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ALFA TOBÍAS ARROW Las sombras de la tarde se cernían sobre la biblioteca. Braelyn, con la frente fruncida en concentración, hojea un volumen de aspecto antiguo. El polvo danza en los rayos de luz que se filtran a través de la ventana alta. ―Debe haber algo aquí… algo que nos ayude. ―murmuro para sí misma. De repente, una página crujiente llamó su atención. Ilustraciones detalladas de criaturas míticas adornan los márgenes, pero fue el texto lo que captura su mirada. ―La Pluma de la Quimera… el poder de transformación… ―leyó en voz alta. Con cada palabra, su voz se llenó de asombro y un ligero temblor. La leyenda hablaba de un mapa y una llave, guardianes del cofre que alberga la pluma. ―Necesito encontrar ese mapa… y la llave. ―afirmo con los ojos llenos de determinación. Continúo leyendo, cada línea, tejiendo una red más compleja de maravillas y peligros. La pluma no era solo un artefacto; era también un catalizador de poder inmenso. ―Haciendo a quien lo posee… invulnerable…
UN ERROR. AÑOS ATRÁS… El murmullo de la Cascada de los Sueños tejía un velo de sonidos acuáticos, un escenario perfecto para el encuentro de dos almas jóvenes. Braelyn, con sus dieciséis, y Tobías, el joven Alfa de dieciocho, se encontraban en ese lugar mágico donde la naturaleza parecía conspirar para crear un momento eterno. El cabello del lobo, negro como la noche más profunda, caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos verdes azulados reflejaban la pureza del agua que caía detrás de ellos. Miraba a Braelyn con una intensidad que trascendía lo físico, como si pudiera ver más allá de su piel, directo a su alma. Braelyn, siempre su mejor amiga desde que había llegado a la manada Fenrir, había florecido en algo más que una compañera de juegos. Había en su presencia una dulzura y una luz que llenaban a Tobías de una sensación cálida y desconocida, aunque su lobo interior aún dormitaba, ajeno al torbellino de emociones humanas. ―¿Entonces lo hacemos? ―preguntó ella suavemente, su
UNA LOBA HERIDA. ―¿Pregunté con quién hablabas? ―repitió Sebastián, su tono impregnado de una desconfianza mientras sus ojos se clavaban en Erika con la intensidad de un depredador. La loba trató de ajustar sus emociones y balbuceó. ―Yo… yo no estaba hablando con nadie. ―¿No? ―Sebastián arqueó una ceja, su voz era un ronroneo de duda. ―Pues parecía que hablabas con alguien. ―¡No! No… ―dijo ella con una sonrisa forzada, intentando disipar las sospechas como quien dispersa la niebla con las manos. ―Seguramente te confundiste. No hablaba con nadie. Erika dejó el amuleto en el tocador y caminó hacia él. Su corazón latía al ritmo del miedo y la esperanza, una danza peligrosa. ―Sebastián, ¿hasta cuándo vas a estar tan esquivo conmigo? Ya no eres como antes, ahora eres… ―Erika ―la cortó él, su voz era un muro de hielo que se alzaba entre ellos. ―Ya lo hemos hablado. Estás aquí por el niño en tu vientre, no pienses nada más, ¿de acuerdo? Mejor ocúpate en mantenerte sana y que el niño n
UN ALFA DESPRECIADO. Braelyn se ajustó el último broche de su vestido, una pieza tejida con hilos de luna que resaltaban su herencia y estatus. Con cada paso que descendía por la gran escalera, su corazón latía al ritmo de un tambor de guerra, resonando contra las paredes de piedra del salón que estaba inundado de invitados. Cada inhalación era un intento de acero, cada exhalación una liberación de las cadenas de expectativas. No quería sonreír, pero sabía que debía hacerlo, que cada gesto sería observado y analizado. Al llegar al último escalón, una mano se presentó ante ella. Sus ojos siguieron el brazo hasta encontrar la mirada cálida y familiar de Tobías. El Alfa le sonreía con un brillo juguetón en sus ojos. ―¿Me permites ser tu acompañante esta noche? ―Su voz era un bálsamo en medio del bullicio, un ancla en la tormenta de formalidades que Braelyn enfrentaría. Ella le devolvió la sonrisa y asintió en silencio. Su mano encontró la de Tobías, y juntos se adentraron en el salón.
UN ALFA DESPRECIADO (II) La gran sala resonaba con la algarabía de la celebración, las llamas de las antorchas danzaban, proyectando sombras vivaces sobre las paredes adornadas con trofeos de caza y emblemas de la manada. En el corazón de esta efervescencia social se encontraba Braelyn, hija del Alfa y hermana del nuevo líder, su cabello oscuro caía en cascadas sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con la misma intensidad que la estrella polar en el firmamento nocturno. A su alrededor, lobos de otras manadas, cada uno más impresionante que el anterior, competían por su atención. Un guerrero musculoso con cicatrices que contaban historias de batallas pasadas se inclinó ante ella, su voz profunda y resonante. ―Braelyn, la luna misma envidia la luz de tu mirada ―dijo, ofreciéndole un talismán de plata que capturaba el reflejo lunar. Ella le ofreció una sonrisa cortés y dijo. ―Tu elogio es tan elevado como tus logros en el campo de batalla, guerrero. Gracias por este honor. Mientra
BAILE RITUAL. En el fresco y sombrío jardín, Braelyn cerró los ojos, intentando sincronizar su respiración agitada con el ritmo pausado de la naturaleza que la rodeaba. La luna colgaba en el cielo, un testigo silencioso de su tormento interno. Tobías, manteniendo una distancia respetuosa, observaba su figura temblorosa, la lucha visible en la tensión de su cuerpo. Pero, cuando las lágrimas empezaron a surcar las mejillas de Braelyn, Tobías ya no pudo mantenerse al margen. Se acercó y la envolvió en un abrazo protector, intentando transmitirle algo de su fortaleza. ―No llores, ―dijo con un tono que pretendía ser ligero ―sabes lo débil que soy con las lobas que lloran. Pero Braelyn no pudo contener el torrente de dolor que la desgarraba por dentro. La sorpresa de ver a Sebastián tan pronto, la confusión de sus acciones, todo se mezclaba en su mente formando una tormenta perfecta de desolación. ―Shhh… cálmate, Brae ―susurró Tobías con ternura ―no le des el gusto de verte sufrir por é
LASTIMARSE MUTUAMENTE.La música había cesado, dejando un aura de expectación en el aire. Tobías, atrapado en el momento, sintió el llamado de un par de lobos. Era una convocatoria que no podía ignorar, pero su mirada se encontró con la de Braelyn, un silencioso diálogo de preocupaciones no expresadas.―No te preocupes, voy a estar bien ―dijo ella, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.―¿Segura? ―preguntó Tobías, su voz cargada de dudas. ―No quiero que ese idiota…―No ―interrumpió Braelyn con un movimiento de cabeza. ―Estaré bien, voy a ir a nuestro lugar secreto, ¿recuerdas?La sonrisa de Tobías era un rayo de sol en la penumbra. Acarició su mejilla con ternura, un gesto que no pasó desapercibido para Sebastián, quien observaba desde la distancia. Las manos del lobo crujieron, la ira y el celo se mezclaban peligrosamente.―¿Todavía existe ese salón? ―inquirió Tobías.―Sí, papá nunca se deshizo de él.―Bien, entonces ve y estaré allí en un minuto.Braelyn asintió y se despidió de
UN LOBO SIN HOGAR. La frescura del jardín principal del castillo envolvía a Braelyn mientras caminaba por él, intentando despejar su mente con la serenidad del amanecer. Pero la paz era elusiva; los ecos de las palabras de Sebastián resonaban como un tambor de guerra en su interior. Sus pasos, normalmente seguros y ligeros, eran hoy pesados, cargados de un dolor que no podía desvanecer con el rocío de la mañana. Al ver la figura encorvada sobre la banca de mármol, su corazón dio un vuelco. «¿No se fue?» Pensó, con una mezcla de nerviosismo y una aceleración que le recorría el pecho. Con pies que parecían moverse por voluntad propia, se acercó a la silueta que perturbaba su paz. Frente a Sebastián, dormido y vulnerable, Braelyn luchaba con su propia tormenta interna. «Maldito, eres tan bello, pero venenoso» se reprendió en silencio. La loba en su interior se retorcía, anhelando la conexión perdida, mientras ella acariciaba su frente con una ternura que contradecía sus pensamientos e