Sus palabras llenaron de afecto a Karen, quien se sentó muy cerquita de él: —¿Señor Rodríguez, alguien como yo realmente puede ir a la universidad?—Sí, claro que si.Karen sonrió con dulzura, mostrando así sus hermosos hoyuelos: —¡Señor Rodríguez, usted es tan bueno conmigo! ¡Es la persona más amable que he conocido!Estas palabras hicieron de inmediato que la expresión de Mateo cambiara de manera sutil, apretando con fuerza los labios mientras bajaba el periódico.Lucía los observaba interactuar armoniosos, entre risas y conversación, una escena que nunca había presenciado antes. Ni siquiera con Camila, Mateo había mostrado tanta sencillez, siempre mantenía su expresión fría y distante.La sonrisa de Karen, feliz por la simple posibilidad de estudiar, la hacía diferente a los demás. Su inocencia y la falta de experiencia la hacían parecer agradable, despertando así la compasión de otros. Esa era su característica distintiva.—Señorita Díaz, ¿por qué no pasa? —preguntó de manera corté
Debería estar feliz, pues todo estaba saliendo según sus planes.Lucía permaneció en completo silencio, apretando los labios.Karen, notando la fuerte tensión entre ellos, intentó aligerar un poco el ambiente: —Señorita Díaz, ¿por qué no se queda a comer conmigo?—¡La cocinera hace platos deliciosos! Puede preparar cualquier cosa que desees, ¿no es increíble? ¡Tienes que probar su comida que es deliciosísima! —explicó Karen entusiasmada.—No es necesario... —respondió Lucía, desviando de inmediato la mirada hacia ella.—¡Sí que lo es! —insistió Karen antes de voltearse hacia Mateo, como si no se dirigiera directo a él—. Señor Rodríguez, ¿puede quedarse la señorita Díaz a comer conmigo? He estado aquí tanto tiempo y en realidad no tengo con quién compartir las comidas, me siento muy sola.Mateo miró de reojo a Lucía y respondió con mucha indiferencia: —Como quieras.Satisfecha con la respuesta, Karen insistió: —¿Ves? El señor Rodríguez está de acuerdo, no hay ningún problema.Temía que
Lucía la miró por encima del hombro — tenía una amplia sonrisa y una mirada llena de admiración en sus ojos. Conocía bien esa mirada: era de alguien que lo idolatraba y quería conocer todo sobre él.También quería convertirse en la persona que mejor lo conociera.—A decir la verdad, yo lo conozco, pero solo un poco —dijo Lucía con tono indiferente—. ¿Qué quieres saber de él?Karen fue sincera y le confesó: —Quiero saberlo todo. Si lo conozco mejor, ¿no crees que dejaré de molestarlo?Lucía volvió a preguntar: —¿Crees que, si lo conoces mejor, evitas molestarlo y lo mantienes contento en todo, así él te querrá más?Karen al instante se sonrojó avergonzada: —La señorita Díaz ya se dio cuenta... ¿será que el señor Rodríguez también habrá notado que me gusta un poco?Lucía guardó absoluto silencio. Al menos la chica no ocultaba sus ambiciones.—No, esto no está bien —reflexionó Karen, quien deseaba ser la persona más importante para Mateo—. Él lo ve todo con claridad, y si intento complace
—¿Por qué no lo dijiste la última vez? —preguntó Mateo sorprendido.—No me diste la oportunidad de explicarlo.Lucía recordaba cómo él se había ido sin mirar atrás, sin escuchar una sola palabra suya.—Si Karen no vino contigo, entonces ¿cómo la hubiera conocido? —cuestionó Mateo con dudas—. La primera vez que la vi, parecía muy cercana a ti, como si se conocieran desde hace tiempo.Sus acciones y palabras no tenían mucho sentido.Por suerte, cuando buscó a Karen inicialmente, no había revelado demasiado; nadie sabía que estaba buscando una sustituta.Esto le dio otra oportunidad para explicarse.—Es cierto que la he visto dos veces —admitió Lucía—. ¿No me encargó usted, señor Rodríguez que la encontrara? Por supuesto que me tomé en serio la tarea que me asignó.—¿Así que la encontraste y no me lo dijiste? Lo ocultaste ¿verdad? —le reprochó Mateo, buscando fallos en sus palabras.Lucía se quedó al instante sin palabras, temiendo que Mateo pensara que lo había hecho a propósito. —No hab
Mientras más lo pensaba, Karen más convencida estaba.Que Lucía se hubiera arrepentido de no llevarla ante Mateo demostraba que no quería que aparecieran otras mujeres que pudieran amenazar su posición.Por eso había cambiado por completo su actitud.Le gustaba Mateo y no toleraba que otras mujeres lo quisieran, por eso le había dicho todas esas cosas.Pensaba que, si ella no hubiera aparecido por su cuenta, tal vez Mateo nunca habría descubierto que era la mujer con quien había pasado aquella noche.Lucía habría intentado por todos los medios ocultar esta información y alejarla.Al principio, Karen no había pensado tanto en ello. Su primera vez había sido en circunstancias bastante confusas y atemorizantes, y solo quería no causar problemas.Cuando supo que Mateo la buscaba, quiso evitar complicaciones y simplemente despedirse.Pero Mateo había sido tan amable y gentil con ella, manteniéndola cerca, que le había permitido experimentar lo que realmente era sentirse protegida.Por eso h
—Ya que te gusta tanto la comida que prepara la cocinera, come un poco más —dijo Lucía dejando su vaso sobre la mesa, sin intención alguna de seguir acompañándola.Al verla dispuesta a marcharse, y con Mateo ausente, Karen temió no tener otra oportunidad y se apresuró a decir: —Por lo general, cuando alguien evita responder una pregunta, es porque la respuesta ya existe. ¡Entonces en este orden de ideas me atrevería a decir que estas evidtando responder por la sencilla razón de que estás enamorada del señor Rodríguez! ¿No es así? Por eso me dijiste todas esas cosas, porque temes que mi presencia te amenace. ¿Tienes acasob motivos egoístas, señorita Díaz? O quizás, no querías que apareciera porque tuve una relación con el señor Rodríguez, ¡y eso te molesta!Lucía enojada se volteó hacia ella.La mirada de Karen estaba llena de confianza; nada quedaba de aquella chica tímida del primer encuentro.—¿De dónde sacas tanta confianza? —preguntó Lucía con frialdad—. ¿Realmente tuviste una rela
El recién llegado miró el papel caído con cierta curiosidad, sorprendido de encontrar a Lucía tan temprano en el hospital.Se agachó de inmediato para recoger el documento mientras Lucía, con las pupilas contraídas, intentó alcanzarlo rápidamente. Pero él estaba más cerca y lo tomó primero.—¿No te sientes bien? —preguntó el hombre mientras echaba un ligero vistazo al papel, notando que solo indicaba una ecografía. Aunque era una anotación simple, le generó ciertas dudas.Lucía, desconcertada como si estuviera a punto de revelarse un secreto terrible, le arrebató apresurada el papel y lo guardó en su bolsillo, intentando controlar su nerviosismo: —Solo vine a hacerme un chequeo.Mateo fijó su mirada en ella: —¿No era un problema estomacal? ¿Por qué vienes a hacerte una ecografía?Con los puños apretados y evitando su mirada, Lucía le respondió: —Ya te lo dije, vine a hacerme un chequeo.Mateo, con una mano en el bolsillo y claramente disgustado, preguntó con total frialdad: —¿Por qué n
Esto asustó bastante a Lucía.Antes, incluso cuando estaba gravemente herida o enferma, él nunca se había mostrado tan preocupado. De hecho, cuando estaba ocupado con el trabajo, solía ignorar por completo sus sentimientos. Y ahora que no necesitaba su compañía, él insistía en acompañarla, lo que la ponía en un verdadero dilema.—Entremos —dijo Mateo al ver que otras personas querían usar el ascensor—. Podemos seguir hablando adentro.Se habían quedado en la entrada del ascensor durante bastante tiempo.Lucía por fin entró con él. Su mano en el bolsillo apretaba el papel del registro, que parecía quemarle. De todos los días posibles, tenía que encontrarlo justamente hoy.Mateo, de pie en el ascensor, miraba al frente, pero preocupado por ella, preguntó: —¿Has desayunado?Lucía no respondió, ansiosa en ese momento por encontrar una manera de escapar de su lado.Al notar su silencio, él la miró y vio de inmediato expresión preocupada, como si algo la inquietara.—Lucía.Ella se sobresalt