(Brad Allen)
Ella salió de mi despacho y yo me quedé allí, como un pasmarote, sin saber qué hacer. ¿Qué coño acababa de pasar? ¿Y por qué me moría por detenerla?
La puerta se abrió de nuevo y Dana apareció en ella, lujuriosa, con esa sonrisa que me volvía loco. Sonreí, olvidándome de la maldita Christine Winston. Le hice una señal para que se acercase y luego señalé hacia la mesa. Me obedeció en seguida, se bajó las medias, las bragas de lencería fina y se subió la falda, antes de postrarse ante mí, mostrándome su perfecto trasero. Aquello me puso como una moto, justo como siempre.
Me abrí la cremallera, y saqué a escena mi duro miembro, me coloqué un condón de los que guardaba en el cofre que hab&ia
(Christine Winston)Debía haberme vuelto loca cómo para haber accedido a acostarme con él. Pero allí estábamos, lanzándonos miradas fugaces, en aquella fiesta improvisada que Sarah propuso, deseando volver a acostarnos. Eso era un error, uno grande, porque él no era el típico tío al que estaba acostumbrada, y sabía que aquello sólo era sexo.Bebí más de la cuenta, intentando matar esas sensaciones que él había despertado dentro de mí. No podía pillarme de un tío así, no cuando sabía que él era un mujeriego, no iba a quedarse conmigo, pero … joder… estaba tan bueno, y se sentía tan bien cuando estaba con él.Ni siquiera me negué a las locuras de Sarah, y terminamos en el club de su t&iac
(Seven White)Estaba feliz, inmensamente feliz, sabía que Ana iba a hablar con ese idiota esa noche, que iba a dejarle claro que lo de ellos había terminado, que aún estaba enamorada de mí. Quizás ese era el empujón definitivo que nuestra relación necesitaba.Dejé el café a la mitad sobre la mesa y leí el periódico en la Tablet, estaba más que interesado en los nuevos libros que la real academia había sacado, justo cuando una notificación apareció en la aplicación de mensajes que tenía conectada con el móvil.Miré hacia ella, despreocupado, estaban hablando por un grupo que llevaba muerto desde hacía años. Era el grupo que usamos una vez para una fiesta de fin de año en un club de tenis. En él estábamos Brad y yo, además de un mont&
(Christine Winston)Mi mente intentó buscar una salida para lo que había pasado, quizás sólo era un malentendido, quizás sus palabras de tener algo más conmigo habían sido ciertas, pero … no tener noticias de él en toda esa semana, hicieron que me diese cuenta de la verdad. Brad sólo me había usado para un par de polvos, justo como usaba a sus secretarias o a esa tal Nicky.Mis defensas estaban demasiado bajas, así que ni siquiera forcejeé esa mañana con los guardaespaldas de mi madre, no me negué a entrar en la limusina, dejé que recogiesen todas las cosas de mi casa y las metiesen en maletas, que hiciesen un trato con mi casero, incluso que me llevasen de vuelta a casa.Ya no me quedaba nada para seguir luchando, estaba cansada de intentar defenderme en aquel mundo cruel, de poner
(Seven White)La llamada de Brad me pareció de lo más absurda esa mañana, mi mejor amigo preocupado por mi ex prometida, eso era del todo improbable, pero allí estaba, pensando en la conversación que acababa de tener con Don Orgulloso.La entrada de mi preciosa Ana al despacho de casa, con las piernas al descubierto, vistiendo sólo una de mis camisas blancas, llamó mi atención. Sonreí, como un idiota, aún me parecía un cuento de hadas tenerla allí, a mi lado, a la mujer más hermosa que había visto jamás, y era toda mía.Se sentó sobre mí, impidiéndome volver a fijarme en el ordenador, en el trabajo, y me besó apasionadamente, aferrándose a mi cuello.– Deberíamos dejar de escondernos, Seven – me dijo al fin, lucía algo alica
(Christine Winston)Cuando volví a salir de casa habían pasado dos meses, era una persona distinta, mis sueños y aspiraciones se habían marchado, siendo usurpados por el miedo, ese que jamás se marcharía en años. Fingir ser una chica estirada era mi única salida para no volver a ser golpeada por mi madre, estar a la altura de lo que se esperaba de mí.Volví a teñirme de morena y fingí que ser rectora de la universidad era lo que quería en esa vida, volví a asistir a reuniones que no me interesaban y a citas que mi madre amañaba para encontrar un nuevo inversor en la universidad.Como aquel día en Colorado, vestida como una mojigata, para evitar que los demás pudiesen apreciar los moretones que adornaban mi cuerpo, fingiendo que era una mujer fuerte como Selena, y sonriendo como si fuese se
(Christine Winston)Odiaba ese tipo de fiestas, pero eran por una buena causa, estaría allí en representación de la universidad, dispuesta a donar una gran cantidad para esos niños desamparados, así que lucía mis mejores galas, los hematomas casi se habían curado, así que tuve que usar maquillaje para evitar que se me notasen.La subasta empezaría en unos minutos, y todos los invitados nos relacionábamos unos con otros, incluso Seven estaba allí, junto a esa preciosa chica que había elegido. Me saludó, con una gran sonrisa, presentándomela, ella era agradable, incluso más de lo que pensé que sería.– ¿Viste a Brad en Colorado? – quiso saber. Asentí, sin dar mucha importancia, mientras él ladeaba la cabeza para mirar hacia
(Christine Winston)Aún me rehusaba a abrir los ojos, no quería despertar de ese perfecto sueño, más sabiendo que debía dejarlo pronto. No podía aceptar todas esas promesas que él estaba dispuesto a hacerme, no cuando sabía que sólo lo hacía por el sexo, él no era el hombre que yo necesitaba y yo nunca podría ser una de esas mujeres a las que él estaba acostumbrado.Sólo era una parada en boxes antes de continuar la carrera, nada más. Pero se sintió tan bien escuchar cada una de esas palabras, hacer creer a los demás que yo era tan válida como cualquier otra persona, que un hombre podría apostar por mí por una vez.Sonreí al pensar en ello, sin querer despertar del todo aún.Pensé en mamá, en las muchas amenazas a las que me sometía cad
(Anastasia Clark) Mi vida había cambiado mucho en el último año, emprendedora, dueña de una academia de baile muy conocida en la ciudad, a punto de casarme con el hombre de mis sueños, Seven White, el antiguo rector de la universidad, que en ese momento se ganaba la vida como redactor en el periódico, y le iba muy bien. Corrijo, nos iba muy bien. Reconozco que, para él, al principio fue muy duro, tener que dejar de lado todos sus lujos para irse a vivir conmigo en un pequeño apartamento encima de la academia. Pero levantarse cada mañana a mi lado, creo que recompensó su esfuerzo. Estábamos enamorados. No había más. Aún me costaba hacerme a la idea de que muy pronto sería la señora White, la esposa de ese gran hombre al que conocí de la forma más extraña posible. Su hermana pequeña estaba entusiasmada con el enlace, sus padres, no tanto… Tampoco es que me interesase, más cuando él había cortado to