Jordan se aferró a Reinhardt con sus dedos crispándose en la tela de su ropa mientras su pecho subía y bajaba en un ritmo irregular. Su respiración era un caos, experimentando jadeos entrecortados mezclados con temblores que no podía controlar. Sentía que su cuerpo entero seguía atrapado en aquel momento de horror, que la sombra de Zaid aún lo envolvía, asfixiándolo, torturándolo con cada recuerdo reciente.Todo había sucedido tan rápido: el hombre desangrándose en el suelo, la presión de la mano de Zaid en la herida abierta, la nauseabunda sensación de la sangre caliente en su boca, el hedor metálico impregnando su piel. Y después... el dedo cercenado. Solo pensar en ello hizo que un sudor frío le empapara la espalda.Pero ahora estaba aquí.Por fin, después de un abismo de terror, podía respirar aire fresco. El olor penetrante de la sangre y la podredumbre que envolvía a Zaid ya no estaba. En su lugar, el perfume de Reinhardt lo rodeaba, un aroma fuerte y amaderado que, contra toda
Reinhardt miró fijamente a Jordan, para luego expresar su perspectiva.—Es mejor que te teman a que te respeten —soltó con convicción.—¿Tanto ansías que te tengan miedo? —inquirió, sin poder ocultar su desconcierto—. ¿Por qué?—Porque el miedo es mucho más difícil de quebrar que el respeto —alegó con voz serena, casi como si estuviera explicando un principio universal—. La gente pierde el respeto con demasiada facilidad. A veces sin siquiera una razón válida. Un mal rumor, un momento de debilidad, una palabra fuera de lugar… y, de pronto, aquellos que decían admirarte te ven como alguien prescindible, como alguien a quien pueden ignorar o, peor aún, como alguien a quien pueden desafiar.Se inclinó ligeramente hacia Jordan, observándolo con una intensidad casi sofocante.—Tú eres un ejemplo perfecto de eso. No me respetas en absoluto. Me desobedeces constantemente, ignoras mis órdenes y haces lo que se te da la gana sin el menor temor a las consecuencias.Jordan hizo una mueca, intenta
Isabella había pasado gran parte de su vida en el campo, lejos del bullicio de las ciudades, adaptándose a una existencia sencilla pero laboriosa. Sus primeros años de independencia, tras dejar el orfanato a los dieciocho, los vivió en una granja, donde una familia la acogió y le ofreció techo y comida a cambio de su trabajo.La familia que la recibió estaba conformada por un matrimonio mayor y su hijo, un joven que tenía aproximadamente su edad. Eran personas de buen corazón, acostumbradas a la vida rural, y aunque le daban cobijo y alimento, el trabajo en la granja no era fácil. Isabella se encargaba de tareas que exigían esfuerzo físico: alimentar a los animales, limpiar los establos, ordeñar las vacas al amanecer y asistir en la cosecha de algunos productos que la familia cultivaba para su consumo y para vender en el mercado local.Los días en la granja comenzaban antes de que saliera el sol. El frío del alba calaba los huesos, y el aroma de la tierra húmeda se mezclaba con el can
Blanca exhaló aire transmitiendo cierta preocupación, pero siempre mirándola con cariño.—Ojalá hubieras podido seguir estudiando en vez de trabajar tanto.Isabella bajó la mirada por un momento, pero luego sonrió con resignación.—Es la vida que me tocó, Blanquita. Tal vez algún día pueda ir a la ciudad y estudiar algo… pero por ahora, debo quedarme aquí y seguir ahorrando.—Sabes que esta casa siempre será tuya —le aseguró Blanca—. Si en algún momento decides regresar, estaremos aquí para ti.—Lo sé —susurró Isabella, agradecida.Pasó la mañana junto a Blanca y su esposo, compartiendo recuerdos y risas entre el aroma del café recién hecho y el crujir de la leña en la chimenea. En un momento, preguntó por Alexis, el hijo de la pareja, con quien había compartido muchas jornadas de trabajo en la granja.—Salió temprano, pero seguro le encantará saber que viniste —expuso Blanca—. ¿Por qué no te quedas un rato más?—Me encantaría, pero quería pasar por el río antes de regresar —respondió
La joven dejó escapar un suspiro silencioso y esbozó una sonrisa dulce. Alexis tenía apenas dieciocho años, tres menos que ella. Era un muchacho atractivo, sin duda alguna, pero lo que más resaltaba de él era su carácter. Era educado, respetuoso, siempre cortés en su trato con los demás. Un joven trabajador, inteligente, servicial. Un buen hombre, sin lugar a dudas, alguien con un futuro prometedor.—Alexis… —pronunció ella con suavidad, intentando elegir con cuidado sus palabras—. No pienses en eso ahora. Eres muy joven, tienes toda una vida por delante.Su voz era cálida, pero había en ella una nota de preocupación. No quería desilusionarlo, pero tampoco deseaba que él sacrificara su juventud por un sueño construido sobre la emoción del momento.—Una vez que alguien se casa, las cosas cambian. El matrimonio no es solo una promesa, es una responsabilidad, y no quiero que tomes una decisión de la que puedas arrepentirte. Deberías disfrutar de tu libertad, escalar alto, construir tu ca
Isabella frunció el ceño con desconfianza mientras miraba a Zaid. Había algo en él que le resultaba extraño, inquietante incluso. Su forma de hablar y esa manera de sonreír con una serenidad que parecía más bien una amenaza velada, la hacían sentirse incómoda.—No tengo por qué decirte mi nombre. No te conozco —respondió fríamente, procurando mantener su distancia.Zaid no pareció tomarse a mal su respuesta. Al contrario, esbozó una sonrisa que hizo que la incomodidad de Isabella se intensificara.—Pues para conocernos, dímelo —replicó con un tono casi juguetón—. Como te dije, soy Zaid Albaz. ¿Y tú eres...?El silencio se extendió entre ellos por unos segundos. Isabella no quería responder. Había algo en la forma en la que él la observaba, en la manera en que sus ojos cafés parecían estudiarla con un interés que no le gustaba.—No eres de por aquí —alegó al fin, esquivando la pregunta con astucia—. Supongo que no nos veremos seguido. No creo que sea necesario que sepamos nuestros nomb
—¿C-Cómo dices? —Isabella pestañeó repetidamente, impactada por la reciente declaración.—Lo has oído bien. Estoy interesado en ti.—P-Pero... —la joven tenía toda la intención de decirle que ella no lo estaba, para que no se hiciera ideas extrañas. Sin embargo, antes de que pudiera articular palabra, Zaid se despidió.—Mañana volveré por más carne.Y se fue, sin esperar una respuesta, como si su decisión ya estuviera tomada y ella no tuviera voz en ello.Durante toda la semana, Zaid apareció cada día en el mercado, siempre en su puesto, pidiendo lo mismo. Carne. Isabella intentó ignorarlo al principio, que simplemente era un cliente más. Aunque le haya dicho que estaba interesado, ella no tenía porqué corresponderle. Pero el modo en que la observaba, el modo en que sonreía—una sonrisa torcida, ajena a cualquier emoción genuina—hacía que cada encuentro se sintiera como un aviso de algo peor.Isabella no podía evitar sentir que algo en Zaid no encajaba. Desde el primer día que apareció
Isabella se quedó completamente inmóvil al ver a Zaid, como si su cuerpo hubiese olvidado cómo reaccionar. Una sensación helada se deslizó a través de su médula espinal, erizando cada vello de su piel. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, reflejando sorpresa y pavor. Su respiración se tornó irregular, por lo que su pecho subía y bajaba de manera acelerada.—¿Qué haces aquí? —logró articular, aunque su voz sonó débil, casi quebrada.Zaid la miró con una sonrisa ladina, ese tipo de sonrisa que no presagiaba nada bueno. Se llevó una mano a la mandíbula y se rascó con parsimonia, como si estuviera considerando qué responder. Finalmente, con un encogimiento de hombros, decidió hablar.—Te seguí.Lo dijo como si no fuera gran cosa, como si fuera un simple juego, como si fuese un niño travieso confesando haber hecho una travesura. No había rastro de culpa en su tono, ni la más mínima intención de disculparse.La respuesta la desconcertó aún más y el corazón de Isabella empezó a martillear