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LA BATALLA DE LAS BESTIAS. Los guerreros avanzaron con renovada determinación, aprovechando la embestida de los lobos de Lorenzo para abrir un camino hacia el castillo enemigo. La niebla se desvanecía ante ellos, revelando la imponente fortaleza que se alzaba ante su vista. Las murallas del castillo parecían impenetrables, pero la esperanza renacía con la presencia de las bombas neutralizadoras. Leandro, Lorcan y Cassian lideraban la carga, sus espadas resplandeciendo con la luz del sol que comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles. Los guerreros enemigos retrocedían ante la furia desatada de los lobos de Lorenzo, creando un respiro temporal que les permitió acercarse al castillo. La entrada principal del castillo estaba fuertemente custodiada, pero con un gesto de Lorenzo, varios lobos se separaron del grupo principal, llevando consigo las bombas neutralizadoras. La estrategia era clara: abrir un agujero en las defensas enemigas para permitir que el grupo principal se in
LA CAÍDA DEL ALFA. El caos reinaba en los confines del castillo de la manada Silver, un escenario de guerra y liberación. Cassian y Lorcan se habían convertido en ángeles de la libertad, desatando las cadenas de los lobos cautivos que habían sido prisioneros del tirano. Cada liberación era un suspiro de esperanza, un grito de victoria contra la opresión que habían sufrido. Sus emociones eran un torbellino; la alegría de cada lobo liberado se mezclaba con la urgencia y el temor por lo que aún estaba por venir. Mientras tanto, en las afueras del castillo, Lorenzo lideraba una batalla frenética. El filo de su espada era un rayo de justicia, cortando a través de los guerreros de Elijah que caían como trigo ante la hoz. El sudor y la sangre se mezclaban en su piel, cada respiración era una mezcla de fatiga y determinación. Con cada enemigo que caía, sentía cómo el peso de la batalla se inclinaba a su favor. Los hombres de Lorenzo, con movimientos precisos y silenciosos, colocaban las bom
LA MUERTE DEL REY. El aire estaba cargado de electricidad, una tormenta de furia y poder desatada en el corazón del castillo. Lorcan y Cassian, transformados en majestuosas bestias de guerra, sus pelajes oscuros como la noche sin luna, se enfrentaban a Lestat, el rey vampiro, cuya forma infernal se erguía ante ellos como un presagio de muerte. Los colmillos de Lorcan brillaban bajo la luz mortecina, reflejando un deseo primitivo de venganza. Cassian, con sus ojos ardientes y garras preparadas, personificaba la fuerza indómita de la naturaleza. Frente a ellos, Lestat, con su piel pálida y ojos que ardían con el fuego del inframundo, se burlaba de su bravura. La batalla comenzó con un rugido que sacudió los cimientos del castillo. Lorcan se abalanzó primero, usando su agilidad para esquivar los golpes sobrenaturales de Lestat. Cassian se unió al asalto, sus ataques coordinados eran como una danza mortal, una sinfonía de colmillos y garras. Lestat contraatacaba con una velocidad sobre
UN GIRO DEL DESTINO. El Alfa Leandro, cuya vida había sido una marea de batallas y estrategias, se encontraba ahora en un lugar que desafiaba toda lógica y entendimiento. La luz era suave, casi etérea, y el aire vibraba con una energía que nunca antes había sentido. Miró a su alrededor, la confusión pintada en cada rasgo de su rostro curtido por la guerra. De repente, su lobo interior, ese compañero constante y fuente de su poder, se deslizó fuera de su ser como una sombra que cobra vida propia. Leandro observó, atónito, cómo su forma animal se separaba de él, dejándolo completamente humano. Una vulnerabilidad que no había sentido entonces lo invadió. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaba desnudo. Su instinto lo llevó a cubrirse, pero antes de que pudiera encontrar algo con qué hacerlo, una voz hermosa y etérea llenó el espacio sagrado. Se detuvo, cautivado por el sonido que parecía cantar con el universo mismo. Giró su cabeza buscando el origen de la melodía hablada y fue
EL LAMENTO Y EL MILAGRO. El cielo sobre la manada Alerón estaba gris, como si la propia naturaleza compartiera el luto que estaba a punto de descender sobre ellos. Lorcan y los demás llegaron, sus pasos resonaban con un eco de pesar en el silencio del atardecer,con el cuerpo de su hermano en brazos, se negaba a dejar que alguien más tocara al Alfa caído. El peso del cuerpo inerte era nada comparado con el peso de su corazón quebrado. Dentro de la gran casa Alerón, Irene caminaba de un lado a otro, incapaz de encontrar reposo. La opresión en su pecho era un presagio oscuro que no podía ignorar. Los murmullos del patio llegaron a sus oídos como el preludio de una tragedia anunciada. Con el corazón latiendo desbocado, abrió la puerta de golpe, y lo que vio le robó el aliento. Lorcan avanzaba hacia ella, llevando consigo el cuerpo inerte de su amor, su compañero, el padre del hijo que crecía en su vientre. Las lágrimas inundaron los ojos de Irene antes de que pudiera formar palabras. ―
BENDICIÓN LUNAR. En la habitación, el aire estaba cargado de tensión. Leandro yacía sobre la cama, su pecho subiendo y bajando con el ritmo constante de la vida, un espectáculo que nadie esperaba presenciar de nuevo. El sanador, con sus manos aún extendidas sobre el cuerpo que había regresado de un viaje sin retorno, no encontraba palabras para explicar lo inexplicable. Lorcan no podía apartar la vista de su hermano, su corazón latiendo al unísono con la incredulidad y la dicha que lo embargaban. Pero Lorenzo, impaciente y confundido, se acercó al sanador, y preguntó con un susurro tembloroso. ―¿Qué ha sucedido? El anciano sanador sacudió la cabeza, sus ojos reflejando una sabiduría que trascendía la lógica. ―No tengo una explicación lógica ―admitió con un tono que rozaba lo reverencial ―Lo único que puedo decir es que es un milagro. Lorenzo se volvió hacia Lorcan, su boca abierta en una muda pregunta. ―¿Milagro? ―repitió, como si la palabra fuera un conjuro en sí misma. Irene,
LARGA VIDA AL ALFA. La habitación de Leandro, iluminada por la suave luz de innumerables velas, parecía un santuario dedicado a antiguos rituales de pasión y poder. El aire estaba impregnado con el aroma de las velas aromáticas y la electricidad de la anticipación. El Alfa, ataviado únicamente con su túnica negra, se movía inquieto, su postura era la de un depredador en la cúspide de su dominio, pero también la de un hombre que esperaba con el corazón palpitante a la mujer que había elegido como su eterna compañera. El lobo dentro de Leandro rugía, una tormenta salvaje de deseo y necesidad que lo empujaba a marcar a su hembra, a reclamarla ante la luna y las estrellas como suya. Cada fibra de su ser estaba tensa, vibrante con la necesidad de unirse a Irene, de completar el vínculo sagrado que los ataría para siempre. Entonces, como una visión surgida de los mismos sueños del Alfa, la puerta se abrió. El corazón de Leandro se paralizó en su pecho cuando sus ojos se encontraron con lo
EPÍLOGO. EL NACIMIENTO DEL HEREDERO. Leandro caminaba de un lado al otro en el pasillo fuera de la habitación, sus pensamientos danzan entre el miedo y la emoción. Irene, su compañera, está en la habitación con las Sanadoras, a punto de dar a luz. Lorcan, su hermano, lo miró con una sonrisa divertida. —¿Puedes parar? Vas a desgastar el suelo. Pero Leandro hizo caso omiso a su comentario y siguió de un lado al otro. ―Relájate, hermano. Todo saldrá bien. Irene es fuerte, lo sabes. Finalmente, el Alfa, se giró hacia Lorcan, con la mirada llena de nerviosismo. —No es tu compañera la que está teniendo a su hijo en este momento. Así que puedo caminar todo lo que quiera. El Beta se puso de pie con una sonrisa tranquilizadora. —Tranquilo, Leandro. Las cosas saldrán bien. Pero Leandro no podía calmarse. Se apartó y apoyó la frente en la pared, cerrando los ojos. —Las Sanadoras se están tardando mucho. Un nacimiento no debería ser así. —¿Qué tal si vamos por un trago al estudio? Te v