La recuperación de Pedro avanzó rápido; la misma noche de la operación ya había recuperado la conciencia. Al día siguiente, cuando Luciana fue a visitarlo, él la saludó con un gesto desde detrás del cristal de la sala de aislamiento, moviendo los labios para decir: “Hermana”.Luciana le devolvió una sonrisa radiante, levantando el pulgar.—¡Pedro, eres increíble!Haber podido donar parte de su hígado ya era digno de admiración, pero salir del quirófano sin contratiempos era un logro aún mayor. El chico se sonrojó tímidamente.Al mediodía, tras cumplirse las primeras 24 horas, los médicos autorizaron el traslado de Pedro a una habitación VIP en la unidad de hepatología. Una vez instalado, los hermanos pudieron verse cara a cara.Luciana le sujetó la mano y le acarició la mejilla:—Pedro, ahora lo más importante es que descanses. Si necesitas algo, lo que sea, dímelo. Estos días me quedaré en el hospital contigo.—¿De verdad? ¡Genial! —Los ojos del chico brillaron de entusiasmo, aunque a
Luciana estaba desconcertada. Con un hombre borracho tan atractivo, solo podía resignarse.—Está bien… dime qué necesitas que haga.—Luciana… —murmuró él su nombre, y de pronto se inclinó hacia ella, recargando parte de su peso sobre su cuerpo.—¡Oye! —Ella intentó moverse.—No te muevas —insistió él, apoyando la barbilla en su hombro y rozando su cuello con la mejilla. Su incipiente barba le provocó cosquillas—. No dejaré que te caigas… —añadió, sosteniendo con fuerza la parte baja de su espalda y su cintura.—Yo… —Luciana no encontraba qué decir.—Solamente quiero que me abraces. Un ratito. No me eches, no me rechaces… ¿sí?Ella se quedó en silencio. ¿Podía negarse?Sin aviso, Alejandro la soltó y se encorvó, llevándose una mano al vientre.—¿Otra vez te duele? —preguntó Luciana, alarmada.—Sí… —Él asintió con el ceño fruncido—. Necesito recostarme un momento.—Entonces… —No parecía que estuviera fingiendo. Estaba tan pálido que resultaba imposible echarlo a la calle—. Ve a recostart
—¿Qué…? —Luciana sentía cómo se le encendía el rostro.—Si sabías que ibas a entrar, ¡podrías haberlo dicho para que no pasara!—¿Y qué problema hay? —inquirió él con falsa inocencia—. No es la primera vez que me ves sin nada, ¿o me equivoco?Luciana se quedó sin palabras, recordando que, en otro tiempo, la situación era muy distinta. Prefería no discutir al respecto.Él, viéndola tan cohibida, se rió con ligereza.—¿Te sonrojas? Anoche, fuiste tú quien me desnudó. A menos que yo mismo me quitara la ropa mientras dormía… —añadió burlón.—¡Suficiente! —dijo Luciana, intentando recuperar la compostura. Aún sostenía la muda limpia—. ¿Quieres tu ropa o no?—Claro que sí —asintió él, acercándose con una sonrisa ladeada. Bajó la cabeza hasta situar sus labios junto a su oído, y exhaló con suavidad—. Salir así sería todo un espectáculo, ¿no crees?Luciana se apartó de inmediato, con la cara ardiendo.—Por favor, date prisa y vístete. Te espero afuera.—De acuerdo…Un rato después, cuando Alej
—¿Eh? —Luciana se quedó desconcertada, sin entender lo que él pretendía.Él la observó por unos segundos y soltó un suspiro. Tampoco quería presionarla tanto, pero no quería darse por vencido.—¿De verdad no entiendes, o te haces la desentendida?Sus miradas se cruzaron. La intensidad de los ojos de Alejandro hizo que a Luciana se le acelerara el pulso.En el fondo, sí entendía. Pero prefería no dar ese paso, no aclararlo, porque temía que una vez las cartas estuvieran sobre la mesa, ya no habría vuelta atrás.—Luciana… —empezó él.—¡No digas nada! —Lo interrumpió con angustia—. Te lo suplico… no digas ni una palabra, ¿está bien?De repente, Alejandro le sujetó la barbilla con la mano, con un deje de ironía en la mirada.—¿Quieres que me calle? Pero bien sabes lo que está pasando. Aceptas mis atenciones sin darme ninguna respuesta, ¿eh, Luciana? ¿No crees que eso te hace una… “mala mujer”?—¿Ah? —Ella lo miró, incrédula. ¿La estaba llamando así?—¿Te sorprende? —murmuró él, pasando el
Se encontró en medio del silencio de su habitación. No había Alejandro por ningún lado. Había soñado que él la besaba. ¿Por qué? ¿Cómo podía ser tan… ridículo? Ni siquiera en su época de recién casados se había atrevido a soñar algo tan embarazoso.Más tarde, cuando Martina pasó por el departamento a recoger unas cosas, Luciana le contó lo ocurrido.—Vaya… —Martina soltó una carcajada—. Luciana, ¿será que ya te surgió la chispa del amor?—¿Qué tontería dices? —Luciana negó entre risas—. Para nada.—¿En serio? —Martina la miró con picardía—. No lo veo mal. Al fin y al cabo, es tu esposo y no hay nada ilegal en sentir algo por él.—No digas disparates. —Luciana la reprendió—. Sabes de sobra cómo están las cosas entre nosotros…—Precisamente. —Martina dejó de bromear y la miró con seriedad—. Si aún lo quieres, ¿por qué no volver a intentarlo? ¿Qué importa que alguna vez haya amado a Mónica? ¡Gánatelo de vuelta! ¿Por qué vas a cederlo así como así?Las palabras de Martina la dejaron perple
El departamento de Tomás estaba en la planta baja, con un pequeño jardín repleto de hierbas y flores medicinales.Tocaron el timbre y la empleada de la casa salió a abrir.—¿Ustedes son los alumnos del doctor? Adelante, por favor.—Gracias.Tomás tenía la tarde libre y acababa de echarse una pequeña siesta.—Tomás, ¿cómo ha estado últimamente? —saludó Luciana con respeto.—Muy bien —respondió, sentado mientras sorbía un té—. ¡Luciana! Entonces, ¿tú eres su esposo? —añadió, dirigiéndose a Alejandro.Era sabido en Muonio que Luciana y Alejandro estaban casados, aunque ella no lo fuera pregonando.—Sí, así es.—Venga, tomen asiento —invitó Tomás, señalando las sillas frente a él. Alejandro obedeció y se sentó.—Extiende el brazo para que Tomás te tome el pulso —indicó Luciana, apuntando al antebrazo de Alejandro.—Claro, muchas gracias por atenderme, doctor —dijo él, colocando el brazo sobre la mesa.Tomás cerró los ojos y se concentró, como si contuviera la respiración mientras palpaba c
La sola idea le resultó incómoda a Luciana. Con el dinero que él tenía, seguramente podría contratar a alguien que le preparara el remedio en la puerta de su oficina.—Tal vez me extralimité… —murmuró, avergonzada.Pero Alejandro enarcó las cejas al notar que Luciana volvía a cambiar de idea. Fingió molestarse:—No me parece justo que te retractes tan rápido después de prometerlo.—¿Eh? —Luciana se quedó pasmada. ¿Quería que lo hiciera o no?—A lo que me refiero… —dijo él, con una mueca de diversión—. Es que sería muy pesado para Simón traer y llevar el remedio a cada rato. Mejor vengo yo.—¿Tú…? ¿Tres veces al día? ¿No es peor? —preguntó Luciana, sorprendida.—Si no me equivoco, en la medicina tradicional siempre dicen que el remedio recién hecho tiene más potencia —argumentó Alejandro con las cejas alzadas—. ¿Verdad?—Sí, eso es cierto —admitió ella—. Pero, si vienes en auto, no es mucho el retraso. ¿No crees que es un fastidio estar yendo y viniendo?—No pasa nada —insistió él, impe
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra