5

La mañana se me pasa volando, afortunadamente he estado ocupada con trabajo y eso me gusta. Me quito la chaqueta, porque ahora siento calor. Ha sido una ridiculez, la ciudad está muy fría, por supuesto tenemos calefacción en la oficina, pero yo salí muy abrigada.

La chaqueta ha tenido una mañana agitada, me la saqué al entrar, luego me la puse porque abrí un poco la ventana y así varias veces más. Se supone que esos cambios de temperatura son normales, según mi madre, pero ya me tiene aburrida.

Juan me lleva a casa, allí almorzamos y nos sentamos a ver las noticias. Me tiene abrazada, a ratos me acaricia el vientre y eso me hace sentir más amada, si eso es posible. De pronto, ve la hora en su teléfono y se levanta. Me da un beso en la frente, se gira para tomar su chaqueta y yo le sigo. Lo abrazo por la espalda y pego mi cabeza a él. Sentir sus latidos y su calor me hacen sentir tan bien.

-No llegues tarde ¿sí? – me dice acariciando mis manos -. Está haciendo mucho frío por las tardes.

-No te preocupes – lo suelto y él se gira -, iré muy abrigada y volveré pronto.

-Pásalo bien con Óscar – me da un beso tierno, pero a la vez intenso -. Dale mis saludos. Te amo.

-Yo también te amo – me vuelve a besar y se marcha -.

Me quedo allí en la sala, tengo todas mis cosas listas. Cuando llegue Óscar sólo tengo que ponerme mi chaqueta y salir con él. La hora se va pasando y, cinco minutos antes de las 5 de la tarde, me envía un mensaje para decir que está afuera.

Apago la televisión y dejo una nota para Juan en la puerta de la habitación:

“Espérame aquí, porque llegaré para que me hagas el amor”.

Seguro que eso lo anima, además crea expectación para más tarde. Recién voy saliendo y ya quiero volver. Sólo pensar qué me espera para ese momento, me hace sentir un poco excitada.

Cuando salgo, Óscar me está esperando con la puerta abierta, así que le saludo y me meto dentro. En verdad hace mucho frío. Rodea el auto, entra y se pone el cinturón.

-Muy bien, entonces ¿a la cafetería del otro día?

-Sí, se me antoja una leche caliente y un pie de limón.

-Perfecto, vamos entonces.

Conduce con cuidado, vamos escuchando un programa en la radio, bastante entretenido, y ponen buena música de vez en cuando. Con Juan aprendí a escuchar más música romántica, así que ya puedo tolerarla.

-Y dime, ¿Juan sabe de nuestra salida? – me dice sin apartar la vista del camino -.

-Por supuesto, te manda saludos.

- ¿Te causé problemas?

-Claro que no. La verdad es que es muy comprensivo. Respeta totalmente mi libertad de salir dónde, cuándo y con quién yo quiera. Sólo me pidió volver temprano, porque hace mucho frío.

-Entonces, te cuida mucho.

-Siempre ha sido igual. Cuando me casé puede que dejara que alguien más se encargara, pero la verdad es que nunca dejó de estar ahí.

-Y Rodrigo, ¿respetaba tu libertad?

-Ahora que lo pienso… pues no. Sólo salía para trabajar, no podía llegar tarde del trabajo y ni hablar de juntarme con Juan solos. Siempre salía con él, porque era celoso.

-Y Juan no lo es – me mira aprovechando el semáforo en rojo -.

-Claro que sí, pero sabe controlarse bastante bien – me encojo de hombros -. También sabe que no le permitiría una escena de celos.

-Mmm… ya veo – sonríe y avanzamos -.

Llegamos al lugar y entramos. El olor a café recién hecho me revuelve un poco el estómago. Tengo que salir otra vez a la calle y tomar aire fresco. Óscar sale y me toma del brazo, preocupado.

- ¿Estás bien?

-Sí, el olor a café me sentó mal.

-Podemos ir a otro lado, tú dime dónde.

-Pero quiero esa leche con pie de limón, además le prometí a Juan que le llevaría un trozo.

-Si quieres, podemos ir a mi casa – me rodea con sus brazos, porque hace mucho frío -. Compramos para llevar.

- ¿En serio? Me parece una buena idea.

-Entra al auto, porque hace mucho frío para ti. Yo voy por nuestro pedido.

-Por favor, no pidas café. No podría soportar ese olor.

-No te preocupes, tomaré leche igual que tú – me guiña un ojo y me da las llaves, para que active la calefacción -.

Al entrar al auto saco mi teléfono y llamo a Juan.

-Amor, ¿pasa algo?

-Iré a la casa de Óscar. No pude soportar el olor a café, ¿lo puedes creer?

-Me parece una mejor idea, estarás más cómoda, supongo.

- ¿No te molesta? – pregunto extrañada y con miedo? -.

-Mi vida, con semejante nota pegada en la puerta de nuestra habitación… es imposible sentir celos de alguien más, si es lo que te preocupa.

-Te amo – veo que Óscar viene de regreso -. Te dejo, amor. Óscar viene con nuestras cosas. Te llevo un trozo de pie, como me pediste.

-Te amo, Pequeña. Te esperaré ansioso.

Y esas palabras encierran la promesa de una noche de pasión más que de amor. Va a ser interesante.

Óscar deja nuestras cosas en el asiento de atrás y se sube, se frota las manos y me sonríe.

-Fue mejor que no entráramos. La calefacción del local se dañó, te estarías congelando.

-Pues vamos entonces, ya quiero ese pie y conversar contigo.

Me sonríe, enciende el auto y vamos camino a su casa, que resulta ser el segundo piso sobre su oficina. Como es soltero y sin familia que lo visite, más que su madre, ese espacio le basta. Entramos y enciende la calefacción de una vez, poco a poco la casa se vuelve cálida, con ganas de sentarte con un buen libro en un rincón.

Subimos al segundo piso, lo primero que hay es una pequeña sala de estar, muy cómoda con un sofá grande, no tanto como el que tenemos en casa. En el no podría dormir la siesta acurrucada con Juan. Tiene un librero, donde no hay tomos legales, sólo escritores antiguos y uno que otro moderno.

-Así que te gusta Gabriel García Márquez – le digo sin apartar la vista -.

-Sí, mi favorito es Cien años de soledad.

-Vaya… tienes muchos autores. Muy pocos modernos.

-Soy demasiado clásico.

-Pero te falta uno… no veo a Laura Esquivel. ¿No has leído Como agua para chocolate?

-No – me dice y me indica el sofá -.

-Tienes que leerlo, es bastante bueno. El realismo mágico, mezclado con recetas de comidas. Es una excelente combinación.

-Creo que podría hacerlo – me pasa mi leche caliente y mi trozo de pie -. Veo que te gusta la lectura.

-Mucho. Desde Papelucho hasta Los Juegos del Hambre.

-Ja ja ja… eso es muy variado. ¿Leíste 50 sombras de Grey?

-No – esta leche está deliciosa -. Quise comprarlo, pero Rodrigo no me dejó, dijo que no era lectura para la esposa de un ejecutivo importante – me encojo de hombros y le doy una mordida a mi pie, está más delicioso todavía -.

-Una amiga me dijo que, si lo leía, algún día podría sorprender a una mujer, porque todas se mueren por un tipo así – bebe de su vaso y me mira fijamente -. Me serviría otra opinión.

¿Lo leíste? – levanto una ceja -.

-La mitad del primer libro – niega con la cabeza divertido -. No creí que las mujeres quieran eso.

-Has despertado mi curiosidad, tal vez ahora lo haga.

-Mmm… - sé que quiere decirme algo más, pero no sé qué es -. Sobre tu relación, ¿eres feliz?

-Más de lo que merezco, supongo.

- ¿Por qué dices eso?

-Porque me da miedo – lo reconozco, sé que puedo confiar en él -. Después de tanto tiempo junto a un hombre que lo había dado todo por mí y que ahora estemos juntos. Tener alguien que se preocupe de mí las 24 horas, desde que me salí de casa de mi mamá que no me sentía tan amada.

-Créeme, mereces ser amada – se aclara la garganta, seguro aquí viene la razón de tanta urgencia en hablar conmigo -. Cuando nos conocimos, me dijiste que llevabas mucho tiempo sin intimidad – no me espero eso, así que le pongo toda mi cara de sorprendida -. Esto va por el plano legal.

-Ok, es que no sé qué tiene eso de importancia para ti.

-Un poco mucho, la verdad – suspira y lo suelta -. Rodrigo quiere una prueba de ADN, porque dice que el bebé que esperas podría ser suyo.

Me pongo de pie tan repentinamente que Óscar se echa hacia atrás. No puedo creer lo que quiere hacer ese idiota. No puedo creer que Óscar le dé crédito a esa estupidez.

- ¡¿Es en serio?! – lo miro muy molesta, siento que algo se me sube -.

-No te molestes. Es una pregunta que tenía que hacer, aunque supiera que no es así.

-El que la hagas me hace sentir basura.

-Siéntate. Veremos cómo sacar esa petición de todo esto. Más aún porque es muy riesgosa para el bebé.

- ¿Te preocupa mi hijo? – ese comentario me sorprende -.

-Por supuesto. Deberías saber que todo lo que está relacionado contigo me interesa – mira hacia su pastel -. Te considero una mujer fuerte y una buena amiga.

-Nunca vuelvas a cuestionar lo que te digo, ni como amigo ni como abogado. Odio las mentiras.

-Muy bien, lo tendré en mente – me mira avergonzado -.

Me siento y le doy un abrazo. Y por extraño que me parezca, sigo sintiendo esa electricidad, pero esta vez me hago la desentendida. Así que lo abrazo un poco más para que no se note mi incomodidad. Me separo de él y le sonrío. Vuelvo con mi pie de limón y comenzamos a hablar de muchas cosas.

La hora se pasa sin darnos cuenta. Cuando veo el reloj, ya casi son las ocho. Óscar me dice que ya es hora de llevarme a casa. Veo mi teléfono y tengo un mensaje de Juan:

Te estoy esperando, mi amor. No tardes.

Y eso enciende algo en mi interior, ya quiero llegar a casa, le envío un mensaje diciendo que ya voy de regreso. En el camino a casa, Óscar guarda silencio, se ve serio, incluso triste. Al llegar, por fin, me toma del brazo antes de que me baje. Lo miro y me sonríe melancólico.

-Danna… sé que no quiere mentiras de nadie.

-Menos de ti. Te considero un buen amigo, dime siempre la verdad.

-Pues, te quiero decir… aunque no te vea otra vez – traga saliva, cierra los ojos, respira y cuando los abre, se ve decidido -. Te amo, no he dejado de amarte. Me duele que estés con otro, pero lo respeto. Prefiero estar cerca de ti que apartarme.

Y otra vez se me repite la historia, nada más que Óscar no esperó tantos años. Me quedo en silencio, sólo atino a bajarme del auto, vuelve a sujetarme y le miro:

-Por cierto, el embarazo te hace ver más hermosa. No sabía que eso fuera posible… te deseo lo mejor con él.

Cierro la puerta y entro como zombi. No sé qué pensar de todo esto, su confesión no me la esperaba. No quiero que esto me afecte, porque al menos no creo que intente nada para separarme o conquistarme. Se oía sincero al decir que le gusta verme feliz con otro.

Entro a la casa y todo está oscuro, sólo unas pocas velas iluminan el camino a la habitación. Dejo el postre que traje para Juan en la cocina y me siento allí, pensando cómo puedo tener deseos de hacer algo con mi hombre, si otro se me acaba de declarar.

En medio de mi reflexión, siento unos pasos. Ay, no… ¿le digo la verdad a Juan?

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