04. Rechazada

CRYSTAL

Me acomodo el cabello para que no se vea tan desaliñado después de las miserables horas que pasé el resto de la madrugada.

Unos ojos celestes con grandes ojeras me regresan la mirada cansada, sin poder dormir después de casi caer desmayada por el dolor de su traición.

Esa pequeña voz de mi conciencia me dice que de pronto no me reconoció, pero es el maldito príncipe, claro que lo hizo.

Suelto un suspiro tembloroso, secando las lágrimas de tristeza y rabia.

¿Por qué todo lo malo tiene que pasarme a mí? ¿Por qué no soy suficiente para nadie? ¿Por qué?

Dejo mis pensamientos atrás para salir de mi pequeña seguridad y pararme en la puerta justo a tiempo.

Los tacones esta vez suenan apresurados, lo que me indica que será un largo día.

—Si ayer no quise errores, hoy mucho menos. Esta celebración es importante porque da la bienvenida a los dos grandes Alfas; la Reina no quiere errores, así que cuidado.

La mañana pasó agitada, yendo y viniendo de un lugar a otro, llevando las grandes bandejas de comida hacia el salón de baile.

Agradecí todo lo que nos pusieron a hacer; así mantenía mi mente ocupada en cualquier cosa. Es demasiado todo lo que he vivido en pocos días para procesar.

Llevé la última bandeja de comida hacia el salón. Cuando entré, vi a la mujer con la que mi compañero había pasado la noche, revisando todo con sus perfectas uñas cuidadas y un vestido muy elegante.

—Oye, esclava, esto debes quitarlo; a mi Eder no le gustan las cosas picantes. También reemplaza ese postre de fresas; no me gustan para nada.

Apreté los puños a mis costados, haciendo lo que ella pidió. Recuerda, Crystal: seguir órdenes y nada más.

Llegué a la cocina con todos corriendo rápidamente, apurándose, y ahora yo les había traído otro dolor de cabeza por culpa de esa mujer arrogante.

Tomé la bandeja de reemplazo, pero ni siquiera llegué a la puerta cuando la solté.

La comida se esparció en todos lados; el metal golpeó varias veces el mármol antes de detenerse.

Oí gritos al fondo, pero no podía escuchar nada más que un pitido sordo en mis oídos, sumándose a la horrible punzada de mi brazo.

Todo se movía, o tal vez era mi cabeza la que lo hacía. Me sostuve de lo que sea, cualquier cosa para no caer, mientras cerraba los ojos esperando a que aquel malestar pasara.

Y así como llegó, se fue, dejándome un poco aturdida, mareada, pero bien. Una vez que abrí los ojos, lo primero que vi fue la mano venir directo a mí, impactando contra mi mejilla.

—Eres una inútil, ¿cómo se te ocurre dejar caer la bandeja? Después de esto, serás azotada…

—¿Qué sucede aquí?

Todos en la cocina se quedaron de piedra, congelados tanto como yo. Era él, mi compañero; su olor me hizo cerrar los ojos mientras la electricidad invadía todo mi cuerpo.

—Príncipe, disculpe que lo hayamos molestado. No fue nada, solo una simple esclava que hizo algo mal, pero ahora mismo la mando a su castigo.

Abrí los ojos para encontrarme unos segundos con aquella mirada penetrante sobre mí; había algo en ellos que aún no lograba leer. ¿Me aceptará?

—Yo me encargo de la esclava; ustedes sigan con sus cosas. Mi prometida quiere un postre diferente, nada de fresas, no le gustan.

"Mi prometida"

Mis labios se curvaron en una sonrisa al darme cuenta de que sigo siendo aquella niña ingenua de 18 años que pensó tontamente que sería aceptada por su compañero.

No entiendo cómo es posible que la Diosa juegue con mi destino de esta forma.

—Tú— me estremecí ante su voz, —ven conmigo.

Se dio la vuelta dejándome allí perdida por unos segundos hasta que mis pies reaccionaron y lo siguieron.

En todo momento tuve la cabeza inclinada, mirando únicamente sus botas pulidas para la ocasión.

No sé a dónde íbamos; daba algunas miradas de reojo a las paredes con cuadros y algunas esculturas.

Por aquí no había nadie excepto él y yo.

Abrió una puerta de roble pesada que daba acceso a una habitación amplia, con un enorme escritorio al frente.

Detrás de él pude ver un amplio estante con muchos libros; mis ojos se iluminaron por un momento, hace mucho que no tocaba uno.

—¿Cuál es tu nombre, esclava?

—Crystal…

—Solo el nombre, no me interesa tu apellido. Alza la cabeza y mírame.

Pasé saliva, retorciéndome los dedos entre las manos sobre la falda para calmar mi nerviosismo.

Alcé mis ojos, perdiéndome en los suyos; el vínculo estaba allí, podía sentirlo, aunque sabía por su mirada que eso iba a acabar.

Me analizó por unos minutos, casi como si fuera una eternidad, hasta que por fin se movió de su lugar para comenzar a caminar a mi alrededor.

—Una Omega—susurró más para sí mismo que para mí. Ya estaba acostumbrada a esto, pero aún así dolía cuando venía de la persona que se supone va a cuidarte por el resto de la vida.

Se paró frente a mí, demasiado cerca; podía sentir mi piel hormiguear con su cercanía, su olor llenando cada fibra de mi ser, hasta que bajó a mi cuello para olerlo.

Escuché un leve gruñido, de molestia tal vez; no puedo coordinar mis pensamientos con él tan cerca.

—¡¿Por qué?!— exclamó con rabia, alejándose, pasando la mano por su cabello. —Deseaba tanto a mi compañera, pero… tú eres una Omega y yo no puedo aceptarte, no cuando eres de las más débiles.

Thea se alejó al fondo de mi mente, volviéndose bolita. Yo solo podía quedarme allí parada, con los ojos llenos de lágrimas y aquel dolor en el pecho por ser nuevamente rechazada.

Debo estar maldit4 o algo.

—Lo siento, sé que me harás fuerte— esta vez su voz era más suave—, pero no puedo tenerte a mi lado.

—Yo, Eder Castell, príncipe y futuro Rey Alfa de los lobos, te rechazo a ti, Crystal, como mi compañera y Luna, dando por terminado este vínculo.

Caí al suelo de rodillas, mordiendo fuerte mi labio hasta que el sabor metálico de la sangre inundó mis sentidos.

Alcé los ojos llenos de lágrimas para verlo, haciendo mi mayor esfuerzo por aceptar su rechazo, aunque las palabras no salieran de mí.

—Crystal…— hubo un toque de ansiedad en su voz, dando un paso adelante, con la preocupación marcada en su rostro. —Yo… lo siento, no puedes estar más aquí.

Las puertas volvieron a abrirse; sabía que alguien venía a llevarme, aunque ya no me importa a dónde.

—Dénsela a los vendedores de esclavos, que consigan una buena manada para ella, donde no sea tratada mal. Les daré una buena suma para que cumplan mis órdenes.

Cerré los ojos, dejando caer mis lágrimas, escuchando cómo mi propio compañero prefiere venderme para no estar ni cerca de mí, porque el vínculo lo obligará a volver, así me haya rechazado.

No entendía, realmente no entendía; siempre era la rechazada, incluso mis padres me dejaron tirada como si no valiera nada.

Me sacaron del palacio hacia el despiadado frío, la luna brillando en lo alto, viendo mi desgracia y seguramente burlándose de mí.

Miré hacia atrás una última vez y allí estaba él, con las manos detrás de su espalda, un atisbo de arrepentimiento brillando en sus ojos. Pero cuando me metieron en la jaula, no hizo nada para detenerlos.

Poco a poco, su figura se fue desvaneciendo en la penumbra mientras la carreta en la que iba se fue alejando.

Aferrada aún a los barrotes, alcé una súplica silenciosa a nuestra Diosa, aunque seguramente iba a ser ignorada como siempre.

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