Lugar desconocido, año 4332 D.C.
La Esfera se había materializado en una extensa y exuberante zona boscosa al lado de la costa y rodeada por un archipiélago aparentemente igual de deshabitado. Hacía un clima tropical y soleado y las olas golpeaban la playa cercana.
Recorrieron muchos metros buscando señales de vida o civilización, sin éxito, así que finalmente regresaron hasta donde había quedado la Esfera.
—O esta zona es una especie de reserva biológica —especuló Saki— o estamos en alguna clase de futuro postapocalíptico en donde ya no hay seres humanos.
—No tenemos forma de saberlo —declaró Tony.
—¡Lo que nos faltaba! —rabió el Dr. Krass— quedar atrapados en un mundo desierto.
—¡Ay no sea gruñón, Dr. Krass! —comentó Saki— nos ca
—Lamento la rudeza —dijo una voz femenina. El Dr. Krass salió de la inconsciencia percatándose que estaba en el suelo y abrió los ojos, encontrándose a una bella mujer de edad madura y cabello rojo frente a él. La mujer vestía un traje de látex negro y tenía una hermosura tan perfecta que estuvo boquiabierto un tiempo— no quise lastimarlo, pero los sistemas de defensa están programados para hacer eso.—¿Quién es usted?—Mi nombre es Mab.—¿Usted vive sola aquí?—No se deje engañar, soy una proyección holográfica, no soy una mujer real, pero sí soy una inteligencia artificial y mi labor es custodiar este lugar.—Habla mi lengua.—Puedo hablar todos los idiomas conocidos por la humanidad. Usted balbuceó algunas cosas cuando estaba inconsciente y así identifiqu
Los crononautas despertaron en lo que parecía ser la Alemania del siglo XX, más concretamente en los años ochentas. Se encontraban en medio de la ciudad de Berlín.—¿Dónde estamos? —preguntó Saki. La gente pasaba de lado y no parecían percibir su presencia.—Estamos conectados a los sistemas de realidad virtual de Mab, evidentemente —conjeturó Tony— nos está mostrando una nueva proyección. La pregunta es ¿por qué?—¿Es este un sueño provocado por esa bruja demonio? —preguntó Astrid.—Sí, algo así, es una forma de explicarlo —respondió Tony.—No es un sueño —corrigió el Dr. Krass— es un recuerdo. Un recuerdo mío más precisamente. En este edificio de apartamentos viví con mi esposa y mi hijo por muchos años
Norte de África, 1720—Estos beréberes fueron muy amables en ayudarnos —dijo el Dr. Krass quien, junto a los otros tres crononautas, viajaba sobre un camello atravesando las dunas del desierto africano. Les habían proporcionado ropa apta para el agreste y caluroso clima como turbantes y caftanes.Deambularon en la caravana beréber dejando una estela de huellas en la arena, hasta llegar al destino deseado; la ciudad de Melilla, en la costa rifeña cerca de Marruecos.Una vez allí se encontraron con un verdadero babel de pueblos y lenguas: árabes, beréberes, europeos, negros africanos y personas de todas las etnias comerciando y traficando en los grandes mercados de las plazoletas centrales. Se despidieron de los beréberes que les ayudaron y apartaron habitaciones en una posada local.—Estamos casi en bancarrota —le dijo Saki al Dr. Krass, tres días
—¡Yo soy un hombre libre! —gritaba Tony, pero sus alaridos eran ignorados por los esclavistas portugueses que le colocaban cadenas en sus muñecas y sus tobillos. Tony intentó resistirse solo para recibir un puñetazo en la cara. —¡Soy un hombre libre! —gruñó.Se encontraba lejos de Melilla, en la costa de Ceuta, donde sería embarcado junto a otros esclavos, como ganado, para ser llevado al Nuevo Mundo. Sus nuevos amos lo encontraron tan rebelde, que lo ataron a una viga en frente de los demás esclavos y lo azotaron con un pesado látigo que le desgarró la piel. En medio de gritos ensordecedores, Tony terminó susurrando, ya sin fuerzas: yo soy… un… hombre… libre…La noche cayó en el puerto de Melilla y el negrero árabe que había subastado a Astrid se sentaba en el suelo en la playa al lado de una fogata, junto a sus com
Port Rotal, Jamaica, Imperio Británico.La infame ciudad de los piratas había sufrido un terrible tsunami que mató a más de la mitad de la población en unos 20 años antes. Predicadores cristianos aseguraron que el hecho fue un castigo divino que buscaba destruir a una ciudad repleta de pecadores. Y aunque nunca se recuperó completamente de sus tiempos de gloria, Port Royal seguía siendo aún uno de los destinos favoritos de los piratas. La casi totalidad de la población estaba conformada por piratas, corsarios, bucaneros y prostitutas. Había un número indeterminable de tabernas y burdeles y el expendio de licor era mucho más frecuente que la venta de cualquier otro producto, incluyendo la comida.El barco de Calicó Jack y su tripulación atracó en el muelle, y pronto se difundieron entre la nutrida población de la ciudad port
El tiempo de partir llegó y los piratas bajo el mando de Calicó Jack se preparaban para zarpar. Sobre la arena de la playa y mientras los esperaba un bote que los llevaría hasta el barco, Saki, Astrid y Tony se despedían de su viejo amigo.—Cuando regresen al siglo XXI —dijo entregándole un sobre a Tony— denle esta carta a mi hijo, por favor.—Así será, Dr. Krass —respondió Tony.—Quiero que sepan algo —dijo poniéndole la mano en el hombro a Saki y a Tony— cuando uno es profesor pasa toda su vida esperando… anhelando… encontrar al menos un estudiante que te haga sentir orgulloso de ser su maestro. Yo fui afortunado pues no encontré uno, encontré dos. Quiero que sepan que uno de los más grandes motivos de orgullo que tendré por el resto de mi vida es haberlos tenido como mis alumnos.—Dr. Krass&helli
Siberia Occidental, Rusia, año 1890.Bajo una intermitente tormenta de nieve que azotaba un bosque enclavado en el corazón de las montañas rusas, se materializó la Esfera.En cuanto se abrieron las compuertas, un torrente de aire helado y nieve penetraron de improviso.—Pasamos del calor extremo al frío extremo —explicó Saki mientras le entregaba a sus compañeros ropa abrigada antes de salir de la Esfera. Cuando por fin emergieron al congelado exterior Saki vestía un grueso suéter, un gorro tejido sobre la cabeza y una bufanda verde, Tony usaba una chaqueta térmica y un gorro de orejeras, el Dr. Krass se colocó una especie de abrigo grueso de color negro, tipo gabardina con una bufanda blanca, que le cubría hasta las pantorrillas, y Astrid —la más habituada al frío extremo— aceptó un suéter mod
Alaska, Estados Unidos, dos semanas después.Jonathan escuchaba los desaforados gritos de su esposa Amanda en la celda contigua, los cuales le dolían mucho más que las heridas infringidas en su torturado cuerpo. La mujer había pasado de emitir alaridos de dolor y desesperación a simples gemidos ahogados y finalmente, calló. Unos minutos después, la sombría figura de Haru recorrió el escabroso pasillo de la prisión para disidentes y abrió la compuerta donde hasta hace poco estaba Amanda.En la celda había un escenario macabro y espeluznante; sangre que pintarrajeaba las paredes y restos humanos desperdigados por doquier, y en el centro, un cruel torturador que se saboreaba siniestramente mientras se encontraba arrodillado en la celda, extasiado de orgásmico placer después del horripilante crimen que había perpetrado.—Bien he