Al sonar el último aviso del reloj, marcando el fin de la jornada laboral, Amara se pone de pie con movimientos lentos, casi automáticos. Sus manos, temblorosas, comienzan a guardar sus pertenencias: la agenda, unos papeles que ya no puede leer sin que las palabras se le desdibujen por la confusión que arrastra desde esa mañana, su lapicera favorita. Cada gesto parece pesarle como si llevara encima una culpa que no le pertenece, pero que la arrastra igual.Hasta que el silencio de la oficina es quebrado abruptamente por el chirrido de la puerta al abrirse sin previo aviso. –Amara, ¿Estás molesta?– pregunta con una mezcla de preocupación e inseguridad, avanzando unos pasos hacia ella. Ella no se gira. Mantiene la vista fija en el bolso que está cerrando, como si en él pudiera esconder todo lo que siente.–Contigo no –responde, apenas audible, evitando mirarlo, como si sus ojos fueran demasiado peligrosos en ese momento. –Solo que… no estaba preparada para que todos se enteraran de
Cristóbal la observa, desconcertado, como si acabara de despertarse de un sueño y no supiera en qué parte de la pesadilla se encuentra. En su rostro se reflejan confusión y preocupación, pero algo más, algo que no puede identificar, lo inquieta. –¿Señorita Úrsula, se encuentra bien? –pregunta, con preocupación, aunque un dejo de duda también lo acompaña. Hay algo en ella, en su actitud, que no lo termina de convencer.Úrsula levanta la cabeza, mientras sus ojos brillan con una mezcla de sufrimiento y fingido agotamiento. Su respiración es irregular, como si le costara controlar las emociones que se escapan entre sus sollozos perfectamente medidos. –C-Cristóbal… yo… yo… –su voz se quiebra intencionalmente, dejando que las lágrimas caigan más rápido, y una mueca de dolor se dibuja en su rostro, como si todo el peso del mundo la estuviera aplastando. –Estoy bien, en serio… solo… solo necesito irme– Dice y se gira como si fuera a irse caminando sin rumbo, pero él no se mueve. Algo no cua
–Te he dicho de mil maneras lo que siento, Amara. –su voz es baja, pero firme, como si estuviera luchando contra un impulso interior que lo empuja a decir más de lo que debería. –Mi corazón te pertenece, pero no voy a seguir viviendo de rodillas, esperando que me des algo que nunca podrás darme, que nunca quisiste darme. La rabia empieza a surgir en él, como un fuego que se enciende rápidamente, incapaz de ser sofocado. Cada palabra que sale de su boca parece un intento de liberarse de un peso que lo está arrastrando al fondo. –No estoy dispuesto a que me sigas pisoteando como si fuera un juguete. No estoy dispuesto a destruirme por dinero, ni por nada que no sea real, Amara. Ya basta de vivir en esta mentira, de fingir que las cosas entre nosotros son lo que no son. – Dice y golpea el volante con dolor . –Y, sobre todo, ya basta de que creas que todo lo que hago es por dinero. No me conoces, no sabes lo que significas para mí. Amara siente el golpe, pero en su pecho algo se qui
Úrsula solloza en silencio. Una lágrima tras otra se desliza por su mejilla como si cada una tuviera un propósito preciso. Cristóbal conduce con las manos rígidas sobre el volante, luchando por no mirarla, aunque cada respiración entrecortada de ella lo taladra por dentro. Siente la necesidad de consolarla, pero también una sospecha indefinida le quema la nuca.Cuando finalmente llegan, Cristóbal se detiene frente a una casa modesta, pequeña, agrietada por los años. No es ni una sombra de lo que había imaginado para la prometida de su jefe. Él había supuesto lujo, opulencia, columnas blancas. Pero lo que tiene ante los ojos es un hogar deslucido, con una puerta que cruje solo con verla y un pequeño jardín cubierto de hojas secas.—Gra… gracias —murmura con los ojos húmedos, como si las palabras le dolieran. Se quita el cinturón con lentitud, evitando mirarlo a los ojos. —Nos… nos vemos mañana.Cristóbal asiente, incómodo. Pero no arranca. Se queda allí, observando cómo ella camina
Úrsula lo observa por un segundo, muy breve, muy sutil, su expresión cambia. Una sombra de satisfacción se dibuja en la comisura de sus labios, apenas perceptible. Pero enseguida vuelve a la angustia, a la voz rota. –No sé por qué me pasa esto… no sé por qué me siento así. Como si todo me aplastara… como si mi vida no me perteneciera.Cristóbal aprieta los labios. Se siente torpe, pero sincero. –Tal vez… tal vez sólo necesita hablar con alguien que no la juzgue. Alguien que la escuche. Y si me permite… yo puedo ser ese alguien.Un silencio espeso se instala entre ambos. Solo se escucha la respiración de Úrsula, los latidos desesperados de Cristóbal, y el eco de una decisión que está a punto de marcar un antes y un después.Úrsula apoya la frente en el pecho de él. Se queda quieta. Como una niña cansada después de llorar. –Gracias –susurra, y su voz es apenas un soplo.–No sé qué haría si no hubieras estado esta noche y te pido disculpas porque seguramente querías estar con Amara y n
Un silencio espeso cae entre ambos. La habitación parece respirar con ellos. Cristóbal aprieta los labios. No sabe qué decir. Siente que algo dentro de él se está rompiendo, que algo se está desmoronando muy lentamente. Y lo peor es que Úrsula lo sabe. Ha dado justo en la grieta que él intentaba no ver.Ella se acomoda en el respaldo del sillón y suspira, como si hubiera descargado un peso. Pero en su interior, sabe que ha logrado lo que quería: hacerlo dudar. Sembrar en él una pregunta que no se irá fácil. Plantar la semilla de una herida que empezará a sangrar con el tiempo. Su mirada vuelve a bajar, pero sus labios se curvan apenas, triunfales.–Cuando empecé a salir con él… –comienza Úrsula, con voz suave, casi quebrada por una emoción que no existe. –no sabía quién era realmente. No tenía idea del poder que tenía, ni de la cantidad obscena de dinero que escondía detrás de esa fachada de caballero. Me enamoré de su esencia, de su manera de hablar, de la forma en que me hacía reí
Las palabras quedan flotando entre ellos, densas, eléctricas y por un instante, el tiempo se suspende. Y aunque ninguno lo dice, ambos saben que han cruzado un límite. Que algo se encendió ahí, en medio del dolor, la frustración y la necesidad de sentirse vistos.De repente, sus ojos se encuentran, y el mundo parece detenerse en ese instante. Las miradas se cruzan como si fueran imanes, irresistibles y llenas de una electricidad que amenaza con romper la distancia entre ellos. Ambos sienten el deseo arder dentro de sí, un deseo tan profundo que se hace imposible ignorarlo. Es un fuego callado, pero tan intenso que consume. La culpa lo invade a él, esa vocecita en su conciencia que le recuerda los límites, lo que está en juego, lo que podría perder. Pero ese susurro es débil, ahogado por la fuerza del deseo que lo arrastra, que lo desafía. Se acerca lentamente, cada paso es una batalla interna. Él lo sabe, lo siente, pero el deseo crece más fuerte. Sus rostros se aproximan, y sin q
Ambos alcanzan el clímax como si sus cuerpos se rompieran y se reconstruyeran al mismo tiempo. Sus gemidos quedan flotando en el aire, como ecos de una tormenta íntima que acababa de arrasarlos. El sudor brilla en sus pieles entrelazadas, y por unos segundos, todo se vuelve silencio. El mundo exterior deja de existir.Cristóbal se deja caer hacia el lado derecho de la cama, exhausto, con la respiración descontrolada, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Úrsula, aún temblando, apoya la cabeza sobre su brazo, reclamando ese rincón de su anatomía como si le perteneciera desde siempre. Luego, su pierna se desliza sobre su cuerpo, cálida, desnuda, posesiva. Reclamando ese espacio que ya no le parece ajeno, como si su cuerpo ya perteneciera al de él.–¿Qué… hemos hecho? –pregunta Cristóbal con la voz ronca, con los ojos fijos en el techo, como si allí pudiera encontrar alguna redención.Úrsula lo observa de reojo, con el cuerpo aún tibio por el contacto reciente, y por primera vez des