El camino de la escuela a la casa era corto. Elena siempre lo hacía a pie con sus hijos, pero ese pequeño trayecto fue suficiente para que el mal humor de Iván volara hasta la estratósfera.—¿Cómo es posible que puedas amenazar a un policía y no termines preso por eso? —indagó Joander aplicando a la pregunta un tono de voz que a Iván le pareció burlesco.Él apretó las manos en el volante y observó con los ojos entrecerrados al primo a través del retrovisor.—Pensé que habías vuelto a Colombia —fue su respuesta. Joander delineó una sonrisa vanidosa en su rostro y miró la cabeza de Elena que se mantenía rígida en el asiento frente a él, angustiada por la pérdida de sus hijos.—Tuve un imprevisto.En silencio llegaron a la casa, bajaron del vehículo y entraron en la sala. Elena estaba inquieta, aunque había logrado que Ivana se durmiera entre sus brazos.—¿Qué vas a hacer? —averiguó en dirección a su esposo.—Ve y busca las cosas de Ivana, las dejaré con Antonio.Ella lo miró ansiosa, es
Las calles de la ciudad se volvieron un hervidero de acción para Iván. Se sumergió en los lugares más lúgubres, en busca de viejos contactos que en una ocasión avalaron su actividad delictiva.Visitó a antiguos proveedores de armas, de drogas y de otras especias, haciendo correr la imagen de la vans que Antonio le había facilitado y los datos de la empresa fantasma que había negociado con Joander.En ese submundo era posible hallar pistas de cualquier entidad o persona habituada a contrabandear en esa zona.Pero aquel no era un favor gratuito. Ofrecía una alta suma de dinero, así como un buen cargamento de comida a quien le entregara el paradero de esa gente.Iván no escatimó gastos ni esfuerzos, llegó incluso a entrevistarse con las altas jerarquías de los criminales privados de libertad, quienes, a pesar de estar tras las rejas, contaban con la posibilidad de dominar áreas territoriales donde podían vender y distribuir sus mercancías.Lo favorecía el hecho de que a muchos en esa ciu
Apagó el Camaro y se bajó del auto para dirigirse con paso decidido hacia los sujetos ubicados en la acera, quienes enseguida se pusieron de pie palmeando las armas que tenían tras las cinturillas de sus pantalones.—¡Ey, amigos! ¿Quieren ganarse un buen dinero hoy? —les dijo al estar junto a ellos. Los hombres lo miraron con curiosidad, aunque preparados para atacar si así fuese necesario.Iván sonrió con malicia. Debía reconocer que su esposa tenía razón, no podía seguir la misma estrategia de buscar a esos imbéciles. Haría que ellos lo buscaran a él.Media hora después, Iván llegaba a la última dirección que le habían facilitado. Se trataba de una vieja fábrica de telas abandonada desde hacía décadas.Altos y gruesos muros de concreto amarillento, manchado por el paso del tiempo, rodeaban el lugar. Decenas de estrechos ventanales verticales se extendían por los laterales, por encima de su cabeza, muchos de ellos sin cristales o con restos de ellos.La puerta, del tamaño del portón
Al igual que todos los depósitos abandonados que visitaba, la fábrica de telas era simplemente un gran galpón desocupado, sucio y semidestruido.Palomas, murciélagos y diversidad de animales rastreros habitaban en su interior; y las densas telas de araña parecían sostener las columnas evitando que estas se vinieran abajo.Con mucha precaución inspeccionó cada habitación. Lograron entrar por una ventana rota, sin tener que hacer aspavientos al mover la pared de chapa, pero eso lo dejaba en el área deshabitada, debía hallar la zona que los contrabandistas utilizaban para ocultar sus cargamentos ilegales.Con la pistola bien sostenida en una mano y con Elena aferrada a la otra caminó con paso lento, atento a cada ruido que se producía a su alrededor, y soportando la presencia molesta del primo, que los seguía muy de cerca y con nerviosismo.—Tal vez no estén dentro de la fábrica. Debimos revisar el estacionamiento —reprochó Joander sin dejar de observar con asco el suelo que pisaba.—¿Y
Se recostó en la pared para pensar un instante alguna estrategia. Vio a Elena parada junto a él, que lo observaba con agitación. Ella sabía que era momento de actuar.Tras su esposa se encontraba Joander, que alzó los hombros y las manos con gesto interrogativo, preguntaba qué harían.—¡Apúrense, las cosas empeoraron! —gritó alguien en el cuarto.Iván necesitaba neutralizarlos, así que apartó a Elena para pegarla contra la pared y tomó a Joander por un brazo para empujarlo hacia la habitación donde se hallaban los hombres.Este no pudo reaccionar a tiempo para detenerlo. Salió proyectado y tropezó con la mesa tumbando al suelo botellas vacías y naipes.—¡Ey! —se oyó vociferar a uno de los sujetos.Iván se ocultó con Elena esperando que los hombres abordaran a Joander.«¡Arrodíllate!», «¡¿Quién eres?!», «¡No te muevas, maldito!», fueron algunas de las órdenes que le dieron mientras apoyaban sus pistolas en la cabeza del primo.—¡Tranquilo, amigos! ¡Soy socio de Gustav! —repetía Joander
Iván se levantó y sacudió su cabeza para despejarse el aturdimiento por la explosión. Se quitó los restos de concreto que le habían caído encima y miró con preocupación el techo. Una gran fisura lo rasgaba.Si esos psicópatas lanzaban otra granada la construcción se vendría abajo y los sepultaría a todos. Debía sacar a su esposa y a sus hijos de allí, y a la veintena de chicos que ahora gritaba y lloraba a todo pulmón al tener las bocas liberadas.Tomó de nuevo su navaja y cortó las sogas de los niños que faltaban. Los empujó uno a uno para sacarlos del cuarto, pero ellos se negaban a poner un pie afuera.Estaban tan aterrados que les era imposible moverse de alrededor de Elena, quien lloraba de la misma manera sin poder evitarlo.Le indicó a ella que avanzara adelante mientras él arreaba detrás aquel puñado de ovejas para que ninguna se extraviara.En el pasillo oscuro tropezaron con el tambaleante de Joander, que caminaba con paso lento hacia el cuarto. Lo dejaron dando vueltas en s
En la comandancia, Antonio logró sacar a Elena y a los niños sin ningún contratiempo. Con su amigo, en cambio, tuvo demasiados inconvenientes.Escobar estaba decidido a dejarlo detenido y tramitar un traslado a alguna cárcel del país por haberle fastidiado la paciencia en varias ocasiones.Horas después y haciendo uso de toda la influencia que por años había logrado en la ciudad, Antonio fue capaz de liberar a Iván de las garras del detective.Lo ayudó el hecho de confesar a los superiores de Escobar los motivos por los que su amigo se encontraba en la vieja fábrica de telas, y el apoyo que ofrecía en la búsqueda de los choferes secuestrados, a quienes encontraron cautivos en un sótano ubicado en uno de los depósitos saqueados.Elena se lanzó a sus brazos y lloró para descargar su angustia al recibirlo en casa, al igual que los niños, quienes aún se mostraban perturbados por la horrible experiencia que habían vivido.Esa noche durmieron los cinco en la misma cama. A Iván lo tenían en
—Papá, quiero más cereal —pidió Iván Raúl y le mostró a su padre el plato vacío.—Yo también —señaló Iván José, apurando lo que quedaba de desayuno en el suyo.—¡Siempre quieres lo que yo quiero! —reclamó su hermano.—¡Tú también!—¡Yo lo pedí primero!—¡Fui yo!—¡Vasta de discusiones! —los detuvo Iván con voz firme y se acercó a ellos con la caja de cereal en la mano— Hay suficiente para los dos.Los niños compartieron una mirada desafiante, pero sonrieron de oreja a oreja cuando su padre volvió a llenarle los platos.—Betsaida nos espera en la casa de la playa —comunicó Elena mientras entraba en la cocina con Ivana entre los brazos—. Hablé con ella por teléfono y me dijo que con Emmanuel prepara las cañas de pescar para ir al río apenas lleguemos.Al unísono y con las manos alzadas, los chicos emitieron un Sí alegre. Iván y Elena habían decidido pasar unos días de descanso fuera de la ciudad, antes de intentar retomar la rutina, para ayudar a sus hijos a superar la amarga experienci