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—Tienes que decirle a papá que no quieres entrar a la academia —la animo.

—¡Baja la voz! —se levanta a cerrar la puerta.

—Tienes que hacerlo— la regaño—. Ya te graduaste y por recta obligación tendrás que incorporarte a la academia el próximo año.

—¡Es que no sé cómo lo tomará! —se recoge el cabello— Tampoco sé cómo decírselo.

—Simplemente dile que quieres ser médico y no un agente secreto —reviso en los cajones para cerciorarme de que no me olvide nada.

—Se enojará.

—Tal vez, pero tarde o temprano se le pasará.

—¿Qué crees que dirá cuando sepa que todo el dinero que gastó en la escuela privada fue echado a la basura?

—Sam, solo dile. El dinero no es un problema para él. Nos adora, comprenderá que no todas queremos ir por el mismo camino.

—¡Ya casi es hora de partir! —mamá nos interrumpe.

Me visto con algo sencillo, el vuelo es largo, así que hay que optar por la comodidad. Recojo mi cabello en un moño alto dejando la chaqueta por fuera.

Me despido de los empleados mientras Emma se me tira encima, en tanto Sam se ve más triste. Me acerco dándole un beso en la frente.

—Solo dile, él lo entenderá —la abrazo.

El claxon de la camioneta de mi padre empieza su típica algarabía, está como loco mostrándome su reloj por la ventana del auto. Él y mi madre me llevarán hacia el aeropuerto.

Mamá me da recomendaciones en el camino, las típicas de siempre. Que coma saludable, que me mantenga abrigada, que evite el alcohol, fumar y los problemas. «Como si no tuviera 22 años»

—Último llamado para los pasajeros del vuelo quinientos noventa y cuatro con destino a Londres— anuncian por los parlantes.

—Un minuto más tarde y no lo hubieses alcanzado —me regaña mi madre.

La despedida llega y con ello las lágrimas cada vez que me voy. Intento tranquilizarlos siendo yo la que termina llorando. Soy un soldado, pero tengo cierta debilidad con los miembros de mi familia ya que me crié en un círculo sólido lleno de cariño.

—Cuídense —me despido.

Reviso mi móvil estando en el avión. Tengo varios mensajes de Bratt, no los alcanzo a leer ya que la azafata me indica que debo apagarlo. Acato la orden acercándome a la ventanilla, despidiéndome de Phoenix por este año.

Los llantos de un bebé interrumpen la vigilia. Mi compañero de al lado tiene la cabeza recostada sobre mi hombro, está babeando mientras que sus lentes están a nada de romperse. Lo acomodo en su puesto enderezándome en el asiento.

Solo llevo cinco horas de vuelo por lo que tengo la espalda y el cuello adoloridos. Le pido comida a la azafata, a la vez que saco el móvil a escondidas. No tengo nada que hacer, así que opto por eliminar la basura a la que no le doy uso.

Entro a la galería, comienzo a borrar imágenes antiguas y las capturas de pantalla sobre conversaciones que me envía Luisa. Sonrío al ver la foto en el Royal Opera House a la mitad del concierto de Bon Jovi. Recuerdo tanto ese día. Las manos de Bratt sobre mi cuello y el profundo beso que me dio. Estaba eufórico en ese momento, después de varios meses había accedido a darle el sí a nuestra relación.

Nunca olvidaré cómo lo conocí, era mi primer año en la academia. Todas las chicas hablaban de Bratt Lewis, no había tenido la oportunidad de conocerlo hasta que cierto día estábamos en la cafetería. Luisa y Brenda hablaban de lo atractivo que era. Curiosa pregunté si estaba presente, ya que veía a todas las chicas con las hormonas alborotadas, Brenda me dijo que volteara hacia la mesa de atrás.

Estaba a mi espalda almorzando con sus amigos. Volteé con disimulo y lo vi por primera vez.

Las chicas no se equivocaban al decir que era guapo. Sus ojos color esmeralda resaltaban en su atractivo rostro. Pese a que tenía un corte estilo militar, desde lejos podía apreciar que tenía el cabello castaño.

Levantó el rostro y nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió con coquetería. Rompí la conexión inmediatamente

Me sentí tan ridícula que no terminé de almorzar ya que percibía que el rubor era demasiado. Por lo tanto, me despedí de las chicas y me encaminé hacia mi clase de ciencias.

Se me atravesó en uno de los pasillos, al verlo más de cerca me pareció mucho más guapo. Su estatura lo ayudaba bastante, medía alrededor de 1.90, encima me mostró una sonrisa que casi me derrite.

—¿Me estabas mirando? —preguntó metiéndose las manos en los bolsillos.

—¿Disculpa? —respondí como si no supiera de qué me hablaba.

—En la cafetería, me mirabas, te vi —hablaba de forma coqueta y segura.

—No, no te miraba...Ni siquiera te conozco —intenté abrirme paso por un lado pero se me atravesó.

—Me gusta que me mires —dijo sin rodeos— Nunca unos ojos tan hermosos como los tuyos me habían mirado.

Puse los ojos en blanco, era obvio que se las estaba dando de galán.

—Tienes a media academia detrás tuyo y dices que ¿Los únicos ojos hermosos que te han mirado son los míos?

Sonrió. Quedé idiotizada con sus hoyuelos.

—Dices que no me conoces, pero sabes que media escuela está detrás de mí — contestó tajante— Creo que eres una pequeña mentirosa.

Me sentí idiota por no contener la lengua y quedar en ridículo.

—Te ayudo con los libros —propuso alargando la mano para tomarlos.

—Puedo sola —me abrí paso a la fuerza.

Desde ese momento empezó a asediarme, se hizo amigo de mis amigos, estaba en los mismos sitios donde yo estaba, me mandaba chocolates, flores e invitaciones.

Siempre lo rechazaba, me gustaba pero no se la quería poner tan fácil, sabía sobre su fama de mujeriego y rompe corazones. No quería ser una más de las tantas chicas que tuvo.

Nos volvimos amigos. Salíamos a cine, al teatro, a patinar y también me enseñó la ciudad de Londres. Todos los días se esforzaba por conquistarme con un detalle diferente.

Llevamos cinco años de noviazgo, puedo decir que ha sido mi gran amor. Con él he pasado desde acampar bajo las estrellas hasta comer en los restaurantes más lujosos de la ciudad. Me cuida como si fuera lo único en su mundo. Y aunque Luisa dice que se pasa con sus celos me he acostumbrado a sobrellevarlo.

Con una sonrisa en los labios, me acomodo en mi puesto volviendo a quedarme dormida.

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