Joaquín, al ver a Mónica aparecer, sentía un odio tan profundo que le hacía rechinar los dientes. Aún recordaba claramente todas las malvadas cosas que había hecho en contra de Pera.
Alfonso e Isolda intercambiaron una mirada. Ambos tenían posiciones especiales y no podían ventilar los trapos sucios de la familia en público, evitando así que salieran a la luz y se convirtieran en motivo de burla.
Clara resopló con desdén: —Es más astuta.
Diego le acarició la cabeza con ternura y la consoló: —Ella será castigada tarde o temprano, es solo cuestión de tiempo.
—Así es. —observó Clara con frialdad.
Para Mónica, lo que había hecho merecía un castigo duro, y Clara ya no sentía ninguna simpatía por ella. Ahora dependía de cómo el anciano Guzmán manejaría la situación.
Mónica, con lágrimas en los ojos, se arrodilló y se acercó: —Abuelo, si ni siquiera usted me acepta, entonces me quedo sin opciones. Le ruego que tenga compasión de mí, piense en su bisnieto, ya tiene tres meses de edad.
Sus pala