Buscó alguna señal que negara lo que su cuerpo parecía contarle, pero el vacío era aterrador. El zumbido en su cabeza ahora era un grito, uno que lo instaba a encontrar respuestas. No solo por él, sino por Anastasia, quien confiaba en él más de lo que nadie jamás lo había hecho.¿Cómo podría mirarla a los ojos después de esto? Su corazón se aceleraba, el pánico se adueñaba de él, transformando su confusión.Comenzó a buscar su ropa desesperadamente, revolviendo el dormitorio como un tornado. Gisal observaba, su actuación de dolor desplazada por un destello de triunfo en sus ojos. Ella sabía que jugaba con fuego, más sin embargo no le importaba dañar un matrimonio o que víctima fuera el príncipe, era más el resentimiento y el rechazo que sentía, que cualquier otra cosa.—¡Dime qué pasó, Gisal! —exigió Rhys esta vez con tono más alta y con un fuego nuevo en los ojos. La urgencia en su voz llenaba el espacio, cada palabra cargada de un peso que Gisal no esperaba.—Oh, mi querido príncipe
Sintió cómo el aire se comprimía en su pecho, una mezcla de incredulidad y asombro se apoderaba de él. La grabación se detuvo abruptamente, pero eso era suficiente para sumirlo en un torbellino de dudas y autodesprecio.No podía entender cómo su voz, claramente intoxicada y confundida, se había comprometido en algo tan traicionero. No era él, no en su mente clara y lúcida. Algo debía haber alterado su percepción esa noche.—No es posible... esto... esto tiene que ser un engaño —balbuceó, buscando desesperadamente una explicación lógica a la irracionalidad de la situación.Gisal lo miró fijamente, un brillo de satisfacción en sus ojos. Se cruzó de brazos, la sombra de una sonrisa jugando en sus labios.—Dime, Rhys, ¿realmente crees que alguien podría fabricar algo así? Es tu voz, tus palabras, tu deseo. Acepta que fuiste débil, que me deseabas tanto o más que yo a ti.—Eso no es verdad —Rhys se aferró a su convicción, su voz se endureció a pesar de la incertidumbre que lo carcomía—. Es
El príncipe sintió un remordimiento momentáneo, dándose cuenta de la profundidad del dolor que Gisal sentía. A pesar de sus acciones, ella estaba herida y actuaba desde un lugar de amor retorcido y rechazo. —No quiero herirte, Gisal, pero no puedo permitir que uses esta grabación para manipularme. Y no, Anastasia no es mi títere, es mi esposa, la mujer que elegí para que sea mi reina. Lo aceptes o no, ella será quien permanezca a mi lado por el resto de mi vida, porque es la mujer que amo. Él expresó con seguridad y firmeza, aunque por dentro temía que sus palabras pudieran encender aún más la ira de Gisal hacia Anastasia. Quería protegerla de este conflicto, consciente de lo impredecible que podía ser una mujer herida. —¡Tú no la amas! ¡Eres a mí a quien amas! ¡Acéptalo, Rhys! ¡Deja de engañarte y de engañarme! —El grito de Gisal resonó con tal intensidad que Rhys no dudó que otros en el palacio pudieran haberlo escuchado. La mirada de Gisal se volvía cada vez más desenfocada
El silencio en la habitación era ensordecedor, cargado de tensión y expectativas. Rhys sabía que cualquier cosa que dijera podía empeorar la situación, pero quedarse callado no era una opción. Tenía que encontrar una manera de explicar los hechos sin parecer culpable de algo que no había hecho.—No es lo que piensas —empezó Rhys, tratando de mantener la calma—. Gisal y yo tuvimos una conversación intensa, sí, pero nunca crucé ninguna línea. Ella está… confundida y lastimada, pero no paso nada entre nosotros.Esas palabras eran más para él, quería grabárselo. Gisal, aún envuelta en su toalla, observaba con una mirada de enojo. Comenzó a llorar, soltando lágrimas tras lágrimas como diluvio, pero no dijo nada, solo quería que su hermano actuara en su defensa, así que todo era un teatro. Jeston la miró brevemente, y su entrecejo se marcó más definido, su enojo se volvió más palpable.—¿Confundida? —repitió Jeston con incredulidad—. ¿Y cómo me explicas el estado en que se encuentra ahora G
Gisal vaciló un instante. Jeston, sin embargo, mantuvo su posición, aunque era evidente que la mención de pruebas tangibles había sembrado una duda en su mente, pues tenían miedo de que Rhys cumpliera su amenaza y quedara como una loca mentirosa.—Ahora si recuerdas a tu esposa —soltó una risa amarga Gisal. —Cuando estuviste conmigo, ni pensaste en ella, solo éramos tú y yo.—¡Suficiente! —grito el príncipe, tomándose el pelo con ambas manos y dando pasos cortos en círculos en su espacio. Volvió su mirada a su prima. —Deja de mentir, tú y yo no tuvimos nada, díselo a tu hermano —señaló furioso.El príncipe se detuvo abruptamente, respirando con dificultad mientras la ira lo consumía. Su mirada atravesaba a Gisal, quien mantenía su expresión de falsa vulnerabilidad. Jeston observaba la escena con una mezcla de triunfo y cautela, consciente de que su plan podría desmoronarse en cualquier momento si Rhys lograba presentar pruebas contundentes.—Rhys, por favor —dijo Gisal, con un tono qu
Rhys se marchó sin decir una palabra más. Su figura se desvaneció en el pasillo, dejando tras de sí una estela de tensión y promesas no cumplidas. Gisal y Jeston permanecieron en la habitación, contemplando el desastre que habían creado y sintiendo la urgencia de idear un nuevo plan.—No podemos dejar esto así —dijo Gisal, su voz temblorosa—. Nos estamos quedando sin opciones, Jeston. Si Rhys consigue esas pruebas, estamos perdidos.Jeston y Gisal habían urdido un plan tan bien ejecutado que cualquier defensa parecería una excusa débil. Sin embargo, aun así sentían que su plan por el que habían trabajado durante un tiempo, peligrara y todo terminará acabado para los hermanos.—Si tú no quieres hacerte un estudio, él no puede obligarte —respondió Jeston, frunciendo el ceño mientras se paseaba de un lado a otro—. Pero sí necesitamos algo más contundente. Algo que lo deje sin ninguna posibilidad de defenderse. Tenemos que ser más astutos.Gisal se mordió el labio, pensando rápidamente. L
En la habitación del PríncipeRhys estaba sentado en la pequeña sala de su habitación, tamborileando con los dedos en su pierna mientras esperaba al médico. Su mente no dejaba de correr, buscando una solución a la encrucijada en la que se encontraba. Finalmente, el médico entró, una figura alta y delgada con una expresión de preocupación.—¿Me mandó llamar, mi príncipe? —preguntó el médico.—Sí, necesito que hagas un examen médico a la princesa Gisal —dijo Rhys, su voz firme—. Necesitamos pruebas concluyentes sobre ciertas acusaciones.El médico asintió, entendiendo la gravedad de la situación.—Haré lo que me pida, mi príncipe, solo dígame que tipo de examen será y cuando desea que proceda.—Inmediatamente —respondió Rhys—. Esto no puede esperar. Pero lo más importante, te pediré absoluta discreción. Esto no puede salir de estas paredes, ¿entendido?El médico asintió y antes de salir de allí, el príncipe le informo sobre el examen que le tendrá que realizar a la princesa. Rhys sabía
Rhys observó en silencio cómo el consejo se retiraba lentamente de la habitación, dejando tras de sí una atmósfera cargada de tensión y traición. No había esperado esta sorpresiva declaración ni que la guardia en la que había depositado su confianza estuviera detrás de semejante acusación.Cuando los consejeros salieron, su mirada se dirigió a Gisal, quien permanecía en silencio, fingiendo compasión con una expresión de serena satisfacción. Rhys sabía que aquello era una fachada; Gisal estaba disfrutando la escena, deleitándose en su tormento.Aquella noche fue larga y amarga para Rhys. En la soledad de su habitación, sus pensamientos revoloteaban entre el dolor y la frustración. Había actuado precipitadamente al acercarse a Gisal en busca de respuestas, y ahora esa decisión le estaba costando caro. Sabía que no podía permitir que Anastasia pagara las consecuencias de este embrollo, pero, ¿cómo podría protegerla cuando todos parecían estar en su contra?Al amanecer, la noticia recorr