Parte 4: Muerte de Zaira
Apoyado sobre la puerta Ibrahim esperaba, cruzando de brazos. —Arreglamos la abertura del caño, tal como tus inconvenientes, señor Falco.

—Dime ya, cuáles son tus pruebas, sobre romper ese tratado, si es ninguna déjame de hostigar con esto.

Puedes hacerte el sordo, pero jamás el ciego, cuando veas que mis palabras son reales, espero sigas reaccionando igual. —Se suelta el cabello blanco y largo, Ibrahim, diciendo. —Como quieras.

En la salida del almacén, una curiosa Daesa, fingía no haber escuchado nada.

Cuidado podrías haberte caído, sino hubiese sujetado esa silla.

Sin quitarle la mirada de encima refutó. —Lo hiciste a propósito, crees que soy tonta Ibrahim.

Debiste haber tenido un mal día, por eso ves cosas donde no las hay. —Agacho un poco su cuerpo para decirle al oído. —No te preocupes que tus secretos conmigo estarán a salvo.

—Celoso, porque no te elegí.

Procura que tu lobo llegue a casa temprano.

—Que llevas ahí, dame eso.

No es evidente, es una carta, y no es para Da
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