El timbre del apartaestudio que Noemí rentó en New York sonó, ella sonrió y antes de abrir se miró al espejo y arregló su cabello. —Hola —esbozó una amplia sonrisa, saludando a Rubén. —Buenas noches —respondió él, le devolvió el gesto, ingresó a la estancia con las bolsas de comida china en ambas manos—, te quedó muy bonito —mencionó, y observó a su alrededor. En la planta baja estaba la pequeña isla de la cocina, un sofá largo en el pasillo, sobre el cual se erguía la escalera que daba a la planta alta en donde estaba la cama, un ropero, y dos mesas de noche. —No necesito más —contestó ella con sencillez. Los golpes de la vida le habían hecho comprender lo equivocada que estaba, ahora estaba retomando el rumbo de su vida. —Me da gusto —respondió él, inhaló profundo, la miró a los ojos. —¿Has hablado con Myriam? —indagó. Para Noemí escuchar aquella pregunta fue como una estocada, sin que Rubén se propusiera, había despertado en ella sentimientos, que prefería mantenerlos o
—¿Qué piensa hacer abogado? —indagó el agente Méndez—, yo ya no puedo seguirle dando largas al señor Lennox, él me dio un plazo y no lo he cumplido. Connor inhaló profundo. —Invéntate que tuviste un accidente, que estás imposibilitado de hacer tu trabajo, pero que has recabado información, necesito preparar el terreno, la noticia será devastadora, para todos, más cuando sepan que Myriam es hija de este hombre —comentó con aflicción. El agente Méndez elevó ambas cejas. —Es una situación lamentable, usted me informa cuando debo entregarle el informe al señor Lennox —solicitó. —Gracias por entender —dijo Connor, pensativo. **** —¿Por qué motivo a mí nadie me consulta de las decisiones que se toman en esta empresa? —rugió Isis interrumpiendo en la oficina de Gerald. Él apretó los dientes, la ignoró. —Te estoy hablando —gritó Isis y lanzó el cubo de lápices sobre el escritorio de Gerald. Gerald se puso de pie de un solo golpe, apretó la mandíbula. —No tengo por qué hac
Gerald sostenía la mano de su esposa, mientras Elsa la examinaba. La doctora frunció los labios. —¿Sucede algo malo? —indagó con el semblante lleno de preocupación él. —Habla por favor —suplicó Myriam, quién había recobrado el conocimiento minutos antes. La ginecóloga se aclaró la garganta. —Myriam, te alteraste demasiado, y eso en tu estado no es bueno —recomendó Elsa—, llegaste con la tensión muy baja, además tu embarazo es de cuidado —informó. —Seguiremos al pie de la letra tus recomendaciones —dijo Gerald, y presionó la mano de su mujer. —Vamos a revisarte, y conocer cuánto tiempo llevas de embarazo —expuso. Gerald deglutió la saliva con dificultad, sintió un corrientazo recorrerle las venas, era la primera vez que iba a ver a su bebé en el vientre de su mujer, todo aquello que se perdió con Tony, debido a las circunstancias que lo engendraron. Elsa introdujo el transductor en el interior de Myriam, mientras su mirada se mantenía fija en el monitor. Tanto Gerald com
Kevin llegó a Peoria en horas de la mañana, y luego de encargarse de lo que le había encomendado Gerald, se dirigió a la casa de Silvia Neira. Tocó a la puerta, pero nadie salió. Entonces unos vecinos al ver al elegante hombre le informaron que la mujer acostumbraba a llegar en las mañanas. Kevin ladeó los labios, y siguió esperando. Un par de minutos después notó que la madre de Myriam apareció, se tambaleaba un poco. —¡Es ella! —exclamó y avisó a los hombres que la acompañaban. De inmediato los caballeros vestidos de blanco interceptaron a Silvia, la tomaron por ambos brazos. —¡Qué está pasando! ¡Suélteme! —gritó a viva voz. —¡Auxilio, me secuestran! Varios vecinos salieron alarmados. —No es un secuestro —dijo Kevin—. Señora Silvia, la vamos a llevar a una clínica de rehabilitación —informó. —¡No! —replicó—, yo no quiero eso, no me pueden llevar en contra de mi voluntad —balbuceó. Kevin se aproximó. —Su yerno está dispuesto a pagar la clínica de rehabilitación, y
Myriam frunció los labios, hizo un puchero, tomó su bolso y abrigo, antes de salir con su esposo, ambos se acercaron a la habitación de Tony, el pequeño estaba dormido, y Anne se iba a quedar a cargo. —Cualquier cosa nos llamas —advirtió Myriam. —No te preocupes, queda en buenas manos —respondió Anne. Gerald acarició la cabeza de su hijo. —Estaremos pendiente de cualquier cosa —le dijo a su ama de llaves. Ella asintió y enseguida la pareja salió de la casa, el chofer les abrió la puerta del Range Rover y de inmediato salió de la mansión, recorriendo varias avenidas, los condujo a la pista privada de la familia. Myriam se sorprendió, observó a Gerald y luego el aeropuerto. —¿A dónde vamos? —indagó. Él ladeó los labios. —A París, cenaremos frente a la torre Eiffel —comunicó. Myriam abrió los labios, sin poder creerlo. —¿Francia? ¿Cena? —Se llevó la mano a la boca—, nunca he estado ahí. ¿Te volviste loco? —indagó. Gerald ladeó los labios, le acarició la mejilla.
—¡Maldición! —gruñó y cuando se disponía a ir hacia las escaleras, sintió como las manos de esa mujer la tomaron del cabello. —¿A dónde crees que vas? —cuestionó. Myriam sintió su corazón palpitar, reconoció esa voz era: Bianca. —¡Suéltame! —gritó Myriam. —¡Auxilio! —exclamó con voz fuerte. Bianca carcajeó. —Querida, solo estamos tú y yo, y tenemos que arreglar cuentas —mencionó. —No tengo nada que hablar contigo. Myriam con su codo golpeó el abdomen de Bianca, y salió corriendo hacia las escaleras de emergencia, con sus manos temblorosas, buscó su móvil, marcó a su escolta, sin embargo, retrocedió al ver a un corpulento hombre que no la dejó seguir, de la impresión soltó el teléfono. —No dejes que se vaya —gritó casi sin aliento Bianca. Myriam tembló, miró al sujeto, y se estremeció. —No me hagas daño, yo tengo más dinero, te pago el doble si me ayudas —suplicó con voz temblorosa—. Mi marido es muy poderoso… No avanzó a concluir cuando Bianca volvió a tomarla del ca
Casi dos horas después Gerald empezó a recobrar el conocimiento, al abrir sus ojos lo primero que hizo fue preguntar por su mujer, aunque no recordaba lo sucedido en el hotel. —Tranquilo —le dijo una enfermera, al verlo tan alterado—, cálmese, vamos a avisar a sus familiares. Enseguida la chica salió y avisó a Helena que Gerald había despertado. Ella de inmediato se puso de pies, miró a Connor con angustia, pues no sabía cómo decirle lo de Myriam. La mujer inhaló profundo, y se armó de valor, apoyada en el brazo de su abogado, entró a la habitación. —¡Hijo! —exclamó con la voz entrecortada, se aproximó a él y lo abrazó. —¿Cómo te sientes? —cuestionó. Gerald recibió con agrado el gesto de cariño de su madre. —Me siento algo confundido, mareado, tengo mucha sed, ¿en dónde está Myriam? —indagó con angustia. —¿Por qué no está con ustedes? —investigó. Helena deglutió la saliva con dificultad. Le acarició la mejilla. —Fueron víctimas de un atentado —comentó carraspeando—, te
—Tienes orden de captura —masculló Raymond, leyendo con su mirada oscurecida la nota de la prensa. —¡Hiciste las cosas a tu manera! —gruñó, negando con la cabeza. Bianca rodó los ojos, encogió los hombros. —Eres un mal agradecido, queríamos causarles dolor, y lo hicimos. —Ladeó los labios—, aunque hubiera deseado que ella también muriera —masculló—, pero ya habrá otra oportunidad. La mirada de Raymond se enfocó en la desquiciada mujer. —¡No puedes salir! —gritó. —¿No te das cuenta? —vociferó. Bianca carcajeó. —Hay maneras de salir sin que me reconozcan, pero no soy tan idiota, esperaré un tiempo, y volveremos a atacar —expresó irguiendo la barbilla—. Gerald pagará caro el haberse fijado en esa simple mujer —espetó cerrando con fuerza sus puños. ****Varias hojas secas volaban con el viento otoñal, Myriam recostada en un camastro en la terraza observaba con la mirada llena de melancolía aquel paisaje. Su pecho aún dolía, la sensación de vacío no se disipaba, por más que intenta