Mujer perfecta

—¿Y por qué no vuelves con tu madre?

—No me alcanza.

—¿Qué no te alcanza?

—La vergüenza.

—¿Tan mal quedaron?

—No. De hecho seguido me hablo con ella.

—¿Entonces?

—Pasa que no tengo el valor para verla a los ojos y pedirle perdón.

—No seas orgulloso.

—No es orgullo… es pena. Ella se esforzó un mar para pagarme la carrera. Hizo cualquier cosa para conseguirme una plaza dentro del despacho y yo la boté por una tontería. O bueno…

—Descuida. Sé de lo que hablas. Fue por lo de Alma, ¿no?

—Sí. Me encerré tanto en mis problemas que me olvidé de todo. Y aún as&iacut

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