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ADIÓS, DEFINITIVO. Mientras Braelyn y Boris partían, Sebastián observaba, desde la distancia, su figura erguida, pero su mirada cargada de pesar. El nudo en su garganta parecía apretarse con cada paso que ella daba lejos de él. Su lobo gemía en silencio, compartiendo la tristeza que el Alfa intentaba ocultar. Braelyn se perdió de vista, y la palabra “quédate” se quedó atascada en la garganta de Sebastián. Su orgullo de Alfa, una barrera impenetrable ante el deseo de aferrarse a lo que una vez fue suyo. Una vez que Braelyn desapareció de sus ojos, Sebastián caminó hacia el castillo sin mirar atrás. Al cerrar la puerta de su habitación con fuerza, no pudo evitar que la tormenta emocional que lo consumía se manifestara. Sus manos se apretaron con fuerza, luchando contra la impotencia que sentía. Los ojos del Alfa se llenaron de lágrimas reprimidas mientras el aroma de Braelyn aún saturaba la habitación. Se acercó a la cama y tomó el camisón olvidado, un recuerdo tangible de lo que se
MANADA DONOVAN. Braelyn se encontraba en su nuevo entorno, en la manada de su padre, enfrentando recuerdos de su pasado. La sensación de rechazo que había experimentado al apartar a Sebastián la llenaba de culpa. Mientras reflexionaba sobre sus acciones, de repente entró Sienna, su Nana, para consolarla. ―Braelyn, cariño, no te preocupes. Todo marchará bien aquí. Estás en casa con personas que te quieren ―dijo el ama de llaves, abrazándola con ternura. ―Además, tu padre quiere verte. Está impaciente por reunirse contigo. Braelyn preguntó por su padre, preocupada, y su Nana la tranquilizó. ―Su salud es delicada, pero estará bien. Ahora, ve a verlo. Te necesita. Más tarde ese día, Braelyn se reunió con su hermano Boris. Este, notando la tensión en su hermana, le preguntó con sinceridad. ―¿Cuál fue la razón por la que huiste de Vincent? Braelyn suspiró antes de responder. Le habló sobre la conspiración de Vincent y cómo descubrió una serie de pergaminos. ―Lo que más me llamó la at
EL DOLOR DE LA PÉRDIDA. Sebastián se encontraba solo en la habitación que solía compartir con Braelyn. El silencio del lugar resonaba con los ecos de recuerdos que se aferraban a cada rincón. Sus ojos recorrían la estancia, capturando imágenes de momentos compartidos, risas compartidas y la presencia reconfortante de la mujer que ahora parecía tan lejana. Cada objeto, cada sombra, provocaba una oleada de emociones que amenazaban con ahogarlo. El lobo dentro de él mostraba inquietud y dolor que resonaban en su mente. La conexión entre ellos, la marca que compartían, parecía arder con una intensidad inusual, reflejando la profunda tristeza que embargaba su ser. Sebastián cerró los ojos, tratando de contener la marea de emociones que amenazaban con abrumarlo. La lucha interna de Sebastián era palpable. Su orgullo, tan arraigado en su naturaleza de lobo Alfa, chocaba violentamente con los sentimientos apasionados que guardaba por la mujer que lo había engañado. Con un rugido que nacía
MADRE E HIJO. En el estudio, Callum cerró la puerta tras de sí, dispuesto a confrontar a Sebastián sobre su comportamiento errático. ―¿Se puede saber qué te pasa? ―preguntó. Sebastián, visiblemente afectado, cerró los ojos y se dejó caer en su silla. ―Callum, no estoy de humor ―murmuró. ―Sí, se nota que no estás de humor. Pero nosotros no tenemos la culpa. No puedes pagar tu rabia con los demás ―señaló el Beta con franqueza. La mirada de Sebastián se encontró con la de su amigo, y en ese instante, supo que tenía razón. ―Está bien, lo siento. Me excedí hoy ―admitió, reconociendo la injusta descarga de sus emociones sobre los demás. ―Sí, y mucho ― replicó Callum y caminó hacia el escritorio, agregando con compasión. ―Sebastián, si tanta falta te hace, ve por ella. Nadie va a juzgarte, ¿de acuerdo? Habías dicho que la traerías de vuelta, entonces hazlo. Incluso yo mismo soy capaz de ir por ella, si eso cambia ese humor que traes. El Alfa negó levemente con la cabeza. ―No, lo he p
REVELACIONES. El salón del castillo resonaba con la tensión silenciosa entre Morana y Sebastián. ―¿Qué pasa contigo, Sebastián? ―inquirió la vampira, su mirada penetrante, buscando respuestas en los ojos de su amigo. Sebastián, momentáneamente tomado por sorpresa, respondió con evasivas. ―He estado estresado ― murmuró, tratando de restarle importancia a sus emociones. Morana, sin embargo, no se dejó engañar y soltó una risa. ―Esto no es estrés, querido. Es mal amor ―declaró burlona. ―¡Ja! ¿Mal de amor? No, para nada. Solo estoy estresado, eso es todo. Morana, con seriedad en sus ojos, le instó a enfrentar la verdad. ―Si la extrañas, ve por ella. Cometemos errores, pero eso no nos hace malos. El Alfa bajó la cabeza, revelando su lucha interna. ―No sé si podré confiar en ella ―confesó finalmente. ―Sebastián, la respuesta está en tu corazón ―expreso Morana ―Además me parece una buena chica, el solo hecho de que haya cuidado de Xavier, habla bien de ella. Sebastián secretamen
ALFA TOBÍAS ARROW Las sombras de la tarde se cernían sobre la biblioteca. Braelyn, con la frente fruncida en concentración, hojea un volumen de aspecto antiguo. El polvo danza en los rayos de luz que se filtran a través de la ventana alta. ―Debe haber algo aquí… algo que nos ayude. ―murmuro para sí misma. De repente, una página crujiente llamó su atención. Ilustraciones detalladas de criaturas míticas adornan los márgenes, pero fue el texto lo que captura su mirada. ―La Pluma de la Quimera… el poder de transformación… ―leyó en voz alta. Con cada palabra, su voz se llenó de asombro y un ligero temblor. La leyenda hablaba de un mapa y una llave, guardianes del cofre que alberga la pluma. ―Necesito encontrar ese mapa… y la llave. ―afirmo con los ojos llenos de determinación. Continúo leyendo, cada línea, tejiendo una red más compleja de maravillas y peligros. La pluma no era solo un artefacto; era también un catalizador de poder inmenso. ―Haciendo a quien lo posee… invulnerable…
UN ERROR. AÑOS ATRÁS… El murmullo de la Cascada de los Sueños tejía un velo de sonidos acuáticos, un escenario perfecto para el encuentro de dos almas jóvenes. Braelyn, con sus dieciséis, y Tobías, el joven Alfa de dieciocho, se encontraban en ese lugar mágico donde la naturaleza parecía conspirar para crear un momento eterno. El cabello del lobo, negro como la noche más profunda, caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos verdes azulados reflejaban la pureza del agua que caía detrás de ellos. Miraba a Braelyn con una intensidad que trascendía lo físico, como si pudiera ver más allá de su piel, directo a su alma. Braelyn, siempre su mejor amiga desde que había llegado a la manada Fenrir, había florecido en algo más que una compañera de juegos. Había en su presencia una dulzura y una luz que llenaban a Tobías de una sensación cálida y desconocida, aunque su lobo interior aún dormitaba, ajeno al torbellino de emociones humanas. ―¿Entonces lo hacemos? ―preguntó ella suavemente, su
UNA LOBA HERIDA. ―¿Pregunté con quién hablabas? ―repitió Sebastián, su tono impregnado de una desconfianza mientras sus ojos se clavaban en Erika con la intensidad de un depredador. La loba trató de ajustar sus emociones y balbuceó. ―Yo… yo no estaba hablando con nadie. ―¿No? ―Sebastián arqueó una ceja, su voz era un ronroneo de duda. ―Pues parecía que hablabas con alguien. ―¡No! No… ―dijo ella con una sonrisa forzada, intentando disipar las sospechas como quien dispersa la niebla con las manos. ―Seguramente te confundiste. No hablaba con nadie. Erika dejó el amuleto en el tocador y caminó hacia él. Su corazón latía al ritmo del miedo y la esperanza, una danza peligrosa. ―Sebastián, ¿hasta cuándo vas a estar tan esquivo conmigo? Ya no eres como antes, ahora eres… ―Erika ―la cortó él, su voz era un muro de hielo que se alzaba entre ellos. ―Ya lo hemos hablado. Estás aquí por el niño en tu vientre, no pienses nada más, ¿de acuerdo? Mejor ocúpate en mantenerte sana y que el niño n