Las voces de Martina y Alejandro resonaban en su cabeza. ¿De verdad habían llegado tan pronto? Luciana frunció el ceño y abrió los ojos con pesadez. Sentía un cansancio enorme.—Marti, llegaste… ¿por qué no prendes la luz? Está todo oscuro, no puedo ver nada… —murmuró, confundida.Martina y Alejandro se miraron, atónitos. Era evidente que la luz estaba encendida y que, además, la claridad de la nieve fuera iluminaba la habitación. ¿Por qué Luciana decía que estaba oscuro?La expresión de Alejandro pasó del desconcierto al pánico contenido. Se acuclilló frente a Luciana y agitó una mano frente a sus ojos.—Luciana…¿Qué le ocurría? Esperaba que no fuera nada grave.Luciana, por su parte, sentía todo borroso, hasta que notó algo moviéndose ante ella. Por instinto, extendió la mano y lo agarró. Poco a poco su vista se aclaró: se dio cuenta de que lo que sostenía… era la mano de Alejandro. Avergonzada, la soltó enseguida.—¿Por qué me pasas la mano por la cara? —protestó, entre extrañada y
—Lo siento… —Luciana torció la boca, conteniendo el llanto—. Sé que no está bien, pero no puedo controlarlo. Tengo miedo…Miedo de que algo saliera mal con Pedro. Toda cirugía, por pequeña que fuera, implicaba riesgos. Y si algo llegaba a pasarle… no se lo perdonaría jamás.A medida que hablaba, sus ojos se llenaron de lágrimas, lo que hizo que el corazón de Alejandro se encogiera. Sin pensárselo dos veces, se inclinó para rodearla con un abrazo.—Tranquila. —dijo con la voz más suave que pudo—. El cirujano es aquel compañero de tu profesor, el mejor en cirugía de hígado y vesícula, ¿no?—Sí. —Luciana confiaba totalmente en la pericia del médico, pero ser parte de la familia del paciente no la dejaba ser objetiva.—¿Ves? Tenemos a un excelente especialista… y recursos para lo que sea necesario. —agregó él en tono medio bromista—. No hay por qué angustiarse tanto.—Tch… —Luciana esbozó una sonrisa entre lágrimas. Por lo menos, esa broma logró relajarla un poco.Justo en ese instante, la
Cuando llegaron al área de extracción de sangre, el médico se acercó con la bandeja y los implementos necesarios. Se había hecho un test rápido de compatibilidad y resultó apto. Alejandro se remangó, dejando que el médico realizara el procedimiento: localizar la vena, colocar el torniquete, desinfectar.—Señor Guzmán, señora Guzmán, ¿cuánto planean extraer?—¿Cuál es la cantidad habitual? —inquirió Alejandro.El médico lanzó una mirada a Luciana.—Tal vez la doctora Guzmán podría aconsejarnos. Ella sabe mejor.—Luciana… —murmuró Alejandro, esperando su orientación.Luciana apretó los labios.—En teoría, se manejan entre 200 y 400 mililitros, pero lo más común es extraer 200. Solo en casos de gente con muy buen estado físico sacamos 400.—Ya veo. —Alejandro decidió sin vacilar—. Entonces, 400.—Pero… —El doctor vaciló—. Señor Guzmán, normalmente extraemos 400 a personas con un peso mayor y excelente condición física.Luciana pensaba lo mismo y lo expresó con un ligero mohín.—Me parece
—No pienses así —la consoló Martina—. Como dijo el señor Guzmán, ¿quién se detiene a pensar en equivocaciones cuando estás salvando a alguien? Pedro estará bien; cuenta con una hermana y un cuñado que lo quieren. Saldrá adelante.—Ojalá tengas razón —susurró Luciana, intentando calmar su ansiedad.Una hora después, las puertas del quirófano se abrieron de nuevo. Apareció la misma enfermera de antes.—Doctora Herrera, señor Guzmán…—¿Cómo está? —El corazón de Luciana latía con fuerza desbocada.—Se logró reparar la arteria principal. Tranquila, el peligro pasó. —La enfermera sonaba mucho más relajada esta vez—. Ya terminó la parte crítica de la operación. Están verificando todo para cerrar la cavidad abdominal.—… —Luciana dejó escapar un suspiro enorme, como si por fin pudiera soltar el aire que llevaba contenido. Sintió que la tensión aflojaba de golpe.—Gracias por salir a avisarnos —dijo con sinceridad.—No hay de qué, es lo menos que puedo hacer por alguien del propio hospital. —En
—Sí —admitió Luciana con la cabeza gacha.Alejandro no pudo evitar sonreír con ternura. Conocía de sobra la faceta compasiva de Luciana, aunque ella se esforzara en parecer dura.—De verdad no es necesario. Aquí hay médicos y enfermeras; no podrás hacer nada más que quedarte preocupada. Mejor descansa, ¿quieres? Hazme caso.Luciana vaciló antes de hablar:—¿Te quedarás tú en el hospital, cierto?—Sí. —Alejandro asintió. Después de todo, Ricardo y Pedro habían ingresado al quirófano el mismo día; él tenía la agenda despejada para acompañarlos.—Cierto, lo había olvidado… —murmuró Luciana. Mónica era también un motivo para que él permaneciera en el hospital, para comprobar el resultado de la operación de Ricardo.Alejandro captó en su expresión que le daba demasiadas vueltas al asunto y frunció el ceño.—En fin, me iré a casa. —Luciana admitió estar agotada, sobre todo después de la noche de desvelo.—Avísame si hay novedades sobre la operación, por favor.—Te acompaño.—No hace falta. —
El motivo era doble: por un lado, le preocupaba la operación de Ricardo y, por otro, las palabras de Alejandro le daban vueltas en la cabeza.Tras dar varias vueltas en la cama, se incorporó y comprobó la hora. Calculó que la cirugía de Ricardo debía estar por concluir. Se vistió de nuevo y salió rumbo al hospital.Tal como había supuesto, al llegar, la operación ya había finalizado. Junto a la puerta del quirófano, el cirujano principal conversaba con los familiares: Clara y Alejandro estaban presentes, así como Mónica, envuelta en una manta y sentada en una silla de ruedas.—La cirugía salió muy bien; el paciente fue llevado a la UCI. Pero lo que sigue es crucial: monitorear su recuperación y ver si hay algún signo de rechazo o complicaciones —explicó el médico.—Gracias, doctor… —Clara y Mónica estrecharon sus manos, con los ojos llorosos de gratitud—. De verdad, muchísimas gracias.—No es nada, solo cumplo con mi trabajo.—Entonces nos veremos en la UCI más tarde.—De acuerdo, doct
La recuperación de Pedro avanzó rápido; la misma noche de la operación ya había recuperado la conciencia. Al día siguiente, cuando Luciana fue a visitarlo, él la saludó con un gesto desde detrás del cristal de la sala de aislamiento, moviendo los labios para decir: “Hermana”.Luciana le devolvió una sonrisa radiante, levantando el pulgar.—¡Pedro, eres increíble!Haber podido donar parte de su hígado ya era digno de admiración, pero salir del quirófano sin contratiempos era un logro aún mayor. El chico se sonrojó tímidamente.Al mediodía, tras cumplirse las primeras 24 horas, los médicos autorizaron el traslado de Pedro a una habitación VIP en la unidad de hepatología. Una vez instalado, los hermanos pudieron verse cara a cara.Luciana le sujetó la mano y le acarició la mejilla:—Pedro, ahora lo más importante es que descanses. Si necesitas algo, lo que sea, dímelo. Estos días me quedaré en el hospital contigo.—¿De verdad? ¡Genial! —Los ojos del chico brillaron de entusiasmo, aunque a
Luciana estaba desconcertada. Con un hombre borracho tan atractivo, solo podía resignarse.—Está bien… dime qué necesitas que haga.—Luciana… —murmuró él su nombre, y de pronto se inclinó hacia ella, recargando parte de su peso sobre su cuerpo.—¡Oye! —Ella intentó moverse.—No te muevas —insistió él, apoyando la barbilla en su hombro y rozando su cuello con la mejilla. Su incipiente barba le provocó cosquillas—. No dejaré que te caigas… —añadió, sosteniendo con fuerza la parte baja de su espalda y su cintura.—Yo… —Luciana no encontraba qué decir.—Solamente quiero que me abraces. Un ratito. No me eches, no me rechaces… ¿sí?Ella se quedó en silencio. ¿Podía negarse?Sin aviso, Alejandro la soltó y se encorvó, llevándose una mano al vientre.—¿Otra vez te duele? —preguntó Luciana, alarmada.—Sí… —Él asintió con el ceño fruncido—. Necesito recostarme un momento.—Entonces… —No parecía que estuviera fingiendo. Estaba tan pálido que resultaba imposible echarlo a la calle—. Ve a recostart