PELIGRO, ODIO Y DESEO

La rabia aún recorría mis venas, fruto de la discusión con Victoria. Esa mujer siempre lograba sacar lo peor de mí, y mi paciencia se estaba agotando. Pero mas me molestaba que Leonardo le siguiera su ridículo juego.

Decidí que no había mejor manera de calmar mis demonios internos que con un poco de… distracción. Y nadie era mejor para eso que Sophía.

Me acerqué a la puerta de su habitación, sabiendo que ella estaba allí, sumida en sus pensamientos, sin imaginar que yo estaba cerca. Abrí la puerta con cuidado, sin hacer ruido, disfrutando de la quietud del momento. Ella estaba tan concentrada en su mente que no me escuchó acercarme. Sonreí para mis adentros, con la malicia que me caracterizaba.

Me incliné hacia ella, mi respiración estaba rozando su cuello, y susurré:

—¿Qué tanto piensas, pequeña Sophía? Parece que necesitas un poco de compañía.

Reaccionó al instante, girándose con brusquedad, sus ojos reflejaban sorpresa y algo más… molestia. Mi sonrisa se amplió al ver su incomodida
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