—Tengo más datos de la vans con la que movilizan su mercancía —continuó Antonio—. Existe una gran posibilidad de que sean ellos quienes tengan secuestrados a mis camiones y a los choferes, pero tenemos que ubicarlos.—No puedo ir a investigar. Elena me espera en casa para resolver el tema de su primo y tengo cosas que hacer en el taller. Para el final de la tarde estaré disponible.—No podemos alargar este problema —puntualizó Antonio con enfado—. Estamos en la mira de esa gente. Sabes muy bien cómo funcionan estos asuntos.Iván suspiró con agobio y se frotó los cortos cabellos con una mano mientras caminaba alrededor de la moto que acababa de reparar. Comenzaba a ponerse nervioso.En otro tiempo de su vida hubiera salido como un perro rabioso en busca de esos sujetos para darles su merecido.Jamás se detuvo ante un conflicto, pero ahora su existencia no estaba simplificada en la supervivencia.—En unos minutos voy a tu oficina —sentenció antes de culminar la llamada.Furioso, se reun
Iván llegó en tiempo record a la escuela. Elena hipaba rodeada de maestras y niños que la veían con semblante fúnebre. Los apartó con la mayor delicadeza que pudo para llegar a ella.—Amor —la saludó al estar a su lado. Se arrodilló frente a la mujer y arropó sus manos con las suyas.—Iván. —Elena lo abrazó con desaliento, pero enseguida lo observó a los ojos para darle noticias—. No aparecen, el portero dice que los vio salir con un hombre.—¿Y dónde está Ivana?—Está conmigo.La voz de Joander sonando a su espalda agitó la furia de Iván. Se puso de pie y afincó una mirada mortal en el primo que se acercaba con su hija en brazos.La niña sollozaba con melancolía, y al verlo, se lanzó a sus brazos con desesperación.—¿Qué demonios haces aquí? —quiso saber mientras tomaba a su hija.Joander sonrió con suficiencia y estuvo a punto de responderle pero la voz angustiada de la directora del plantel se le adelantó.—¡Señor Sarmiento, señor Sarmiento! —pronunció una mujer alta y obesa que se
El camino de la escuela a la casa era corto. Elena siempre lo hacía a pie con sus hijos, pero ese pequeño trayecto fue suficiente para que el mal humor de Iván volara hasta la estratósfera.—¿Cómo es posible que puedas amenazar a un policía y no termines preso por eso? —indagó Joander aplicando a la pregunta un tono de voz que a Iván le pareció burlesco.Él apretó las manos en el volante y observó con los ojos entrecerrados al primo a través del retrovisor.—Pensé que habías vuelto a Colombia —fue su respuesta. Joander delineó una sonrisa vanidosa en su rostro y miró la cabeza de Elena que se mantenía rígida en el asiento frente a él, angustiada por la pérdida de sus hijos.—Tuve un imprevisto.En silencio llegaron a la casa, bajaron del vehículo y entraron en la sala. Elena estaba inquieta, aunque había logrado que Ivana se durmiera entre sus brazos.—¿Qué vas a hacer? —averiguó en dirección a su esposo.—Ve y busca las cosas de Ivana, las dejaré con Antonio.Ella lo miró ansiosa, es
Las calles de la ciudad se volvieron un hervidero de acción para Iván. Se sumergió en los lugares más lúgubres, en busca de viejos contactos que en una ocasión avalaron su actividad delictiva.Visitó a antiguos proveedores de armas, de drogas y de otras especias, haciendo correr la imagen de la vans que Antonio le había facilitado y los datos de la empresa fantasma que había negociado con Joander.En ese submundo era posible hallar pistas de cualquier entidad o persona habituada a contrabandear en esa zona.Pero aquel no era un favor gratuito. Ofrecía una alta suma de dinero, así como un buen cargamento de comida a quien le entregara el paradero de esa gente.Iván no escatimó gastos ni esfuerzos, llegó incluso a entrevistarse con las altas jerarquías de los criminales privados de libertad, quienes, a pesar de estar tras las rejas, contaban con la posibilidad de dominar áreas territoriales donde podían vender y distribuir sus mercancías.Lo favorecía el hecho de que a muchos en esa ciu
Apagó el Camaro y se bajó del auto para dirigirse con paso decidido hacia los sujetos ubicados en la acera, quienes enseguida se pusieron de pie palmeando las armas que tenían tras las cinturillas de sus pantalones.—¡Ey, amigos! ¿Quieren ganarse un buen dinero hoy? —les dijo al estar junto a ellos. Los hombres lo miraron con curiosidad, aunque preparados para atacar si así fuese necesario.Iván sonrió con malicia. Debía reconocer que su esposa tenía razón, no podía seguir la misma estrategia de buscar a esos imbéciles. Haría que ellos lo buscaran a él.Media hora después, Iván llegaba a la última dirección que le habían facilitado. Se trataba de una vieja fábrica de telas abandonada desde hacía décadas.Altos y gruesos muros de concreto amarillento, manchado por el paso del tiempo, rodeaban el lugar. Decenas de estrechos ventanales verticales se extendían por los laterales, por encima de su cabeza, muchos de ellos sin cristales o con restos de ellos.La puerta, del tamaño del portón
Al igual que todos los depósitos abandonados que visitaba, la fábrica de telas era simplemente un gran galpón desocupado, sucio y semidestruido.Palomas, murciélagos y diversidad de animales rastreros habitaban en su interior; y las densas telas de araña parecían sostener las columnas evitando que estas se vinieran abajo.Con mucha precaución inspeccionó cada habitación. Lograron entrar por una ventana rota, sin tener que hacer aspavientos al mover la pared de chapa, pero eso lo dejaba en el área deshabitada, debía hallar la zona que los contrabandistas utilizaban para ocultar sus cargamentos ilegales.Con la pistola bien sostenida en una mano y con Elena aferrada a la otra caminó con paso lento, atento a cada ruido que se producía a su alrededor, y soportando la presencia molesta del primo, que los seguía muy de cerca y con nerviosismo.—Tal vez no estén dentro de la fábrica. Debimos revisar el estacionamiento —reprochó Joander sin dejar de observar con asco el suelo que pisaba.—¿Y
Se recostó en la pared para pensar un instante alguna estrategia. Vio a Elena parada junto a él, que lo observaba con agitación. Ella sabía que era momento de actuar.Tras su esposa se encontraba Joander, que alzó los hombros y las manos con gesto interrogativo, preguntaba qué harían.—¡Apúrense, las cosas empeoraron! —gritó alguien en el cuarto.Iván necesitaba neutralizarlos, así que apartó a Elena para pegarla contra la pared y tomó a Joander por un brazo para empujarlo hacia la habitación donde se hallaban los hombres.Este no pudo reaccionar a tiempo para detenerlo. Salió proyectado y tropezó con la mesa tumbando al suelo botellas vacías y naipes.—¡Ey! —se oyó vociferar a uno de los sujetos.Iván se ocultó con Elena esperando que los hombres abordaran a Joander.«¡Arrodíllate!», «¡¿Quién eres?!», «¡No te muevas, maldito!», fueron algunas de las órdenes que le dieron mientras apoyaban sus pistolas en la cabeza del primo.—¡Tranquilo, amigos! ¡Soy socio de Gustav! —repetía Joander
Iván se levantó y sacudió su cabeza para despejarse el aturdimiento por la explosión. Se quitó los restos de concreto que le habían caído encima y miró con preocupación el techo. Una gran fisura lo rasgaba.Si esos psicópatas lanzaban otra granada la construcción se vendría abajo y los sepultaría a todos. Debía sacar a su esposa y a sus hijos de allí, y a la veintena de chicos que ahora gritaba y lloraba a todo pulmón al tener las bocas liberadas.Tomó de nuevo su navaja y cortó las sogas de los niños que faltaban. Los empujó uno a uno para sacarlos del cuarto, pero ellos se negaban a poner un pie afuera.Estaban tan aterrados que les era imposible moverse de alrededor de Elena, quien lloraba de la misma manera sin poder evitarlo.Le indicó a ella que avanzara adelante mientras él arreaba detrás aquel puñado de ovejas para que ninguna se extraviara.En el pasillo oscuro tropezaron con el tambaleante de Joander, que caminaba con paso lento hacia el cuarto. Lo dejaron dando vueltas en s