El aire se sentía diferente. Cargado. Como si la casa entera estuviera conteniendo la respiración. Aurora sintió cómo cada célula de su cuerpo respondía a la energía que la rodeaba, su instinto gritándole que el peligro no estaba lejos. Alexander seguía junto a ella, su mirada firme y calculadora, su arma lista para cualquier eventualidad. El mensaje de Halcón 2 resonaba aún en sus oídos: “Creemos que están evaluando su entrada.”Era solo cuestión de tiempo. Aurora no sabía si el miedo que sentía era por la posibilidad de que los aliados de Ricardo pudieran entrar en cualquier momento o por lo que acababa de suceder entre ella y Alexander. La tensión entre ellos ya no podía ser ignorada, no después de la manera en la que la había mirado, de cómo la había sujetado con fuerza, con una necesidad silenciosa de protegerla. —Tenemos que movernos —dijo Alexander finalmente, su voz baja y controlada. Aurora lo miró, su respiración aún temblorosa. —¿A dónde? —A una zona más segura
Dos figuras vestidas de negro rodeaban la casa, evaluando las entradas, buscando vulnerabilidades. Halcón 2 habló por radio. —Coronel, tenemos a dos hostiles en el perímetro, pero podrían ser más. ¿Ordenamos la intervención? Alexander apretó la mandíbula. —Sí, pero hagan que se acerquen más. No quiero que esto termine en un enfrentamiento en el bosque. Aurora observó cada movimiento de Alexander, cada decisión que tomaba en cuestión de segundos, y sintió algo que nunca había experimentado antes. No solo era confianza, no solo era seguridad. Era algo más. Era la certeza de que él no la dejaría sola. El sonido de los agentes moviéndose afuera hizo que los intrusos retrocedieran por un momento. Uno de ellos levantó la mano, comunicándose con alguien a través de un auricular. —Están coordinados —murmuró Alexander—. No están aquí solo para explorar. Aurora sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Crees que Ricardo les dio instrucciones desde prisión? Alexander no r
La casa estaba en silencio, salvo por el leve sonido del viento que se filtraba entre los árboles. Aurora estaba sentada en el sofá del despacho, con Max a sus pies, mientras Alexander revisaba las cámaras de seguridad por última vez. Los intrusos habían desaparecido, al menos por ahora, pero la tensión seguía presente en el aire, como si el peligro estuviera esperando el momento perfecto para regresar.Aurora observó a Alexander desde su lugar. Había algo en él que la fascinaba, algo que iba más allá de su fuerza y determinación. Era la manera en que se movía, en que hablaba, en que parecía cargar el peso del mundo sobre sus hombros sin quejarse. Pero también había algo más, algo que ella no podía definir del todo. Una vulnerabilidad que él intentaba esconder, pero que ella había comenzado a notar en los momentos más inesperados.—¿Todo está tranquilo? —preguntó, rompiendo el silencio.Alexander se giró hacia ella, su mirada intensa pero tranquila. —Por ahora, sí. Aurora asinti
La casa estaba inmersa en un silencio inquietante, roto únicamente por el suave crujir del viento contra las hojas. Aurora permanecía sentada en el sofá del despacho, Max a sus pies, mientras Alexander revisaba las cámaras de seguridad una vez más. Su mirada seria buscaba cualquier movimiento que pudiera ponerlos en peligro, consciente de que los aliados de Ricardo seguían rondando en las sombras.Aunque Ricardo estaba encerrado tras los muros de la prisión, su influencia y su red criminal no habían cesado. Alexander sabía que había hombres fuera, hombres dispuestos a cumplir con las órdenes de su jefe, sin importar lo que costara. La amenaza no se había disuelto; solo había cambiado de forma.Aurora observó a Alexander, notando la intensidad en su postura, cómo parecía que cada músculo de su cuerpo estaba preparado para actuar en cualquier momento. Aunque el peligro acechaba, había algo en él que la hacía sentir segura. No podía evitar admirar su capacidad para mantenerse firme bajo
La luz de la mañana se filtraba por los ventanales del despacho, iluminando el rostro cansado de Aurora. No había dormido mucho, y sus pensamientos estaban enredados en todo lo que había ocurrido. Su mirada se detuvo en Alexander, quien estaba sentado frente a una mesa llena de documentos, mapas y un portátil. A pesar de las horas sin descanso, parecía completamente enfocado, como si la fatiga fuera un concepto ajeno para él.Aurora se acercó lentamente y tomó asiento en la silla frente a él. El coronel alzó la mirada, encontrándose con sus ojos. Por un momento, ninguno dijo nada, pero había algo en el aire, una conexión que iba más allá de las palabras.—¿Cómo te sientes? —preguntó Alexander, su tono bajo pero lleno de preocupación.Aurora se encogió de hombros. —Mejor, creo. Aunque siento que nunca estaré realmente tranquila mientras Ricardo siga… siendo Ricardo.Alexander asintió, sus dedos jugando distraídamente con un bolígrafo. —Él sigue moviendo sus piezas desde prisión, y eso
La noche era oscura y pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de tensión. Aurora estaba en el despacho, observando a través de la ventana cómo Alexander daba órdenes a su equipo. La operación había sido un desastre; las heridas y las pérdidas pesaban sobre todos, pero Alexander seguía adelante, como siempre. Su fuerza era inquebrantable, pero Aurora podía ver las grietas, las pequeñas señales de agotamiento que él intentaba ocultar.Cuando Alexander finalmente entró en la casa, su rostro estaba marcado por la fatiga y el dolor. Aurora se acercó a él, su corazón latiendo con fuerza. Había algo en su presencia que la hacía sentir segura, incluso en medio del caos.—Alex, ¿estás bien? —preguntó, su voz suave pero cargada de preocupación.Alexander asintió, aunque su mirada estaba distante. —Estoy bien. Solo necesito un momento.Aurora lo tomó de la mano, guiándolo hacia el sofá. —Siéntate. Por favor.Alexander obedeció, dejando escapar un suspiro mientras se dejaba caer en el asi
La vida en la mansión Brown, vista desde el exterior, parecía un cuento de hadas. Los jardines bien cuidados, la piscina olímpica, y los carros de lujo estacionados en el garaje daban la impresión de que todo era perfecto. Pero dentro de esas paredes, detrás de las cortinas de terciopelo, la realidad era muy diferente. Me desperté temprano, como siempre, con el ruido de la alarma que Ricardo había insistido en poner a las cinco en punto de la mañana. Según él, era la hora perfecta para que una “buena esposa” se levantara y comenzara sus deberes. Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Ricardo tenía el sueño ligero y sabía que cualquier movimiento brusco podía desencadenar su furia matutina. Mientras caminaba hacia el baño, miré mi reflejo en el espejo. La joven de ojos tristes que me devolvía la mirada parecía extraña. ¿Dónde había quedado aquella Aurora llena de vida y sueños? Me preguntaba mientras el agua tibia de la ducha trataba de borrar las marcas de la
El sol apenas empezaba a asomarse en el horizonte, anunciando un nuevo día en la mansión Brown. Aurora se levantó con el mismo sentimiento de opresión que la había acompañado desde que se casó con Ricardo. Sabía que enfrentaba otra jornada llena de humillaciones y dolor, pero su espíritu se había doblegado tanto que la idea de rebelarse ni siquiera cruzaba su mente.Aurora se dirigió a la cocina para preparar el desayuno de Ricardo, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Sabía que cualquier mínimo error podría desencadenar la ira de su esposo. Mientras trabajaba, podía sentir el peso de su propia desesperanza, como una losa que la oprimía.Ricardo bajó las escaleras con paso firme. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y desplegó el periódico. —¿Está listo el café?— preguntó, su tono cargado de impaciencia.—Sí, Ricardo, ya está,— respondió Aurora con voz temblorosa, colocando la taza frente a él.Tomó un sorbo y frunció el ceño. —Está demasiado caliente,— dijo, lanzándole un