Si Alejandro no estuviera enfermo, su temperamento y el de Elisa serían compatibles.

Pero su enfermedad no era fácil de curar, y también dependía del destino.

Elisa y Alejandro no eran pareja destinada.

Nadie sería feliz si se les obligaba a casarse.

Audrey no quería que su hija se casara lejos, pero esperaba que fuera feliz.

No quería que su hija no tuviera una vida matrimonial completa.

—Señor, señora, el señor Alejandro está aquí.

Anunció el sirviente a Audrey y su esposo.

Audrey nunca había estado tan ansiosa por ver a Alejandro como en ese momento y dijo: —Por favor, invítalo a pasar rápidamente.

Pronto, Alejandro entró.

Tan pronto como entró, Elisa también llegó con Remy.

—Papá, mamá, ¿qué estáis haciendo?

Preguntó Alejandro, al notar los regalos en la mesa de café, su rostro se ensombreció.

—Alejandro, tú mocoso, obviamente estás enamorado de alguien, pero no nos lo dijiste, lo que hizo que tu madre y yo nos preocupáramos todo el día por cómo salvarte.

Regañó Rafael a su hijo.

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