Aroma a café
Aroma a café
Por: Evelyn Zap
CAP 1

POV KANSAS

«Trece años», pienso al estar frente al televisor, sentado sobre el sofá de la sala con mi hermana viendo una de sus películas favoritas.

«Mañana se cumplirán 13 años», destaco en mi mente al tiempo en que los recuerdos de aquel día se hacen presente de una manera tan extraña (como si todo hubiese ocurrido hace muy poco tiempo y no... trece largos años.

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Flashback

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Me dirijo hacia la oficina en la que deberé ser entrevistado. Al llegar a ella, doy un respiro profundo y toco la puerta, la cual estaba abierta, para llamar la atención del hombre que estaba concentrado en guardar unos papeles en un portafolio.

—Hola, buena tarde —saludo un poco nervioso, ya que esta era mi primera entrevista; sin embargo, el hombre no me hace caso—. Hola —repito una vez más, pero un poco más firme; y el hombre, por fin, levanta su cabeza para mirarme.

—¿Qué se te ofrece? —contesta descortés cuando termina de cerrar su portafolio y se dirige a un perchero para tomar lo que sería su saco y ponérselo.

—Buena tarde. Mi nombre es Kansas White —me presento—. Soy uno de los postulantes para el puesto de…

—Ah… eso —me interrumpe al terminar de abotonarse el saco y coger unas llaves—. Llegas tarde —precia al regresar a su escritorio y tomar el portafolio que estaba cerrando hace instantes.

—Ah… no, señor. Estoy aquí desde hace dos horas —le doy a conocer amablemente—. Solo estaba esperando mi turno.

—Como sea… —contesta desinteresado al caminar hacia mí; es decir, hacia la salida—. Las entrevistas terminaron —añade al salir de la oficina y cerrar la puerta para después caminar hacia el ascensor sin tomar en cuenta mi presencia, lo cual me desconcierta un poco.

«Tal vez bastante para alguien de 17, con un CV falso, en su primera entrevista y con la enorme necesidad de obtener un empleo», menciono en silencio.

«Con la enorme necesidad de obtener un empleo», repaso en mi mente y…

«¡Carajo! Tengo que obtener el empleo», me demando y reacciono de inmediato para empezar a caminar en dirección del hombre, quien estaba esperando a que el ascensor abriera sus puertas.

—Señor, si el problema es el tiempo; yo podría regresar mañana —puntualizo y este sigue sin hacerme caso, solo se limita a mirar su reloj de forma impaciente—. O, en todo caso, podría dejarle mi CV para que pudiera revisarlo —le digo al extender mi hoja de vida en su dirección y, al fin, voltea a verme.

—Eres muy insistente —precisa—. Eso me gusta —añade sonriente al tomar mi CV; y aquel comentario y gesto parecían ser buenas señales hasta que…—. Pero no me gusta que me hagan perder el tiempo —señala al doblar mi hoja de vida frente a mí—. Tal vez tú no tengas nada bueno que hacer, pero yo —se pausa y mira atenta mi cv— soy un hombre bastante importante —continúa hablando y veo cómo empieza a partir por la mitad la hoja que contenía toda mi información— y por ello, muy ocupado —completa al seguir haciendo pedazos más pequeños de la hoja—. Así que deja de hacerme perder el tiempo y vete —finaliza en el preciso instante en el que el ascensor abre sus puertas y aquel me tira los pedazos de papel en la cara.

«¿Cómo debía reaccionar?», pregunto en silencio.

No lo sabía. Mi padre siempre me había señalado que, pase lo que pase, nunca debía comportarme como un cobarde y recurrir a la violencia, pero, en este preciso instante y con mis inmaduros 17 años, sentía la enorme necesidad de golpear a ese hombre, sin embargo… honrando las enseñanzas de mi padre, me contuve.

¿Qué es lo que sucede aquí? —escucho de pronto y veo cómo un hombre (de tal vez 80 años) se hace presente con una joven mujer, la cual sostenía del brazo y quien observaba de manera sorprendida al hombre que, hace instantes, había hecho trizas mi hoja de vida.

—Eh… nada, William. Un tema sin importancia —contesta el hombre un poco nervioso.

—No es lo que he visto, Christopher —señala con dureza

—Repito que es algo sin importancia, William…

—No para mí —lo interrumpe el hombre con un tono de voz severo—. No sé cómo habrás estado acostumbrado a tratar a las personas en la empresa de tu padre, pero en la mía, tú no tienes ningún derecho de hacer algo como eso —demanda severo sin quitarle la mirada de encima.

—El niño solo me estaba haciendo perder el tiempo, William —se justifica un tanto incómodo y haciendo notar cierta molestia—. Y ahora tengo una reunión a la que tengo que asistir para que esta empresa crezca; y él —me señala— solo estaba estorbando…

—¿Perdón qué dijiste? —cuestiona el viejo hombre al interrumpirlo nuevamente al tiempo en que observo cómo la mujer luce apenada por la situación.

—¿Quién? ¿yo? —se señala el tal Christopher

—Me parece que con quien estoy hablando es contigo ¿no es así? —le pregunta mientras se suelta del agarre de la joven mujer.

—Abuelo, por favor —le pide ella, con cierta preocupación, al sujetar uno de los brazos de aquel.

—Cielo, tranquila —le solicita al mirarla a los ojos—. Hoy no me encargaré de él —le informa al regresar su mirada al hombre con el que estaba discutiendo—. Pero mañana te quiero a primera hora en mi oficina —le ordena; y puedo ver cómo el aludido endurece su gesto y parece estar retando al viejo hombre con la mirada, pero aquel lo ignora—. Ahora tú, muchacho —se dirige a mí—. ¿Cómo te llamas?

—Kansas; Kansas White, señor —contesto un tanto desconcertado por la nueva y mucho más incómoda situación.

—Te pido una disculpa por lo sucedido, Kansas White —expresa sincero—. ¿Te molestaría acompañarme a mi oficina, por favor?

—Ah… yo… —estaba dudoso en si hacerlo o no, ya que la mujer, hace unos segundos, estaba mirándome de manera extraña, pero, al final, acepté—. Claro, señor; será un placer —contesto gentil y ambos empezamos a caminar por un enorme pasillo.

Ya dentro de la oficina y sin intención alguna, durante la conversación que aquel amable hombre y yo sostuvimos, me fue inevitable seguir fingiendo. Sobre todo, cuando el hombre ya había supuesto que estaba mintiendo sobre mi edad cuando se la dije. De hecho, ese era un punto débil en toda mi mentira, ya que mi cuerpo, el cual daba la imagen de un frasco a punto de quebrarse, me delataba.

Aun así, el hombre me dio un trabajo, pero solo a medio tiempo, ya que me advirtió que me despediría si faltaba a clase por asumir esta nueva responsabilidad. Además de ello, me pidió que le contara un poco más de mí; así que le conté un poco más sobre mis padres, mi nueva hermana que estaba por llegar y de mi educación en una de las escuelas más exclusivas de todo el país gracias a una beca que había conseguido y en la cual (daba la casualidad) estaba estudiando una de sus nietas (Brescia, a quien conocía debido a que era la mujer más popular que había en ella, pero la que, por obvias razones, no me hablaba). Yo no era el clase de chico que ella frecuentaba.

Al salir de la oficina, no pude sentirme más contento; estaba sonriente, pero al ver la forma severa en la que me miraba la joven mujer, hizo que la sonrisa que traía marcada en mi rostro se borrara de inmediato. Al parecer, aquella había discutido con el tal Christopher, pues, al salir de la oficina con mi nuevo empleador, este salió hecho una furia del lugar.

Después, los tres tomamos el ascensor y, antes de salir, me despido de ambos; sin embargo, la mujer seguía mirándome de una manera muy extraña…

—White ¿cierto? —habla de repente al mirarme de manera directa

—Sí, White —contesto un poco nervioso, ya que la mujer tenía la habilidad de intimidar sin parecer esforzarse.

—¿Quieres un consejo, White? —pregunta al dar un paso hacia mí.

—Austraaal —escucho la voz de su abuelo y puedo reconocer su tono de advertencia en él al tiempo en que una de sus manos sujeta la muñeca derecha de su nieta.

—Perdón, señorita, ¿qué? —cuestiono confuso por la forma en que me miraba.

—La próxima vez que te presentes a una entrevista de trabajo —comienza a hablar mientras se libera del agarre de su abuelo y lleva aquella mano hasta la solapa izquierda del saco que usaba—, trata de usar otra camisa —me dice al cubrir una parte visible de lo que venía a ser la insignia de mi colegio.

«¡Carajo! Ni siquiera eso puedo hacer bien», me reclamo en silencio.

—Yo… —trato de responder, pero no sabía qué decir; aquella también me había descubierto.

—¿Está usted seguro que tiene 20 años, señor White? —cuestiona al no obtener una respuesta de mi parte.

—Señorita, yo…

—¿Qué pasa, White? —habla de forma retadora

—¡Ya basta, Austral! —se hace oír la voz del viejo hombre mientras hace retroceder a la mujer con uno de sus brazos para después fijar su mirada en mí—. Disculpa a mi nieta, por favor —me pide apenado—. Te veo mañana para explicarte tus actividades —agrega de forma gentil y me regala una sonrisa—. Que tengas buena noche —señala y, ante ello, lo único que atino a hacer es despedirme de aquel y salir del lugar.

A pesar de que aquella entrevista empezara mal y fuese extraña; nada me quitaba la felicidad de haber conseguido mi primer empleo para empezar a ayudar a mis padres con los gastos de la familia y, para celebrarlo, compré una caja de los chocolates favoritos de madre.

—Muchas gracias —le digo a la señora que me acababa de vender unos chocolates.

—Gracias a ti; vuelve pronto —me pide con una gran sonrisa al entregármelos.

—Así será —respondo y me retiro del lugar.

Camino por unos minutos más y escucho mi celular sonar; así que contesto rápidamente. Y es ahí en donde comienza la experiencia más triste de toda mi vida. Nunca antes había sentido un dolor similar. Después de la llamada, me dirigí al hospital del cual me habían llamado y corrí directamente hacia la sala de emergencia para preguntar por el estado de mis padres y mi hermana; sin embargo, lo único que recibí fue un “Lo lamento mucho; no pudimos hacer nada”.

—¿Qué? —cuestiono en un murmuro y totalmente incrédulo.

—En este momento, estamos haciendo lo posible para salvar a la bebé. Es la única sobreviviente, pero está en la incubadora y todo dependerá de cómo progrese en los siguientes días. No podemos asegurarle nada —señala compasivo—. Lo lamento mucho —añade y, en ese momento, lo único que deseaba es que nada de eso fuera cierto; sin embargo, un grito lleno de dolor y llanto que venía de algún lugar, me decía que todo aquello era real.

!Noooooo… mi abuelo, nooooo! —se escucha muy fuerte—. ¡Por favor, noooo… llévenme con él! ¡Quiero verlo!—gritaban más fuerte hasta que se oye cómo aquella persona empieza a llorar; y ese fue el detonante para que yo me sentara en el piso y comenzara a hacer lo mismo que aquella persona y de manera desconsolada.

Al parecer, aquel día, no solo yo había perdido a alguien que amaba... para siempre.

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Fin del flashback

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