Demasiado tarde

Allí, de pie junto a Viktor frente a un altar improvisado, estaba Anya, pero no era la Anya que él conocía y amaba, la mujer vibrante y llena de vida que iluminaba todo a su paso.

Esta Anya parecía una muñeca rota, una cáscara vacía de sí misma, su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos apagados y sin brillo. Aunque estaba impecablemente vestida y peinada, Alexei podía ver los signos de tensión y miedo en la rigidez de sus hombros, en la forma en que sus manos temblaban casi imperceptiblemente.

Y luego estaba Viktor, sonriendo triunfante mientras sostenía la mano de Anya como si fuera un trofeo. Sus ojos brillaban con una mezcla de malicia y satisfacción, como un depredador que por fin había atrapado a su presa.

Los ojos de Alexei se tornaron rojos, sin pensar en las consecuencias, sin importarle las miradas atónitas de los invitados, irrumpió en el salón como una tormenta furiosa.

—¡Detengan esta farsa ahora mismo! —rugió, su voz retumbó en las paredes— ¡Anya, aléjate de él! ¡Ese
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