—¿Puedo terminar? —pidió ella con gentileza.Él tragó saliva y cedió, casi con obediencia:—Sí.—Como decía, lo he asimilado. Cuando un matrimonio no funciona, hay que concluirlo con dignidad, sin convertirnos en enemigos. —La voz de Luciana era tranquila, incluso un poco suave—. Propongo que, de ahora en adelante, nos llevemos bien.Hechas estas declaraciones, Luciana se quedó esperando la reacción de Alejandro. Él sentía todo el cuerpo rígido; sabía que, en el fondo, era una nueva negativa hacia sus intenciones de reconquistarla, solo que maquillada bajo la idea de “buenos términos”.—De acuerdo. —Tras un breve silencio, su mirada se aclaró con algo de resignación. Era preferible a que ella siguiera evitándolo por completo.Retomó la marcha, acelerando un poco.—Iré más rápido; tengo una reunión esta noche.—Sí, claro —asintió Luciana, echándole un vistazo de soslayo. Notó que no lucía enojado en absoluto, sino más bien sereno, como si acabara de tomar una decisión.Sostuvo sus manos
—¿Qué?La expresión de Martina cambió drásticamente.—¡Mamá, no llores! Voy para allá ahora mismo… Hablamos cuando llegue, ¿sí?Cortó la llamada con prisa, visiblemente alterada.—¿Qué pasó? —preguntó Luciana, preocupada al ver el semblante pálido de su hermana.—Luciana… —Martina, a diferencia de su hermana, tenía las emociones a flor de piel. Fue abrir la boca y rompió en llanto—. ¡Mi hermano… se lo llevó la policía!—¿Qué?Resultó que unos acreedores habían ido a la casa de los Hernández a exigir el pago de una deuda. El hermano de Martina, Marc Hernández, se alteró al sentirse presionado y terminó agarrándose a golpes con ellos. Marc, joven y con la sangre caliente, además de haber servido en el ejército, no encontró rival que se le resistiera. El resultado fue que el acreedor acabó en el hospital… y Marc, en la comisaría.Martina se vistió a toda prisa, tomó su bolsa y las llaves.—Marti, déjame ir contigo —ofreció Luciana, inquieta por la situación.—No hace falta —Martina negó c
—No hay de qué. ¿Algo más que pueda hacer por usted, señor Morán?—Sí, me queda un pendiente. —Alzó la bolsa que llevaba—. Vine a traerle sopa a mi hermano. Así que me voy volando.—Claro, que le vaya bien.Salvador subió al segundo piso, dejó la sopa y bajó casi de inmediato. Echó un vistazo al vestíbulo, pero no vio rastro de la chica. ¿Dónde estaría? ¿Ya se había ido? ¿Tan rápido? Tuvo la sensación de haber llegado tarde a algo importante. Caminó hasta el pasillo que llevaba al baño y, al doblar la esquina, la vio.Junto al lavamanos, Martina se echaba agua en la cara. Había llorado tanto que los ojos se le veían hinchados y enrojecidos. Solo con verla, Salvador sintió que se le iluminaba el día. ¿Qué podía decirse? A veces la vida te sorprende donde menos te lo esperas.Se acercó un par de pasos, se colocó a su espalda y sacó un pañuelo, tendiéndoselo con suavidad.—Toma, para que te seques.—¡…! —Martina levantó la vista—. Eres tú.—El mismo. —Salvador sonrió mostrando sus dientes
Ese día, Pedro no tenía tantos pacientes que atender. Algunos exámenes los realizó directamente en la habitación, pero hubo un par de pruebas que necesitaban equipos especiales en el área de diagnóstico del hospital. Al terminar, Luciana lo acompañó de nuevo a su cuarto.Fue en ese momento que el teléfono de Luciana sonó: era Martina.—¿Marti? ¿Dónde andas?—Sigo en la comisaría.—¿Pasaste toda la noche ahí?—Sí…Luciana suspiró, impotente. Entendía que la situación con Marc la tenía al borde, pero ella no podía hacer gran cosa para resolverlo.—Pasar la noche en vela no va a cambiar nada. Vas a terminar agotada. ¿Por qué no vuelves a casa y descansas un poco?—No puedo dormir. —La voz de Martina se quebró—. Estoy pensando ir al hospital.Luciana captó enseguida a qué se refería.—¿Vas a ver al hombre al que tu hermano golpeó?—Ajá… —Se le quebró la voz—. Mis papás dicen que no quiere llegar a un acuerdo, pero al menos quiero intentarlo.Luciana lo comprendía a la perfección: si ella e
—¡Ja! ¿Y qué si soy injusto? —El tipo se incorporó de un salto pese a su venda en la cabeza y lanzó el brazo hacia Martina—. ¡Deja de lloriquear como si estuvieras de velorio! Me pones de malas…Parecía listo para golpearla. Aunque estaba herido, seguía siendo un hombre más fuerte.—¡Detente! —Luciana irrumpió de inmediato, tomó a Martina del brazo y la jaló hacia atrás. Lo fulminó con la mirada—. ¿Con qué derecho la va a golpear?—¿Otra más? —Él resopló—. ¿Por qué no? ¿O es que Marc podía darme puñetazos y yo no puedo pegarle a su hermana? ¡Y a ti también puedo golpearte si me da la gana!El hombre alzó la mano, amenazante.—¡Te quiero ver intentándolo!En un parpadeo, una figura apareció al lado de la cama, bloqueándole el brazo y retorciéndole el hombro.—¡Aaaah! —El herido gritó de dolor—. ¡Suéltame, suéltame!Luciana entrecerró los ojos, sorprendida al reconocerlo.—¿Simón?—Luciana. —Él le dedicó una sonrisa tranquila—. No te preocupes, Alejandro me pidió que te cuidara.Simón ap
Ella abrió la puerta y se quedó atónita al verlo allí, en persona.—Luciana…Alejandro no le ofreció el recipiente de inmediato. Sus ojos profundos la contemplaban desde arriba, casi con la curiosidad de un gato ante un pez.—Hoy está nevando bastante.—¿Eh? Sí, sí… —Luciana respondió algo desorientada, asintiendo con la cabeza—. Cuando te vayas, maneja con cuidado, ¿sí?—…Está bien.Sin embargo, él no le entregó la comida, sino que entró directo al apartamento, pasándole por un costado. Se detuvo un segundo junto al mueble donde se guardaban los zapatos y preguntó:—¿Todavía guardas mis pantuflas?—Eh… —Luciana no supo qué contestar. La realidad era que ya no las tenía.—Comprendo. —Alejandro sonrió con un matiz irónico, se quitó los zapatos y continuó descalzo sobre sus calcetines—. Esto está pesado, déjame llevarlo a la cocina y lo dejo listo. Después me voy.—Oh… gracias.Luciana lo siguió, observando cómo, con toda calma, él sacaba uno por uno los platillos. Mientras tanto, ella s
Dicho y hecho: pinchó una albóndiga para colocarla en su plato.—Ah… —Alejandro, sin embargo, se inclinó un poco hacia ella y abrió la boca, como si esperara que se la llevara directamente a los labios.Luciana se quedó petrificada. Quería caerle bien para poder pedirle un favor, pero… ¿darle de comer en la boca?—¿Qué esperas? —insistió él con fingida impaciencia—. Se me está cansando la mandíbula de tenerla abierta. ¿No quieres que la coma?—Ehm… vale. —Con el corazón acelerado, Luciana llevó la albóndiga a su boca.—Mmm. —Alejandro cerró los ojos, complacido, y una sonrisa curvó sus labios—. Deliciosa.Mientras tanto, Luciana forzó una risa cortante. Llevaba todo el rato pensando cómo mencionar lo de Marc, pero no encontraba las palabras. Y la cena avanzaba. Cuando casi habían terminado, Alejandro colocó el cuchillo y el tenedor a un lado.—Ya estoy satisfecho…¿Se iba ya? ¡Aún no había podido plantearle lo de Marc!—¿Te apetece un poco de caldo? —soltó de inmediato, tomando su plat
Suspiró. Al ver la tristeza que se dibujaba en el rostro de Luciana, Alejandro soltó a su vez un leve suspiro.—¿Otra vez dices que lo entiendes? No, no entiendes nada.—¿Eh? —Luciana alzó la cabeza, confundida.—Me encargaré de sacar a Marc. —Alejandro decidió ir directo al grano. Su voz sonaba con una mezcla de resignación y ternura—. Pero quiero que sepas que, aunque parezca más sencillo para mí que para otros, en realidad la fuerza que tengo que emplear es la misma.“Si no fuera por ti, no tendría por qué meterme en este problema”, parecía decir con sus ojos.—¿Comprendes?Sus palabras eran tan francas que, si Luciana no lo entendía en ese momento, o era muy ingenua o solo se estaba haciendo la desentendida.—Lo siento… —murmuró ella con gratitud—. Sé que esto es una gran molestia para ti. Pero yo…No completó la frase. En su mente aparecía la angustia de Martina y la posibilidad de que Marc terminara en la cárcel. Su ceño se frunció, consciente de que estaba abusando un poco de Al