Atada a las cadenas del Alfa
Atada a las cadenas del Alfa
Por: Fénix Vm
01. Vendida

CRYSTAL

"¡Estás embarazada!"

Aquellas palabras dichas por la sanadora de la manada aún resuenan en mis oídos, fuertes y latentes, así como la pequeña vida que ahora crece dentro de mí.

Miro el documento en mis manos, apretándolo fuerte, como si quisiera aferrarme a esas letras que confirman que realmente lo estoy.

Una sonrisa temblorosa adorna mis labios, sintiendo cómo mis ojos se humedecen. Esta feliz noticia cambiará mi vida; de eso estoy segura.

¡BAM!

Me exalto con el golpe de la puerta al ser abierta con brusquedad. Trato de esconder el documento de ella, la mujer que más me odia en este mundo, la madre de mi compañero.

—¿Qué escondes ahí?

Se acerca a grandes pasos, arrancándome el papel; sus ojos se van tornando oscuros a medida que va leyendo.

Justo en ese momento entra mi compañero, todo mi mundo se congeló de miedo al ver su expresión severa tomando el informe de las manos de su madre.

Los latidos acelerados y estruendosos de mi corazón me sacuden el pecho. Llevo mis manos instintivamente a mi vientre para proteger a mi cachorro de lo que él pueda hacerle.

Sin embargo, solo se ríe, una risa cínica, cruel, cargada de un significado más profundo.

Arruga el papel en sus manos, mirándome con ese odio desmedido para luego arrojarlo al fuego crepitante de la chimenea.

—¿De verdad crees que vas a atraparme con un hijo?, yo soy el Alfa de esta manada y tu solo eres una patética Omega que olvidó su lugar, pero déjame recordartelo.

Su fuerte bofetada volteo mi cara haciendo que cayera al suelo, podía sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca que se escurren en un hilo rojo por mi labio.

Su mano tomó mi cabello rojo con fuerza tirando de él para que viera ese odio que tanto me tiene por haber sido el error que la Diosa cometió al haberlo emparejado conmigo.

—Solo estás aquí porque los ancianos dijeron que me harías fuerte, por eso no te rechacé, pero nunca fuiste nada para mí, solo la puta que satisfacía mis necesidades cuando eran requeridas.

De un tirón de mi cabello me levantó, arrastrándome fuera de la habitación para luego bajar las escaleras.

Intenté no llorar a pesar de que los ojos me ardían por las lágrimas, trataba de cubrir mi vientre para proteger la pequeña vida que crecía dentro sin importar lo demás.

Nadie siquiera se inmutó al verme; todos seguían corriendo de un lado a otro, como si estuviesen preparando una gran celebración.

Llegamos a los calabozos, dónde Kaden me arrojó adentro de una celda. Mis manos amortiguaron el golpe, raspándose con el suelo rústico.

Sus pasos a mi espalda, acercándose, hicieron eco en el lugar; los vellos de mi nuca se erizaron al sentir el peligro.

Giré la cabeza para enfrentarlo; no me dejaría intimidar, no esta vez cuando tenía algo más por lo que sacar mis garras, si era necesario.

—A partir de hoy, dejarás de ser la Luna de esta manada. Tú y ese bastardo que llevas en el vientre son un error que jamás debió existir.

Apreté el dobladillo de mi falda con fuerza, tratando de reprimir mi rabia por haberle dicho "bastardo" a mi cachorro.

Se acercó, agachándose a mi altura, tomando mi barbilla para que lo viera muy bien con su risita de desprecio

—Esta noche tomaré a una loba más fuerte, que esté a mi altura, ya no te necesito para nada, asi que aprovecha el poco tiempo que te quede porque al final del día serás vendida como simple esclava.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin poder evitarlo; mirando todo ese desprecio incluso por su propio hijo.

¿Por qué? ¿Qué hice mal?

—No voy a rechazarte, porque espero que sientas el dolor calando tus huesos cuando la marque a ella, realmente voy a disfrutar mucho tus gritos de dolor.

Se alejó, por fin, dejándome sola en mi dolor. Siempre fui la odiada, la marginada de la manada, la niña huérfana que fue rescatada en las fronteras.

Cuando él me reconoció como compañera, iba a rechazarme; lo pude ver en sus ojos, pero uno de los ancianos lo detuvo, diciéndole que yo lo iba a hacer fuerte y, como estúpida, creí que me amaría con el tiempo.

Me levanté del suelo húmedo y sucio para golpear las rejas, gritando a todo pulmón para que me sacaran de aquí.

No podía; él no podía marcar a otra sin rechazarme antes. Mi bebé… mi bebé.

Desesperada, busqué mil maneras de abrir la reja. Me pasé horas buscando algo que me ayudara a abrir la cerradura.

Mis manos temblaban por completo, el peso de los segundos resonando en mi cabeza como un maldito conteo regresivo.

—Por favor, por favor, Diosa, no permitas que mi pequeño me abandone, no lo permitas. Haz que él se dé cuenta de su error, te lo suplico.

Inútilmente, lloré por un milagro; incluso supliqué para que él se diera cuenta de su error y viniera a sacarme.

Que ingenua y estúpida, él jamás mostró amor por mí; sus aptitudes siempre eran frías y distantes. Solo me buscaba cuando quería sex0.

Lloré aferrándome a mi vientre, desesperada; entonces lo sentí.

Un calor horrible se fue extendiendo por todo mi cuerpo. La marca de mi cuello comenzó a arder casi de forma incontrolable.

—¡Ahhh!— caí al suelo de rodillas, temblando, todo mi cuerpo siendo traspasado por miles de agujas.

Mis gritos llenaron nuevamente el aire, retorciéndome de dolor sobre el suelo frío. Mi vestido se pegó a mi cuerpo como una segunda piel; el sudor bajaba sin parar por mi frente y cuello.

Sentía que moría. Mi visión comenzaba a fallarme, la oscuridad queriendo arrastrarme a su mundo.

Algo más pasaba: un líquido tibio resbalaba por mis piernas, goteando hasta el suelo. Bajé mi mirada, mi garganta haciendo sonidos raros mientras apartaba la falda para ver sangre.

La vida de mi hijo se escapa en aquel color carmesí; lo único bueno que me había pasado se me había arrebatado de una forma tan cruel.

Perdón… perdón, mi pequeño, no pude… no pude protegerte. Por favor, no me odies. Tal vez estuviste conmigo solo unos días, pero te amé… desde siempre.

Con eso dejé que la oscuridad me llevara; esperaba que me arrastrara a mi muerte, eso era lo que quería.

*****

Abrí los ojos, algo aturdida, sintiendo mi cuerpo devastado. Un dolor agudo recorre cada partícula de mi cuerpo, recordándome lo que sucedió anoche.

Desorbitada por el dolor que me atraviesa, intento enfocarme en algo, en algún ruido, lo que sea que me diga exactamente dónde estoy.

La luz entra por las rendijas de las tablas de esta vieja casa; mis manos tocan la paja seca que me rodea.

Parece que estoy en un establo, no estoy segura.

—Estás despierta, por fin. Necesito que te levantes ya.

La voz de esa mujer me estremece. Muevo un poco mi cabeza para verla con una sonrisa triunfal, feliz de haberme sacado de la vida de su hijo.

—No me importa si te estás muriendo, te levantas porque no podemos esperar por ti.

Mi cuerpo protesta ante cualquier movimiento; una punzada de dolor atraviesa mi espina dorsal hasta bajar a mi vientre recordándome lo que perdí.

—Muevete, perra, deja de llorar. No hagas las cosas más difíciles.

Tropiezo con mis pies, siendo casi arrastrada hasta una carreta con una jaula sobre ella.

Un hombre se acerca mirándome, evaluándome como la mercancía que ahora soy.

—Te daré solo diez monedas de oro; no vale mucho más.

—¡Vendida!

Me empujó hacia el hombre que no se molestó en atraparme; simplemente me dejó caer mientras contaba el dinero para dar por sentada la compra.

Me levantó con fastidio, lanzándome adentro de la carreta antes de ponerse en marcha.

La manada que creí mi hogar fue quedando atrás, una sombra de un pasado que quiero olvidar por completo.

Me acurruqué en una esquina para poder llorar la única pérdida que realmente me importa, pero juro, juro que ellos van a pagar por esto.

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