Melanie se dio cuenta de lo que Nathaniel estaba a punto de hacer. Rápidamente se acercó y le ayudó a levantar la manta mientras le masajeaba las pantorrillas.

“¡Mira! ¡Tus piernas no fueron amputadas! Estás bien, así que no te preocupes demasiado. ¡Confía en mí!”.

“¿Confiar en ti?”. Nathaniel la miró de reojo y se burló: “¡Confié demasiado en ti!”.

Melanie no sabía qué decir. Solamente suspiró y le tendió la manta antes de enderezarse. “Sé que ahora me odias tanto que quieres matarme, pero no te mentí. ¡Nate, hice lo que tenía que hacer por nuestro futuro! Aún así, sé que te duele, así que hazme lo que quieras, ya sea pegarme o maldecirme. Lo aguantaré todo, ¡pero ahora debes mantener la calma y no hacerte daño! ¿Puedes hacerlo?”.

Su voz era suave como de costumbre, mientras que el remordimiento y la preocupación se reflejaban en su rostro. Nathaniel se negaba a hablarle. Su expresión seguía siendo sombría, pero ya no le pedía que se fuera.

“¿Sabes lo doloroso que fue para mí cu