horrorizó. Arrugó la frente y llevó ambas manos a su boca, sus ojos se cristalizaron porque las palabras del doctor le dieron a entender que ya no había cura para su infertilidad. —¿Así de grave estoy? —Su voz salió rasposa, debilitada por el dolor interno. El hombre le dedicó una sonrisa a Mónica, lo que la dejó confundida. —Usted está embarazada —informó—. Felicidades, señora. Nuestro esfuerzo
El corazón de Mónica se apretujó dentro de su pecho. Ella sabía que ese tipo de sonidos no eran normales. ¿Estaban teniendo sexo? —Yo la acompaño... —Se ofreció Delia—. No vaya a colapsar, por favor. Piense en el bebé. La castaña asintió, más calmada. Sabía que si se dejaba llevar por sus emociones, podía perder a su bebé, y tanto que le costó conseguirlo. Ella no iba a permitir que David arruinara su felicidad. Se levantó de la silla para caminar a pasos lentos por la sala de la mansión. Los gemidos se escuchaban cada vez más cerca, a medida que se acercaba al despacho. Delia no le soltó la mano en ningún momento como símbolo de apoyo. —Estaré bien... —Se dijo a sí misma—. Todo es parte de mi imaginación. El ceño de Delia se frunció porque le dolía ver a su amiga así. Quedaría destrozada, muy destrozada. —No deje de pensar en el bebé, ¿de acuerdo? Póngalo por encima de todo lo malo —Le aconsejó. La puerta del despacho estaba abierta, con un pequeño espacio disponible para ver