LLEGADA A LA MANADA SILVER. Irene entró al estudio de su padre y su expresión cambió al escuchar lo que tenía para decirle. ―¿Un campeonato por mi mano? ¿Cómo pudiste organizar algo así sin siquiera consultarme? —inquirió Irene, con sorpresa y enfado en sus ojos. El alfa Ulzun, imperturbable, le explicó que era lo mejor para ella. —Hija, solo los alfas más dominantes de los siete reinos participarán. Podrías encontrar un buen compañero y asegurar una valiosa alianza para la manada. Irene miró a su padre furiosa y sintió que solo era como una moneda de cambio. ― ¡No puedes decidir mi vida de esta manera! Ulzun, mirándola con firmeza, le dijo que era por su bien. ―¿Por mi bien? Papa… ya fue suficiente con lo que paso con Lorcan, he aprendido mi lección… el amor… ―miró a su padre con súplica ―Si te sientes avergonzado de mí, lo entiendo. Entonces… déjame unirme a la manada de tío Urlin. Por favor, no quiero ser parte de esto. Pero la negativa fue rotonda. —No, Irene. Debes acep
EL HONOR DE SER TU COMPAÑERO. El imponente salón de la manada Silver se abría ante Leandro y sus acompañantes como un santuario lleno de secretos y tensiones. El eco de sus pasos resonaba en las altas paredes de piedra mientras eran conducidos hacia el lugar donde se decidiría el destino de sus futuras interacciones con la manada Silver. Ulzun, el alfa, los esperaba con una mirada escrutadora, sus ojos intensos evaluando cada gesto de Leandro. El alfa Silver, gruñó con autoridad, rompiendo el silencio del salón. ― Leandro Alerón, líder de la manada Alerón, ¿por qué has cruzado los límites de nuestra tierra y qué pretendes con tu presencia en nuestro territorio? ―inquirió. Leandro se mantuvo firme ante la mirada penetrante del padre de Irene. Sus acompañantes, también en guardia, observaban la escena con la precaución de lobos en territorio desconocido. ―Mi propósito es claro: participar en el campeonato que ha convocado a todos los alfas de los siete reinos ―respondió Leandro con
DEJAME DEMOSTRARTE QUE TE MEREZCO. Irene estaba a punto de entrar en crisis. Durante toda la cena, Lorenzo no había dejado de mirarla con intensidad y anhelo, lo que hizo que se pusiera demasiado nerviosa y no lo mirara en toda la noche. Su padre, que había estado observando en silencio, no pudo evitar preguntar. ―Irene, ¿te sientes bien? Has estado muy callada esta noche. Ella trató de disimular y balbuceo. ―Sí, papá. Solo estoy un poco cansada. ―Bueno, si es así puedes irte a descansar en cuanto termines, pensaba invitarte al salón con nosotros, pero imagino que necesitas dormir. Ella asintió con prisa. ―Comprendo que estés nerviosa, querida ―dijo Ulzun palmeando su mano ―Pero mañana te sentirás mejor con la llegada de Elijah. Los dos tienen mucho en común. Cuando Leandro escucho esto por poco se atraganta con su filete, de hecho, de repente perdió el apetito. Sus ojos se tornaron oscuros por un momento, pero rápidamente se recompuso. La miro y sin poder controlar sus celos,
ERES MIA +18 Leandro se apoderó de su boca en un beso violento y hambriento. Sus dedos se cerraron en su cabello, arrastrando su cabeza hacia atrás mientras la consumía. Su cuerpo se pegó al de ella, presionando su polla, volviéndose más dura a cada segundo. Rompió el beso cuando el doloroso gemido de Irene zumbo entre ellos. Empezó a retroceder, pero Irene lo agarró y tiró de él. ―¡No te detengas! ―exigió, trayendo su boca de vuelta a la de ella. Un gruñido vibró contra sus labios hinchados, Leandro acunó sus nalgas y sin previo aviso la alzó, Irene rodeó su cuello y su cintura en un reflejo condicionado, y sin romper el beso, el alfa subió a la habitación. Cuando llegó a la habitación, la bajó lentamente y sin querer demorarse un segundo más, comenzó a desvestirla. En un santiamén Irene estuvo desnuda ante él, sus ojos miraron con avidez cada parte de ella, sintiéndola suya, teniendo la necesidad de marcarla por todas partes. ―Leandro… ―ella gimió presa de sus necesidades. Per
SOMOS ALMAS GEMELAS La luz tenue de la luna se filtraba por la ventana, iluminando los dos cuerpos que se abrazaban. Los dedos ásperos de Leandro acariciaban con reverencia cada contorno del rostro de la loba delante de él. El corazón del alfa latía desesperado, indómito, violento. Estaba totalmente enamorado de Irene. Ella le dio una sonrisa, sintiendo lo mismo que él, su corazón emocionado, con miles de mariposas revoloteando dentro de ella y el aullido descontrolado de su lobo le confirmaba que había encontrado a su pareja. Irene lo miró con ojos llenos de amor, sonrió y acarició suavemente su mejilla. ―Somos almas gemelas. ―se inclinó y sus labios encontraron los de él en un beso tierno pero apasionado. Sus ojos reflejaban la verdad de sus sentimientos. ―Mi lobo te reconoce como mi pareja. Cuando Leandro escuchó esto, su estómago se tensó. Sabía que su lobo no reconocía a Irene como su pareja, pero él estaba enamorado de ella. Sentía una mezcla de emociones en su interior. Po
JOVEN ARROGANCIA. La luz del sol iluminaba el comedor cuando Irene bajó con una sonrisa que iluminaba su rostro. El aroma de la comida recién preparada flotaba en el aire cuando entró al comedor y vio a su padre, el alfa Ulzun, esperándola junto a Leandro. ― Buenos días, hija. ―Buenos días, padre. Irene le devolvió el saludo con una sonrisa forzada, pero sus ojos brillaban con complicidad al encontrarse con la mirada de Leandro. Se sonrojó levemente, tratando de disimular su reacción. ― ¿Estás bien, Irene? ― Sí, padre. Solo me levanté un poco cansada. El alfa se preocupó seriamente por su hija. ―¿Quieres que ordene que vengan las sanadoras? ―¡No! ―nego rápidamente ―No es nada grave, es solo que… no dormí lo suficiente. ―Pero sí, te acostaste temprano. Ella hizo todo lo posible por no dejarse en evidencia. Se había acostado casi al amanecer, Leandro había logrado convencerla una vez más. ―Seguramente son las pieles… o el colchón, lo hablaré con Magda, no te preocupes. El vi
LOBO DÉBIL. Cuando Leandro y Elijah se alejaron, Ulzun, el padre de Irene, observó a su hija con ojos astutos. Su intuición de padre le susurraba que algo más estaba pasando, especialmente entre su hija y Leandro. Clavo en ella una mirada inquisitiva. ―¿Qué está pasando, Irene? ¿Hay algo que no me estás diciendo? ― preguntó con voz grave resonando en el salón. Irene titubeó, tentada a confiar en su padre, pero recordando las palabras de Leandro, optó por la negación. ―Nada, padre. Solo algunas tensiones momentáneas entre los lobos. Nada que no pueda manejarse. El viejo alfa entrecerró los ojos y miró fijamente a su hija. Su experiencia le decía dos cosas, la primera era que le mentía descaradamente y la segunda que ella y el hijo mayor de Brutus se traían algo entre manos. A decir verdad, él había aceptado que Leandro compitiera, únicamente para vengarse, sabiendo que había lobos más jóvenes que él y con la fuerza necesaria para vencerlo, estaba seguro de que su muerte llegaría d
ENFERMEDAD LUPINA.La casa de Leandro se sumió en una atmósfera tensa cuando su beta, Watt, notó la inquietud en la mirada del alfa. El beta se acercó con cautela, preguntándole a Leandro qué sucedía.—Alfa, ¿Está bien? La figura de Irene se dibujaba en su mente, un faro de amor en medio de la oscuridad que amenazaba con envolverlo.—Irene…— murmuró en un susurro, dejando que su nombre resonara en el aire como una plegaria. Recordó la suavidad de su piel, la chispa en sus ojos y la calidez de su abrazo. Su amor por ella era un fuego que ardía con intensidad, iluminando incluso los rincones más oscuros de su alma.Sin embargo, la llama del amor también iluminó la sombra de la vergüenza que Leandro intentaba enterrar. La imagen de Elijah, el desafío casi perdido, le atormentaba. La vergüenza de casi ceder ante su rival amenazaba con eclipsar la luz de su conexión con Irene.—Debo ser más fuerte —murmuró consigo mismo, la determinación destellando en sus ojos. Intentó conectarse con s