Capítulo 2

Justo en el momento en que se inclinaba para escuchar con disimulo, por el pasillo de la derecha apareció un hombre alto, vestido con un elegante traje a medida gris. Llevaba corbata azul rey y camisa blanca, sin embargo, su ropa no era lo que llamaba la atención, sino esos profundos ojos verdosos y su cabello negro azabache tan prolijamente arreglado hacia atrás.

El hombre demostraba ser el dueño de ese piso, o quizás en todo el edificio. Conocía el suelo que pisaba y como cualquiera que interfiriera en su camino se movería para dejar que siguiera su rumbo sin interrupciones. Fue tan el estremecimiento, que inmediatamente se escondió tras la silueta de la señora Marta, quien observaba precavidamente del hombre frente a ellas.

Para su sorpresa, tras ese sujeto intimidante, apareció el hombre moreno que subió con ellas en el ascensor. Rígido, con las manos detrás de la espalda, los pies levemente separados y ahora llevaba unos lentes oscuros, aun cuando no eran necesarias dentro del espacio. Se estremeció cuando sintió la mirada fría y penetrante, a pesar de no ir dirigida a ella, sino a quien estaba delante.

Podía distinguir fuego en ellos, algo le molestaba y necesitaba desquitarse con quien se interpusiera en su camino, solo se detuvo en el puesto vacío junto a la chica tras la recepción y nuevamente en la mujer que seguía como si nada frente a él.

—¿Ya se fue?

—preguntó el hombre. Una voz profunda y fuerte, demandante.

—Al parecer sí…

—Necesito otra en cinco minutos, has algo, Karla

—interrumpió sin siquiera fijarse en la presencia de Sofia. La mujer suspiró corriéndose y dejándola enfrente.

—Bien, parece que tienes suerte. Te presento a Sofia…

—la mujer le miró con la intención de que terminara la frase al olvidar el resto.

—Montenegro

—susurró la chica mirándola con mucha timidez.

Sentía una necesidad de admirar al hombre firme enfrente, a la vez sentía miedo de que pudiera destruirla con solo una expresión de su rostro. Parecía ser de esos millonarios que derribaban todo a su paso sin importar cuantas cabezas rodaran y ella podía ser una de esas.

Su cuerpo comenzaba a traicionarla, temblaba como si se tratara de una película de terror. Sabía que la escaneaba, examinando cada centímetro de su presencia, si bien debía mirarlo demostrando confianza, le era imposible.

Lo escuchó carraspear, soltó todo el aire antes de levantar y contemplar esos ojos castaños querellantes. El hombre sacudió la cabeza con resignación mientras murmuraba algo por lo bajo, de seguro no le gustaba su cabello castaño. Se volvió hacia la secretaria.

—En una hora la quiero con el uniforme y presentable… Ya veremos si puede pasar la tarde. Sin más se giró volviendo por donde había aparecido perdiéndose por una de las puertas que escucharon golpearse con dureza.

Todos en el vestíbulo quedaron en silencio, la señora Marta la ojeó de arriba abajo, luego compartió un vistazo con la chica que ya tomaba su cartera y permanecía detenida junto a ella.

La mujer miró al hombre de tez morena que seguía en la recepción, éste asintió. Se volvió hacia las chicas, regalándole una sonrisa a Sofia.

—Al parecer es tu día de suerte, demuestra que mereces este puesto.

—Se fijó en su secretaria

—. Ya escuchaste, Rebeca, tienes una hora para cambiarla y enseñarle el funcionamiento de Joyerias Gottier. Éxito.

—Gracias

—contestó la secretaria sonriendo con amabilidad; miró a chica asustada—, de prisa, no tenemos mucho tiempo y hay bastante por hacer.

—¿Puedes llevarlas, Camila?

—preguntó Karla, antes de adentrarse en el pasillo del lado izquierdo—, estoy segura que el señor Gottier no necesitará de tus servicios por un rato, lo mantendré ocupado.

—Claro, señora. Rebeca la tomó del brazo, guiándola de vuelta al ascensor seguidas por el hombre fornido.

Rebeca se esmeró en hallar algo rápido y perfecto para un día de trabajo, solo necesitaban encontrar algo formal en tonos negro y blanco, colores que dictaban las normas de la empresa.

Mientras tanto le informaba cada cosa importante que tuviese que tener presente al momento de enfrentarse al puesto que llevaría a prueba. El puesto al cual postulaba no era cualquiera, se trataba de ser la asistente del presidente y dueño del imperio de Joyerias Gottier, es decir, ser tan o más rápida que el hombre en cuestión.

Muchas intentaron ocupar ese puesto y pocas duraban más de una semana, tanto si se retiraban por inoperantes o por el hecho de no soportar al señor Gottier.

El récord fue una chica que duró cuarenta y cinco días. Sofia escuchaba atenta a cada instrucción, a veces se perdía debido al acento de Rebeca, de seguro inglés por la marcación en algunas palabras, o también cuando debía entrar al probador y perdía el volumen de su voz. Eso sí, siempre volvía al corriente intentando memorizar cada cosa que la chica creyera importante para sobrevivir una tarde con el temible magnate de Barquisimeto, como lo había denominado su compañera en unas cuantas ocasiones.

Tampoco perdía de vista a Camila, quien las acompañaba silenciosamente como un perro guardián para todas partes. No dejaba de preguntarse cuál era su función dentro de la empresa, hasta que Rebeca la descubrió mirándolo y le informó que el moreno era el guardaespaldas privado del señor Gottier, se encargaba de asuntos confidenciales.

Era de sorpresa que dejara su puesto para seguirlas. Finalmente, la trabajadora de Joyerias Gottier se decidió por un vestido negro entallado que le llegaba a la rodilla y una blusa de manga corta de encaje de color blanco.

Le dijo que se lo llevara puesto y que los gastos corrían por la empresa; si se quedaba, se descontaría de su primer sueldo y en el caso contrario, sería un lindo recuerdo por su estadía.

Sofia a cada momento estaba más nerviosa recordando que se trataba de su última oportunidad que tenia, la cual no podía desperdiciar en nibgun momento, ni intimidarse ante un hombre que parecía ser el lucifer en la tierra.

Tampoco se sentía cómoda con su nuevo atuendo, jamás llevaba una prenda tan ajustada a su cuerpo pues la havia setir insegura, nunca le gustó destacarse, no obstante, según Rebeca era la ropa perfecta para llamar la atención del señor Gottier. Una buena presencia y eficiencia eran signo de aprobación.

Cuando volvieron al último piso del imperio de entretenciones, fueron directamente tras el mostrador mientras Camila asentía en silencio y seguía por el pasillo derecho sin decir una palabra, como fue el viaje de compras.

Rebeca le mostró donde guardar sus cosas, le preguntó si sabía usar una computadora a lo que Sofia asintió con rapidez haciendo que la cabeza le diera vueltas.

Su compañera le enseñó cómo utilizar algunos programas y las cosas necesarias para manejar la agenda del jefe.

—Espero tengas memoria, la necesitarás mucho.

—Es una de mis fortalezas

—murmuró la chica mirando cada aparato frente suyo.

La secretaria se mostraba sorprendida cuando contestó que este sería su primer trabajo en la ciudad. Podía percibir en sus ojos que tenía miles de preguntas, por lo que, evitando la mirada, agradeció que no las hiciera y solo las mantuviese en su mente.

Ambas se sobresaltaron cuando el interfono sonó. Rebeca fue la primera en reaccionar al percatarse de la llamada interna directa desde el despacho del señor Gottier.

Después de solo dos monosílabos volvió a colgar, tomando de la mesa un block de notas y un lápiz, entregándoselas a la chica y guiándola por el pasillo de la izquierada, entendiendo que todavía no sabría manejar un sistema más moderno.

Se detuvieron frente a una puerta color grafito y amplia con una manija de acero inoxidable. Rebeca la vio de pies a cabeza. Arregló su cabello castaño, el cual destacaba entre los colores neutros que vestía, procuró que el tocado en el pelo siguiera en su lugar, calmando los rizos sin definir.

Le regaló una sonrisa antes de explicarle cuales eran las reglas para poder llevar el temperamento del señor Gottier: Hablar lo justo y necesario, solo cuando él lo indique. Recordar o anotar cada pedido.

Hacer y tener cada uno de ellos como y a la hora que designó. Si podía con esos tres puntos sobrevivía al resto del día, y así poder respirar a un segundo mas. Sofia tragó en seco para luego tocar la puerta antes de entrar. La oficina era más grande de lo que podía imaginar, como todo en el edificio.

El gris predominaba en la habitación: paredes, muebles, alfombra, sin embargo, no importaba el color, todo parecía ser exclusivo y hecho a medida para el señor sentado frente a un escritorio de granito negro con dorado.

Sin hablar cerró la puerta logrando hacer el menor ruido posible. Se sobresaltó cuando se percató de la presencia de Camila, de pie a un costado de la sala. Éste asintió, comentó algo con elegancia hacia el señor Gottier, quien solo imitó el gesto sin despegar la vista de la computadora.

Se fijó que a un lado había dos puertas pintadas de la misma tonalidad que las paredes; se preguntó que podría haber de tras de ellas. Frente a ella una salita con tres sillones negros modernos rodeando una mesa blanca del mismo material que el escritorio.

Bajo esta, una alfombra de una tonalidad más clara de gris y otra textura. Dos sectores llenos de estantes que albergaban muchos libros y otros implementos que debía utilizar el presidente o solo de decoracion.

Dos paredes tenían grandes ventanales que daban vista a gran parte de la ciudad, dos sillas frente al escritorio que ahora permanecían vacías y el gran sillón donde estaba sentado el hombre ahora mirándola fijamente sin quitarle la mirada. Se sonrojó disculpándose en un murmullo, acercándose rápidamente hasta quedar enfrente con la tablet sus manos.

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