—Sí… —admitió él, sin mucho entusiasmo. No quería que ella malinterpretara la situación.La reacción de Luciana no se hizo esperar:—Y es lógico que, si Mónica no está disponible, seas tú quien los acompañe.—Luciana… —murmuró Alejandro, sintiendo una punzada en el pecho.Su tono era calmado, y su expresión no mostraba resentimiento. Sin embargo, esas palabras le resultaban dolorosas.—¿Mmm? —Ella lo observó; al no oír nada más, señaló la puerta—. Si no hay nada importante, me gustaría entrar con Pedro.—¡Luciana! —soltó él de pronto, sujetándola de la muñeca, con el ceño fruncido y el gesto lleno de contradicciones, en parte avergonzado y un tanto herido—. No tenía idea de que vendrían hoy. De haberlo sabido, nunca me hubiera desentendido.Luciana suspiró con resignación.—Lo sé. No te disculpes, ni pienses que me fallaste. Fui yo quien decidió no avisarte.—¿Eh? —Alejandro parpadeó, confundido.Ella prosiguió con naturalidad:—Tú ocúpate de “la otra parte”. A Pedro lo cuido yo. Aunqu
—¿Yo? —repitió Luciana, sin entender.—Sí… —él alzó la barbilla, señalando a la puerta del cuarto—. Escucharte animar a Pedro fue como verte con un aura especial. Estoy seguro de que serás una gran mamá.Al decirlo, su mirada vagó fugazmente hacia el vientre de Luciana.Él lo decía sin pensar en dobles intenciones, pero para Luciana significó un golpe en la conciencia. ¿Una buena madre? Aquello la hizo recordar cuánto empeño había puesto Alejandro en demostrar su aceptación hacia el bebé que ella esperaba.¿Sería por su formación, más abierta a los valores occidentales? ¿O esa calidez incondicional provenía, sin él saberlo, del lazo de sangre?Mientras caminaban a la par por el pasillo, Luciana, en un arrebato, preguntó:—Si… digamos que, en lugar de haberme casado embarazada contigo, hubiera sido otra mujer… ¿También habrías aceptado al bebé sin problemas?Alejandro se detuvo de golpe, con la mirada profunda y misteriosa.—¿Luciana? ¿Te das cuenta de lo que estás preguntando?—¡No…! —
—¿Puedo terminar? —pidió ella con gentileza.Él tragó saliva y cedió, casi con obediencia:—Sí.—Como decía, lo he asimilado. Cuando un matrimonio no funciona, hay que concluirlo con dignidad, sin convertirnos en enemigos. —La voz de Luciana era tranquila, incluso un poco suave—. Propongo que, de ahora en adelante, nos llevemos bien.Hechas estas declaraciones, Luciana se quedó esperando la reacción de Alejandro. Él sentía todo el cuerpo rígido; sabía que, en el fondo, era una nueva negativa hacia sus intenciones de reconquistarla, solo que maquillada bajo la idea de “buenos términos”.—De acuerdo. —Tras un breve silencio, su mirada se aclaró con algo de resignación. Era preferible a que ella siguiera evitándolo por completo.Retomó la marcha, acelerando un poco.—Iré más rápido; tengo una reunión esta noche.—Sí, claro —asintió Luciana, echándole un vistazo de soslayo. Notó que no lucía enojado en absoluto, sino más bien sereno, como si acabara de tomar una decisión.Sostuvo sus manos
—¿Qué?La expresión de Martina cambió drásticamente.—¡Mamá, no llores! Voy para allá ahora mismo… Hablamos cuando llegue, ¿sí?Cortó la llamada con prisa, visiblemente alterada.—¿Qué pasó? —preguntó Luciana, preocupada al ver el semblante pálido de su hermana.—Luciana… —Martina, a diferencia de su hermana, tenía las emociones a flor de piel. Fue abrir la boca y rompió en llanto—. ¡Mi hermano… se lo llevó la policía!—¿Qué?Resultó que unos acreedores habían ido a la casa de los Hernández a exigir el pago de una deuda. El hermano de Martina, Marc Hernández, se alteró al sentirse presionado y terminó agarrándose a golpes con ellos. Marc, joven y con la sangre caliente, además de haber servido en el ejército, no encontró rival que se le resistiera. El resultado fue que el acreedor acabó en el hospital… y Marc, en la comisaría.Martina se vistió a toda prisa, tomó su bolsa y las llaves.—Marti, déjame ir contigo —ofreció Luciana, inquieta por la situación.—No hace falta —Martina negó c
—No hay de qué. ¿Algo más que pueda hacer por usted, señor Morán?—Sí, me queda un pendiente. —Alzó la bolsa que llevaba—. Vine a traerle sopa a mi hermano. Así que me voy volando.—Claro, que le vaya bien.Salvador subió al segundo piso, dejó la sopa y bajó casi de inmediato. Echó un vistazo al vestíbulo, pero no vio rastro de la chica. ¿Dónde estaría? ¿Ya se había ido? ¿Tan rápido? Tuvo la sensación de haber llegado tarde a algo importante. Caminó hasta el pasillo que llevaba al baño y, al doblar la esquina, la vio.Junto al lavamanos, Martina se echaba agua en la cara. Había llorado tanto que los ojos se le veían hinchados y enrojecidos. Solo con verla, Salvador sintió que se le iluminaba el día. ¿Qué podía decirse? A veces la vida te sorprende donde menos te lo esperas.Se acercó un par de pasos, se colocó a su espalda y sacó un pañuelo, tendiéndoselo con suavidad.—Toma, para que te seques.—¡…! —Martina levantó la vista—. Eres tú.—El mismo. —Salvador sonrió mostrando sus dientes
Ese día, Pedro no tenía tantos pacientes que atender. Algunos exámenes los realizó directamente en la habitación, pero hubo un par de pruebas que necesitaban equipos especiales en el área de diagnóstico del hospital. Al terminar, Luciana lo acompañó de nuevo a su cuarto.Fue en ese momento que el teléfono de Luciana sonó: era Martina.—¿Marti? ¿Dónde andas?—Sigo en la comisaría.—¿Pasaste toda la noche ahí?—Sí…Luciana suspiró, impotente. Entendía que la situación con Marc la tenía al borde, pero ella no podía hacer gran cosa para resolverlo.—Pasar la noche en vela no va a cambiar nada. Vas a terminar agotada. ¿Por qué no vuelves a casa y descansas un poco?—No puedo dormir. —La voz de Martina se quebró—. Estoy pensando ir al hospital.Luciana captó enseguida a qué se refería.—¿Vas a ver al hombre al que tu hermano golpeó?—Ajá… —Se le quebró la voz—. Mis papás dicen que no quiere llegar a un acuerdo, pero al menos quiero intentarlo.Luciana lo comprendía a la perfección: si ella e
—¡Ja! ¿Y qué si soy injusto? —El tipo se incorporó de un salto pese a su venda en la cabeza y lanzó el brazo hacia Martina—. ¡Deja de lloriquear como si estuvieras de velorio! Me pones de malas…Parecía listo para golpearla. Aunque estaba herido, seguía siendo un hombre más fuerte.—¡Detente! —Luciana irrumpió de inmediato, tomó a Martina del brazo y la jaló hacia atrás. Lo fulminó con la mirada—. ¿Con qué derecho la va a golpear?—¿Otra más? —Él resopló—. ¿Por qué no? ¿O es que Marc podía darme puñetazos y yo no puedo pegarle a su hermana? ¡Y a ti también puedo golpearte si me da la gana!El hombre alzó la mano, amenazante.—¡Te quiero ver intentándolo!En un parpadeo, una figura apareció al lado de la cama, bloqueándole el brazo y retorciéndole el hombro.—¡Aaaah! —El herido gritó de dolor—. ¡Suéltame, suéltame!Luciana entrecerró los ojos, sorprendida al reconocerlo.—¿Simón?—Luciana. —Él le dedicó una sonrisa tranquila—. No te preocupes, Alejandro me pidió que te cuidara.Simón ap
Ella abrió la puerta y se quedó atónita al verlo allí, en persona.—Luciana…Alejandro no le ofreció el recipiente de inmediato. Sus ojos profundos la contemplaban desde arriba, casi con la curiosidad de un gato ante un pez.—Hoy está nevando bastante.—¿Eh? Sí, sí… —Luciana respondió algo desorientada, asintiendo con la cabeza—. Cuando te vayas, maneja con cuidado, ¿sí?—…Está bien.Sin embargo, él no le entregó la comida, sino que entró directo al apartamento, pasándole por un costado. Se detuvo un segundo junto al mueble donde se guardaban los zapatos y preguntó:—¿Todavía guardas mis pantuflas?—Eh… —Luciana no supo qué contestar. La realidad era que ya no las tenía.—Comprendo. —Alejandro sonrió con un matiz irónico, se quitó los zapatos y continuó descalzo sobre sus calcetines—. Esto está pesado, déjame llevarlo a la cocina y lo dejo listo. Después me voy.—Oh… gracias.Luciana lo siguió, observando cómo, con toda calma, él sacaba uno por uno los platillos. Mientras tanto, ella s